más que cuando se quiere a un ser humano
despacio, muy despacio
y sin mucha esperanza.
Por ti he sabido yo cómo era el rostro
de un sueño: sólo ojos.
La cara de los sueños
mirada pura es, viene derecha,
diciendo: “A ti te escojo, a ti, entre todas”
como lo dice el rayo o la fortuna.
Un sueño me eligió desde sus ojos,
que me parecerán siempre los tuyos.
Por ti supe también
cómo se peina un sueño.
Con qué cuidado parte sus cabellos
con una raya que recuerda
a la estela que traza sobre el agua
la luna primeriza del estío.
Mi mano, o una sombra de mi mano,
o acaso ni una sombra,
la memoria, tan sólo, de mi mano
jamás acarició una cabellera
tan lenta y tan profunda
como la de ese sueño que me diste.
En el pelo, en el pelo de tu sueño
fueron mis pensamientos enredándose,
entrando poco a poco, y se han perdido
tan voluntariamente en él que nunca
los quiero rescatar: su gloria es ésa.
Que estén allí, que duermas
sobre las despeinadas
memorias que mi alma te ha dejado
entretejidas en su cabellera.
Por ti he cogido a un sueño de las manos.
Por ti mi mano de mortal materia,
ha tocado los dedos,
tan trémulos, tan vagos,
como sombras de chopos en el agua,
con los que un sueño roza al mundo
sin que apenas lo sienta
nadie más que la frente consagrada.
Por ti he cogido un sueño de las manos,
o de las que parecen manos, alas.
Las he tenido entre las mías,
un año y otro año y otro año,
como se tienen las de un ser que va a marcharse,
fingiendo que es para decirle adiós,
pero con tal ternura al estrecharlas,
que renuncia a su fuga y nuestro tacto,
de adiós se nos transmuta en bienvenida.
Por ti aprendí el lenguaje
tan breve y misterioso de los sueños.
Cabría en el cristal
de una gota de agua.
Está hecho de dos letras cuyos trazos
aluden con su recta y con su curva
a la humana pareja, hombre y mujer.
“Sí” dice, sólo “sí”.
Los sueños nunca dicen otra cosa.
Nos dicen “sí” o se callan en la muerte.
Por ti he sabido cómo andan los sueños.
Llevan los pies desnudos
y parecen más altos todavía.
El ama por que cruzan se nos queda
como playa que primero holló
Venus al pisar tierra, concediéndole
las indelebles señas de su mito:
las huellas de los dioses no se borran.
Entre el vasto rumor de los tacones,
que surcan las ciudades colosales,
mi oído a veces percibe
un rumor leve como de hoja seca,
o de planta desnuda: es que te acercas,
por las celestes avenidas solas,
es que vienes a mí, desde mi sueño.
He sabido por tí de qué color
es la sangre de un sueño. Yo la he visto
cuando un día le abriste tú las venas
escapar dulcemente, sin prisa, como el día
más hermoso de abril, que no quisiera
morirse tan temprano y se desangra,
despacio, triste, recordando
la dicha de su vida:
su aurora, su mañana, sin rescate.
Por ti he asistido, porque lo quisiste,
al morirse de un sueño.
Poco a poco se muere
como agoniza el campo en el regazo
crepuscular, por orden de la altura.
Primero, lo que estaba al ras de la tierra,
la hierba, la primer oscurecida:
luego, en el árbol, las cimeras hojas,
donde la luz, tamblando se resiste,
y al fin el cielo todo, lo supremo.
Los sueños siempre empiezan a morirse
por los pies que no quieren ya llevarlos.
Como el cielo de un sueño está en sus ojos
lo último que se apaga es su mirada.
Y por ti he visto lo que nunca viera:
el cadáver de un sueño.
Lo veo, día a día, al levantarme, aquí, en mi cara.
(Has vuelto tu mirar hacia otro rostro)
Me lo siento en las manos,
enormes fosas llenas de tu falta.
Está yacente: tumba le es mi pecho.
Me resuena en los pasos
que van, como viviendo, hacia mi muete.
Ya sé el secreto último:
el cadáver de un sueño es carne viva,
es un hombre de pie, que tuvo como un sueño,
y alguien se lo mató. Que vive finge.
Pero ya, antes de ser su propio muerto,
está siendo el cadáver de un sueño.
Por ti sabré, quizá, como viviendo
se resucita aún, entre los muertos.