“Yo te bendigo, Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños”. Mateo, 11: 25.
Los humanos vivimos un complejo, difícil y largo proceso entre el ver y el no ver, entre el amor al mundo y el mal radical. Ver significa romper con los condicionamientos de la esclavitud interior y de las coacciones externas que nos aprisionan en la miopía y en la ceguera. El ver indica el amor al mundo cuyo principio y fundamento es el valor de la vida y de la libertad, y cuyo portador es el pequeño. Resumo mi mirada al mundo humano crepuscular y matinal desde el pequeño, en quien el valor de la vida en el claroscuro simboliza la metáfora del hallazgo del sentido del siglo XX hacia el nuevo milenio.
Una actitud global
La inocencia constituye la actitud global de los pequeños. La condición de pequeño no se refiere sólo a los niños sino a cualquier ser humano abierto a la experiencia de la “infancia espiritual” o de la “inocencia con experiencia”, tanto en su estilo de vida como en su proyecto de vida y en el sentido último que otorga a su condición humana. El corcel negro y El jardín secreto, dos bellísimas películas de Carol Ballard y Agnieszka Holland producidas por Francis Ford Coppola, y el Imperio del Sol, de Steven Spielberg, nos aproximan a ese mundo.
Sólo un pequeño puede domar a la bestia
En la transposición poética de Ballard se establece un paralelismo con la leyenda antigua en la que un niño pequeño —quien en su adultez se llamó Alejandro El Magno— doma a Belcebú, un corcel salvaje, en un enorme arenal frente al mar. Muchos siglos después, un niño moderno, luego de un naufragio en el que muere su padre, subyuga a Negro (Black), un caballo árabe hasta entonces indomable. La belleza de la naturaleza —la playa, la arena y el mar, la luz solar y lunar, el hermoso sonido de la música— conforma el escenario de este amaestramiento de la bestia.
La narración artística de Ballard sobre los pequeños evoca, por oposición, la tragedia moderna que nos muestra Coppola en su obra cumbre, El padrino, o en Apocalipsis Now. A las bestias salvajes e indomables de la mafia siciliana y del horror de la guerra de Viet Nam les contrapongo al único sujeto humano capaz de amaestrarlas: el pequeño. El pequeño se nos muestra como portador de la vida de todos. Simbólicamente, el niño se manifiesta investido del poder de domar a la bestia moderna de la brutalidad, de la violencia y del asesinato, del afán de lucro sin fin y del poder sin límite.
El jardín secreto: el mundo de los pequeños
En El jardín secreto, la maestría de Holland nos coloca frente al misterio; trata este filme de la curación de un niño por una niña en el hábitat del jardín del Edén. Como señalaba Albert Camus, la condición necesaria para la creación es el secreto y es ésa precisamente la metáfora de Holland. El juego de los niños es el proceso de la creación que permite transitar de la enfermedad a la curación, de la tristeza a la alegría. Inocencia, celebración de la amistad, belleza poética y naturaleza van creando, en ese ámbito íntimo y escondido, la sinfonía del renacimiento de la vida.
Los adultos frecuentemente sembramos enfermedad, tristeza y muerte en los otros; los pequeños, en cambio, son portadores, a través de su inocencia, de la risa y el juego, de la curación y la alegría para todos nosotros. En contraste, siempre se muestra el reverso de la historia desde los pequeños. Al final, todos, niños y adultos, convergen hacia la nueva natalidad, la curación y la alegría.
La gesta del pequeño
El imperio del Sol, bellísima película de Steven Spielberg, narra la historia de un niño inglés creativo y alegre, que vivía con sus padres en una mansión ubicada en el gueto imperial británico de la ciudad china de Shanghai, durante la Segunda Guerra Mundial. En medio de la invasión japonesa a la ciudad, huyendo con sus padres para protegerse de los invasores, Jimmy pronto se encuentra perdido entre la multitud buscando infructuosamente a su madre y a su padre; queda envuelto en el submundo de la guerra y cae prisionero en un campo de concentración nipón.
La mirada, los sueños y los juegos del niño se van constituyendo en la atmósfera envolvente de todo el relato de Spielberg. En esta fábula se desarrolla un combate simbólico entre la infancia valiente, creativa y astuta del niño, y el horror de los poderosos combatientes de la Tierra que pusieron en movimiento la guerra mundial, la guerra chino-japonesa, la invasión nipona a Shanghai, los campos de concentración y la explosión de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki.
En la universidad de la vida, el niño aprende de la mujer que lo cuida, del médico que le enseña, de un cínico que le instruye acerca de la forma de sobrevivir como una pantera en los escenarios de la guerra y del jefe japonés del campo, quien se paraliza ante su inocencia, su inventiva, su forma de hablar en japonés y sus bellísimos juegos y cantos de combate. La historia de Spielberg nos muestra a un niño excepcional, inocente, astuto, amigo y servidor de todos.
Hacia el final del relato, con los aliados vencedores y con Japón y la Alianza vencidos, el pequeño se hunde en la más profunda tristeza ante la visión de Hiroshima y de sus 100,000 muertos. La luz blanca en el cielo, la imagen luminosa del hongo nuclear, enmascaran las tinieblas que ocultan al Goliat moderno que extermina a los inocentes. El niño, el pequeño David, se instituye en la metáfora del único sujeto capaz de vencer a Goliat.
Vivir según el espíritu de los pequeños
El texto del Evangelio de Mateo que narra la inversión que opera el mensaje de Jesús de Nazaret entre los sabios e inteligentes y los pequeños, es la clave de todas las demás inversiones mesiánicas del proyecto de amistad de Jesús que notablemente registran los otros evangelios. Sólo si se tiene una actitud global de infancia espiritual, la lucha por la justicia queda envuelta en gratuidad, se humaniza y se cristianiza.
Estableciendo una relación de sentido entre las bellas historias sobre los niños de Ballard y de Holland y las notables tragedias de Coppola, estamos frente a una polaridad ética entre, por una parte, el cinismo, la mentira, el crimen y la muerte, y por la otra la vida, la integridad, la verdad y la inocencia. El bello himno de Spielberg evoca al pequeño como el sujeto personal, histórico y trágico -y cómico- de la nueva fundación de un campo global y comunitario de vida en la tierra de los hombres.
Nuestra experiencia nos muestra que la existencia humana es un combate espiritual entre los pequeños y los sabios e inteligentes; una lucha cuyo escenario se sitúa al mismo tiempo en el mundo interior y en el exterior, en la historia personal y en su circunstancia histórica. Sólo es posible domar, curar y combatir en la condición humana viviendo según el espíritu de los pequeños.
Manuel Piqueras,”El canto universal del pequeño”, La edad de la utopía. Ideele. Lima: 2001. (con modificaciones).
Leer más »