Barrios obreros y vivienda popular en Lima


Unidad Vecinal de Matute (La Victoria)

En LIma, hasta la década de 1930, los barrios obreros serían la solución de vivienda masiva para dar alojamiento a este sector de la población. Su origen sería diverso: planificado o no, así como en las modalidades de gestión (pública, cooperativa, privada, o simplemente ilegal).

a. En el caso de la iniciativa pública o cooperativa: los barrios tuvieron una edificación unifamiliar seriada y contaron, desde sus inicios, con los servicios domiciliarios básicos.
b. En el caso de la iniciativa privada: se forman a través de urbanizaciones o ‘parcelaciones’ que carecen de toda infraestructura urbana, y son gestionados por promotores privados. La edificación se lleva a cabo mediante iniciativa individual por parte de los compradores de los lotes. Este tipo de barrios son los que terminan adquiriendo una presencia abrumadora durante las primeras décadas del siglo XX y se pueden observar en algunas zonas de Rímac, Barrios Altos, La Victoria o Surquillo.
c. En el caso de origen espontáneo o no planificado: surgieron, a partir de la década de 1940, en las faldas de los cerros que bordean la ciudad o por la invasión de antiguos terrenos de cultivo. En el primer caso, están los emblemáticos ejemplos de los cerros San Cristóbal y El Agustino; en el segundo, la ocupación masiva de los terrenos que dieron origen a San Martín de Porres, en los años 50.

Los inicios de esta historia.- Una perspectiva amplia sobre el tema nos remontaría a las viejas rancherías de las haciendas coloniales y republicanas y a los campamentos de algunos complejos agroindustriales, como fue el caso de la company town de la hacienda Casa Grande (valle de Chicama) que diferenció los sectores de empleados, obreros y campesinos. En Lima, según el arquitecto Juan Günther, los “barrios obreros” fueron los primeros conjuntos de viviendas económicas que se construyeron y su origen estaría en las concesiones que se hicieron, a los comerciantes del guano, durante los gobiernos de Castilla y Balta, para formar los “callejones” y “casas de vecindad”. En este sentido, los “callejones” se remontaban al Virreinato, como vivienda para los esclavos de una “industria”: eran dos filas de cuartos a lo largo de un pasaje central. Se construían en forma perpendicular entre la “fábrica” (ubicada sobre un canal de irrigación para aprovechar su fuerza hidráulica) y la calle más cercana. Las “casas de vecindad”, por su lado, eran edificios de 2 a 4 pisos en que se ubicaban pequeños departamentos de 1 ó 2 habitaciones, a los que se accedía por callejones y balcones corridos utilizados para la construcción.

Pero fue entre 1874 y 1876 que el empresario ferrocarrilero Enrique Meiggs construyó 24 casas-tienda en una estrecha manzana de la calle Artesanos, al costado del cuartel de Santa Catalina, con el objetivo de beneficiar a obreros limeños; este fue el primer proyecto de viviendas económicas en Lima y así empezó el proceso de diferenciación social espacial en nuestra ciudad. Otro importante proyecto fue el realizado por los ingenieros Basurco y Cartry quienes, luego de una intensa investigación sobre las condiciones de la vivienda en Lima, proyectaron un conjunto de casas en las inmediaciones del Jardín Botánico.

Vitarte y el primer barrio obrero del Perú.- Muchos sabemos que, en la historia del movimiento obrero peruano, el nombre del de Vitarte tiene un significado especial. Recordemos que las jornadas más valientes de lucha por la defensa de la dignidad de los trabajadores y el fomento de una cultura obrera moderna, así como la puesta en práctica de una cultura cotidiana alternativa, tienen que ver con la actitud de estos trabajadores. ¿Cómo empezó esta historia? Según el historiador norteamericano Paul Gootenberg, después de que la fábrica de “Los Tres Amigos” cerrara, en agosto de 1852, sus maquinarias quedaron olvidadas en un almacén limeño durante casi dos décadas. En 1869, con casi ninguna esperanza de apoyo gubernamental, Carlos López Aldana (el anterior capataz) mudó los equipos río arriba para fundar la primera fábrica de algodón moderna del Perú en Vitarte; era 1871. Esta fábrica funcionó espectacularmente bien a pesar de estar basada en una tecnología que, para esos años, era anticuada. Esta fábrica, que fue reduciendo la cuenta peruana de telas importadas, fue la base del “renacimiento industrial” del país en la década de 1890. Pero Vitarte es también importante porque allí se construyó el primer barrio obrero urbano del Perú. Su aparición fue espontánea y allí se ubicaron las casas de los operarios que trabajaban en la fábrica. Este barrio fue declarado patrimonio cultural, pero no tanto por su importancia urbanística o arquitectónica sino por su significado social y político.

Uno de los asuntos que los trabajadores y sus líderes sindicales plantearon insistentemente ante los distintos gobiernos fue la escasez de vivienda adecuada para los obreros. Todos sabemos que Lima, a inicios del siglo XX, a pesar de que experimentó un gran desarrollo urbano, el déficit y la precariedad del alojamiento obrero fue una de los problemas sociales más apremiantes. Lima no estaba preparada para alojarlos y esto contribuyó a agudizar cada día los problemas de escasez de viviendas, hacinamiento e insalubridad que ya acusara la ciudad desde el siglo XIX, con consecuencias devastadoras, como las que generó la epidemia de peste bubónica entre 1903 y 1904.

Estas circunstancias obligaron al Estado a proponer una serie de medidas sobre higiene y construcción de vivienda para mejorar las condiciones habitacionales de los sectores populares de la población. Asimismo, indujo al resto de la sociedad a cuestionarse acerca de los mecanismos más eficaces que permitiesen reorientar el desarrollo urbano y responder a las demandas de los trabajadores con la construcción de los llamados “barrios obreros”. Se trató de una denominación que comienza a ser acuñada, por contraposición a la de “barrios residenciales” (identificados con la residencia burguesa, como el Paseo Colón, primero, y Santa Beatriz, después) y con la que se asocia, de manera peyorativa, una serie de desarrollos urbanos periféricos y generalmente disgregados espacialmente con respecto a la Lima histórica (el “damero” no los puede absorber) y a los nuevas zonas residenciales. En estos “barrios” se comienza a alojar esta población pobre, integrada también por migrantes, compuesta por obreros de la construcción o de las primeras fábricas que se instalan en Lima, junto con artesanos y pequeños comerciantes.

De la República Aristocrática al “Oncenio” de Leguía.- A inicios del siglo XX, la condición de los obreros en Lima era muy precaria. Al encarecimiento de las subsistencias se sumaba la falta de vivienda. Una editorial de El Comercio (17 de febrero de 1906) comentaba, con preocupación, lo siguiente: Y en realidad, el problema de la habitación se hace cada día más grave para el pobre. De dos años a esta parte ha subido aquí en un 50 por ciento el precio de os arrendamientos, y hoy las viviendas más modestas y menos higiénicas se hallan casi fuera del alcance del obrero, que apenas puede satisfacer la urgente necesidad de encontrar techo, que cobije a él y a los suyos… No basta para la vida comer; se necesita, a la vez, un hogar, por pobre, por miserable que sea, donde satisfacer las exigencias primordiales de la familia y de la sociedad; y si es doloroso para el proletario que los artículos de consumo escapen en ocasiones a sus facultades económicas y le impongan sacrificios el día en que no baste su salario para procurarle el alimento a que está acostumbrado, tratándose de la casa, ni siquiera le queda este duro recurso de las privaciones voluntarias, porque no se puede dejar de habitarla si el jornal escasea. El arrendamiento corre siempre, exigente, implacable, sin sujetarse a los vaivenes del salario, como las otras necesidades que pueden restringirse en los momentos críticos, ya que, por fortuna se requiere bien poco para mantener las fuerzas y con ellas la vida… Lo cierto es que la reciente carestía de la habitación en Lima, exige ya que se adopte alguna medida, de las que son el resorte de los poderes públicos, para impedir a tiempo los graves inconvenientes que pudieran derivarse de tal estado de cosas; y el momento de intentarlo es éste, en que se procura remediar la ingrata situación del proletariado, motivada por el alza de subsistencias.

En medio de esta difícil situación, las sociedades de beneficencia impulsaron las llamadas “quintas de obreros” en varias ciudades. En Lima, las primeras fueron La Riva y Los Huérfanos, ambas en 1908 (luego, vendrían 22 más construidas en el Centro durante las décadas de 1920 y 1930. Pero, en realidad, fue hacia 1909, cuando el Estado participa en la edificación de viviendas populares, bajo el impulso de la Municipalidad de Lima. En efecto, el entonces alcalde, Guillermo Billinghurst, en su Memoria de 1910 alertaba sobre el tema: Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando el noventa por ciento de nuestro capital vivo no tenemos derecho a llamarnos pueblo culto. Antes que nada necesitamos higienizar la habitación del pueblo; hacer más alegre y sana la casa donde nacen y crecen los que trabajan en la paz y defienden la patria en la guerra.

Por ello, a pesar de los escasos recursos, Billinghurst inició en la zona de Santa Sofía, en La Victoria, un conjunto de viviendas, que paulatinamente se fue convirtiendo en un barrio obrero. El ejemplo fue seguido por la Beneficencia Publica de Lima que le encargó al destacado arquitecto Rafael Marquina la construcción de casas para obreros en los jirones Cusco y Miró Quesada, en Barrios Altos, en la avenida Pizarro en el Rímac y en el Jirón Junín del Cercado. Marquina combinó los estilos de los callejones y las quintas para la construcción de estas viviendas.

Cuando accedió a la presidencia de la República, Billinghurst, dedicó a la vivienda obrera un especial interés. Por ejemplo, en su mensaje a la nación del 28 de julio de 1913, declaraba: Uno de los problemas que más directamente atañen a las colectividades obreras es el que se refiere ala construcción, con material conveniente, de viviendas sanas, alegres y baratas para reemplazar, cuanto antes, las habitaciones insalubres, desprovistas de ventilación y sol, caras y de lúgubre aspecto en que actualmente se hacinan los desheredados de la fortuna; albergue que es causa directa o inmediata de la alta cifra de mortalidad en nuestras ciudades y especialmente en esta capital.

En este sentido, su gobierno compró en el populoso barrio de Malambo un amplio terreno bien ubicado, con mucha ventilación, luz, agua y desagüe, para construir un barrio obrero. La idea era construir unas 40 casas bajo un modelo que debía extenderse a otros proyectos similares:

1. El obrero que deseara comprar alguna vivienda debía ser aportante de la Caja de Ahorros y tener en depósito una cantidad igual al 15% del precio que debía pagar.
2. El comprador debía tener una familia formalmente constituida y comprometerse a ocupar con ella la casa adquirida y no darla en alquiler.
3. La transferencia a una tercera persona solo podía realizarse previa autorización del gobierno.
4. Solo el 15% del precio de la propiedad debía abonarse al contado.

Asimismo, una ley de 1913, dada por el gobierno de Billinghurst, autorizó al ejecutivo ceder al Municipio del Callao 4 lotes de terrenos en Chucuito y La Punta para que se construyeran casas para obreros. Lamentablemente, toda esta política a favor de los obreros se vio truncada por el golpe de 1914 que puso fin al régimen populista de Billinghurst.

Años más tarde, durante la “Patria” Nueva de Leguía se construyó, en 1925, el barrio de Empleados y Obreros del Callao de 1925, el primero concebido a escala urbana construido en la capital. Asimismo, el barrio obrero Leguía, ubicado en la Mar Brava (Parque Leguía), inaugurado el 3 de junio de 1927, con 72 casas, fue otro ejemplo por encarnar una serie de innovaciones desde el punto de vista tipológico en la historia urbanística del país.

Pero fue el barrio obrero del complejo del Frigorífico Nacional del Callao, inaugurado en 1928, el primer conjunto habitacional en registrar los atributos del llamado urbanismo moderno. Según Ludeña, es una especie de grado cero. En su momento fue la instalación más moderna de América Latina. Cabe destacar que, desde 1997, se produjo una campaña para declararlo patrimonio histórico (ver diarios La República, 6 y 8 de mayo de 1998, y El Comercio, 30 de abril y 6 de junio de 1998). Lamentablemente, la reacción fue contundente: nada justificaba que una fábrica y mucho menos un barrio obrero pudieran ser objeto de una declaración de patrimonio cultural y monumento sujeto de puesta en valor.

Los años 30: gobierno del general Benavides.- En 1933 se propuso una política sistemática para construir “barrios obreros” siguiendo las más modernas técnicas urbanísticas: viviendas amplias, de material noble, bien distribuidas, con jardines y comodidades tipo chalet, agrupadas en complejos urbanos dotados de campos deportivos, piscinas, diversos servicios y medios de recreación.

