Hay que cortar por lo sano con la “obamanía”, visión ingenua, acrítica y éticamente cuestionable en nuestras Páginas Libres. El problema de fondo es que con George W. Busch y su entorno ultra neoconservador, como señala hoy en su blog, Lluís Bassets, subdirector del matutino El País, “nunca Estados Unidos llegó tan lejos en desprestigio y en pérdida de autoridad e influencia”. El asunto es concreto, con la administración Busch se engendró en el planeta una atmósfera tóxica y perversa que destruyó toda esperanza, en contraposición, con el presidente Obama hay un vuelco significativo que retoma la esperanza; pero no podemos aún tener previsión y perspectiva, no estamos tampoco “en el mundo de las maravillas”. Nos mantenemos críticos, independientes y vigilantes, aunque tampoco vamos a “tapar el sol con un dedo”.
“Irak y la crisis económica -también conversó a lo largo del día con los responsables de esa materia- ocuparon las primeras horas de Obama en la Casa Blanca, cuyas puertas fueron ayer testimonialmente abiertas durante un rato a los ciudadanos, en una prueba de transparencia que intenta ser la práctica habitual de esta presidencia.
Fue un día repleto de actividad en Washington, con iniciativas por parte del nuevo presidente en diferentes frentes de su agenda más inmediata. Pero la acción más expeditiva fue en relación con Irak. Curiosamente, Obama se reunió para empezar la retirada con los mismos hombres que han dirigido la guerra en los últimos dos años: el secretario de Defensa, Robert Gates, el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, almirante Mike Mullen, y el jefe del Comando Central, general David Petraeus. El embajador estadounidense en Bagdad, Ryan Crocker, y el jefe de las fuerzas en Irak, general Ray Odierno, también participaron en la sesión de trabajo.
El nuevo presidente ha pensado, y así lo ha comentado en algunas entrevistas recientes, que dejar el repliegue en las manos de quienes dirigían el conflicto es la mejor manera de asegurarse que esto lo hacen auténticos conocedores de la situación y de la forma menos traumática posible.
El Pentágono, de hecho, lleva ya varias semanas -desde poco después de la victoria electoral de Obama- haciendo discretamente preparativos para la retirada, y, si no se producen sorpresas, las tropas podrían estar fuera de Irak en el plazo de 16 meses que el presidente había prometido durante su campaña, o incluso antes. Los responsables militares quieren, en realidad, cerrar cuanto antes la página de Irak para poder concentrarse de forma más eficaz en Afganistán, como les ha pedido Obama. La retirada de Irak no sólo plantea un montón de interrogantes sobre la capacidad de las actuales autoridades de ese país para gobernarse por sí mismos en paz, sino que representa un enorme desafío táctico para los mandos a los que se ha ordenado esta nueva misión.
Obama, sin embargo, sólo pudo dedicarle ayer a ese asunto una pequeña porción de un día en el que, además del cierre de Guantánamo y del primer análisis sobre el paquete de estímulo económico -825.000 millones de dólares (unos 641.000 millones de euros)- que ha empezado a discutir el Congreso, el nuevo presidente firmó varios decretos sobre las normas éticas que regirán en su Administración para mantener a distancia a los lobbies (grupos de presión), anunció la congelación de los salarios de los funcionarios por encima de los 100.000 dólares (75.000 euros), tomó juramento a parte del personal a su servicio -“el servicio público es un privilegio, no una oportunidad para hacer dinero, ganar influencia o promover una determinada ideología o proyecto político”, les dijo-, acudió a una ceremonia religiosa ecuménica en la catedral de Washington y saludó a la gente que visitó la Casa Blanca en esta jornada de puertas abiertas.
Todos los sombreros que debe usar el presidente de Estados Unidos -el de comandante en jefe, el de líder mundial, el de guardián de las tradiciones, el de administrador del Tesoro público, el de ciudadano-, todos, pasaron ayer por la cabeza de Obama.
El presidente entró por primera vez en el Despacho Oval a las 8.35, una hora muy tardía para la costumbre local, pero justificada en este caso, puesto que el presidente acabó a la una de la madrugada su ronda por 10 de los bailes de gala organizados en su honor en la capital.
La primera reunión en el célebre despacho fue a las 8.45 con su jefe de gabinete, Rahm Emanuel, que marca desde el inicio la enorme influencia que va a tener en este Gobierno. Veinticinco minutos después entró la primera dama, que no se va a quedar muy atrás de Emanuel. La mesa estaba casi vacía, ni siquiera un ordenador. En un cajón, había un sobre cerrado que George W. Bush le había dejado y en el que había escrito: “Para el 44, del 43”, el orden que cada uno ocupa en la cuenta de los presidentes estadounidenses. El artilugio más sofisticado sobre el escritorio era el famoso teléfono que aparece en el álbum fotográfico de todos los inquilinos de esta mansión. Obama utilizó ayer ese teléfono para sus primeras gestiones sobre la crisis de Oriente Próximo.
Habló con el primer ministro israelí, Ehud Olmert, con el líder de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, con el presidente de Egipto, Hosni Mubarak, y con el rey Abdalá de Jordania. “En la secuela del conflicto de Gaza, el presidente enfatizó su determinación a trabajar para consolidar el alto el fuego mediante el establecimiento de un sistema anticontrabando para evitar que Hamás se rearme y facilitando, en colaboración con la Autoridad Nacional Palestina, un gran esfuerzo de reconstrucción para los palestinos en Gaza”, dijo el nuevo portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, sobre el contenido de esas conversaciones.
Obama, probablemente, ampliará en las próximas horas sus gestiones en esa región con el nombramiento de George Mitchel, el arquitecto de la paz en el Ulster, como enviado especial y una primera incursión en la zona de la secretaria de Estado, Hillary Clinton.”.
EL PAÍS.COM. Antonio Cano, Washington, D. C., 22/01/2009.