Esta diferencia entre intención de voto y posicionamiento ideológico es el que permite mantener la esperanza de los republicanos sobre un buen resultado electoral entre los votantes hispanos. Sin embargo, hay que recordar que los hispanos, provenientes principalmente de América Central, si bien son tradicionales en sus valores, no son proclives a votar a los partidos de “derechas”, por cuanto la propia historia de sus países de origen les hace identificarlos con élites que no tienen ni su respeto, ni su consideración, ni su aprobación. Muchos partidos de “izquierdas” en América Central tienen posiciones muy cercanas a la Iglesia Católica -tradición en valores personales y familiares e innovación en políticas económicas y sociales-, pero no dudan en defender valores sociales y económicos cercanos a las tesis de las izquierdas.
Medios especializados aceptaban como tesis más probables que los indecisos entre los votantes hispanos serían más en relación con el candidato y no tanto con el partido. Algo que confirmaría el bajo posicionamiento que tienen los republicanos entre estos votantes. MacCain sabe bien que las encuestas le dan un 28 por ciento de los votos de los inmigrantes latinoamericanos, y que eso es poco. En las elecciones pasadas, George W. Bush logró el 44 por ciento de ese mismo voto, y ganó; cuestión que no se repetirá nunca más por su desastrosa y desprestigiada administración.
El voto hispano será, a todas luces, el voto definitorio, en estados del suroeste de Estados Unidos, como Nevada, Colorado y Nuevo México, y eso no pasa desapercibido para las dos campañas. Obama y MacCain tendrán un combate decisivo para captar ese voto en relación a la consistencia y seducción de sus ofertas electorales de política migratoria, y no en viajes apresurados sin una visión clara y concreta a países claves de América Latina, donde además el liderazgo de la democracia imperial se encuentra muy mellado.