Para ser más precisos, estas “viviendas económicas” contaban con una cocina, una sala, de 2 a 4 habitaciones y jardines comunes. Se obtenían mediante sorteos entre los hombres casados, sin antecedentes penales, con trabajo estable y un mínimo de dos hijos. Como parte del contrato, los obreros debían aceptar que trabajadores del Ministerio Salud realizaran inspecciones periódicas a sus casas para asegurarse que los estándares de higiene de las viviendas se mantengan y que sus habitantes reciban atención médica cuando la necesiten. Los barrios que se construyeron fueron:

a. El Barrio Obrero Modelo del Frigorífico (Callao), inaugurado el 7 de marzo de 1936. Fue el primer barrio obrero “moderno” del país. Eran 118 casas construidas sobre un área de 36 mil metros cuadrados con sistema de agua propio por medio de un pozo artesiano. Tenía una escuela para 300 alumnos; un puesto de policía; un cine para 400 espectadores y una piscina de 8×18 metros; varios parques que sumaban 8 mil metros cuadrados; un centro cívico; y un mercado de abastos, con farmacia y consultorio médico incluidos.

b. El Barrio Obrero de La Victoria tenía 60 casas en un terreno situado en las inmediaciones de la Escuela de Artes y Oficios (Hoy Politécnico José Pardo), entre los jirones Andahuaylas, García Naranjo, 28 de Julio, Obreros y el antiguo callejón de la Huerta de Mendoza. Contaba con campos deportivos, piscina, agua potable y parques.

c. El Barrio Obrero del Rímac, con 44 casas en las tierras de la Huerta Samar, sobre la margen derecha del río Rímac, vecino de la Alameda de los Próceres, arteria principal de la nueva urbanización del Rímac. También tenía campos deportivos y pileta de natación, calzadas con alumbrado y jardines circundantes.

Respecto a los barrios obreros de los años 30, cabe destacar un par de puntos:

1. Todas estas obras fueron financiadas por la Junta de Pro Desocupados de Lima que, en 1931, se estrenó construyendo 48 pequeñas viviendas en terrenos que habían sido el Camal, cerca de la actual plaza Castilla. La Junta se dedicó a construir los “comedores populares”, los “barrios obreros”, mercados, hospitales, centros escolares, pavimentos, canalizaciones, caminos, puentes y las llamadas “colonias climáticas de Ancón” para que los hijos de los trabajadores pasaran sus “vacaciones útiles”. La mayor parte de estas obras fueron diseñadas por el ingeniero Enrique Rivero Tremouille en estilo “modernista”, de líneas verticales, y “buque”, con sus ventanas redondas en forma de 2ojo de buey”.
2. Alfredo Dammert, primer Decano del Colegio de Arquitectos, fue quien diseñó los barrios obreros del Rímac y La Victoria en esta década; luego, en los 40, lanzó la propuesta arquitectónica de las unidades vecinales, influidas por la corriente del Bauhaus.

Los años 40 y las unidades vecinales.- En esta década, se dejó el concepto de “barrios obreros” a otro más complejo y totalizador, el de las “unidades vecinales”. Estas fueron concebidas como complejos habitacionales autónomos. Por ello, contaban con mercado, posta médica, comisaría, centro cívico o local comunal, oficina de correos, escuelas primarias para niños y niñas, cine-teatro, cancha de fútbol, piscina e iglesia; además tenían un sistema de circulación peatonal y vehicular propio.

En 1940, ya cuando gobernaba Manuel Prado, se inauguraron los barrios obreros N° 4 (374 viviendas) y N° 5 (146 viviendas) en la avenida Caquetá, iniciados por Benavides. Luego, según el arquitecto Juan Günther, la mayor parte de los profesionales que participaron en el diseño y la construcción de los barrios obreros de la década anterior formó parte de la Dirección de Vivienda del Ministerio de Fomento.

Esta oficina proyectó la Unidad Vecinal n° 3, construida en 1946 sobre el antiguo fundo Aramburú, en la avenida Colonial, a mitad de camino entre Lima y Callao. Este conjunto, con un total de 1,096 departamentos, contaba con todos los servicios urbanos para una población de 5,440 personas (teóricamente, tenía 2 árboles por persona). Las viviendas o departamentos eran de varios tipos: las había para solteros, matrimonios sin hijos, familias pequeñas y familias numerosas. Para estas últimas, estaban destinados los chalets de dos pisos, en los que había departamentos de hasta cuatro dormitorios. Pero la mayoría de viviendas se encontraban en los “blocks” de cuatro pisos, en los que los departamentos contaban con dos dormitorios. Cuentan los que vivieron allí que la iglesia, el cine, el mercado y los colegios hicieron que, en los primeros años, los residentes pasaran la mayor parte del tiempo en la Unidad Vecinal. La mayoría dejaba sus puertas abiertas y los vecinos se conocían por lo que toda una generación de niños se crío libremente en las calles de esta Unidad Vecinal, diseñada por un equipo de arquitectos conformado por Alfredo Danmert, Carlos Morales, Manuel Valega, Luis Dorich, Eugenio Montagne y Juan Benítez. Ese mismo año (1946), se creó la Corporación Nacional de Vivienda que usó esta Unidad Vecinal como modelo para diseñar otras 6, en beneficio de los obreros (como Mirones, Matute y Rímac), y 4 “agrupamientos urbanos”, destinados a empleados, para los próximos 15 años.

Los barrios obreros ¿patrimonio urbanístico? Como sabemos, con excepción del barrio obrero de Vitarte, ninguna de estas quintas o barrios obreros han sido declarados patrimonio urbanístico, así como tampoco toda la serie de locales que estuvieron destinados a la clase trabajadora de Lima (comedores populares, teatros o espacios de recreación de la época), que formaban parte de la vida cotidiana de los obreros.
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La avenida Leguía (hoy Arequipa)

La apertura de la avenida Leguía en 1921, llamada Arequipa desde 1930, ocupa uno de los capítulos más importantes en la historia de los cambios urbanos de Lima. Siempre en el centro de la polémica, ya sea por sus cambios arquitectónicos o por el terrible tránsito que debe soportar, ha sido –y es- uno de los paradigmas de los dramáticos cambios que ha sufrido nuestra ciudad, desde que rompió sus antiguos límites coloniales. Actualmente, la desidia e las autoridades y el mal gusto del sector privado han producido la imagen de abandono y deterioro de esta avenida que, en su momento, fue punto de referencia de los nuevos criterios urbanísticos y habitacionales a los que debía apuntar la Lima moderna.

Los antecedentes.- En 1921, a pesar de que 50 años antes ya se habían derrumbado sus murallas coloniales, Lima era todavía una ciudad pequeña. Se extendía sobre un área de poco más de mil hectáreas y albergaba a 170 mil habitantes. Durante los años de la República Aristocrática, la apertura de la avenida La Colmena y del Paseo Colón y la construcción de la Plaza Bolognesi habían sido de escasa utilidad, ya que los problemas de hacinamiento y escasez de vivienda continuaban. Como afirman Juan Bromley y Juan Barbagelata, “en estas condiciones los nuevos barrios no podían descongestionar la gran masa de población excedente, alojada en la parte antigua de Lima”. Además, los distritos del sur, como Miraflores y Barranco, experimentaban un crecimiento acelerado y necesitaban una nueva vía de comunicación con Lima, aparte del servicio del tranvía eléctrico que unía a Lima con Chorrillos. Miraflores, por ejemplo, contaba con más de 5 mil vecinos; Barranco, por su parte, ya rozaba los 10 mil habitantes.

De esto se desprende la importancia de construir una avenida para unir Lima con los distritos del sur. Ya en el gobierno de José Pardo y Barreda (1915-1919) se hizo el primer proyecto, preparado por el urbanista Augusto Benavides, y alentado por los municipios de Lima, Miraflores, Surco y Chorrillos. Así, en 1918, por resolución suprema, se aprobó el proyecto al declararlo de “utilidad pública”. La apertura de la nueva avenida debía hacerse a través de los fundos Lobatón, Surquillo, Barboncito, Chacarilla, San Isidro y Santa Beatriz. Sin embargo, las observaciones y la oposición de los dueños de las haciendas afectadas hicieron fracasar la concreción del proyecto.

La construcción de la avenida.- El proyecto recién pudo llevarse a cabo durante el gobierno de Augusto B. Leguía, que promovió la modificación de una serie de leyes que facilitaban los procesos de expropiación para fines urbanísticos. De esta manera, por ley N° 4108 de 1920, se autorizaba la expropiación de hasta 100 metros a cada lado del trazo de las avenidas interurbanas declaradas de utilidad pública (es necesario aclarar que sin este marco legal no hubieran sido posibles muchos de los proyectos urbanos del Oncenio). Todo estaba listo: la nueva legislación se aplicó para la construcción de la avenida Leguía. La concesión de la obra recayó en la empresa norteamericana The Foundation Company por resolución suprema del 11 de marzo de 1921; el monto de la inversión ascendió a 1’512,590 soles. El diseño original de la nueva avenida contemplaba un gran paseo central con franjas arboladas y pistas a los costados para ser utilizadas exclusivamente por vehículos de llantas neumáticas.

En resumen, la avenida Leguía tuvo una doble finalidad:

1. Unir el centro de Lima antigua con los nuevos “suburbios” del sur que estaban experimentando un rápido crecimiento urbano y demográfico, y que se habían convertido en lugar de residencia permanente de cientos de familias de los sectores más pudientes de la población.

2. Servir de modelo y símbolo para las obras de Leguía. Esto iba ligado a la representación del nuevo estilo de vida que se quiso impulsar: las nuevas residencias, de corte norteamericano, se ubicaban en un eje donde estaba el hipódromo, diversos clubes deportivos, parques y otros lugares de esparcimiento de la elite limeña.

Si embargo, toda la avenida no se construyó en 1921; se hizo por tramos y su apertura continuó hasta el final del Oncenio. Por ello, no tiene un trazo homogéneo en toda su longitud, especialmente a partir del bypass, donde presenta un paseo peatonal central y jardines a los costados. De otro lado, si en un primer momento, los dueños de los fundos se mostraron renuentes, pronto se dieron cuenta de que se verían favorecidos por el incremento del valor comercial de sus terrenos al abrirse las nuevas urbanizaciones.

Urbanización y nuevos barrios.- Como la nueva avenida debía ser un paradigma de urbanismo, el gobierno de Leguía promulgó la resolución Suprema de Ordenanzas sobre tráfico y Construcciones en la avenida Leguía (28 de mayo de 1921). En estas ordenanzas, la Foundation Company y la Dirección de Obras Públicas debían calificar y otorgar las licencias de construcción de los nuevos edificios. Entre otros aspectos, la normativa estipulaba el alineamiento de la fachada en línea paralela al trazo de la vía y a una distancia no menor de 5 metros del límite interior de la acera; asimismo, se debían dejar áreas con jardines hacia los límites laterales; los cercos exteriores debían tener diseño uniforme; por último, se añadían algunos detalles sobre la construcción de entradas de carruajes y sobre las aceras. Como el trayecto de la avenida debía tener solo uso residencial, se prohibía la utilización de los edificios con fines comerciales. Finalmente, después de la compra del terreno, el propietario tenía un plazo máximo de 2 años para construir; de lo contario, el terreno sin edificar revertía al Estado que pagaría el precio original de la adquisición.

La primera urbanización que se formó fue SANTA BEATRIZ, planificada sobre los terrenos del fundo del mismo nombre, en un área de 153.97 hectáreas, de las cuales 61.62 debían servir para vivienda, 20.5 en áreas verdes, 70,97 en circulaciones y 1.23 en equipamientos. Al final, resultaron 652 lotes con una densidad bruta de 21 habitantes por hectárea. Como vemos, en Santa Beatriz se emplearon las últimas técnicas sanitarias y de pavimentación, y con gran preocupación por la ornamentación. Incluso hasta hoy, nos sorprende por su gran cantidad de parques y jardines y por su estilo que se desprende del urbanismo norteamericano. Se nota, además, la intervención del Estado, que quería una urbanización obrera y de clase media, ya que, en un principio, fijó en precios muy bajos la venta de los terrenos y con grandes facilidades de pago; además, el gobierno invirtió cerca de 2 millones de soles en trabajos de agua, desagüe, pavimento, jardinería y alumbrado (por la venta de lotes, obtuvo casi 4 millones de soles). El estado también se reservó el derecho dea signar la localización de las embajadas de Argentina, España, Brasil y Venezuela.

Por su parte, MIRAFLORES venía convirtiéndose en el nuevo distrito residencial de la clase media limeña. Hasta 1910, era básicamente una zona agrícola, como la hacienda Surquillo, donde se empezaron a asentar viviendas en lo que es hoy la Plaza Marsano y los terrenos que están detrás de la demolida Casa Marsano (el escritor Ricardo Palma vivía en esta zona). En 1920, Miraflores tenía poco más de 5 mil habitantes; 10 años después, en 1930, su población se había casi quintuplicado. Todo fue cambio vertiginoso en la década de los 20, como lo señala Rafael Varón: “Mucho de los antiguo fue totalmente destruido por la actividad de la Urbanizadora Surquillo, en la arrasadora década de 1920. Se siguió un patrón ortogonal para la organización del espacio, destruyéndose todo aquello que se interpusiese en la cuadrícula de los planos. De esa manera, se mutiló repetidamente la huaca Juliana; numerosos paredones, acequias y pequeños bosques también desaparecieron ante el irracional avance de la urbanización”.

El caso de SAN ISIDRO fue distinto. Para su planificación, se buscó un modelo diferente de urbanización, más pintoresco y abierto, a cargo de Manuel Piqueras Cotolí, y que se nota en el diseño de la zona de El Olivar, ubicada en el antiguo bosque del mismo nombre. Como anota Elio Martuccelli: “En la zona de El olivar de San Isidro se ensayó un urbanismo de trazo libre, con lotes dispersos en medio de áreas verdes: una manera novedosa de plantear una urbanización, llena de luz, aire y distinción”. Por ello, san isidro se llenó de calles curvas y de lotes irregulares, donde se construyeron casas de tipo chalet, en medio de jardines y con estilos diversos (tudor, vasco, neocolonial, etc). Sin embargo, esta disposición urbana no se extendió por todo el distrito. La zona que atravesó la avenida Leguía, por ejemplo, sí respetó la trama cuadriculada. De esta manera, San Isidro se convirtió en residencia de la clase media alta, que “escapó” del centro antiguo de Lima.

