La Generación de 1968: las peras del olmo

Trío de relatos breves que inspira la soledad iluminada de las fiestas de Navidad y de Año Nuevo, un recorrido de la adolescencia a la madurez; fragmentos del diario de un alma.

I. Soy un inconformista

Somos seres humanos libres, nada nos sostiene sino nuestras propias alas de, El pájaro de fuego, en remembranza de Igor Stravinski. Desde muy joven renuncié a toda coacción interna o externa, viniera de donde viniera: partidos, ideologías o iglesias. Y lo más difícil, busque dar cara a las luces y sombras propias de nuestra alma mortal. El hombre rebelde, de Albert Camus, La verdad de Gandhi, de Erik H. Erikson y Sobre la revolución, de Hannah Arendt, fueron un haz de luz, un conjunto misterioso de luces luminosas que me llevaron a un inconformismo de hombre libre, intelectual y vitalmente, contra viento y marea.

Esta fue siempre mi andadura, discernimiento y elección que venía de vertientes personales, familiares y generacionales diversas. El pos Concilio Vaticano II y el papa Juan XXIII, la influencia temprana del mahatma Gandhi y mi liderazgo en la Generación del 68 en el Perú. Manuel Piqueras Cotolí, mi abuelo, marcó este derrotero, tanto por su vida, como sobre todo por su obra. Siempre fui la pera del olmo, como titula el maravilloso libro de Octavio Paz, un marginal. En la edad de los extremos, mi trayecto ha sido el del Gautama Buda: “A la mitad del camino, frente a extremos”. Mucho del inconformismo viene de esta posición singular, de esa soledad, de esa marginalidad, que mantendré hasta mi partida del reino de la Tierra. No es racional, es mi alma, es el pensamiento de mi corazón y los afectos de mis entrañas.

II. “Como una brisa suave”

No hace mucho tiempo, tras un largo viaje atravesando continentes y cielos bellísimos, calmados y tomentosos, el patito feo asistió con su bandada de patos salvajes a una reunión multitudinaria de patos en un lugar de la Costa Oeste de Estados Unidos, de cuyo nombre no quiero acordarme.

Reservado y amigable, quedó sorprendido desde un rincón de la granja, donde se llevaba a cabo la gran reunión de los patos salvajes, por la maravilla de la música rock, por las vestimentas estrafalarias tan coloridas, por los cabellos largos hasta la cintura, por el amor libre sin barreras; incluso, observó que fumaban yerbas exóticas que probó apenas y vomitó inmediatamente, curándose en salud.

Woodstock, este gran concierto duró tres días, reunió a más de medio millón de patos, pero además de la música magistral de importantes músicos poetas que nunca había visto ni oído, lo que más le llamó la atención fueron los símbolos y mensajes de paz y amor que lo conmovieron como una brisa suave. Le recordaron las huellas sólidas y la estela de arte, que como una “roca de ser” protegían, cuando se desataban las tempestades, a sus hermanos y primos patos pequeños, en el jardín secreto de Malambito.

En su búsqueda, sin medir el riesgo, los patos rebeldes encontraron en el teatro de la generación del 68 del pájaro de fuego, una “iglesia primitiva”. Por primera vez en su existencia de animal humano supo de oídas de la existencia de dos cisnes soberbios y sabios: uno se llamaba Mahatma Gandhi y otro era el papa Juan XXIII. El patito feo comenzó a tomar conciencia de que era un tiempo de grandes cambios, el mensaje era el mismo que en Woodstock, de paz auténtica y amor sin límites, aunque sin amor libre, ni marihuana ni LSD.

Un cisne joven adulto, brillante y bondadoso, amigo del papa Juan XXIII, hizo amistad con el patito feo y con sus amigos patos, se fue transformando en un maestro que lo acogió con una amistad sin límites y le abrió el continente de la sabiduría del amor. El patito feo era agnóstico, pero se volvió creyente en el Dios-Amor.

En el trasfondo, en busca de la tierra del padre, el patito feo comenzó a tomar conciencia de la vida y la obra de gran creador de su abuelo. ¡El abuelo era un magnifico cisne! Para el abuelo cisne, la belleza nos hace libres. Esta experiencia, con su mensaje de paz y amor, tardaría mucho en llegar al pensamiento del corazón y a las entrañas del patito feo. Tuvo que hacer una terapia universal para cisnes en los rincones enigmáticos de curación de lo más profundo de su intimidad herida. Y ya como cisne emprendió un camino de alta educación, para dirigir un proyecto fundacional de paz y amor que decidió, con método y pasión, que sería el sentido de su existencia: la desmesura del amor por el Rostro del Prójimo, por los olvidados y maltratados de la Tierra y el universo.

Las marchas y contramarchas inconscientes marcaron el itinerario posterior del patito feo, sabía ahora que era un cisne soberbio y humilde a la vez. Fuerza-débil-fuerte. La espina en el alma siempre fue el obstáculo a vencer con valentía y creatividad, como cuenta Hans Christian Andersen en el inspirado relato “El soldadito de plomo”. Simbólica y real, el patito feo, aún guarda su arma secreta de peleador callejero. 

III. Los patos salvajes

En su viaje al exilio, fuera de la granja, hacia el ancho mundo, el patito feo se unió a una bandada de patos salvajes, machos y hembras. Formaban una tribu adolescente. De ellos recibió afecto. Con ellos vivió el despertar sexual y la complicidad en las peleas brutales, arrastrando su rebelión frente al mundo de los patos adultos.

Llevaba una espina en el alma que lo hacía agresivo y violento. Por ese milagro que solo se encuentra en los cuentos maravillosos de Hans Christian Andersen o de Oscar Wilde, dos singulares patos adultos, un maestro de judo y un maestro de boxeo le enseñaron que el combate debe ser únicamente defensivo, es el principio y el fundamento. El patito feo adolescente admiraba a sus maestros, aunque entendería sus enseñanzas muchos años después.

El patito feo procedía de un linaje de aves hispano-limeñas. Por una parte, fue estigmatizado en su rebeldía, porque donde iba actuaba como un pato salvaje, y por otra, su linaje y su astucia lo protegían en sus conflictos con la ley.

Cuando se sentía en peligro se metamorfoseaba en un gallo navajero. Un día, saliendo de una corrida de toros en la Plaza de Acho, −que frecuentaba porque formaba parte de su cultura−, tendió en la arena de un golpe certero a otro gallo grande y fuerte, mayor que él, al que le tenía miedo pues lo venía retando hacia tiempo.

El patito feo, victorioso en esta pelea breve y feroz, recordó confusamente el mensaje de sus maestros: el combate es defensivo, el valor de la vida humana y natural está por encima de todo. En el claroscuro de la culpa de animal humano, por haber herido a su adversario y haberlo dejado tumbado en un charco de sangre, se abrían paso las enseñanzas de los maestros del combate defensivo. 

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