por Manuel Piqueras
El patito feo encontró un jardín secreto donde era amado y respetado, allí pasaba el tiempo en un mundo de belleza y creación, allí las heridas del alma se curaban. La abuela pata y los jóvenes tíos patos lo acogían siempre, aunque fuera tan distinto. Un Edén oculto, el dulce reino de la granja, se llamaba Malambito.
La abuela pata
La abuela pata le contaba cuentos entretenidísimos y lo hacía reír a él, niño maltratado, con sus bromas finas y ocurrentes. El patito feo se las ingeniaba para pasar el máximo de tiempo junto a ella, esos momentos eran un bálsamo, lo llenaban de alegría y tranquilidad.
Los jóvenes tíos patos
El patito feo admiraba a los jóvenes tíos patos por su imaginación sin límites y estaba atentísimo a todas sus ocurrencias. Gozaba con sus graciosas agudezas, con sus argumentos inteligentes, con sus vericuetos retóricos y con sus trasmutaciones de chocolate. Los tíos menores eran como Melquíades en sus años mozos, ese personaje misterioso que hablaba sánscrito, una lengua muerta, como lo descubrirían todos en Cien años de Soledad, un cuento de un tal Gabriel García Márquez.
El ficus ausente y presente
En medio de la casa grande de Malambito, había un viejo ficus inmenso. El patito feo se maravillaba jugando a su alrededor, trepando por su enorme tronco añejo y sus ramas endurecidas desde tiempo inmemorial. También, una poza de agua donde el patito feo podía chapotear.
Tras pasar largas horas en el árbol y en la poza, retornaba al rincón del Museo de los Patos, construido por el difunto abuelo pato. Allí moraban la abuela pata y los jóvenes tíos patos. Era un hogar de protección y cuidado, de inteligencia y creatividad, de goce y sazón de la vida.
La remembranza del abuelo pato estaba presente en la vida de esta familia de animales humanos, su sombra de ficus ausente cubría de luz todo el jardín secreto, diseñado y edificado como casa de la memoria.
Manuel Piqueras, I. Dispuesto a morir, en Las Paradojas de la soledad. Lima: 2012. Biblioteca virtual Amazon. Leer más