La utopía es el lenguaje humano por excelencia, es poesía en prosa y en verso. ¡Es escritura! El lenguaje de la utopía es la mediación en la que se anuda el lenguaje de la tragedia y el lenguaje del Apocalipsis. El lenguaje de la tragedia —las lamentaciones del pobre y el pequeño desde el sufrimiento humano sin causa ni razón—, el lenguaje de la utopía —la tormenta de la proclamación de la verdad y la justicia que clama al cielo y a la Tierra de cara a la muerte antes de tiempo del inocente— y el lenguaje del Apocalipsis o de la gratuidad —la irrupción de la brisa suave del amor gratuito de Dios—. Este último es el lenguaje de Dios envolvente de los lenguajes de la tragedia y de la utopía.
La utopía en estas y otras Américas trágicamente ha quedado una y otra vez trunca , desde el testamento de la Conquista, la herencia de la Colonia y el proceso de la República, en sus continuidades y discontinuidades. La distopía gira en torno a la exclusión y la violencia, la corrupción y la anomia, como las dimensiones más devastadoras de las formas de gobierno estatal y de los modos de convivencia social, en el pasado, el presente y el futuro de las Américas. La cuestión de lo público y lo privado, de la sociabilidad y la intimidad, explora la exclusión de culturas y pueblos, la desigualdad y la pobreza, y la inequidad que victima a mujeres y a niños destruyendo la morada humana del recogimiento, la feminidad, la paternidad y la filiación. A contraluz, esta disertación busca las nuevas rutas de la democracia, la economía, la paz y el recogimiento, orientadas a eliminar las causas y a aliviar las consecuencias de la exclusión y la violencia en “estas y otras Américas”, en el encadenamiento mundial.
La utopía trunca
En el V Centenario del Descubrimiento de América, pensadores peruanos escribieron sobre la utopía, desarrollando puntos de visión distintos: ¿”Utopía andina” o “utopía del Nuevo Mundo”? Nos referimos al historiador Alberto Flores Galindo, Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes (1986), y al psicohistoriador Max Hernández Camarero, Memoria del bien perdido: conflicto, identidad y nostalgia en el Inca Garcilaso de la Vega (1991). En esa trama cultural e intelectual, la magistral obra del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez En busca de los pobres de Jesucristo, el pensamiento de Bartolomé de Las Casas (1992), alcanzó a producir un vuelco en las indagaciones sobre el horizonte utópico andino y universal.
Alberto Flores Galindo, en su exploración histórico-crítica de la utopía andina, va hilvanando una historia de “larga duración”: los indígenas vencidos por los españoles -conquistadores y encomenderos- y más tarde por sus herederos republicanos -oligarcas y gamonales-, y las utopías que van surgiendo en la intersección entre la memoria y el imaginario de los vencidos, en la trama de la exclusión y la violencia como común denominador. El hilo conductor de su narración es:
La utopía andina es el proyecto [o los proyectos] que pretendían enfrentar esta realidad […] Buscar una alternativa en el encuentro entre la memoria y lo imaginario: la vuelta a la sociedad incaica y el regreso del inca. Encontrar en la reedificación del pasado la solución a los problemas de identidad .
La muerte por garrote del inca Atahualpa en 1532, por orden de “Francisco Pizarro y sus santos apóstoles”, que iban en pos del oro. La decapitación del inca Túpac Amaru I en 1572, símbolo de la resistencia del pueblo contra los derechos de la corona y los privilegios de los encomenderos, ordenada por el virrey Francisco de Toledo.
La rebelión de Juan Santos Atahualpa en el Gran Pajonal en 1742, que resistió varios años, nunca sufrió una derrota militar, no fue exterminada pero sí aislada, y finalmente desapareció. La rebelión de Túpac Amaru II, el levantamiento indígena de más amplia escala en extensión e intensidad, que abarcó todo el sur andino del Perú y Bolivia, culminó con el descuartizamiento del inca y el exterminio de los rebeldes.
Las guerras independentistas contra España levaron en montoneras o en masa a los indígenas y mestizos —también lo hicieron los ejércitos coloniales españoles—,bajo el liderazgo de criollos como José de San Martín y Simón Bolívar, y culminaron en la fundación de repúblicas ficticias y sin ciudadanos.
En la obra histórica de Flores Galindo no se encuentra una distinción entre la búsqueda del inca como elemento del imaginario colectivo de los pueblos indígenas y la búsqueda del inca como componente de la utopía de los intelectuales en el Ande. El círculo hermenéutico que bebe en el imaginario colectivo, que lo simboliza y que lo elabora como utopía, implica una relación orgánica entre intelectuales y comunidades en el Ande .
