Como señala Antonio Cano, corresponsal de El País en Washington, D.C., nunca como ahora el Nobel había sido la expresión de una esperanza, de un llamado a la acción tan fuerte en el imaginario de la humanidad: “El Nobel de la Paz agiganta la dimensión universal de Barack Obama y eleva hasta el desasosiego las expectativas sobre su presidencia y su responsabilidad personal en la transformación del mundo que conocemos. Obama ha aceptado públicamente esa pesadísima carga al declarar que entendía la concesión del prestigioso premio como “una llamada a la acción”, un estímulo para hacer frente a conflictos que desangran a la humanidad desde hace décadas y a nuevas amenazas que renuevan cada día los riesgos de una catástrofe.”.
Desde estas Páginas Libres, hacemos nuestra esta esperanza y este llamado a la acción por un nuevo orden mundial compasivo, solidario y pacífico, no sin ser consientes de que es un camino empedrado y lleno de emboscadas. Es un sí, pero todavía no, es la tensión del pensamiento y la acción en una aventura humana por la verdad, la justicia y la paz mundial.
Obama: “Una llamada a la acción”, Antonio Cano, corresponsal del diario El País en Washington, D.C. : 09/10/2009.
El Nobel de la Paz agiganta la dimensión universal de Barack Obama y eleva hasta el desasosiego las expectativas sobre su presidencia y su responsabilidad personal en la transformación del mundo que conocemos. Obama ha aceptado públicamente esa pesadísima carga al declarar que entendía la concesión del prestigioso premio como “una llamada a la acción”, un estímulo para hacer frente a conflictos que desangran a la humanidad desde hace décadas y a nuevas amenazas que renuevan cada día los riesgos de una catástrofe.
Nunca como ahora, la concesión del Nobel había sido la expresión de una esperanza. La misma que aupó a Obama sorprendentemente a la presidencia de Estados Unidos en noviembre pasado y la misma que, desde su irrupción en el escenario internacional, lo ha convertido en el mayor símbolo del cambio hacia un futuro mejor. Aunque el comité noruego que decide el premio ha explicado en Oslo su decisión como un respaldo “a lo que (Obama) ha defendido y al proceso positivo que ha puesto en marcha”, solo la esperanza puede justificar esta monumental distinción a un hombre que solo lleva nueve meses en la Casa Blanca y que, por tanto, no ha cosechado aún méritos suficientes.
Un reconocimiento a EE UU
Obama ha reconocido con humildad su corto historial y ha querido extender el reconocimiento al papel que Estados Unidos puede jugar en esta época post-George Bush en el fomento de una convivencia internacional basada en el respeto, el diálogo y la cooperación. “Siento que no merezco estar en compañía de tantas figuras transformadoras que ha sido honradas con este premio”, ha manifestado.
Este galardón constituye, seguramente, un orgullo para millones de compatriotas que tienen que remontarse hasta 1919 para encontrar al último presidente, Woodrow Wilson, que lo recibió durante su mandato -antes lo había ganado Theodore Roosevelt, en 1906, y después, ya fuera de la Casa Blanca, lo obtuvo Jimmy Carter en 2002-. Pero eso no significa que el Nobel no deje fríos a otros muchos millones de norteamericanos indiferentes a la opinión extranjera ni que esto sea una patente de corso para el resto de su gestión.
Al contrario. El premio le llega a Obama cuando, dentro de Estados Unidos, empieza a cuestionarse seriamente el acierto de sus principales decisiones, tanto internacionales como domésticas, y cuando su popularidad, hoy ligeramente por encima del 50%, empieza a decrecer. Pasado el furor de las primeras horas, con toda probabilidad esta distinción será utilizada por sus rivales para acentuar las críticas sobre la pretendida vanidad de un personaje al que se acusa de que, a medida que crece como estrella mundial, se despega más de las preocupaciones del ciudadano común. Hasta tal punto, que el portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, ya tuvo que responder a preguntas sobre si Obama había considerado la posibilidad de renunciar al galardón.
Tratando de anticiparse a todo eso, el presidente ha declarado que no interpreta el Nobel como un reconocimiento a sus propios logros sino como “una afirmación al liderazgo norteamericano”. Precisamente de la pérdida de ese liderazgo le acusan sus críticos. El último ejemplo fue la derrota de la candidatura de Chicago para la celebración de los Juegos Olímpicos. Y, en áreas más delicadas, Obama es acusado por la oposición de abandonar a los aliados y no plantar cara a los enemigos.
En ese sentido, este premio puede ser útil frente a esas críticas como refrendo de la política que Obama trata de desarrollar. Así lo entiende por lo menos el comité del Nobel, cuyo presidente, Thorbjoern Jagland, ha comparado este galardón con el que, en su día, se otorgó a Willy Brandt o a Mijail Gorbachov con el ánimo de impulsar la ostpolitik y la perestroika.
“Nueva era de compromiso”
Obama ha ratificado, en su comparecencia en la Casa Blanca, el pensamiento por el que ha sido laureado. El primero, el de una diplomacia multilateral. “Los desafíos actuales no pueden ser afrontados por un líder o una nación sola”, dijo. “Mi Administración trabaja para establecer una nueva era de compromiso en el cual todos los países asuman su responsabilidad en el mundo que se pretende construir”.
El segundo pilar de la política exterior premiada en Oslo es el del desarme y la no proliferación: “No podemos tolerar un mundo en el que las armas nucleares se extiendan a otras naciones y en el que terror de un holocausto nuclear amenace a más personas. Por eso hemos empezado a dar pasos concretos hacia un mundo sin armas nucleares”.
Frases similares pueden ser pronunciadas por cualquiera sin más valor que el de la bella retórica. Obama, en cambio, es el presidente de Estados Unidos, y cuenta con los instrumentos para cumplir con sus promesas, al menos parcialmente. El Nobel viene a ser un instrumento más que se le concede a un hombre ya poderoso para lidiar asuntos como el programa nuclear de Irán, la guerra de Afganistán, la retirada de Irak, el conflicto de Oriente Próximo, el desarrollo de África, la extensión pacífica de la democracia y la convivencia en términos de colaboración con otras potencias mundial, especialmente China.