El cambio de nombre.- Luego de la caída de Leguía, por el levantamiento de Arequipa, el cambio de nombre fue impulsado por Luis Alberto Eguiguren, quien alcanzó la propuesta al Consejo Provincial de Lima. Así, el 16 de septiembre de 1930, el cambio de nombre fue aprobado por aclamación. El nombre de “Arequipa se escogió precisamente por se la Ciudad Blanca el foco de la sublevación que derrocó al jefe de la Patria Nueva.

Los usos y el ambiente urbano.- A lo largo de sus casi 90 años de existencia, la avenida Arequipa ha pasado por distintas tipos de uso. Si en un principio fue un corredor residencial, con el típico chalet, pronto aparecieron las embajadas y algunos colegios mesocráticos, como el Raimondi y el Villa María. Luego hicieron su aparición edificios de diverso tipo arquitectónico, además de institutos, más colegios, locales comerciales, oficinas, bancos, hoteles y edificios multifamiliares. Últimamente, los restaurantes de comida rápida, las discotecas, los centros comerciales y los supermercados también forman parte del paisaje urbano de una avenida que ha perdido la fisonomía aristocrática que tuvo en sus primeras décadas.

a. Uso residencial.- Esta fue la vocación principal e inicial de la avenida, acompañado por las embajadas, instituciones culturales (Teatro Leguía) y centros educativos (colegio Raimondi y Villa María). Lo que predominaba era el chalet, el nuevo tipo de residencia que se impuso a partir de los años 20. Como refiere José García Bryce, “cuando a principios de siglo los ranchos de balnearios comenzaron a construirse no ya pegados uno al otro y a la calle, sino en medio de un jardín, se inició la transformación del rancho tradicional en la ‘villa o el ‘chalet’´, es decir en la casa suburbana moderna”. Fue en las zonas de san isidro y Miraflores donde se construyeron las residencias más lujosas de este tipo; las más “mesocráticas” estuvieron en Santa Beatriz. Sin embargo, como señala Eugenio Farro Guerra, “la residencia como uso principal de la avenida fue desplazada progresivamente por los usos comerciales, que causaron un nuevo éxodo de los habitantes de la zona hacia nuevas urbanizaciones”.

b. Los cambios de uso.- Los cambios más profundos se hicieron a partir de los años ochenta, cuando las residencias se convirtieron en academias, colegios, universidades, locales comerciales, discotecas y pequeñas clínicas o consultorios médicos. En la mayoría de los casos, los nuevos usos se asentaron sobre las edificaciones presentes, modificándolas o adaptándolas y, en algunos casos, se construyeron nuevos edificios para albergarlos. Estas nuevas instituciones modificaron la vida de la avenida porque generaron nuevos sistemas y dinámicas, usos del espacio y atrajeron nuevos usuarios, en su mayoría estudiantes y trabajadores de estos centros educativos. Aquí es necesario mencionar el tema de la prostitución, que forma parte de la memoria colectiva de los limeños que identificó a la avenida con la presencia de esta actividad. En realidad, se instaló en los años 70 y le otorgó a la avenida una imagen muy ligada al meretricio; la aparición de discotecas, bares y hostales fue una consecuencia de esta actividad. Finalmente, sobre estos cambios dramáticos, un informe de El Comercio, en 2006, señalaba lo siguiente: a lo largo de sus 52 cuadras, había 5 universidades, 9 colegios, 56 academias e institutos superiores, 20 centros médicos, 4 clínicas, 4 farmacias, 10 centros de idiomas, 13 locales de cabinas de Internet, 6 estaciones de gasolina y 2 centros comerciales.

Zonificación, adaptación, suplantación y demoliciones.- Como respuesta a las nuevas actividades que han invadido a la avenida, los municipios de los distritos implicados han ido aplicando cambios de zonificación muy diferenciados. En la zona de Lince, por ejemplo, predominan los locales comerciales mientras que en San Isidro o Miraflores aún podemos ver que predomina el uso residencial. De otro lado, en su mayoría, los nuevos usos han ocupado edificaciones existentes, transformándolas y adaptándolas a sus necesidades; en otros casos, has sustituido las edificaciones originales. Ejemplos de adaptación, que no afectaron el entorno o la arquitectura, son los locales de la Alianza Francesa, la Asociación Cultural Peruano-Británica y, en cierta medida, el ICPNA. Respecto a las demoliciones, éstas han sido numerosas por la presión inmobiliaria que, por necesidades demográficas, prefieren edificios de alta densidad o que, por presión del mercado, han construido centros comerciales o institutos. En el caso de las demoliciones, hubo dos que provocaron polémica: la de la Casa Marsano para dar paso a un a una galería de artículos informáticos, en lugar del hotel de lujo que se anunció, y la Casa Salcedo, que fue sede de la Orden de Malta (cuadra 46) y ahora es un supermercado.

Un ambiente urbano monumental.- A pesar de la degradación que sufrió la avenida en las últimas décadas, aún conserva varios inmuebles de cierta importancia. Por ello, el Instituto Nacional de Cultura la declaró “Ambiente Urbano Monumental” (2006). Según esta declaración, los tramos de la avenida que cuentan con protección son los que corresponden a la zona del Cercado, entre las cuadras 1 y 10, y el sector que corresponde a Miraflores, entre las cuadras 38 y 52. La salvaguarda no solo incluye a la avenida sino a los inmuebles ubicados en ella y al entorno cercano. Esta “monumentalización” ha sido muy criticada pues en la mayoría de los casos, en lugar de buscar la revalorización o buscar alternativas que vuelvan útil al monumento, los “congela”, es decir, limita cambios y modificaciones. Por ello, en 2007, se modificó la norma al tramo que corresponde a Miraflores. Afortunadamente, en los últimos años, se ha incrementado el interés de las empresas inmobiliarias por intervenir en inmuebles de valor monumental para ser utilizados nuevamente. Con eso, el hecho de “monumentalizar” no bloque, necesariamente, el desarrollo y ofrece alternativas a la inversión, tanto estatal como privada.

Recuerdos del presidente Leguía.- Actualmente existen en Lima 13 calles que llevan el nombre del líder de la Patria Nueva, todas ellas en barrios o distritos nuevos o “periféricos”, ninguna en la zona histórica o tradicional de la ciudad. Y es que cuando cayó Leguía, en agosto de 1930, sus enemigos se dedicaron a destruir todo lo que era “Leguía”; en fin, trataron de borrar su recuerdo. El caso más emblemático fue el de esta avenida, rebautizada como “Arequipa”, en honor a la ciudad donde se sublevó el coronel Luis M. Sánchez Cerro y que supuso el fin del Oncenio. Sin embargo, habría que hacer tres apuntes:

1. Sobre la puerta principal de la “Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores del 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria”, en la cuarta cuadra de la avenida, existe un mural que representa la solemne ceremonia en la que Leguía le entregó al Héroe de la Breña, don Andrés A. Cáceres, el Bastón de Mariscal, en 1920.

2. Sobre el proscenio del que fuera el antiguo Teatro Arequipa (luego regresó a su nombre original: Teatro Leguía) existen entrecruzadas dos letras: T.L., que recuerda su nombre primitivo.

3. En la cuadra 20 (a la altura del edificio “El Dorado”) existe un pequeño obelisco que fue construido con motivo de la inauguración de la avenida. Allí también, en 1930, fue borrada la leyenda recordatoria y, empleando un pequeño camión Ford, modelo “T” (al que ataron unas sogas), se arrancó el busto del Presidente, que miraba hacia Lima. Recién hacia la década de 1970 reapareció, primero, la leyenda, y, luego, el busto, casi desapercibido para la mayoría de limeños.

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Historia del agua potable en Lima


Un aguador en la Lima del 900

Como sabemos, la principal fuente de agua para el consumo de los 8 millones de limeños es el río Rímac . El Rímac, durante los meses de invierno (ausencia de lluvias en la sierra central) recibe parte importante de su agua de fuentes de la vertiente oriental que son desviadas para dirigirlas a nuestra ciudad, que de otra manera se verterían en el río Amazonas y se perderían luego en el Océano Atlántico. Para que el agua del Rímac llegue hasta las plantas de tratamiento de La Atarjea, hace un largo recorrido de 125 kilómetros, descendiendo 5,000 metros desde las alturas de los Andes. Lima, en resumen, recibe aguas superficiales de fuentes fluviales y, un porcentaje menor, de aguas subterráneas. Esta cantidad debería bastar para abastecer a toda su población; sin embargo, el mal uso y las pérdidas que se producen en los hogares y en el sistema de distribución conllevan a que esta situación no se produzca.

El siglo XVI: los primeros años.- Luego de la fundación española de Lima, sus pobladores recogían y bebían agua directamente de las orillas del Rímac o de sus bocatomas, como el Huatica, el Maranga o Surco. Recién, en 1552, el Cabildo vio la forma de traer agua limpia desde los manantiales de La Atarjea. La idea era buscar fuentes más sanas de agua; además, en 1556 se creó el Juzgado Privativo de Aguas, encargado de de atender la distribución del vital líquido en las acequias y pilas de la ciudad.

Fue durante el gobierno del virrey Conde de Nieva que ser decidió aprovechar los manantiales o puquios de La Atarjea , lugar pantanoso situado a 6 kilómetros de la plaza de armas, al pie de lo cerros Santa Rosa y Quiroz. La inversión fue de 20 mil pesos para las excavaciones y tendido de cañerías de arcilla. Los trabajos se iniciaron en 1563, con la construcción del primer acueducto desde La Atarjea a la antigua pila de la Plaza de Armas y las de algunos conventos, como el de San Francisco. La obra se financió con la Contribución de la Sisa (“sisa”: impuesto o estanco).

El momento cumbre llegó el domingo 21 de diciembre de 1578, durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo, cuando, con saludos de arcabucería, se inauguró la llegada de agua a la pila de la Plaza de Armas. Cuentan los documentos que hubo fiesta popular, presidida por el Virrey, música, baile y corridas de toros en la misma plaza; el alcalde de entonces, Juan de cadalso Salazar, derramó puñados de monedas de plata desde las ventanas del Cabildo. Los gastos en las celebraciones ascendieron a 100 pesos de plata.

Un sorprendente descubrimiento arqueológico.- En agosto de 1996, un grupo de arqueólogos de las universidades San Marcos y Villareal, que realizaban excavaciones en la Plaza de Armas, encontró la primera tubería de agua, la que comenzó a construir el Conde de Nieva (1561-64). Este sistema de agua tenía una longitud aproximada de 12 kilómetros. Su recorrido se iniciaba en La Atarjea (donde, según dice, iba a bañarse La Perricholi). El sistema recorría la galería Tambo real, seguía por el antiguo Camino real, cruzaba Riva-Agüero, continuaba por la Puerta de Maravillas, Anchieta y el jirón Junín hasta dirigirse a la pileta de la Plaza de armas.

Según Manuel Valencia Carpio (Historia del abastecimiento de agua potable de Lima, 1535-1996), en La Atarjea se construyó un depósito que recibía las aguas del manantial, conocido como “Caja Real”; Antonio Raimondi lo llamó “Caja de Agua”. Se trataba de un edificio que encerraba entre paredes los manantiales donde se iniciaba un canal o acueducto de ladrillo y cal, abovedado, que en la ciudad se transformaba en una matriz principal formada por tubos de barro cocido, que terminaba en la pila de la Plaza Mayor. Luego, cuando creció la población, se construyó otro reservorio, llamado “Caja de santo Tomás”. De él salía una tubería hasta la Plaza de Armas que luego se prolongó hasta el convento de Santo Domingo; luego se construyeron otras dos que abastecían el convento de La Encarnación y la pileta de la plazuela de San Sebastián.

¿Cómo era la tubería de la época? Eran conductos de barro cocido, interiormente vidriados y envueltos en una masa de ladrillo cilíndrica para resistir la presión del agua; el diámetro de los tubos era de 28 a 30 centímetros. De estas matrices salían ramales, con tubos de menor diámetro (14 a 15 centímetros).

El agua en la Lima virreinal e inicios de la República.– Como vemos, los limeños se abastecían del agua a través de las pilas y pilones. En 1613, según Juan Bromley, había 5 pilas públicas que abastecían 9 edificios religiosos, y locales estatales y 22 autoridades y vecinos notables; estos recibían una “paja de agua” o “media paja”.

a. “paja de agua”.- Caudal que pasaba por un orificio del tamaño de un amoneda americana de un peso (unos 4,545 litros por día); la salida de agua era continua.
b. “media paja”.- Caudal que pasaba por un “tubo” de medio peso. La conexión se hacía por medio de boquillas llamdas “bitoques”.

Esta red de distribución funcionó hasta la década de 1850, cuando el número de pilas y pilones llegaba a 27, y abastecían los puntos más importantes de Lima: el Cercado, el convento de Betlemitas (Barbones), Viterbo, San Francisco, santo Domingo, san Sebastián, Belén, Santa Teresa, Santa Catalina, Abajo el Puente, la Alameda de los Descalzos, Malambo y Las Nazarenas. Un dato importante es que los conventos y monasterios estaban obligados a surtir de agua al vecindario.

De La Atarjea, el agua venía por el acueducto colonial, a través de numerosas chacras y huertas, pasaba casi por la puerta del Cementerio General y entraba a Lima por la Puerta de Maravillas, en cuyas inmediaciones se había construido un reservorio, la “Caja de Santo Tomás”. Según los datos que tenemos, en 1855, a Lima ingresaban 10’300,000 litros de agua al día.