Los relatos de Flores Galindo sobre las rebeliones de los indígenas contra la Conquista y la Colonia, así como el reclutamiento de indios y mestizos en las guerras por la independencia de España, nos muestran, de un lado, una narración de la violencia que socava la legitimidad de esos movimientos sociales, y de otro, nos manifiestan una historia con designio en la que la utopía andina —o las utopías andinas— y la búsqueda de solución del problema de la identidad de las naciones y pueblos indígenas se queda en un callejón sin salida. Una y otra vez los vencedores se imponen con exclusión, racismo y violencia, con codicia, avaricia y cinismo, contra las rebeliones de los pueblos indígenas.
En la obra psicohistórica de Max Hernández sobre el Inca Garcilaso de la Vega, las relaciones entre imaginario, mito y utopía como búsqueda de una identidad se hallan tematizadas en sus mediaciones y en su complejidad. Garcilaso de la Vega, mestizo, nace en Cusco en 1539; en 1560, a los 20 años, parte a España y no regresa más al epicentro sur de las Indias. En España ensaya las armas y las letras. En Montilla, Córdoba, en su ancianidad, en “rincones de soledad y pobreza”, escribirá sus Comentarios reales; la primera parte de la obra es publicada en 1607 y la segunda en 1619. Cuando Garcilaso muere, en 1916, su obra encontrará lectores en la aristocracia nativa y su recuerdo se inscribirá en el imaginario de las rebeliones de los pueblos indígenas.
Como señala Hernández en una síntesis muy lograda en la que recapitula la secuencia de los Comentarios reales, a la vez novela familiar, mito individual y utopía:
En un primer tiempo el Inca Garcilaso ha presentado una visión idealizada del imperio, favorable a los incas. […] En un segundo momento subraya los aspectos providenciales de la conquista. Esta es posible porque la civilización incaica cumple con el plan divino de la praeparatio evangelica. Pero también la presencia hispana permite la fusión de dos razas; así se configura el vínculo del cual la propia existencia del autor da testimonio. […] Si seguimos el hilo subyacente nos damos cuenta de los movimientos que entretejen los hilos del drama personal en el telar de la historia. El resultado es un proyecto utópico. No se trata de una utopía exclusivamente andina que busca la restauración del Tawantinsuyo. El antiguo imperio ha sido restituido a su antiguo esplendor en el texto de la primera parte de los Comentarios. La gran utopía del Inca es la del Nuevo Mundo, pero dentro de la certeza de que “no hay más que un mundo” .
¿Utopía andina? ¿Utopía del Nuevo Mundo? ¿Utopía andina y universal? Volveremos sobre esta cuestión central. En la historia reciente se ha manifestado una escalada de violencia estructural y violencia conductiva en el conflicto armado interno en el Perú (1980-2000), signado por el horror y la deshonra, personal y comunitaria, que ha revelado la irrupción del rostro del prójimo asesinado y despojado en masa . En contraposición, desde una intuición tridimensional, planteamos simbólica y realmente la resurrección de las Américas como el horizonte utópico que transita, con temor y temblor, de la utopía trunca a la utopía como proyecto histórico y como camino concreto.
En el origen es el Rostro
La epifanía del Rostro —la revelación: el “No matarás” y el “Amarás a tu prójimo”— es el origen del pensamiento y de la práctica, de la palabra y la acción en la esfera pública y privada, en la sociabilidad e intimidad. No existe sino a partir de esta fuente primigenia un principio de humanidad, más acá y más allá de toda filosofía o especulación inmanente o trascendente, idealista o realista .
La grandeza y la humildad del Rostro del prójimo separado y exterior a mí mismo —que me descentra, que me revela su misterio inescrutable y que me interpela desde el pensamiento y hasta los afectos— es el principio y fundamento de la existencia en la Tierra y el universo, de la natalidad y la mortalidad, de la labor y el trabajo, del conocimiento y el pensamiento, de la palabra y la acción, de la morada donde nos recogemos en la ternura femenina y en la maravilla de la familia, en la amistad y en la hospitalidad. La revelación del rostro antecede al lenguaje de la tragedia, al lenguaje de la utopía y al lenguaje del Apocalipsis .
Utopía e infinito frente a distopía y totalidad
El Rostro es siempre único e irrepetible, no puede ser un engranaje de una totalidad cultural, intelectual, social y estatal. El Rostro es una relación social singular y personal; la aparición de un tercero en una relación entre yo y tú lo hace transitar de la intimidad a la sociabilidad, lo ubica en la arena de una infinitud concreta, no de una totalidad abstracta. La totalidad es, en un mismo principio, la ley y su violación, la masacre y el hambre del Rostro. El infinito es en un mismo principio la justicia y la caridad para el “huérfano, la viuda y el extranjero” .
