En este breve escrito, busco argumentar y expresar —en una carta dirigida a los jóvenes, en este tiempo extremo de tragedia y esperanza— un nuevo testamento. En la nueva y aún desconocida edad, de cara a la gran pandemia, a la gran crisis económica, a la gran violencia desatada por los Herodes y Pilatos posmodernos, los jóvenes verán afectada su búsqueda de un sentido de plenitud a horcajadas entre el dolor más atribulado y el amor más sublime. La pregunta clave es si estamos viviendo un sueño o una pesadilla, que no se desliga de una terca esperanza en la fuerza de la verdad de la vida del espíritu.
En el tejido de testimonios y revelaciones, coloco el espíritu de la democracia como el único telar de la historia donde todo converge: una democracia de ciudadanos con plenos derechos y libertades. ¿Dónde dormirán los jóvenes? ¿Dónde dormirán los olvidados y vulnerables del planeta? ¿Dónde entablaremos la lucha y superaremos los gravísimos males que aquejan al universo, a la Tierra, a la especie humana, en este tiempo de la gran pandemia, de la gran crisis humanitaria y de la espiral de violencia? En la democracia como proyecto histórico y como camino concreto. ¿Y no hay remedio?
Las previsiones sobre la crisis de la democracia se basaban en la probabilidad de la destrucción nuclear, en el doble filo de la inteligencia artificial, en el final de la Tierra y la necesidad de encontrar un lugar nuevo en el universo para salvar la aventura humana, cambiando de raíz la destrucción del hábitat natural por el calentamiento global, así como la gran pandemia de virus mutantes que infectan y matan a los seres humanos en masa, especialmente a los olvidados, los pobres y los desvalidos. En esa trama, los autoritarismos y los totalitarismos encontrarán su caldo de cultivo más feraz y feroz.
La aventura humana se despliega a horcajadas entre un sueño y una pesadilla, entre el amor y el dolor, entre el temor, el terror y el coraje, por la realidad en que vivimos en su tragedia y esperanza.
La democracia se torna una ética social y personal trascendental; por tanto, gira como una espiritualidad por amor al mundo, frente a la banalidad del mal de autoritarismos y totalitarismos devastadores para el Homo sapiens, en la Tierra y en el Universo.
Cuadro: Senesio, de Paul Klee (1922), Miré y vi.