Los aguadores.- La distribución del agua era complementada por los aguadores, quienes llevaban, con sus acémilas, el agua a domicilio en cántaros de barro. Por ejemplo, algunas familias acomodadas de Lima contrataban a estos aguadores, por lo general negros libertos, para que les trajeran el agua de Piedra Liza (en Abajo el Puente), considerada más limpia que la del Rímac o la del acueducto de La Atarjea. Estos negros, que habían formado su gremio, cobraban medio real de plata por cada viaje. Un “viaje de agua” consistía en dos pipas o cántaros. Se anunciaban con el tintineo de una campanilla que sonaba a cada paso de sus asnos.

El patrón del gremio de aguadores era San Benito de Nursia (fundador del monacato occidental, el 11 de julio), y lo festejaban en la iglesia de San Francisco. Era un día de jolgorio. Par entrar al gremio, el futuro aguador debía pagar cuatro pesos al Alcalde para que vaya a los fondos de la Asociación; además, semanalmente, debía abonar un real de plata.

Por mandato del Cabildo, los aguadores debían regar, los sábados por la tarde, la Plaza de Armas y las plazas de San Francisco, Santo Domingo, La Merced y San Agustín. También estaban obligados, dos veces al mes, a matar los perros callejeros. La escena era muy cruel: los ultimaban usando un garrote reforzado con plomo. Los perros que no pagaban licencia (2 pesos anuales al Cabildo) y no llevaban el collar reglamentario, quedaban tendidos en las calles, sobre charcos de sangre, a la espera, siempre tardía, de los recogedores de cadáveres .

Cuentan que usaban el lenguaje más soez de la época. Además, portaban las noticias de sensación; recogían de una casa la novedad del día y la regaban por la ciudad a través de la servidumbre de su clientela. Por último, cuando llegaron los tiempos republicanos, el gremio de aguadores fue muy influyente en la vida política. Los candidatos que lograban el apoyo del gremio tenían asegurado el triunfo en las elecciones que se llevaban a cabo en las parroquias de Lima. Hasta 1890, por ejemplo, eran una fuerza de asalto de las mesas de sufragio.

El siglo XIX: hacia las tuberías de fierro fundido.- Durante los primeros años de la república, los limeños siguieron haciendo uso de la primitiva red de distribución de agua, de las pilas y pilones públicos, del servicio de los “aguadores” y de algunos pozos excavados dentro de los límites de la ciudad. Un hecho importante ocurrió en 1834 cuando, a través de un contrato suscrito con el gobierno de Orbegoso, el inglés Thomas Gill reemplazó las antiguas tuberías de arcilla por otras de fierro, en el tramo entre la Caja de Santo Tomás y la pila de la Plaza Mayor. Sin embargo, el empleo de estas tuberías recién se intensificaría en la segunda de este siglo.

En los años de la bonanza del guano, en 1855, el Estado contrató con Manuel M. Basagoitia el tendido de tuberías de fierro a domicilio. Al poco tiempo, se unirían a él otros inversionistas como Alejandro Prentice, Vicente Oyague, José Sevilla, entre otros, y juntos establecerían la Empresa del Agua, que en 1864 obtuvo el privilegio exclusivo de explotar el suministro de agua por 50 años. La Empresa construyó, en 1872, un nuevo reservorio de agua en los terrenos de la hacienda Ansieta, por el cementerio, cerca de la fábrica de pólvora y la huerta La Menacho. El uso de este reservorio significó la baja de las antiguas cajas de Maravillas, de Santa Clara y de Santo Tomás.

Además, se realizaron varios trabajos de ampliación en La Atarjea: se construyeron nuevas galerías subterráneas para captar la mayor cantidad de agua por filtración, se cavaron nuevas pozas y un nuevo reservorio de forma redonda, de 30 metros de diámetro por 10 metros de profundidad. También se instalaron algunas bombas para impulsar mejor el agua. Como consecuencia de estos trabajos, La Atarjea dejó de ser una zona pantanosa.

Respecto a las tuberías de fierro, la Empresa del Agua instaló, entre 1857 y 1893 unos 73 kilómetros de tuberías. En este último año, los 115 mil habitantes de la ciudad de Lima disponían de 36’296,256 litros de agua cada día. Aun así, el suministro se consideraba insuficiente por las autoridades y el público usuario, que se quejaba también por el mal servicio de la Empresa. Cabe mencionar que las zonas más alejadas de la ciudad como Magdalena, Miraflores o Barranco no estaban incluidas en la red de distribución de agua que abastecía a la ciudad de Lima.

En el Callao, los chalacos se abastecían de un estanque construido de cal y ladrillo en el puquio de Chivato (cerca de la Legua). De ese estanque, salía una cañería de fierro que avanzaba por el Camino Real (actual avenida Colonial) y llegaba al puerto por la calle Lima (hoy avenida Sáenz Peña), hasta concluir frente al castillo del Real Felipe y en el muelle marítimo.

“Agua potable” para los limeños, 1900-1930.- En 1913, un año antes de finalizar el período de 50 años concedidos, el gobierno rescindió el contrato y compró la Empresa del Agua. Para administrar el servicio, se organizó el Consejo Superior de Agua de Lima, que se transformó luego en la Junta Municipal de Agua y finalmente en la Junta del Agua de Lima.

Sin embargo, hasta estas alturas de nuestra historia, no hemos empleado el término “agua potable”, pues el agua consumida por los limeños, hasta 1917, no lo era. El agua proveniente de La Atarjea era producto de filtraciones, buena parte de la cual tenía su origen en acequias de regadío (como las del “río” Surco), y desde su captación, hasta su destino final, no tenía ningún tipo de tratamiento que la hiciera apta para el consumo humano. Para colmo de males, entre la población ni siquiera se había generalizado la costumbre hogareña de “hervir agua”.

Bajo la administración municipal del servicio de agua, lo más trascendental fue que, después de casi 400 años, la población de Lima por fin pudo usar y beber agua realmente potable. En mayo de 1917, gracias al impulso y gestiones del alcalde Luis Miró Quesada en materia de sanidad, se instaló en la Caja de Aforos, a la entrada de La Atarjea, una “Planta de Clorinación”, la primera de su género en el Perú. De esta manera, el agua llegaba purificada al reservorio de Ansieta antes de su distribución en la capital. Al poco tiempo también se comenzó a aplicar alúmina al agua para eliminar su turbidez.

El suministro de agua pasó de 35 millones de litros cada día, en 1915, a 45 millones de litros en 1919, gracias a varios trabajos de ampliación. Sin embargo, seguía siendo una cantidad insuficiente. En 1920, a raíz de la promulgación de la ley Nº 4126 o Ley de Saneamiento, el gobierno de Leguía contrató con la empresa norteamericana The Foundation Company la realización de un amplio programa de obras de saneamiento en 32 poblaciones de la república, hasta por un total de 50 millones de dólares.

Lima, por obvias razones, fue una de las poblaciones incluidas en este programa, acaso con carácter prioritario. The Foundation obtuvo, además, la administración de su servicio de agua potable. Esta empresa cumplió con sus objetivos hasta fines del año 1929 cuando, debido a la crisis internacional, el gobierno peruano no pudo proveer más los fondos estipulados en el contrato. Las obras se paralizaron y, en 1930, la Dirección de Obras Públicas del Ministerio de Fomento asumió el control del servicio de agua en la capital. Pero durante los 9 años que The Foundation estuvo a cargo del servicio, se realizaron importantes trabajos en La Atarjea, por ejemplo:

1. Se construyeron 2,339 metros de galerías a una profundidad media de 15 metros.
2. Se construyó un canal de concreto de más de un kilómetro de longitud para conducir las aguas del “río” Surco desde La Encalada (Monterrico) hasta La Atarjea. Así se eliminó el uso del canal Cuatro Riegos.
3. Se cambió el 70% de las redes antiguas y se amplió la red existente.
4. Se construyeron cuatro tanques en forma de V de 8 metros de ancho por 35 de largo y 8,5 de profundidad. Solo tres de estos tanques podían proporcionar 68 millones de litros de agua al día; además, podían eliminar el 75% de los materiales gruesos arrastrados.

Las innovaciones tecnológicas, 1930-1955.- En 1930 se creó la Superintendencia de Agua Potable de Lima, que dependía del ministerio de fomento y Obras Públicas. De esta manera, se empezó a incrementar y mejorar el servicio de agua potable en Lima, una ciudad que, al final de este periodo, llegó al millón de habitantes, producto, básicamente, de la migración interna.

Según el libro de Manuel Valencia, en los años 40, se realizaron las siguientes obras:

1. Construcción de 4 desarenadores
2. Ampliación del canal Santa Rosa
3. Construcción del Laboratorio de Santa Rosa
4. Construcción de floculadotes de pantalla de flujo vertical
5. Revestimiento de las pozas de sedimentación fina del 1 al 5
6. Construcción de las pozas de sedimentación del 6 al 10
7. Construcción de la estructura de medición de aforos
8. Construcción de los reservorios 3 y 4 de La Menacho
9. Se mejoraron as oficinas de administración de La Atarjea

La era del concreto armado llegó en 1955 cuando se ordenó la construcción de poco más de 3 mil metros lineales de tuberías de concreto (reforzado centrifugado de 28 pulgadas de diámetro) entre La Menacho (La Atarjea) y el cruce de las avenidas 28 de Julio y Aviación; luego se instalaron 500 metros lineales (con tuberías de 21 pulgadas) desde 28 de Julio hasta el cruce con Parinacochas. Asimismo, entre 1955 y 1957, se prolongó la tubería matriz, instalada entre 28 de Julio y Aviación, en un recorrido de 4 mil metros que se empalmó con la tubería (de 21 pulgadas) de la avenida República de Panamá, en su cruce con la calle Los Jazmines; de allí, derivó otra tubería (de 16 pulgadas) por las avenidas Javier Prado y Pershing hasta la Brasil.

Finalmente, en 1955, el gobierno del general Odría firmó un contrato con la empresa francesa Degrémont para ejecutar, en 11 meses, el diseño, la construcción y el equipamiento de la Primera Planta de Tratamiento de Agua Potable de La Atarjea, con un volumen de 5 metros cúbicos por segundo, la de mayor capacidad del mundo en esos años. La moderna Planta, que abastecería de agua potable a la Gran Lima, fue inaugurada el 23 de julio de 1956 con gran pompa por los funcionarios del Ministerio de Fomento. Era, qué duda cabe, un hecho trascendental en la historia de los servicios público en la capital peruana.

Las empresas públicas: COSAL (1962-69).- En 1962, el presidente Manuel Prado creó la Corporación de Saneamiento de Lima (COSAL), con la finalidad de proyectar, construir, ampliar y explotar los servicios de agua potable y desagüe en Lima metropolitana y, eventualmente, en sus zonas aledañas. Asimismo, se declaró “de necesidad pública y utilidad pública” el suelo y subsuelo de los terrenos de propiedad privada y las fuentes de agua. Por lo tanto, se facultó a COSAL solicitar expropiaciones y la constitución de servidumbre, así como el derecho preferencial al aprovechamiento de las aguas para los servicios a su cargo. Durante los años sesenta, entre otras obras emprendidas por la COSAL, podríamos citar:

a. Se perforaron pozos que luego serían conectados a las redes en el Jirón Arica, y abastecer a los distritos de San miguel, Lince, Rímac, avenida Hipólito Unanue, Bosque de san Isidro y Viterbo.
b. Fue ampliada la Planta de Tratamiento de la Atarjea de 5 a 7.5 metros cúbicos por segundo, a través de la construcción de nuevas unidades de clarificación y un embalse regulador de captación que le permitía descartar las aguas particularmente turbias del río Rímac producto de los deslizamientos de tierra.

Las empresas públicas: ESAL (1969-81).- En 1969, el gobierno revolucionario del general Velasco creó la Empresa de Saneamiento de Lima (ESAL), “como organismo público descentralizado del Sector Vivienda, encargado de los servicios de agua y desagüe de Lima y de las poblaciones aledañas que se incorporasen”; en este sentido, en 1971, la Provincia constitucional del Callao se incorporó al sistema de distribución del agua potable bajo la administración de ESAL. Durante la vigencia de SEDAPAL, la obra más importante consistió en rediseñar la Planta de Tratamiento de la Atarjea y ampliarla de 7.5 a 10 metros cúbicos por segundo. Finalmente, en 1981, el gobierno de Belaunde creó el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima (SEDAPAL), organismo que opera hasta nuestros días.

PARA TENER EN CUENTA

1. Lima, después de El Cairo, es la ciudad más grande del mundo ubicada en medio del desierto, por lo que las aguas del Rímac tienen un altísimo valor y debemos darles los mejores cuidados.
2. Lamentablemente, lo que se ha venido haciendo en las últimas décadas es todo lo contrario: agredimos al río, está muy descuidado y, si esto persiste, nuestra calidad de vida se verá seriamente afectada.
3. Hay que recordar que las aguas del Rímac son nuestro alimento.
4. Las aguas del Rímac son sometidas a un proceso de potabilización en La Atarjea, a través de procesos físicos, químicos y biológicos muy complejos. Así, el agua deteriorada que llega a La Atarjea es transformada en potable, es decir, apta para el consumo humano, de acuerdo a rigurosos estándares internacionales.
5. Desde hace muchos años, las aguas naturales del Rímac no satisfacen las necesidades de la población limeña durante el estiaje. Por ello, se utilizan las aguas de la cuenca alta del río Mantaro, que son transvasadas mediante el túnel Trasandino. Pero hay que recordar que, aún así, no son suficientes para atender las demandas de los más de 8 millones de limeños.
6. Desde que en la década de 1920, la Foundation Company reconstruyó el sistema de galerías filtrantes, La Atarjea se ha convertido en un lugar estratégico de alta seguridad. Aquí se encuentran dos modernas plantas de tratamiento de agua potable (construidas entre 1955 y 1994) en un área de 315 hectáreas y a una altura de 135 metros sobre el nivel del mar.