Se trata de un vuelco en la historia del pensamiento y la acción humana. Desde la Ética a Nicómaco de Aristóteles, pasando por la Declaración Universal de los Derechos Humanos hasta la “ética del Rostro del otro” de los pensadores de la vida y la libertad, el programa del prójimo nos cuestiona y compromete desde el corazón hasta las entrañas. Nos encontramos de cara ante dos perspectivas opuestas: la de la distopía o la totalidad abstracta —la masacre y el hambre del Rostro— y la de la utopía o la infinitud concreta —la justicia y la caridad para el “huérfano, la viuda y el extranjero”— .
Los principios de totalidad y de infinito en las actividades humanas
Las actividades humanas son multidimensionales. Se trata de “la labor de nuestros cuerpos” que se refiere a todas aquellas actividades para “ganarse la vida”, para reproducir el ciclo biológico de sí mismos, reproducir la especie y reproducir la naturaleza. Se trata del “trabajo de nuestras manos” —que idea nuestra mente más allá de lo biológico—, que fabrica la interminable variedad de cosas, bienes y servicios, cuya suma total es el artificio del mundo humano .
Se trata de la “palabra y la acción” en la esfera de los asuntos humanos, del Estado y la sociedad. Se trata del “conocimiento y el pensamiento” que permite empinarse con capacidad, habilidad, identidad y libertad en el mercado automatizado de la sociedad de masas y en el sentido de la existencia humana .
Lo que constituye el primer principio de humanidad, el germen de la epifanía del Rostro, es la morada, el lugar del recogimiento y la ternura de lo femenino. Sin la morada humana, la labor, el trabajo, la acción, el conocimiento y el pensamiento, se deshumanizan hasta llevarnos a la condición animal. La maravillosa familia, la amistad y la hospitalidad son la mediación de sentido de todas las actividades humanas. La presencia de la morada es la ternura en el amor y el bien en la tragedia humana de la cordura; la ausencia de la morada es el desamor y el mal en la comedia humana de la locura .
El Rostro, en su inicio, se revela en la morada como lo femenino y la feminidad. El principio abstracto de totalidad no sólo constituye la masacre y el hambre, sino la destrucción de la morada, de la ternura, la familia, la amistad y la hospitalidad del Rostro. El principio concreto de infinitud no sólo significa la justicia y la caridad para “el huérfano, la viuda y el extranjero” sino la construcción de la morada humana que les dé sentido a la profecía y a la gratuidad .
Una haz de luz tridimensional
Manuel Piqueras Cotolí (1885-1937) y Gustavo Gutiérrez Merino (1928) , cada uno en su propio lenguaje, en dos momentos críticos y lúcidos de la historia de las Américas, logran articular, con fortaleza y delicadeza, todas las sangres fragmentadas y enfrentadas en estas tierras de tragedia y esperanza. Sus obras iluminan -como una haz de luz-, el laberinto de nuestra identidad: ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos? El horizonte utópico es la democracia, una brújula para “embarcarnos de otras Indias mejores” a otras “Américas mejores” . Como señala Max Hernández, estamos frente a una novela familiar, un mito individual y una utopía pero, así mismo, nos encontramos ante un proyecto histórico y un camino concreto .
En busca de la tierra del padre andamos en la huella de una palabra tridimensional que, a la vez, congregue el arte y la identidad en la resurrección de las Américas, el hablar de Dios desde las Indias y las Américas, y la democracia como proyecto y como camino en la nueva y aún ignorada edad. La vida, la libertad, la búsqueda de la felicidad, la creación de arte y el recogimiento son las raíces hondas de una identidad activa y operante en estas tierras de nuestros sufrimientos y esperanzas.
En este horizonte utópico, destacamos la importancia central de la auténtica democracia en la incertidumbre del siglo XXI, de los cambios en la economía en el malestar de la globalización, de la lucha por la paz contra la violencia estructural y conductiva en el teatro de las Américas y del mundo, y de la democratización y la no violencia cotidiana en la morada humana del recogimiento, la feminidad, la paternidad, la filiación, la amistad y la hospitalidad. Bajo esta luz solar y lunar, andamos tras la huella de “otras Indias mejores” a “otras Américas mejores”.
Manuel Piqueras, Esta y otra América mejor: la democracia como tragedia. Proyecto de tesis doctoral. Programa internacional de doctorado, Religión en diálogo, Universidad Johann Wolgang Goethe, Fráncfort del Meno, Alemania.