Éramos muy jóvenes cuando tu madre y tu padre te concebimos, en medio de un amor sin límites en todos los sentidos.
La edad de la inocencia se paga, porque no sabíamos nada de nada: ni maestros, ni libros, no teníamos una sabiduría de la crianza de una niña maravillosa como tú. ¡Perdona amor mío!
Nos consagramos a ti con amor, pero tu padre y tu madre éramos unos soñadores irredentos, sólo el bien era verdadero, el mal no existía. ¡Tú nos diste una lección de realismo!
No tengo culpa, ni vergüenza por las ingenuidades que cometimos, el amor es así de paradojal: “del llanto surge la risa y el cielo se abre”, como nos enseña el Thora.
En la gesta heroica de Lisbeth Salander, en el filme sueco Milleniun, Los hombres que no amaban a la mujeres, recreación de la novela de Stieg Larrson, se me ha revelado el dolor y la alegría, la inhumanidad y la humanidad de una gran mujer joven. Ella le da sentido a esta obra literaria y cinematográfica mágica. Como tematiza Mario Vargas Llosa acerca de esta narración: “Suecia aparece en estas novelas, según Vargas Llosa, como «una sucursal del infierno, donde los jueces prevarican, los psiquiatras torturan, los policías y espías delinquen, los políticos mienten, los empresarios estafan, y las instituciones en general parecen presa de una pandemia de corrupción de proporciones fujimoristas».”.
Sí, te puedo decir, que entregaría la vida por ti, porque te quiero más allá de la vida y de la muerte.
Amadeus andino y universal, Cristo azotado de América, libera y salva a nuestra hija. Sólo tú sabes los misterios del amor entre padres e hijos, y los de toda la humanidad doliente.