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La ciudad sagrada de Caral


(caralblogspot.com)

Caral se ha convertido en uno de los sucesos arqueológicos más importantes no solo del Perú sino de la América andina. Extendida en una zona casi desértica, en el valle de Supe, a poco menos de 200 kilómetros al norte de la capital del Perú, esta ciudadela prehispánica empezó a ser construida hace unos 5 mil años, según las investigaciones que se realizaron en la zona durante los últimos años de la década de 1990.

Los hallazgos en Caral están obligando a replantear la historia del Perú antiguo. Si hasta hace poco se consideraba que en los tiempos de la cultura Chavín, hace 3 mil 500 años, fue que se dieron las bases para la aparición de la primera civilización compleja en los Andes centrales, ahora, con las evidencias de Caral, los arqueólogos estarían “retrocediendo” esa percepción a un milenio, es decir, entre los 3.000 y 1.800 años antes de Cristo, en el periodo denominado Arcaico Tardío.

¿Cómo se está tejiendo esta historia? Lo estudiosos de Caral afirman que esta ciudadela fue el centro de la cultura Supe, una sociedad teocrática que construyó una veintena de asentamientos urbanos en el valle del río del mismo nombre, a la altura de su desembocadura en el Oceáno Pacífico. Desde Caral, que tuvo una ocupación de mil años, se habrían desarrollado formas de vida civilizada gracias al aprovechamiento de la experiencia lograda hasta ese momento en los Andes peruanos: producción de alimentos según las exigencias de los diversos pisos ecológicos; estructuras de parentesco (el ayllu) que garantizaban el trabajo colectivo, como el ayni y la minca; una economía de intercambio sin moneda; y el desarrollo de diversos cultos que llevarían a la organización de un estado dirigido por castas sacerdotales.

El visitante que llega a Caral puede observar una ciudadela extendida sobre un área de 66 hectáreas con dos grandes zonas bien definidas, una central y otra periférica. En la primera, también llamada “nuclear”, muestra, en su parte alta, siete edificios piramidales, dos plazas circulares hundidas, dos espacios públicos de gran capacidad colectiva, residencias de sacerdotales y los barrios para artesanos y sirvientes. En la zona baja, se advierten edificios de menor formato, como un anfiteatro, un altar circular y diversas viviendas. En la zona periférica o “marginal”, también presenta residencias, pero distribuidas en forma de archipiélago, colindantes con el valle.

Es lógico que a lo largo de sus mil años de ocupación, la ciudadela de Caral, construida con barro y piedras, experimentó diversas transformaciones y, en sus tiempos de apogeo, albergó a 3 mil habitantes. Los arqueólogos también han identificado algunos entierros de carácter ritual y sostienen que esta Ciudad sagrada habría sido concebida como un calendario. En este sentido, cada pirámide habría sido construida en honor a una deidad respondería a una posición astral, lo que demuestra el peso de la cosmovisión religiosa de los hombres de ese tiempo. Asimismo, en la zona sureste de la ciudadela, en un terreno desértico, se ha encontrado lo que sería un laboratorio u observatorio astronómico, compuesto por líneas que establecen horizontes y diversos geoglifos.

Por su lado, la veintena de centros administrativos, satélites de Caral, repartidos en unos 40 kilómetros cuadrados a lo largo del valle de Supe, si bien varían en tamaño, todos ellos presentan edificios piramidales, plazas circulares hundidas y diversos conjuntos residenciales, tanto para la elite como para los artesanos. En otras palabras: comparten el mismo patrón de diseño, estilo y construcción de la Ciudad Sagrada, lo que demostraría la presencia de un estado bien articulado.

En suma, por su complejidad y antigüedad, la Cultura Caral vendría a ser una de las primeras del planeta, equiparable con las ya conocidas del Viejo Mundo, como Mesopotamia, Egipto, India y China. Sin embargo, a diferencia de aquellas, que basaron su grandeza en el intercambio de conocimientos con otros pueblos, Caral, como parte de la Civilización Andina, logró un temprano desarrollo en completo aislamiento, además de adelantarse, en más de 1000 años, a las primeras culturas de Mesoamérica.

¿Cómo se llega a Caral? La Ciudad Sagrada se encuentra en el distrito de Supe, provincia de Barranca, a 184 kilómetros al norte de la ciudad Lima. El tiempo estimado de viaje, en bus o en auto, por la Carretera Panamericana es de 3 horas. Un poco antes de la ciudad de Supe, un letrero anuncia el ingreso a Ámbar, por cuya vía se debe avanzar 23 kilómetros hasta encontrar la señal para el desvío hacia el complejo arqueológico. El clima es agradable durante todo el año. El horario de atención es de lunes a domingo, desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Se puede ir de forma particular, con alguna agencia de viajes o aprovechando el programa “Viajes Educativos” Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe/INC, en el que se podrá enterar de los avances en la investigación y conservación de la Ciudad Sagrada. Además, el complejo cuenta con un centro de información, un restaurante, un escenario para actividades y tiendas de artesanías y recuerdos.

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Recuerdos de Ancón (2)


Casa de Ricardo Palma (foto: Daniela de Orbegoso)

El Museo de Sitio.- Sabemos que Ancón es una de las zonas arqueológicas más importantes de la costa peruana y hace más de un siglo comenzaron las excavaciones. En 1870, por ejemplo, fueron descubiertas las tumbas de una gran necrópolis cuando se realizaban los trabajos de construcción del ferrocarril. En los años posteriores, se llegó a la conclusión que en el área existían restos de tres épocas bien definidas. Una muy antigua con influencia Chavín; luego, una intermedia con elementos de la Cultura Huaura; finalmente, otra más reciente dominada por las culturas Chancay e Inca. En 1959, Jorge C. Muelle halló restos precerámicos debajo de las capas chavinoides y remontó la prehistoria de Ancón al Segundo Milenio a.C.

Por ello, en 1967, se creó el patronato del museo de sitio de Ancón, a iniciativa del arquitecto y periodista Alejandro Miró Quesada Garland y del ingeniero Horacio Alberti Nicolini, con la finalidad de crear un espacio destinado a exhibir los objetos prehispánicos de las diferentes sociedades que se desarrollaron en los alrededores de Ancón. Así, el 13 de febrero de 1993 se inauguró la sala de exposición permanente en cooperación con el Museo de Arte de Lima. Su colección exhibe piezas cerámicas, textiles y fardos funerarios hallados durante más de 100 años de trabajo arqueológico en la zona; algunos dioramas e infografías ilustran al visitante sobre la forma de vida de los antiguos pobladores de Ancón. Se trata del único atractivo turístico cultural del balneario; genera un ingreso anual de unos 10 mil nuevos soles y brinda trabajo a 7 personas. Está ubicado en Prolongación Jorge Chávez s/n (Ancón), abierto de lunes a domingos en horario corrido de 9 a.m. a 7:00 p.m. (teléfono 552-1162; correo electrónico museodeancon@hotmail.com).

Las playas de Ancón.- Son cinco:

1. Playa Miramar.- Se accede a ella luego de descender la Loma de Ancón y, tras atravesar las playas del sector naval, que se encuentran restringidas al público, se llega a esta playa plana, pequeña, con un mar tranquilo y algo ventosa.
2. Playa San Francisco.- Es pequeña, con algo de pendiente y arena en las partes altas. Tiene dos sectores, “San Francisco Chico” y “San Francisco Grande” (ubicada más al sur). Más hacia el sur, destaca por el roquedo de los acantilados que nacen del llamado cerro La Cruz.
3. Playa Las Conchitas.- A partir de esta playa empieza la verdadera ensenada de Ancón. Su arena es más gruesa y su orilla tiene una pendiente inclinada. Hacia el sur, presenta un perfil litoral en forma de “J” que calma las corrientes marinas superficiales del lugar. Su malecón es muy concurrido por los bañistas.
4. Playa Hermosa.- Está en el corazón del balneario; su orilla es plana y su mar muy calmado.
5. Playa Los Calatos.- Tiene un mar movido, muchas piedras y en su zona se levanta un faro.

Las anconetas.- Son la atracción del Malecón, preludio de los taxi-cholos que comenzaron a aparecer en los alrededores de los mercados de Lima. A mediados de la década de los noventa ya circulaban, decoradas, por el malecón de Ancón, paseando a la gente, especialmente a los niños que disfrutan enormemente de este medio de transporte.

Los clubes.- En primer lugar, tenemos el Yacht Club de Ancón (fundado el 1 de marzo de 1950), institución privada destinada a la práctica y fomento amateur de deportes acuáticos como laser, optimist, sunfish, J/24, caza submarina, entre otros. Además de tener su propio muelle, cuenta también con comedor, restaurante, bar, sauna, gimnasio, peluquería, cancha de squash y cancha de tenis; además, brinda empleo permanente a 37 personas y temporal, durante el verano, a 30 más. Aparte, genera ingresos importantes a través de una gran cantidad de servicios contratados localmente (por ejemplo, pagos por estacionamiento de yates), que le generan un ingreso de casi 3 millones de nuevos soles al año. También tenemos el Casino de Ancón (calle Grau 102), el Club de la FAP y el Club de la Marina de Guerra. Los clubes militares no participan en el turismo público, pero reciben a las familias de los militares y generan puestos de trabajo adicionales en verano.

Iglesia de San Pedro de Ancón.- Cuenta la leyenda que, en la década de 1870, cuando Ancón se perfilaba como balneario de moda, el presidente Balta mandó construir en Europa una iglesia armable de estructuras de hierro; el encargo lo recibió nada menos que Gustave Eiffel. La iglesia llegó, pero cuentan que hubo dificultades para traerla hasta Ancón y terminó en Arica, hoy en territorio chileno. Se construyó otra, en 1875, en la calle Balta, pero se destruyó víctima del feroz terremoto de 1940. La actual iglesia, de estilo neo barroco, fue construida en 1945, durante la gestión del alcalde Pedro Mújica Álvarez Calderon. Se construyó en memoria de Pedro Telmo Larragaña, primer alcalde de Ancon, y de su esposa, Rosa Loyola de Larragaña, y en recuerdo de Maria Mújica de Echenique, benefactora de este templo. La inauguración fue el 25 de marzo de 1945, siendo Presidente de la Republica Manuel Prado y Arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán y párroco Jorge Castillo. Los padrinos fueron el Presidente de la Republica y la señora Mariana Balbi de Mujica. La Junta de la Edificación estuvo integrada por las señoras María Garland de Miro Quezada, Martha Vargas de Ayulo, Ana de Magnani, Elisa Montero de Menchaca, Susana del Valle de Puente, Rosa Bentin de Tudela y Catalina de Cassinelli.

La casa de Ricardo Palma.- Nuestro gran tradicionalista fue, durante el gobierno de Balta, diputado y, debido a su cargo, recibió del gobierno un terreno en Ancon. El 20 de Octubre de 1870, recibió el lote 128, ubicado en las esquinas de las actuales calles Dos de Mayo y Carrión, hoy propiedad de la familia Diego Roselló. El terreno mide 16 metros de frente y 17 metros de fondo, un área de 272 metros cuadrados. La obra de carpintería se inició el 11 de septiembre de 1870 a cargo de los maestros de obra José Mejia y Toribio Visquerra y concluyó el 31 de diciembre; el sistema de gasfitería fueron comprados a Hart y Hermanos, negocio establecido en la primera cuadra del jirón Huallaga, en Lima. Además, Palma encargó los muebles a Nueva York, a un costo de 815 dólares; cuentan que eran iguales a los que tenía el presidente Balta en su rancho. El tradicionalista pasó dos veranos en Ancón y vendió su rancho a Jorge Tezanos Pinto en 1875, que era Ministro Plenipotenciario de El Salvador. Luego, la propiedad pasó por diversos dueños hasta que, en 1903, lo compra José Falcone. Actualmente, el rancho está restaurado gracias a sus nuevos propietarios, la familia Roselló.

Turismo marítimo e islas de Ancón.- Una actividad muy desarrollada es el alquiler de “pedalones” y de kayaks en la playa, así como salidas marinas en botes pesqueros artesanales a motor y a remo; hay unas 50 personas que trabajan en este sector. A través de este sector, el visitante no solo puede recorrer la hermosa bahía de Ancón sino visitar las famosas islas, un verdadero oasis de vida natural. Las islas se ubican frente a Punta Mulatos, y destaca la llamada Isla Grande, ubicada a la entrada de la bahía. Es un arco de islas y promontorios que llegan a sumar 13 islas e islotes. Si bien a todo el conjunto se le llama Grupo Pescadores, en realidad está formado por los siguientes bloques:

a. “El Solitario”, formado por los islotes El Solitario, La Viuda, Dos Hermanas, Pata de Cabra, Mal Nombre y Lobos.
b. “Las Huacas”, dos millas hacia el oeste del conjunto anterior, y comprende dos islotes medianos y tres pequeños.
c. “Islas Grandes”, a dos millas y media hacia el oeste del grupo anterior, formado por las islas Gallinazo, Grande y Torbadero.

