Mansedumbre y astucia
Con espíritu de infancia
No está inflado, Yaveh, mi corazón,
ni mis ojos subidos.
No he tomado un camino de grandezas
ni de prodigios que me vienen anchos.
No, mantengo mi alma en paz y silencio
como niño destetado en el regazo de su madre.
¡Cómo niño destetado está mi alma en mí!
¡Espera, Israel, en Yaveh
desde ahora y por siempre!
En el recuerdo vivo de mi madre, Mujer-Amor, en su vida y en su muerte, sus iluminaciones son de una vigencia sorprendente. Son, además, según la Escritura, el corazón pensante de la predicación de Jesús de Nazaret. Están presentes en toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. No están en el centro de este breve texto las luces y sombras de mi existencia, sino por encima de todo, la remembranza del mensaje y del testimonio de mi madre.
He estado pensando en la visión del pequeño que me transmitió mi madre desde que era niño hasta que me hice adulto. Me habló de los niños y de los adultos (“inocencia con experiencia”, en el caso de los adultos) según la enseñanza de Jesús: “Yo te bendigo Padre, porque has ocultado estas cosas a sabios y prudentes, y se las has revelado a pequeños” (Mateo, 11-25), la que tan bellamente se expresa también en el Salmo 131, Con espíritu de infancia, que encabeza esta breve meditación.
La preferencia por el pequeño es la inversión mesiánica central de Jesús, alrededor de la cual se despliegan todas sus otras inversiones mesiánicas: su predicación sobre la compasión y la solidaridad, sobre la justicia y la caridad; la acogida a la viuda, al huérfano y al extranjero. A veces, siento y pienso que la perspectiva del pequeño nos liberará y nos salvará. Sólo tenemos que confiar, como confiamos en el amor entre el amado y la amada, que se revela en el bello poema, Noche Oscura, de San Juan de la Cruz.
Un sentido realista del mal: los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas
“Los hijos de las tinieblas son más astutos (…) que los hijos de la luz” (Lucas, 16-8), es un tema fundamental que recorre toda la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, que mi madre me citaba iluminándome para fortalecerme y no dejarme inerme ante mis propios límites humanos y al acecho exterior de los hijos de las tinieblas. Tardaba en tomar conciencia de este mensaje que me removía hasta los conchos.
Todo el mensaje de mi madre se resume en la palabra de Jesús: mansedumbre y astucia
“Miren que yo los envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues astutos como serpientes, y sencillos como palomas” (Mateo, 10-16). ¡Cuántas veces escuché esta iluminación en la maternidad y filiación que compartí felizmente con ella!
Gracias, María Angélica, madre maravillosa, tu recuerdo libera y salva por siempre.
A mis familias Piqueras Luna y Piqueras Villarán, con amor.