El ángel caído: el absurdo del mal

En la película Drácula: el amor nunca muere (1992), Francis Ford Coppola se aproxima, desde una perspectiva poética e histórica, al mito del conde rumano Val Dacul, que tiene su origen en 1492. En palabras del cineasta, su personaje es “un ángel caído, como Satán”. La película esta basada en la novela de Bram Stoker, Drácula (1897); el filme de Coppola es una lectura rigurosa de este relato, marcado por el propio talento creador del cineasta.

La novela de Stoker ilumina los espantos de la circunstancia histórica del siglo XIX —el antisemitismo, el imperialismo y el pretotalitarismo, y a sus víctimas en masa—, como lo revelaron grandes pensadores y escritores entre los que se encuentran Dostoievski, Melville y Kafka, contemporáneos de Stoker.

El filme de Coppola transparenta los horrores del siglo XX, el totalitarismo, las guerras mundiales y civiles, así como las megamuertes de más de 200 millones de civiles inocentes. El problema del mal radical en la condición humana le otorga una renovada actualidad al mito de Drácula.

Drácula es un filme realizado después de la trilogía de El padrino (1972, 1975 y 1990, respectivamente), y de Apocalypse Now (1979), excepcional exploración del mal radical en el universo simbólico e histórico humano de nuestro tiempo.

El mito se remonta al siglo XV y su escenario es Transilvania, un lugar remoto de Rumania, en Europa central. El conde Val Dacul vence a sus enemigos infieles en una sangrienta guerra santa. Antes de que él regrese a su castillo, su prometida recibe un falso mensaje que le anuncia la muerte de su amado. Desesperada, ella se lanza a un río helado y muere, quedando sin derecho a recibir cristiana sepultura. Al enterarse de la tragedia, el conde maldice a Dios, hunde su espada en un Cristo crucificado y bebe de la sangre que brota de él, con lo cual se condena eternamente a ser un muerto en vida, sediento de sangre humana.

A finales del siglo XIX, cuatro siglos después de que sucedieran los acontecimientos que dieron origen a la leyenda, en Londres, capital del más poderoso imperio de la Tierra, Drácula regresa como un ángel exterminador de la vida de los inocentes. La bellísima tragedia de Coppola tiene como argumento la intención de Drácula de seducir a Mina, una joven inocente que le recuerda al conde a su amada muerta. Este propósito del sanguinario vampiro va acompañado por el de asesinar al prometido de Mina, así como a sus amigos íntimos.

Luego de matar a la mejor amiga de Mina, Drácula logra seducir e infectar a la joven. En Londres y en el camino al castillo de Transilvania, el prometido, los familiares y los amigos de Mina descubren el mal en su raíz, elaboran un plan e inician el seguimiento del ángel satánico. Esta persecución —que termina con el triunfo sobre el vampiro—tiene éxito porque se basa en la notable combinación de la sabiduría, la ley humana y la ley del amor. La inercia de vencer al mal radical usando sus propias armas es el camino oscuro de la derrota y la muerte. Al final, Mina, la bella joven inocente, se compromete, cree en el amor y lo espera, y finalmente libera y mata a la bestia, al ángel caído, a Satán.

La película muestra simbólicamente que los portadores capaces de contagiar el sida —así como de participar en el negocio de la droga, en El Padrino—son los vampiros satánicos muertos en vida. Ésta es una metáfora de la acumulación de la riqueza y del poder infinito; de la avaricia, la codicia, la violencia y la egolatría que rige el espíritu de las grandes potencias de Occidente.

El argumento ético del filme de Coppola es que, en la aventura de ser libres para amar —principio y fundamento de la existencia—se establece una línea divisoria entre dos caminos: maldecir o bendecir a Dios y al prójimo. Maldecir a Dios y al prójimo significa la muerte, que encarna Drácula en su satánica humanidad. Bendecir a Dios y al prójimo entraña la vida, que representa la bella joven Mina, en su inocente humanidad.

La idea de que el amor nunca muere significa que el amor nos libera de la muerte en el don pleno de la vida y la inocencia. La película se aleja de todo moralismo maniqueo y de toda neutralidad ética, y se sitúa en el horizonte de una ética de la libertad humana capaz de conducir al amor y a la belleza. Con su enorme fuerza de exterminio de la vida y la inocencia, el ángel caído pone su tienda en la historia. Pero el mal radical y la muerte del inocente no son la última palabra en ésta. Nos hallamos no sólo frente a una leyenda fundacional, sino de cara al presente y al futuro de la humanidad.

Manuel Piqueras, “Epílogo. El ángel caído: el absurdo del mal”, en Solidaridad frente a homicidio: ensayos sobre la no violencia militante en el siglo veintiuno. Ideele. Lima: 2003.

Puntuación: 3.71 / Votos: 7