El sueño del celta de Mario Vargas Llosa I

Mario Vargas Llosa, nos conduce en esta fabula al horror, a la civilización occidental en la colonización del Congo (belga) y de la Amazonía (peruana), “maquinaria de explotación y exterminio” de los nativos, a finales del Siglo XIX e inicios del Siglo XX.

Sólo he leído un relato de esta envergadura en, Los orígenes del totalitarismo, obra maestra de Hanna Arendt, que se inicia en los mismos siglos y años, y que culmina por cristalización en el totalitarismo, el nazismo y el estalinismo.

Existe otra obra fundamental, En busca de los pobres de Jesucristo, El pensamiento de Bartolomé de Las Casas, de otro gran intelectual y escritor peruano, Gustavo Gutiérrez, que nos lleva a los “Cristos azotados” de las Indias, en el Siglo XVI, trasfondo histórico decisivo del martirio de inmensas masas de indígenas.

En la trama histórica de la narración de Vargas Llosa en, El sueño del celta, Roger Casement, de orígen irlandés y consul británico, es el personaje central de este relato magistral (la novela está poblada de personajes sorprendentes, monstruos y héroes, y especialmente de los rostros del prójimo que forman parte de, “el martirio de las comunidades indígenas”).

Roger Casemet, entre el Congo africano, la Amazonía sudamericana y su propia patria, la Irlanda europea, va metamorfoseándose en su viaje por esa “humanidad desdichada”, desde una falsa e ingenua conciencia, a una lúcida y realista, y a momentos de gran confusión.

Esta conversión de la conciencia del celta, se entrelaza con sus sueños y pesadillas en su andadura dolorosa hasta lo indecible por el sufrimiento y la maldad humana extremos, causado por el poder absoluto y la impunidad, por el afán de lucro llevado más allá de todo límite, la codicia y la avaricia, de los colonizadores de los imperios occidentales.

El relato de Vargas Llosa, nos lleva a preguntarnos no sólo por la explotación y el exterminio del otro ‒de la diversidad del diferente‒, nos interroga hondamente sobre una cuestión metafísica, espiritual, sobre el pobre, el humilde y el nativo, como cuestiona en su narrar lúcido, realista, convincente, en la voz del celta: “Llego a pensar que ese sufrimiento generalizado de los congoleses impregnaba el aire, el río, la vegetación que lo rodeaba con un olor particular, una pestilencia que no sólo era física, sino también espiritual, metafísica”.

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