A mi hijo, Emmanuel Piqueras Villarán, Chef y cinturón Jiu Jitsu, en defensa de su madre, Susana, contra la mafia de los revocadores, un testimonio de mis años mozos.
En su viaje al exilio, fuera de la granja, hacia el ancho mundo, el patito feo se unió a una bandada de patos salvajes, machos y hembras. Formaban una tribu adolescente. De ellos recibió afecto. Con ellos vivió el despertar sexual y la complicidad en las peleas brutales, arrastrando su rebelión frente al mundo de los patos adultos.
Llevaba una espina en el alma que lo hacía agresivo y violento. Por ese milagro que solo se encuentra en los cuentos maravillosos de Hans Christian Andersen o de Oscar Wilde, dos singulares patos adultos, un maestro de judo y un maestro de boxeo le enseñaron que el combate debe ser únicamente defensivo, es el principio y el fundamento. El patito feo adolescente admiraba a sus maestros, aunque entendería sus enseñanzas muchos años después.
El patito feo procedía de un linaje de aves hispano-limeñas. Por una parte, fue estigmatizado en su rebeldía, porque donde iba actuaba como un pato salvaje, y por otra, su linaje y su astucia lo protegían en sus conflictos con la ley.
Cuando se sentía en peligro se metamorfoseaba en un gallo navajero. Un día, saliendo de una corrida de toros en la Plaza de Acho, −que frecuentaba porque formaba parte de su cultura−, tendió en la arena de un golpe certero a otro gallo grande y fuerte, mayor que él, al que le tenía miedo pues lo venía retando hacia tiempo.
El patito feo, victorioso en esta pelea breve y feroz, recordó confusamente el mensaje de sus maestros: el combate es defensivo, el valor de la vida humana y natural está por encima de todo. En el claroscuro de la culpa de animal humano, por haber herido a su adversario y haberlo dejado tumbado en un charco de sangre, se abrían paso las enseñanzas de los maestros del combate defensivo.
Manuel Piqueras, I. Dispuesto a morir, en Las paradojas de la soledad. Lima 2012. Biblióteca virtual Amazon.