Desde mi temprana juventud siempre sentí a Pepe Dammert como un obispo laico, sencillo, lleno de compasión y cercano. Desde el principio de mis visitas y conversaciones muy frecuentes me pidió que lo llamara Pepe y no Monseñor. Sonreía, creo que le gustaba mucho cuando le decía, con mis 17 años a cuestas: “Eres un obispo laico”. Escuchaba muchísimo y otorgaba una confianza que sorprendía a un joven que caminaba muy a tientas en el claro oscuro de sus sueños y proyectos que recién se iban dibujando.
Con Pepe tuvimos lazos de amistad desde el mundo familiar, probablemente nos juntó esa misteriosa fusión entre mística e inconformismo. En una búsqueda muy adolorida pero esperanzada, tentativa, pero terca de los pobres de Jesucristo, de un proyecto y estilo de vida laica, me acogió en la Diócesis de Cajamarca. Con Mario Padrón, sociólogo, colaborador suyo y gran amigo, fundamos el Departamento de Estudios e Investigación Social (DEIS), como uno de los caminos de investigación-acción al servicio de la pastoral social de una diócesis masivamente campesina.
Me casé con Susana Villarán en el Instituto de Educación Rural (IER) de la diócesis, en medio de la presencia maravillosa de niños campesinos que compartían la vida diaria con nosotros en la bella casa grande de madera del IER, así como la compañía de nuestros amados padres, hermanos y amigos; ciertamente, pocos en número en esa iluminada noche cajamarquina, muy lejos de Lima. Concelebraron la hermosa celebración eucarística José Dammert y Gustavo Gutiérrez. Antes de iniciar la celebración, Pepe y Gustavo no sabían a ciencia cierta, lo decían con mucho humor, hasta hacernos matar de risa: “si esta fiesta era un matrimonio o una primera comunión”.
Pepe nos acompañó a Susana y a mí en el nacimiento y crianza de nuestros hijos, Soledad, Emmanuel e Ignacio. Pepe se comprometió con seriedad en nuestra formación académica y profesional. Pepe nos iluminó en ese caminar asintótico de la opción preferencial por los pobres, de ver al Dios de Isaac, Abraham, Jacob y Jesucristo en el pobre. Pepe estimuló siempre nuestra opción comprometida con una aventura humana marcada por una espiritualidad laica.
Muy probablemente Pepe no estuvo de acuerdo con muchas de las palabras y acciones que manifesté u oculté en mi vida, con razón. Pero siempre confió en mí. Mi boceto como ser humano no es su responsabilidad, es producto de mi libertad y ciertamente de mis circunstancias humanas, de sus luces y sombras. Muchas gracias, Pepe. Estarás siempre como un haz de luz cálida en la vida de nuestra memoria.