Felices los que lloran, porque ellos serán consolados, Mateo: 5-4.
Hasta que le dieron las fuerzas, pude comunicarme con Javier, me pareció maravillosa no solo la manera en que daba cara a su enfermedad, sino su bella prosa, en su fondo y en su forma. Entrego este mensaje, que es una conversación entre amigos de toda la vida. Cariños entrañables amigo y hermano, partiste hacia la libertad para amar, rumbo a lo desconocido.
“Estimado Fernando:
Por medio de Manuel Piqueras, que aparece siempre en mi vida en los momentos más inesperados, me entero que Enzo, queridísimo amigo, sigue en México, cerca a los sectores con los que trabajó y a quienes sirvió siempre de todo corazón. Son tantos los que quisiéramos tenerlo cerca, recibir su abrazo y su voz serena.
El pase de tantos años sin noticias, los esfuerzos frustrados de Manuel y míos por ubicarlo en San Cristóbal de las Casas, y esta casi milagrosa reaparición en estas circunstancias, difíciles para mi, me han conmovido mucho. No se cómo leer esta señal ahora que me preparo para comenzar mi tratamiento de un cáncer complicado y difícil que quiero enfrentar con decisión y serenidad.
Siento que es una señal de vida, como un llamado a comprometer una visita futura a San Cristóbal para visitar a Enzo en casa y retomar, como si fuera ayer, las conversaciones y las expresiones de afecto que se interrumpieron por encima de nuestras voluntades.
Me alegro tanto de saber que esta allí, donde pertenece y quiere estar, con los que son verdaderamente suyos. ¡Me emociona tanto saber que sigue siendo actor y testigo de las luchas de los que buscan su liberación!
Transmitale mi abrazo más fuerte y cálido, mi cariño más íntimo y la fuerza de vida que su mensaje me ha traído.
Encararé la lucha más decisiva de mi vida, lo haré con ganas de vivir y de seguir batallando, con ganas de verlo más adelante y de confundirnos en un abrazo fraterno de hermanos que se reencuentran.
Gracias a Manuel y a Ud. Fernando por haberme dado esta alegría, esta emoción tan honda e inesperada, de traerme el aliento de un hermano que nunca estuvo ausente, sino apenas distante.
Gracias, Javier Diez Canseco”.