Estas islas e islotes son el hábitat temporal o permanente de diversas aves marinas, como gaviota peruana (Larus belcheri), guanay (Phalacrocorax bougainvillii), chuita (Phalacrocorax gaimardi), zarcillo (Larosterna inca), camanay (Sula nebouxii), piquero (Sula variegata), pelicano (Pelecanus thagus), y mamíferos marinos como el lobo chusco (Otaria byronia). Asimismo, desde el Fenómeno del Niño de los años 1997 y 1998 habitan también pequeñas poblaciones del pingüino de Humboldt.

Ancón hoy.- El balneario, a pesar de los años y del relativo “abandono” que ha sufrido por parte de la elite limeña que ya apostó por el “Sur”, aún conserva su tradicional encanto. En su malecón se mezclan edificios modernos con bellas casonas del siglo XIX y principios del XX. Según el Censo de 2007, la población del distrito de Ancón es de casi 35 mil habitantes; de este total, la población económicamente activa es del 53%. Las actividades principales de su gente son los servicios (61.15%), la producción (15.12%) y el comercio (14.14%). Entre las actividades productivas, destaca la pesca artesanal. Se calcula en casi 400 el número de pescadores artesanales afiliados a la Asociación de Pescadores Artesanales de Ancón; a estos se suman otras 400 personas que trabajan como apoyo en el muelle artesanal, llegando a un total de cerca de 800 puestos de trabajo a tiempo completo.

El turismo de playa se restringe a los meses de verano, cuando la población aumenta a alrededor de 45 mil personas. Este incremento temporal tiene efectos positivos para todos, creando puestos de trabajo e ingresos para los negocios existentes. Los atractivos turísticos son el conjunto de islas e islotes, con aves guaneras; su área monumental republicana; la iglesia de San Pedro; la casa de Ricardo Palma y la casa donde algunos creen que se firmó el Tratado de Ancón (ojo, esta información no es segura; se trata de la casona conocida como “Rancho Grande”); y el Malecón y su Plaza Central

Sin embargo, el pueblo de Ancón se enfrenta hoy a una decisión histórica que determinará su destino para siempre y cambiará su estructura económica y social de forma irrecuperable. La empresa Santa Sofía Puertos S.A., del Grupo Romero, tiene proyectada la construcción un Puerto industrial para la descarga de contenedores y graneles en la Bahía de Ancón, hasta ahora una caleta pesquera milenaria y balneario histórico. La población se encuentra dividida respecto a la conveniencia de este proyecto. Por ello, instituciones privadas como Apancón, con el Yacht Club de Ancón, lideran una cruzada para revalorar Ancón, su gente y su historia: promover la tradicional pesca artesanal, rescatar los valiosos ranchos anconeros, remodelar el malecón, preservar sus tranquilas aguas; en síntesis, rescatar la vocación natural de pesca y de recreo que tiene esta bahía de casi 4 kilómetros, antes que siga los pasos de otras como la de Chimbote.
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Recuerdos de Ancón (1)


(foto: Daniela de Orbegoso)

Para llegar a Ancón es preciso tomar el tren en una estación de Lima. Nuestras primeras millas a través de los suburbios y haciendas, o plantaciones de caña de azúcar, nos llevan a una estación llamada Las Infantas. Luego, después del riachuelo de Chillón, pasamos por otra estación, Puerto de las Piedras, junto a ciertas viejas ruinas de adobe a través de un Gólgota de calaveras y otros huesos para llegar a la pequeña villa de madera de Ancón… La pequeña bahía, abierta al mar, pero protegida de los vientos del sur, de fácil y seguro acceso… estas playas son realmente las mejores de las vecindades de Lima

(Carlos Neuhaus Rizo Patrón, “Navegando entre el Perú y Ancón”).

Si bien la hermosa bahía de Ancón, a 43 kilómetros al norte de Lima, fue habitada por pescadores desde antes de los tiempos de Chavín, hace 4 mil años, solo nos ocuparemos de su historia como puerto y balneario. Al parecer, Ancón proviene del vocablo lancón, descrito por los cronistas como “pueblo de pescadores”; en lengua aymara significa “piedras gordas y arqueadas”, mientras que en la lengua kauki-chaupi quiere decor “mitad”. Durante los tiempos del Virreinato, el lugar fue conocido como “pueblo de pescadores de Lancón”.

Debido a sus condiciones naturales, este lugar se empleó como puerto alternativo al Callao, tanto en situaciones normales como de emergencia. Por ejemplo, durante la Expedición de San Martín, la Escuadra Libertadora ancló en sus muelles, así como la mayoría de embarcaciones con productos importados, en su mayoría ingleses, que fueron introducidos en el mercado limeño tras la declaración de la Independencia. Asimismo, en los barcos estacionados en Ancón, el libertador San Martín guardó gran parte de lo recaudado para financiar la guerra contra los realistas. Lamentablemente, Lord Cochrane, impago junto a sus colaboradores, huyó con ese dinero. Asimismo, desde su muelle, San Martín se retiró del Perú el 20 de septiembre de 1822, tras instalar el Primer Congreso Peruano.

Como puerto de urgencias también fue usado durante la Guerra del Pacífico. Por ello, su población sufrió al bombardeo del blindado chileno Blanco encalada el 23 de septiembre de 1880. Otro episodio de aquel dramático conflicto se vivió en este balneario cuando se firmó el Tratado de Ancón, el 20 de octubre de 1883, en el que el Perú se rindió ante Chile y perdió definitivamente Tarapacá y permitió la ocupación de Tacna y Arica por 10 años.

El nacimiento de un balneario.- Antes de la Guerra del Pacífico, fue el presidente José Balta quién le dio categoría de balneario cuando, el 19 de abril de 1870, puso la “primera piedra”, ante la presencia del Cónsul inglés; luego, importó del extranjero casas de madera que se levantaron en lotes previamente señalados. Balta tuvo su “rancho” y los demás espacios se repartieron, principalmente, entre los militares y funcionarios más cercanos al Presidente. Luego, ya durante el gobierno del presidente Manuel Pardo, el 29 de octubre de 1874, se creó el distrito. El primer alcalde “oficial” fue el señor Pedro Telmo Larrañaga, quien sustituyó a uno “interino”, el señor Daniel del Risco.

El apogeo de Ancón.- Luego de la derrota contra Chile, el balneario, poco a poco, renació. Su apogeo duró entre 1900 y la década de 1960; sin duda alguna, fue el balneario más exclusivo de Lima. Personajes como Ricardo Palma, Melitón Porras y Andrés A. Cáceres tuvieron casa o pasaron sus veranos aquí. En efecto, presidentes de la República, políticos y empresarios tuvieron aquí sus residencias de verano. Su Casino fue el lugar de reunión de las familias más encumbradas de Lima y, alguna vez, fue visitado por magnates como Aristóteles Onassis, actores de cine como John Wayne o escritores famosos como Ernest Hemingway; a su vez, rockeros como Mick Jagger y Keith Richards de la banda The Rolling Stones, pasaron unos días en Ancón. Su mar, especialmente tranquilo y sin olas, no solo atrajo a los bañistas sino fue el marco perfecto para desarrollar toda clase de deportes o aficiones náuticos, desde el esquí acuático y la motonáutica a la navegación con embarcaciones de todo tipo, especialmente los yates que acoderaban en el muelle del Yatch Club.

El ferrocarril Lima-Ancón.- El proyecto se remonta a 1867 y fue planeado hasta Huacho. Empezó a funcionar a inicios de 1870, durante el gobierno del presidente Balta, con el tramo Lima-Ancón de 42 kilómetros y trocha ancha de 1.435 metros; fue obra de Waldo Graña. A finales de 1870, se inauguró el tramo Ancón-Chancay, siguiendo el trazo de Pasamayo. Era básicamente un tren de carga y el servicio de pasajeros se reducía al clásico tren dominguero, que demoraba unos 45 minutos desde la estación, ubicada en la margen derecha del Rímac, entre las calles Tajamar y Cabezas, hoy Virú, a la que se llegaba pasando un puente llamado “La Palma” desde el jirón Rufino Torrico. La línea seguía casi el trazo de la actual autopista a Ancón y llegaba hasta la punta del muelle.

Durante la guerra con Chile, el enemigo destruyó la sección Ancón-Chancay, por lo que el tramo Lima-Ancón, que no fue afectado quedó, a partir de 1890, a cargo de la Peruvian Corporation y estaba unido al Ferrocarril Central mediante un puente, cuyos restos aún se ven, sobre el río Rímac, que lo conectaba con la estación de Desamparados. Durante la gestión del alcalde Enrique Ayulo Pardo (1949-1953) se concluyeron los arreglos con la empresa de Ferrocarril para levantarse los rieles de la Plaza Talleri (1952), cuando se terminó la autopista que financió Ayulo Pardo. El servicio de trenes y vagones para pasajeros se suspendió el 05 de Julio de 1958, durante la administración del alcalde Jorge Ferrand. Tengamos presente que la Plaza Talleri o Parque Central de Ancón, lleva este nombre en homenaje a Francisco Talleri, Alcalde de Ancon (1894-1905). El histórico ferrocarril dejó de funcionar en 1964, cuando la Peruvian Corporation suspendió definitivamente el tráfico. Hoy quedan también algunos pilares del puente sobre el río Chillón, un túnel que pasa por debajo de la autopista a Ancón, la estación en este balneario, algunos terraplenes, además de los referidos pilares sobre el Rímac.

El Festival de la Canción de Ancón.- En 1968, durante la administración del alcalde Carlos Boza Barducci, empezó este festival de música (para muchos, el “Viña del Mar” peruano), organizado por Sono Radio, el Museo de Sitio de Ancón y el diario El Comercio. Fue animado durante cuatro años, hasta 1971, por el recordado Pablo de Madalengoitia (ese año Panamericana lo televisó por primera vez. Allí brilló una debutante: Gabriela (menos conocida como Gaby Valdivia). El segundo lugar, tras Gabriela, fue para el posterior himno del festival: la nuevaolera “Ancón, Ancón”. Alguna vez Ancón presentó dos intérpretes por cada canción. Era una forma de dejar en claro que se trataba de un festival de la canción, no un concurso de voces. En 1969, triunfó Daniel Camino con su tema inspirado en Cien Años de Soledad, “Macondo”: el más exitoso que haya dado ese evento, pues terminó grabándose en varios idiomas y países. El Festival de Ancón regresaría por todo lo alto en 1974, durante el gobierno del alcalde Genaro Miranda Costa, año en que triunfó Joe Danova (“Guarda esta rosa mi amor”), para luego volverse a ir. En 1978, por ejemplo, un desconocido Ricardo Montaner debutó en el festival. El festival siguió celebrándose esporádicamente hasta su desaparición en 1984. Se desarrollaba en la antigua estación del tren, es decir, en el local de ENAFER.

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Nuevo libro: ‘La Iglesia contemporánea en el Perú (1900-1934): asambleas eclesiásticas y concilios provinciales’

Autores: Fernando Armas Asín y Josep-Ignasi Saranyana
Lima: Instituto Riva-Agüero, 2010. 218 p.
ISBN: 978-9972-832-45-1
Precio: S/. 35.00

El libro es una importante revisión sobre la acción de la Iglesia Peruana en las primeras décadas del siglo XX. El texto nos remite a los hechos e ideas desarrollados en reuniones episcopales, asambleas episcopales y concilios provinciales entre 1900 y 1934, lo cual nos permite ver el desarrollo que tuvo la doctrina y praxis de los sectores eclesiásticos. Asimismo, este trabajo nos muestra la rica relación que la Iglesia tuvo con el mundo político y social de su época, algo evidenciado en hechos como la fundación de la Universidad Católica en 1917, la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús de 1923, entre otros.

CONTENIDO

Presentación

Cap. 1. El Perú en el cambio de siglo
1. La Reconstrucción Nacional (1883-1895)
2. La República Aristocrática (1895-1919)
3. Positivismo y secularización social.

