Sus cenizas fueron entregadas al mar, a la luz y a la libertad por su propio deseo, para encontrarse con las de don Fernando, su amado esposo.
Doña Fina sopló vida y paz a los que amó —a los suyos y a los otros—,
desde la arena del dolor humano, antes de su partida definitiva del
reino de este mundo en el que ella alumbró felicidad.
Mostró su belleza trágica y esperanzada, afilada, perfilada en los rasgos apacibles de su hermoso rostro caído, en el instante supremo en que la enfermera dijo: “Su madre ha fallecido”, certificándoles la defunción, suavemente, a las hijas y a los hijos, a las nietas y a los nietos, unidos en torno a ella en su habitación, en la noche oscura.
Doña Fina, fuerza y ternura, fuerza y sabiduría, fuerza y humildad,
—“fuerza débil fuerte”—,
nos reencontraremos en la comunidad lunar y solar de la amistad,
juntos todos, con don Fernando, su caballero, Quijotín.