De Woodstock de la Generación del 68, a Aparecida de la Generación de los Indignados, en América Latina.
Estoy consciente en este privilegio de hacer memoria, intuyo existe un auténtico espíritu de rebelión en ambas irrupciones mundiales de los jóvenes, han pasado 45 años entre una y otra. Me identifico plenamente con la utopía de la libertad que une a ambos momentos históricos, tan diferentes en sus historias personales y en sus circunstancias históricas, tanto en nuestra patria, como en América Latina y en el mundo.
En mi propia historia personal no hubiera podido vivir con sentido esta aventura humana sin una espiritualidad y sin amor humano, más allá de mis hondos claro oscuros. En mi escrito Amadeus de la lengua de la Mancha, remato manifestando: “¿Por qué titulo este opúsculo, Amadeus de la lengua de la Mancha? Está en el Epílogo de mi libro (Las paradojas de la soledad), significa que la creación artística no es mérito humano: es don, que uno tiene que agradecer, más allá de ser consciente de que no eres nada ni nadie, más allá de estar dispuesto a ser enterrado en una fosa común como un pobre diablo.”.
Estamos viviendo en una crisis múltiple profunda, donde la mediocridad, la corrupción, la precariedad institucional, la violencia que viola todo derecho humano, el desgobierno y la inviabilidad como patria, como nación, como sociedad y como estado nos produce náusea. En contraposición, las protestas de los indignados nos traen esperanzas, como hace 45 años.
Espiritualidad y amor humano nos han acompañado en nuestra lucha por un Perú nuevo y una América Latina nueva en un mundo nuevo, esa lucha te puede costar la vida: en esa lucha te tuteas con la muerte.
El papa Francisco tiene un significado maravilloso en medio de este punto crítico, encontrarse con la generación de los indignados, reencantar a los jóvenes en medio de su protesta, desde una Iglesia Católica que ha hecho mucho daño y que tiene que pedir perdón y cumplir con su promesa. Entre el papa Juan XXIII y el papa Francisco, la Iglesia ha sido también junto al poder político y económico nacional e internacional un factor de devastación ética y espiritual. Además, desde mi memoria y la utopía de la libertad, creo que habrá cambios significativos en este continente que cuenta con más católicos en el planeta Tierra.
Finalmente, entre tomar Gravol para la náusea, en estas fiestas de la patria degradada, que me hunden en la dura tensión entre el dolor y el amor en busca de la tierra del padre, prefiero recurrir a la espiritualidad y al amor humano, para vivir con sentido estos tiempos de crisis.
Diré rematando, que la cuestión del significado del papa Francisco y los jóvenes indignados, tiene un poderoso interés literario para mí, me hacen vivir entre la realidad y la imaginación, me estimulan a escribir. Es un antídoto contra la náusea y el aburrimiento que produce la miseria siniestra del poder local, es un estímulo para la creatividad. Celebraré este 29 la partida de Luis Buñuel y este 31 la conmemoración del aniversario del fallecimiento de Ignacio de Loyola, en lo que marcaron mi vida y en su grandeza creativa, porque no hay nada más que celebrar.