Cap. 2. Asambleas eclesiásticas en la primera década del siglo XX
1. El Concilio Plenario de América Latina de 1899 (= CPLA)
a) Preparación
b) Primeros pasos para la celebración
c) Desarrollo del Concilio
d) Decretos
2. Recepción del Plenario en las iglesias particulares de América Latina
3. Las reuniones episcopales de 1899
4. La Asamblea episcopal peruana de 1902
a) Convocatoria
b) Dificultades
c) Acuerdos
5. La Asamblea episcopal peruana de 1905

Cap. 3. El VII Concilio Provincial de Lima (1909 y 1912)
1. La Asamblea episcopal de 1909 (Concilio de 1909)
a) Preparación
b) Carácter conciliar de la Asamblea de 1909
c) Las actas de las sesiones del concilio de 1909
d) Las constituciones sinodales de 1909
2. La Asamblea episcopal de 1911
a) El plan de reforma de la Santa Sede
b) La carta de San Pío X y la reacción de los obispos
c) Los cinco puntos del plan de reforma
d) Las actas de la Asamblea de 1911
e) Conclusiones de la Asamblea de 1911
d) Reacción de Roma a los acuerdos
3. Fundación del Seminario Central
a) Los acuerdos relativos al Seminario Central
b) El plan de estudios y libros de texto
c) La sede
d) El Seminario Central en los años siguientes
e) La cuestión de la salubridad
4. El Concilio Provincial de 1912
a) Los preparativos
b) Celebración del Concilio Provincial
c) Constituciones sinodales de 1912 (edición de 1913)
d) El plan de estudios aprobado por la Santa Sede
e) La ausencia de Mons. Fidel Olivas Escudero
f) Los informes sobre los seminarios diocesanos del Perú
5. Sobre la condición conciliar de las asambleas episcopales de 1909 y 1912

Cap. 4. Del VII Concilio Provincial de 1912 al Codex Iuris Canonici de 1917
1. La Asamblea episcopal de 1915
a) Convocatoria
b) El memorial del Obispo de Huánuco
c) Otros memoriales
d) Acuerdos públicos de la Asamblea
e) Disposiciones particulares
f) Acuerdos reservados
2. La Asamblea episcopal de 1917
a) Creación de la Nunciatura en el Perú
b) Convocatoria y desarrollo de la Asamblea episcopal
c) Los cinco memoriales a la Asamblea
Informe del rector del Seminario Central
Informe de Mons. Lissón Chávez sobre los partidos políticos confesionales
Informe sobre el séptimo centenario de la Orden de la Merced
Informe de las Comisión sobre la Preservación de la Fe
Informe sobre la creación de la Universidad Católica
d) Acuerdos públicos de la Asamblea episcopal
e) Acuerdos reservados
f) La carta conjunta al presidente de la República
3. Un incidente sobre el fuero eclesiástico

Cap. 5. Contexto político-eclesiástico del VIII Concilio provincial de 1927
1. Cambio político en el Perú
2. El Oncenio de Leguía
3. La consagración del Perú al Sagrado Corazón (1923)
4. La Asamblea episcopal de 1923
5. El Patronato nacional y la renuncia del arzobispo de Lima
6. Esbozo biográfico de Mons. Emilio Lissón Chávez (1872-1961)

Cap. 6. El VIII Concilio Provincial de Lima de 1927
1. Instalación del Concilio
2. La marcha del concilio y algunos temas debatidos
a) Fidelidad a la tradición conciliar limeña
b) Repercusión de la guerra cristera
c) Los presbíteros indignos
d) La definibilidad de la Asunción de Santa María y la veneración de Santo Rosa
e) La cuestión económica y el Patronato nacional
f) Reverencia por la historia civil y eclesiástica del Perú
3. Los asuntos más debatidos en el aula conciliar
a) El influjo del protestantismo
b) La prensa católica
c) Relaciones de los obispos con los capítulos catedrales
d) El Santuario de Santa Rosa de Lima
e) Los católicos y la política
f) Matrimonio canónico y matrimonio civil
g) Iniciativas financieras
h) El estudio de Santo Tomás de Aquino
i) La vida común de los sacerdotes seculares
4. Un nuevo homenaje al presidente Leguía

Cap. 7. El largo itinerario hacia la aprobación del VIII Concilio
1. Tramitación de los decretos conciliares
a) Mons. Emilio Lissón envía a Roma los decretos conciliares
b) Las dos cartas de Mons. Lissón, de 1928
c) La Santa Sede pide más información sobre la “asociación de clérigos”
d) Fin del impasse y proceso de aprobación
e) Publicación impresa de los decretos
f) Discusión de la cronología de la aprobación de los decretos
2. Doctrina del VIII Concilio Peruano

Palabras Finales

Apéndices

1. Carta de de Pío X a los obispos del Perú (Roma, 13 de septiembre de 1910)
2. Plan detallado de la Congregación Consistorial para la reforma del clero y de los seminarios del Perú (Roma, 4 de septiembre de 1910)
3. Acuerdos de los obispos peruanos sobre el Seminario Central (Lima, 1 de marzo de 1911)
4. Estructura de la provincia eclesiástica de Lima desde 1546 a 1927

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La batalla de Lima (1895)

Hoy, 17 de enero, se cumple otro aniversario del más importante triunfo del civilismo frente al militarismo del siglo XIX. Durante los años del Segundo Militarismo, luego de la guerra con Chile, en marzo de 1894, se había formado la Coalición Nacional entre civilistas y demócratas en previsión a cualquier intento de fraude electoral para las elecciones de ese año; ambos grupos respaldaban la candidatura de Nicolás de Piérola, líder del Partido Demócrata. La idea era evitar un nuevo mandato del Héroe de la Breña, Andrés A. Cáceres, y poner fin al monopolio de los militares en el poder.

Como era de esperase, convocadas las elecciones, se presenta la candidatura del general Cáceres. La oposición, es decir, la Coalición Nacional, no participa y se organiza para poner punto final al militarismo. Cáceres asume su segundo mandato en agosto de 1894 pero ya no representa la reconciliación política que tanto se necesitaba. Al interior del país se empiezan a formar tropas de guerrilleros que no aceptan la legitimidad del nuevo gobierno por considerarlo producto de una serie de intrigas políticas y fraude electoral.

Esto hizo de Nicolás de Piérola, quien se encontraba exiliado en Chile, se embarcara en Iquique en el vapor “Pizarro” y tomara tierra cerca de Pisco. Desde ese momento, asumió el mando de la revolución que avanzó por Chincha, Cañete y Lurín hacia Lima. Mientras tanto, en el norte, se alzaban los hermanos Seminario y, en la sierra central, Augusto Durand, todos partidarios de “El Califa”, como llamaban a Piérola.

El 17 de marzo de 1795, los revolucionarios empezaron a entrar a Lima por la calle Malambito. Piérola lo hizo por el barrio de Cocharcas y Durand por el de Santa Ana, en lo que ahora llamamos los Barrios Altos. Finalmente, en la Plazuela del Teatro (frente al actual Teatro Segura), los pierolistas establecieron su cuartel general. La lucha fue sangrienta para controlar la Plaza de Armas y asaltar Palacio de Gobierno. Incluso tuvo que intervenir el Nuncio Apostólico, es decir el representante del Vaticano, para lograr que se enterraran los cientos de cadáveres que se encontraban en las polvorientas calles de la capital.

En medio de este dramático panorama de repudio al militarismo, Cáceres no tuvo más remedio que renunciar para evitar más violencia y entregó el poder a una Junta de Gobierno. La Junta estuvo presidida por Manuel Candamo y debía convocar elecciones limpias. Cáceres toma el camino del exilio y Piérola, con una popularidad poyo pocas veces vista en la política peruana, triunfaría y sentaría las bases de la recuperación nacional para el período 1895-1899.

Los aprestos en Cieneguilla
.- Fue en este valle cercano a la Capital donde Piérola estableció su cuartel general, el “centro de operaciones de su Estado Mayor”. Para llegar a la ofensiva final, formó el “Ejército Nacional”, cuyo entrenamiento estuvo a cargo del militar alemán Carlos Paulli, quien cumplió la complicada tarea de organizar a los rebeldes como ejército regular. Se dice que disponía de 2 mil hombres. Asimismo, por espacio de varios meses, El Califa emprendió, astutamente una “guerra de nervios” para excitar el espíritu de la población a su favor y, de otro lado, desmoralizar y fatigar a las fuerzas de Cáceres.

En efecto, en Lima la agitación era enorme: idas y venidas de tropas, formación de trincheras y de zanjas y rumores falsos o “bolas”. Asimismo, pasquines incendiarios, a veces infames, regaban noticias, disparaban insultos y “mantenían un estado de quietud en todos y esperanzas en la mayoría”. Por ejemplo, un pasquín titulado Si te pica… ráscate, no solo ofendía a Cáceres sino a toda tu familia. Otro volante anónimo, escrito con mucha ironía, por momentos insultante y grotesco, llevaba el título de El esqueleto del Tuerto, en clara alusión a la deficiencia ocular del viejo Héroe de la Breña; otro menos violentos fueron La mano oculta y El boletín del pueblo. Con otro tono, en algunos versos se anunciaba la llegada de Piéola y la algarabía que ello podía generar:

“Preparad lindas limeñas
las coronas de laurel
que ya viene Nicolás
y los patriotas con él”

Otras letrillas, un poco más “audaces”, decían:

“Si yo muero bocabajo,
Le encargo a usted mis hijitos
Y también a mi mujer.
¡Viva Piérola, carajo!”

Se cuenta que en febrero de 1895, en una de las tantas discusiones que mantuvo en Cieneguilla con el estratega alemán Carlos Pauli, Piérola le comentó: “Yo no veo sino una dificultad: entrar a las calles de Lima. Pero lo conseguiremos, y una vez en ellas el triunfo será nuestro, Nos ayudará todo el pueblo, no lo dude usted coronel Pauli”.

De esta manera, con aquella convicción, los pierolistas se dividieron en tres grandes frentes que, de acuerdo a la estrategia trazada, actuarían simultáneamente:

a. Norte.- Al mando del coronel Pauli e Isaías de Piérola, compuesto por 800 hombres, cuyo objetivo era tomar la Portada de Guía y la carretera del Dos de Mayo.
b. Este.- Al mando del coronel Domingo Parra, integrado por 700 hombres, cuya misión era apoderarse de la Pólvora, el Agustino y la puerta de Maravillas.
c. Centro.- Al mando de Nicolás de Piérola y Augusto Durand, formado por 1700 montoneros, cuya consigna era atacar El Pino y las puertas de Barbones y Cocharcas.

La víspera de la toma de Lima (sábado 16 de marzo).- Supuestamente este plan, meticulosamente elaborado, debía tomar Lima en forma sincronizada y aprovechar el factor sorpresa, facilitado por la oscuridad de la madrugada del domingo 17. Sin embargo, Jorge Basadre hace referencia, según versión de Modesto Basadre, que en Palacio de Gobierno se sabía con certeza del ataque de Piérola el mismo sábado: “El 16 de marzo de 1895, a las siete de la tarde, fui, como muchas veces lo hacía, al Club Nacional. Al poco rato en la librería, me dijo el doctor Villaraán, actual vocal de la Corte Suprema (1904): Esta noche Piérola viene a atacar Lima. ¿Cómo lo sabe usted?, le pregunté.-Vengo de Palacio, allí me lo han asegurado.-Tantas veces han asegurado lo mismo y no se ha realizado, le contesté. A las diez de la noche fui a casa y como de costumbre me acosté. Serían las cuatro de la mañana del día 17 de marzo cuando me desperté a consecuencia de oír varios tiros de rifle, que se hicieron cerca de mi casa, nº 102 de la calle Ortiz. Por de pronto, no hice caso; pero viendo que seguían y con mayor intensidad, me vestí, bajé ala puerta de la calle y abrí el postigo, hice levantar ala familia y nos bajamos todos a una ventana de reja de la casa… y me paré en la puerta de calle, oyendo tiros en todas direcciones. Sobre lima se extendía una densa niebla: de mi casa no se podúa discernir la torre de la iglesia inmediata de La Merced. A eso de las seis de la mañana distinguí un grupo a caballo que, desembocando en la calle de Belaochaga, se dirigía ala plazoleta de las Nazarenas. Allí se amontonaron algunos más, a caballo y a pie; y como a las 6 y media emprendieron marcha hacia la Plazuela del Teatro, colindante casi con mi casa. Al pasar el grupo de jinetes delante de mí, pasó su caballo el que venía adelante; era el señor Piérola. Me dirigí saludarlo y me dijo que iba a establecer su cuartel general en dicha plazoleta del teatro. Todo esto tuvo lugar en medio de muchísimos balazos que cruzaban en todas direcciones. Acababa de pasar el señor Piérola con su comitiva que no pasaría de sesenta hombres, cuando una pobre mujer con dos criaturas como de cuatro y cinco años se llegó a la puerta del callejón que existía y existe aún al frente del nº 102. Su marido se había ido a unir al señor Piérola en Lurín y creía poder verlo entre los que invadían la ciudad. Una bala hirió y mató a la mujer. Cayó sobre la vereda. Las criaturas se quedaron paradas al lado del cadáver de la madre… no conocían aún la Muerte”.

En efecto, decidido el ataque, a pesar de contar con tropas muy heterogéneas, irregulares, carentes de una buena instrucción militar y con armamento muy improvisado, el sábado 16 de marzo, a las 3 de la tarde, Piérola y sus montoneros dejaron Cieneguilla e iniciaron su mítica marcha hacia el centro histórico de Lima. A 6 millas de la Capital, El califa y sus hombres decidieron acampar para dar tiempo a los compañeros de los otros frentes avanzar para cumplir sus objetivos. Según Jorge Dulanto, “Con su vestido blanco, botones dorados, botas granaderas de hule negro y gorro marino, Piérola a la cabeza de su infantería, enrumbó hacia la Portada de Cocharcas; su caballería y la de Oré rompieron el fuego contra las fuerzas de Cáceres en El Pino y en San Borja”.

El domingo 17 de marzo.- Tal como lo recogió Modesto Basadre, en medio de una densa niebla y de un grueso tiroteo, los rebeldes ingresaron a la ciudad, tal como se había planificado, en las primeras horas del domingo 17. A las 8 de la mañana rompieron fuegos contra el antiguo “Palacio de Pizarro” en el que, según datos del mismo Cáceres, en una entrevista que dio meses después en Montevideo, solo había 200 hombres de un cuerpo de línea, 50 de escolta y una ametralladora. En aquella célebre entrevista, hecha en la capital uruguaya por un corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, el 27 de abril de 1895, se trataron dos puntos: los combates en Lima del mes de marzo y la situación del Perú. Según Cáceres, la revolución de Piérola había contado con la “manifiesta cooperación de Chile, Bolivia y Ecuador”.

