La historia personal que surge de la memoria y el recuerdo, y los acontecimientos que se manifiestan como historia y relato en el presente eterno. La memoria, el pensamiento y el lenguaje se instituyen en las tres piedras angulares de lo que llamo el oficio de la soledad y de la comunión. Estas páginas constituyen un breve discurso del método de indagación y escritura de mi obra terminada.
Los ensayos reunidos
La edad de la utopía reúne pensamientos espontáneos e inadvertidos. “El rostro del prójimo, el despertar de Emmanuel Levinas”, “Pensar el sentido de la muerte: Heidegger y Levinas” y “El espíritu del tiempo, aproximación a Hannah Arendt y a Amartya Sen” son ensayos que buscan un nuevo paradigma filosófico y ético que ilumine nuestros estilos y proyectos de vida tanto personales como colectivos en el “presente eterno”. Desde la Ética a Nicómaco de Aristóteles, pasando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hasta la “ética del rostro del otro” de los pensadores de la vida y la libertad, el programa del prójimo nos cuestiona y compromete desde el corazón hasta las entrañas.
“Lectura del siglo XX, tiempo de tragedia y esperanza” es un inventario espontáneo del siglo pasado que se interroga sobre la crisis de larga duración de la Edad Moderna y sobre el nacimiento de la nueva edad. Es una mirada al tiempo de tragedia y esperanza desde el punto de visión del pequeño, no desde el de los sabios y prudentes. “La belleza nos hace libres, reflexiones desde el arte y la filosofía” junta escritos en busca de palabras e imágenes que nacen de los jardines secretos de la memoria.
Pensamiento y escritura
Este libro surge de una inquietud intelectual y vital que me ha llevado a indagar y a escribir una respuesta frente a la crisis de la Edad Moderna y al advenimiento de una nueva y aún desconocida edad. En la avalancha de todas las crisis, me anclé en mi mundo interno y desde ahí organicé el mundo externo. Ejercí el derecho humano a pensar irreductiblemente con libertad, a pensar y comprometerme.
El pensamiento de sentido y la escritura de la alteridad proponen una actitud global de humildad y de gratuidad. El único principio ha sido “cuanto más sé, menos sé”. La única regla ha sido “lo que indago y escribo es inútil”. En cierto sentido, el oficio de la soledad trata de lo gratuito e inútil. Éste ha sido el método que inspiró La edad de la utopía.
La sabiduría del pequeño
La imagen mental y visual que quiero que sea vista, oída y leída en mi obra es que, en la aventura de la existencia humana, en un tiempo de discopía y utopía, el sentido del vivir y del morir sólo son posibles de alcanzar desde la inocencia del pequeño. Éste es el argumento central de mi libro. Mi texto es, en cierto sentido, semejante a la interpretación de los juegos entre niños que creó el notable artista y pensador Erik Erikson.
La sorpresa de un niño ante la inmensa luz-oscuridad del mundo –¿máscara o rostro?, ¿trampa o verdad?–. En el trasfondo de la bella y trágica gesta del pequeño se encuentra el niño David combatiendo con la fuerza de su inteligencia contra el Goliat del horror moderno y posmoderno.
La edad de la utopía es el discurso del pequeño, paloma y serpiente, en tiempo de tragedia y esperanza, es el lugar significante de un pensamiento y un lenguaje andino y universal.
El hombre rebelde, de Albert Camus, propone un inconformismo social frente a los autoritarismos, los totalitarismos, los asesinatos y los despojos de los inocentes. Personalmente, soy un crítico del mundo adulto (“los sabios y prudentes”), amo a los niños y a los jóvenes, me identifico con ellos, como Hannah Arendt testifica con su espiritualidad secular de la “inocencia con experiencia”. Ésta es mi perspectiva, la de un inconformismo integral que espera contra toda desesperanza, que nada ni nadie torcerá.
La historia personal
Los jardines secretos –lugares únicos de formación, juego y creación–, son las fuentes del depósito de la memoria. El testamento artístico de Manuel Piqueras Cotolí, mi abuelo, transmitido a través del recuerdo, y de los inteligentes y cálidos relatos de mi abuela viuda, marcaron mi mirada al mundo.
La herencia intelectual y vital del aggiornamento de las grandes religiones de la humanidad en el testimonio de Juan XXIII y del mahatma Gandhi me lanzaron en busca de los asesinados y despojados, amigos del Dios humilde. En esta trama histórica –rica de acontecimientos– encontré un gran estímulo en Gustavo Gutiérrez y en mi grupo de la generación del 68.
En continuidad y discontinuidad, la toma de conciencia de lo más intimo de la intimidad, el desarrollo de la propia identidad y libertad en la envoltura de la soledad, se tornó en un lugar significante de indagación y escritura. En este jardín secreto, en el capullo de la luz solar y lunar, del mar y del amor de Susana y de mis hijos, se gesta y nace La edad de la utopía.
Estos ensayos reunidos recogen los archivos vivos transmitidos desde mi niñez, confrontados con el pensamiento y propuestos como una palabra a la circunstancia histórica vista como presente absoluto, como señala Mirko Lauer en el prólogo del libro.
La circunstancia histórica
Me interesa sólo resaltar mi punto de visión frente a la circunstancia histórica y mi profundo sentido de ser una persona seducida por su tiempo, el siglo XX y el cambio de época.
“Todo tiempo pasado fue mejor” es una frase masivamente popularizada que expresa una mirada equivocada del presente y del futuro de la humanidad. El pasado no es percibido como memoria para la libertad; el pasado, en esta expresión popular, es defensivo, temeroso y conservador. Esta mirada en retirada del siglo XX y el cambio de época que tienen los profetas de calamidades no sólo está presente en el hombre común sino en el docto.
El siglo XX y la nueva edad, en tiempo de tragedia y esperanza, me recuerdan al Renacimiento europeo y al Siglo de Oro español. Nuestro siglo y la nueva y aún desconocida edad son un tiempo propicio para la creatividad y para los grandes cambios históricos.
Una palabra final
El epígrafe de mi libro es una dedicatoria a Andrea, Alejandra y Maite –mis nietas–, a Soledad –mi hija– y a Susana –mi esposa–, las niñas de mis sueños. Esta inscripción es una imagen viva y operante, revela a la mujer presente en mi vida, el rostro humano que se manifiesta a veces como una brisa suave y otras como una tormenta.
A través de esta dedicatoria, quiero agradecer el testimonio de entrañables amigas que –con su inteligencia, su cuidado y su integridad– cambiaron el sentido de mis palabras y de mis actos.
Manuel Piqueras, “El oficio de la soledad”, Revista Ideele, N° 137, mayo de 2001. (Con modificaciones. La más importante mutación de este tejido es la intensidad de la experiencia de ser abuelo de Andrea, Alejandra y Maite, niñas nacidas del misterio insondable del amor).