El signo distintivo de la personalidad de este hombre que bebe del pozo de la tragedia andina y universal es su maestría de la amistad que rompe todo límite. El significado de esta gracia se asocia a su espiritualidad marcada por el proyecto de amistad con Dios y de amistad con los pobres. El tiempo, como escucha de los seres humanos concretos que sufren despojo y asesinato, y de todas las personas únicas e irrepetibles que se duelen a secas. El Evangelio de Juan, que proclama el proyecto de amistad de Jesús, inspira esta centralidad de la amistad en la palabra y la acción de Gutiérrez. En esta alteridad se inscribe su apasionado gusto por la vida, la libertad y la belleza, y su notable sentido del humor, que marcan toda su existencia y su obra.
Lo que más le indigna a este testigo del Dios de Jesucristo es el cinismo de quienes fundan y conservan el sufrimiento humano, despojan y asesinan al pobre y al diferente, exterminan las culturas nativas y destruyen el hábitat natural en el fontano lugar de “las Indias”, “las Américas” y el mundo. El Evangelio de Mateo, en el que Jesús habla del discipulado como un camino acechado por los riesgos del fariseísmo y el cinismo -cuando va acercándose la hora de su muerte en cruz-, es una fuente esencial de la reflexión y la acción de Gutiérrez. No es Pedro negando a Jesús tres veces a causa de su poca fe el que lo indigna; no es Judas traicionando a Jesús, por razón de su ideología mesiánica y sectaria, el que lo indigna; es el cinismo de Herodes y Pilatos asesinando y despojando a los inocentes el que lo indigna, el que lo remueve hasta los conchos.
Recorrer la vida y la obra de este hombre con sus 80 años nos lleva al misterio de Dios y al misterio del mundo, en el cual el Dios de Abraham, de Isaac, de Jacob y de Jesucristo se encarnó, sufrió muerte de cruz y resucitó. Este misterio del amor de Dios, que todo lo envuelve, se juega entre la cálida luz y la dura luz, es la sinrazón de la esperanza de Gutiérrez, aunque este principio de esperanza no llegue siquiera a tener la pequeñez de una gota de rocío o de una brizna de paja. El discípulo es, a la vez, en su mundo interno y externo, aquel que articula con firmeza y delicadeza todas las sangres fragmentadas y enfrentadas en estas tierras de tragedia y esperanza.
Manuel Piqueras, Gustavo Gutiérrez: hablar de Dios desde el sufrimiento del inocente. Lima: 2004.