Lo cierto es que a partir de la mañana del domingo 17 y durante 48 horas, se sucedieron en distintas partes de la antigua “capital de los virreyes” un sangriento combate entre las fuerzas de Cáceres y los rebeldes pierolistas. Los primeros defendían sus posiciones y los otros, trataban de ganarlas. Según distintas versiones, algunos de los coroneles de Cáceres se negaron a combatir y varios batallones tuvieron que batirse valientemente. Estos trascendidos tuvieron que ser luego desmentidos por el Héroe de la Breña en la mencionada entrevista: “Hasta el último momento me han dado pruebas de su lealtad que nunca olvidaré. Casi todos los jefes pertenecían a esa guarnición de soldados que formé cuando en la guerra nacional resistí, en los límites de las humanas fuerzas contra la invasión chilena”.

Luego de un colosal esfuerzo, Piérola logró adueñarse de la plazuela del Teatro, donde fijó su cuartel de operaciones. El silbar de los rifles, el tronar de los cañones y el repicar de los campanarios tomados por los rebeldes –dice José Gálvez en su crónica- llenaron de ruidos siniestros en la apacible Lima de finales del XIX. En los hogares reinaban la piedad, el temor y la angustia. Sin embargo, se asume que, desde un principio, la población limeña apoyó y peleó a favor de Piérola. Las casas se convirtieron en las trincheras de la Coalición Nacional, pues desde techos y ventanas “un fuego incesante caía sobre los defensores del Gobierno, ocasionándoles desastrosas bajas”.

Sin duda alguna, lo más dantesco de la situación fue el número de muertos producto de lo encarnizado del combate: eran más de 2500 las víctimas regadas por las calles. El comercio, las tiendas y las más humildes pulperías estuvieron cerrados esos truculentos días. Asimismo, los servicios locales estaban suspendidos. De otro lado, en el Callao no había ninguna nave del Gobierno pues el sábado habían salido el Constitución para Salaverry y la Lima para Pisco. Pero el domingo por la tarde, un contingente de milicias navales enrumbó para Lima en una actitud beligerante contra Piérola.
Cuenta una tradición limeña que los rebeldes hacían repicar las campanas de las iglesias que ocupaban. De este modo, los viejos limeños reconocían, por los matices de sus toques, el desarrollo de la lucha.

Los cadáveres, la amenaza de epidemia y la intervención diplomática.- De esta manera, la situación se agravó cuando, al segundo día de la contienda, a medida que las bajas de ambos bandos aumentaban. Como dijimos, las calles estaban llenas de cadáveres, de moribundos y de heridos. Cuentan que en los cementerios de las parroquias se agrupaban, en enormes pilas, cadáveres de oficiales, soldados y civiles, en “maloliente y macabra confusión”.

El olor pestilente y la putrefacción de los cadáveres, el temor a que se desate una epidemia por “enterrarlos apresuradamente sin identificarlos siquiera”, la carencia de medios para socorrer a los heridos y lo inútil de la contienda obligaron al Cuerpo Diplomático acreditado en Lima, presidido por su Decano, el Nuncio Apostólico, monseñor José Macchi, presionar para poner fin a la lucha.

Así, en un memorable oficio del 18 de marzo, el Delegado Apostólico, se dirigió al presidente Cáceres “interpretando los sentimientos ya de humanidad, ya de afecto profundo que el Cuerpo Diplomático profesa a esta nobilísima Nación”, para solicitarle “en vista siquiera de la mucha sangre peruana que se está derramando, procurase cuanto estuviere de su parte para que concluyese el conflicto que tanto estrago de vidas e intereses estaba ocasionando”. En tono suplicatorio pero firme, agregó: “si es tan solo a su persona a la que se hostiliza y no al principio de autoridad, que V.E. representa, más fácil será a V.E. oír en estos supremos momentos la voz de su patria que por órgano de las naciones hermanas implora tregua y paz”.

Dicen que Cáceres en un comienzo se resistió a entrar en conversaciones con los revolucionarios, pero ante la insistencia del monseñor Macchi, quien le encaró su impopularidad, tuvo que acceder al pedido de tregua. Esta versión es refutada por Cáceres en la ya citada entrevista de Montevideo: “Le respondí a Macchi que por mi parte no había inconveniente en conceder la tregua, aunque dada mi posición esa concesión me favorecería muy poco”.

Por su parte Piérola, establecido ahora en el hotel Universo, aceptó la suspensión momentánea del combate a través de un decreto del 19 de marzo, firmado en su condición de “Delegado Nacional”. A las 2 de la tarde de ese día, el representante papal y otros miembros del Cuerpo Diplomático entregaron a la imprenta de El Comercio el texto de la “Tregua”, cuyo objetivo era enterrar a los muertos y asistir a los heridos. Pero al cabo de 24 horas y en vista de que el tiempo no había sido suficiente para enterrar a todos los muertos, el Cuerpo Diplomático solicitó una prórroga del armisticio, hasta el jueves 21 a las 2 de la tarde. En realidad, esta medida tenía como propósito acabar de una vez por todas con la situación. No se equivocaron. El miércoles 20, a las 8 de la mañana, se reunieron en la Delegación Apostólica los señores Luis Felipe Villarán y Enrique Bustamante, representantes del Gobierno y la Coalición respectivamente, para negociar sobre el asunto. Ese mismo día, el Cuerpo Diplomático anunció la firma de un tratado de paz en el que el general Cáceres anunciaba su dimisión al cargo. Una Junta de Gobierno se encargaría de convocar nuevas elecciones.

Es preciso decir que, durante esos días, vecinos de Lima dieron dinero para pagar sepultureros. El 22 de marzo, la Municipalidad ofreció mil soles “a quien dejase la ciudad limpia de polvo y paja”.

Las pérdidas humanas y materiales.- Los sucesos del 17 y 18 de marzo no solo dejaron el trágico saldo de varios centenares de muertos y heridos, sino también cuantiosas pérdidas materiales en el orden económico, además de muchos desmanes cometidos por ambos bandos:

a. El Club de la Unión fue saqueado; se estimó sus pérdidas en 30 mil soles.
b. Diversas pulperías, centros comerciales y propiedades particulares no solo fueron saqueados sino también destruidos.
c. Los faroles del alumbrado público y los focos de luz eléctrica corrieron semejante suerte.
d. Los alambres telegráficos fueron cortados y abandonados en plena vía pública.
e. Una bala de cañón dirigida por las tropas de Cáceres contra las huestes pierolistas dañó gravemente la única torre que le quedaba a la iglesia de San Agustín (la otra fue derribada por el terremoto de 1746).
f. Los rebeldes incendiaron la casa del coronel Pedro Muñiz, saquearon la del general Justiniano Borgoño y pretendieron hacer lo mismo con la del general Cáceres, como revela él en la entrevista, pero fue salvada gracias a la intervención de las autoridades.

Pero en medio de estos deplorables sucesos hubo gestos de entrega y caridad. La Sociedad Peruana de la Cruz Roja, presidida por el capitán de navío Francisco Sanz, actuó en forma destacada y mereció el reconocimiento de la población y de la Municipalidad que le dio una medalla de oro por su participación; asimismo, la actuación de la Guardia Urbana y las diversas Compañías de Bomberos en socorrer a la ciudadanía. Por su lado, diversas órdenes religiosas, estuvieron ala altura de su deber. Los médicos y practicantes de la Facultad de Medicina cumplieron cabalmente su misión. Las damas y varones de diferente condición contribuyeron de acuerdo a sus posibilidades y en forma permanente. Todo esto amenguó la negrura de la lucha fraticida.

La labor de la Sociedad Peruana de Cruz Roja.- Establecida en 1879, jugó un papel importante en esta guerra civil. Como dijimos, presidida por el capitán Francisco Sanz, organizó un servicio de ambulancias, en colaboración con las compañías de bomberos Cosmopolita y Garibaldo de Chorrillos. Se establecieron tres lugares para atender a los heridos:

a. La huerta de de Francisco Estéban Valverde, en la calle Huaylas (barrio del Cercado)
b. El colegio patrocinado por la señorita Isabel Gonzáles Prada, donde acudieron 150 heridos (atendidos por varias señoras y señoritas y los sacerdotes descalzos)
c. El antiguo Conventillo de Monserrat, donde actuó una comisión de señoras al mando de Me4rcedes Vigil de Rospigliosi

Es lógico imaginarse que, durante los combates, la Cruz Roja hubo de transportar heridos en medio de las balas; así, dos miembros de las ambulancias fueron muertos. Los locales para atender a los heridos sobrepasaron su capacidad. Por ello, se tuvo que habilitar otros locales como la Escuela Pardo en la calle Malambo y la casa de José Vicente Oyague en la calle Boza (atendidos por un grupo de señoras al mando de Celia P. del Río). Asimismo, los médicos trabajaron día y noche: salvaron vidas, realizaron amputaciones y inmunizaron los casos de gangrena. Cuentan que los combatientes no disparaban al ver la bandera de la Cruz Roja. Finalmente, colectas y donativos ayudaron a que la Cruz Roja pudiera hacer su misión.

La labor de Juana Alarco de Dammert.- Nacida en Lima el 27 de mayo de 1842, esposa de un comerciante alemán, fundó la sociedad “Auxiliadora” para asistir a los heridos y a los presos. Sus ambulancias tuvieron el apoyo del presidente Cáceres. Se sabe que la “Auxiliadora” instaló una ambulancia en la Plaza del Teatro (que contó con 50 camas y atendió a 227 heridos), en el local de la Bomba Francia y remitió ayuda en medicina, colchones, camas, víveres y otros artículos a la Cruz Roja. Luego de la guerra civil, Juan Larco fundó la Sociedad Auxiliadora de la Infancia, a la que dedicó el resto de su vida.

Canto al finalizar la guerra civil.- Culminada la feroz contienda, con un tono más “festivo”, un canto popular decía:

“Que bailen todos y viva la emoción,
No nos importa que venga la mañana,
Hemos vivido un rato de emoción”.

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Hoy, 50 años del Hipódromo de Monterrico


Vista aérea del hipódromo a inicios de los sesenta

Los ingleses introdujeron la afición por las carreras de caballos desde la década de 1860. La primera de la que hay registro se realizó el 29 de febrero de 1864 en el Callao, en la cancha de Bellavista. La carrera estuvo bien concurrida y estuvo presidida por el prefecto del Callao. También sabemos que existía un club hípico y los caballos eran peruanos o chilenos cruzados con sementales ingleses. En 1869 se abandona Bellavista y, con el objeto de acercar el deporte a la capital, se inaugura un “hipódromo” en la Pampa del Pino, o sea, en una extensión plana, entre las faldas del cerro de El Agustino y los terrenos de la urbanización Manzanilla. A partir de la década de 1870 se construyó un nuevo “hipódromo”, a mitad de camino entre Lima y el Callao, cerca de la estación del ferrocarril trasandino, donde era más fácil que el público pudiera asistir, cerca de la actual Plaza Dos de Mayo. Se trataba de un terreno donado por los herederos de Henry Meiggs; por ello, era llamada la Cancha Meiggs (estaba ubicada a la altura del fundo de Mirones); Su inauguración fue el 15 de agosto de 1877. Las carreras de gala se celebraban los 29 y 30 de julio con motivo de la fiesta de la Independencia. Lamentablemente, la guerra con Chile truncó, por el momento, la actividad hípica.

Si bien la afición por la hípica había crecido a lo largo del último tercio del siglo XIX, Lima no contaba con un recinto lo suficientemente moderno, como otras capitales latinoamericanas, para albergar a todos los entusiastas por las carreras de caballos. Por ello, El jueves 11 de junio de 1903 se inauguró, gracias al esfuerzo del Jockey Club de Lima, el nuevo hipódromo de Santa Beatriz, ubicado en el actual Campo de Marte. El hipódromo fue, durante muchos años, una de las construcciones más hermosas y modernas que pudo exhibir la capital. Su elegante arquitectura, una curiosa mezcla de estilos afrancesados y arabescos, y su perfecta ubicación, en un inmenso campo verde, ofrecieron el marco adecuado para que los altos círculos limeños lo tomaran como uno de sus lugares favoritos de reunión. Memorables fiestas y eventos se celebraron en sus instalaciones. Una de las más recordadas fue la carrera de gala con motivo de la visita del general argentino Roque Sáenz Peña, futuro presidente de su país, en 1905. Los domingos y feriados sus tribunas de madera se abarrotaban de público por lo que fue necesario luego abrir la avenida Guzmán Blanco para facilitar el acceso desde el elegante Paseo Colón y la novísima Plaza Bolognesi.

Pero el crecimiento urbano de Lima, a partir de los años 30, hizo que el gobierno de Benavides le pidiera al Jockey Club el terreno de Santa Beatriz y le adjudicara otro, en el nuevo distrito de Jesús María, hasta el vencimiento del plazo de la enfiteusis que había sido de 99 años. Así, el 4 de diciembre de 1938 se inauguró, son todo el brillo social y deportivo, el nuevo hipódromo de San Felipe, al costado de la avenida Salaverry. Lamentablemente, su capacidad no ofrecía las seguridades del caso. El 30 de noviembre de 1952, por ejemplo, un grupo de aficionados invadió la pista y evitó, lanzando piedras, la realización de la sétima carrera. De cualquier forma, desde 1951, la dirigencia del Jockey Club ya consideraba la construcción de un recinto que sea de su propiedad. Las ganancias obtenidas por la “polla” le permitieron a los socios adquirir, en 1955 110 hectáreas de terrenos en el distrito de Santiago de Surco donde actualmente se encuentra el Hipódromo de Monterrico. Inmediatamente se empezó con la construcción, que se culminó en 1960, año en que se llevó a cabo la última carrera en San Felipe. Fue 18 de diciembre de 1960 que se iniciaron las actividades enel hipódromo de Monterrico, el más moderno de Sudamérica en su tiempo.
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