A Theo
Lo único que sabemos de Vincent
Es que nunca dormía
Ni comía ni bebía ni amaba
Y que su vida era un misterio. Sabemos
Que tenía ojos y botines enormes
El estómago vacío y el corazón
en el suelo. Que se pasaba las noches
Mirando y mirando una estrella
Sabemos también
Que para él nada era oscuro
Ni tampoco sencillo
Que su pincel no era un pincel
Sino un pájaro vivo
Que lo llenaba de pavor y de alegría
Pero nada sabemos
De su sexo ni de su pobre frente
Repleta de luz como un diamante
Vincent decimos con amargura
No era como nosotros
Criaturas cubiertas de sombra
Nietos de un esplendor
Que ya no existe. Pero tampoco él
Nos devolvió el fulgor perdido
La santidad de su arte
No nos libró del mal
Ni de los trapos sucios
De la vida. Nos deja solamente
Sollozos cuervos girasoles
Una oreja cortada y una pipa de madera
La destartalada luz de sus zapatos
Nos deja su mirada pura
El cielo brillante de Arles
Y una silla amarilla.
No es mucho probablemente
Pero desde entonces
La noche estrellada
No es obra de Dios sino de Vincent
CELEBRACIÓN. Jorge Eduardo Eielson. Milán, 1990 – 1992.