Beber de tu propio pozo: la belleza nos hace libres, por Manuel Piqueras

 

 

Pabellón del Perú en la Feria Iberoamericana de Sevilla 1929, por Manuel Piqueras Cotolí. Gran Premio.

Escribir a contrapelo por amor al mundo

Solo bebiendo de tu propio pozo cultural, familiar, generacional e histórico es posible escribir con autenticidad: “Lo que cuenta es lo que yo saque de todo ello. Y lo que quiero sacar es un cierto pensamiento humano, clarividente, limitado en el tiempo […]. Todo el mundo puede tener ideas. Pero meterlas en una obra, mantener esa continua maestría del creador es lo que hace al escritor”. Albert Camus. Solamente rompiendo esquemas, explorando en lo más íntimo de la intimidad del alma, la belleza nos hace libres, a costa de ser marginales, pero dando sentido a nuestra vida y a nuestra obra, en el claroscuro de la soledad y la comunión.

La contemplación de la belleza como consumación de la libertad

La libertad es el corazón de la filosofía trascendental: en el obrar moralmente es su realización; en la contemplación de lo bello radica su cumplimiento. “La contemplación de lo bello −denominado “juicio del gusto” por Immanuel Kant− hace experimentar un placer, estado vibrante del alma. Conforme este se prolonga, se va profundizando e intensificando.

El juicio del gusto en comparación con el juicio lógico es siempre de carácter individual y no universal. Su predicado no es ningún concepto, sino el sentimiento del placer o desplacer. No cabe fundarlo en nada, hay que ensayarlo como cosa propia. Cuando se pretende demostrar que tal poesía es bella, “me tapo los oídos”.

A riesgo de parecer soberbio, voy a romper esquemas convencionales sobre el pensamiento poético en el Perú, César Vallejo y Manuel Piqueras Cotolí son dos momentos lúcidos de la historia de la patria del siglo XX (hay que entrar en la traducibilidad de los lenguajes de la literatura y de las artes plásticas; eshistoria y filosofía del arte). Creo que Gustavo Gutiérrez es un lapso inteligente, perspicaz del Perú más contemporáneo. Cada uno a su modo. Tierra de nuestros dolores y alegrías, algún día lo escribiré a horcajadas, lo que me interesa es el estallido poético.

Tanto Mario Vargas Llosa como José María Arguedas −dos panoramas distintos de una misma América− tienen fragmentos narrativos notables, nunca he visto en estos dos grandes narradores visiones totales. La creación literaria es experiencia e imaginación, el Perú es un país fragmentado, así como es una pregunta inútil pensar en una visión total del país desde las ciencias sociales, es imposible pensar en una narrativa integral de la patria. Solo fragmentos, que hay que articular con temor y temblor. En este tema, la poesía ilumina el laberinto, como en el mito de Sísifo.

Es una hipótesis de la exploración tras la cual ando hace años inspirativamente −que hay que validar-, sabiendo además que es un hilo en el laberinto, discutible como todos los otros puntos de visión sobre el pensamiento poético.

San Juan de la Cruz y César Vallejo

“Noche oscura”, de San Juan de la Cruz, uno de los poemas más bellos de la literatura, nos conduce a una experiencia de contemplación del misterio del sufrimiento humano, de su naturaleza paradojal: “la noche oscura me guiaba más cierta que la luz del mediodía”.

“Voy a hablar de la esperanza”, remembranza y despertar, el excepcional poema en prosa de César Vallejo. Es sorprendente la trasposición poética de la realidad de este gran poeta universal, en que la esperanza se teje, con firmeza y delicadeza, desde el sufrimiento humano, limpio de calificativos, solo sustantivo.

Como César Vallejo, Juan de la Cruz nos revela el gran arte poético que la humanidad ha creado. El pensador poético, tal como nos lo manifestó Walter Benjamín, permite mirar lejos, como un Amadeus de la lengua de La Mancha. Juan de la Cruz y César Vallejo, entre unas Indias y Américas mejores, son el principio y el fin.

