Estas aves humanas intercambiaron sus vidas, algunas veces divertidas y otras lacerantes. ¿Por qué no? Si, El Príncipe Feliz, de Oscar Wilde, tenía una amiga de verdad, la golondrina que dio su vida por él. Empezaron a reconocerse, logrando una amistad hermosa y honda, siempre cuidando uno de la otra.
Con el tiempo y sin darse cuenta llamaron a esa amistad misterio y gracia, decidieron volar juntos muy lejos, hasta llegar al cielo. Vivieron en ese paraíso sin mirar atrás.
Pasado el ensueño, en una irrupción impenetrable de la conciencia, se dieron cuenta de que había que arreglar los asuntos que tenían en la Tierra, para poder entrar al cielo para siempre, paradójicamente, en un universo sin cielo.
Decidieron separarse para reemprender sus viajes de exiliados, libres, tan solo guiados por sus sueños. Como dice el poeta: “A veces los sueños se desensueñan y se encarnan”.
Nunca renunciaron a la amistad, hasta su partida, rumbo a lo desconocido, hacia la no respuesta, hacia la muerte poética: la más real de todas las muertes.
Manuel Piqueras, IV. Me sedujiste y yo me dejé seducir, en Las Paradojas de la soledad. Lima: 2012. Biblioteca virtual Amazon.