“Noche oscura” y “Voy a hablar de la esperanza” son un collage, tejidos poéticos, una amalgama que abre espacios maduros y originales en la poética hispanoamericana. Más allá de su publicación, los poemas tocan fibras íntimas del lector. Desde mi juventud, estos textos estuvieron en mi imagen mental fragmentados; la articulación se produjo por inspiración en un punto crítico de mi existencia madura, como interrumpido por la idea de Henri Bergson sobre “[el] instinto esclarecido por la inteligencia”.

De “otras Indias mejores” a “otras Américas mejores”

Asistimos en estos días a la exposición retrospectiva de la obra del artista español Manuel Piqueras Cotolí (1885-1937) en el Museo de Arte de Lima. En pocas semanas se entregará el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades al teólogo peruano Gustavo Gutiérrez Merino (1928). ¿Qué une a estas dos originales personalidades de nuestra creación cultural? Piqueras Cotolí y Gutiérrez Merino, cada uno en su propio lenguaje, en dos periodos críticos y penetrantes de la historia de las Américas, logran modular con fortaleza y delicadeza todas las sangres enfrentadas en estas tierras de tragedia y esperanza. Sus obras son un haz de luz, el laberinto de nuestra identidad: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Manuel Piqueras, escultor y arquitecto español, en su búsqueda de un lenguaje plástico −arquitectónico y escultórico− congregó universos complejos, diversos y polarizados −los horizontes tempranos, intermedios y tardíos del mundo andino, y las tradiciones del mundo hispánico−, trazó un camino único en la creación de una obra artística, de una visión estética y de un principio de humanidad andino y universal. El Pabellón del Perú, su obra cumbre, que ganó la medalla de oro para nuestra patria en la Feria Iberoamericana de Sevilla (1929-1930), es la plasmación de una síntesis mestiza genial, un collage andino e hispánico llevado hasta sus últimas consecuencias. Su exploración artística se inscribe en una gran corriente del pensamiento de sentido y del gran arte de los siglos XIX y XX en Europa y América, que se ha ido planteando como una ruptura con una visión europea −u occidental− encerrada en sí misma, y orientado hacia la diversidad cultural dentro del universo humano. Gustavo Gutiérrez -fraile, sacerdote y teólogo peruano-, a lo largo de su vida y su obra, va abriéndose paso no solo en la maduración de un gran pensamiento teológico, sino en la ascensión hacia un bello lenguaje poético cargado de fuerza y ternura. Sus obras maestras, Hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente, una reflexión sobre el libro de Job (1986) y En busca de los pobres de Jesucristo, el pensamiento de Bartolomé de las Casas (1992) constituyen una contribución fundamental a la creación cultural, histórica y actual de una utopía andina y universal.

Gutiérrez va haciendo camino desde su hablar de Dios, desde el sufrimiento del inocente. En esa huella humilde hilvana una utopía que conduce desde “otras Indias mejores” en el siglo XVI hasta “otras Américas mejores” en el siglo XXI. Entre estas dos centurias se producirán dos cambios de época que han conmovido los cimientos de la humanidad hacia horizontes ilimitados. En nombre del Dios de Jesucristo, del valor de la vida y la libertad humana, y desde el punto de visión de los pobres, Gustavo Gutiérrez es, junto con su antecesor Bartolomé de Las Casas, la conciencia lúcida de la continuidad y discontinuidad de la destrucción y la restitución de los indígenas en el siglo XVI, y de la opresión y liberación de los pobres en el siglo XX.

Manuel Piqueras, Libro de Emmanuel, en proceso de publicación. Corrección: Carmen Ollé. Lima: 2016.

Fotografía: Pabellón del Perú en la Feria Iberoamericana de Sevilla-1929, por Manuel Piqueras Cotolí. Gran Premio.

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