La batalla de Lima (1895)

Hoy, 17 de enero, se cumple otro aniversario del más importante triunfo del civilismo frente al militarismo del siglo XIX. Durante los años del Segundo Militarismo, luego de la guerra con Chile, en marzo de 1894, se había formado la Coalición Nacional entre civilistas y demócratas en previsión a cualquier intento de fraude electoral para las elecciones de ese año; ambos grupos respaldaban la candidatura de Nicolás de Piérola, líder del Partido Demócrata. La idea era evitar un nuevo mandato del Héroe de la Breña, Andrés A. Cáceres, y poner fin al monopolio de los militares en el poder.

Como era de esperase, convocadas las elecciones, se presenta la candidatura del general Cáceres. La oposición, es decir, la Coalición Nacional, no participa y se organiza para poner punto final al militarismo. Cáceres asume su segundo mandato en agosto de 1894 pero ya no representa la reconciliación política que tanto se necesitaba. Al interior del país se empiezan a formar tropas de guerrilleros que no aceptan la legitimidad del nuevo gobierno por considerarlo producto de una serie de intrigas políticas y fraude electoral.

Esto hizo de Nicolás de Piérola, quien se encontraba exiliado en Chile, se embarcara en Iquique en el vapor “Pizarro” y tomara tierra cerca de Pisco. Desde ese momento, asumió el mando de la revolución que avanzó por Chincha, Cañete y Lurín hacia Lima. Mientras tanto, en el norte, se alzaban los hermanos Seminario y, en la sierra central, Augusto Durand, todos partidarios de “El Califa”, como llamaban a Piérola.

El 17 de marzo de 1795, los revolucionarios empezaron a entrar a Lima por la calle Malambito. Piérola lo hizo por el barrio de Cocharcas y Durand por el de Santa Ana, en lo que ahora llamamos los Barrios Altos. Finalmente, en la Plazuela del Teatro (frente al actual Teatro Segura), los pierolistas establecieron su cuartel general. La lucha fue sangrienta para controlar la Plaza de Armas y asaltar Palacio de Gobierno. Incluso tuvo que intervenir el Nuncio Apostólico, es decir el representante del Vaticano, para lograr que se enterraran los cientos de cadáveres que se encontraban en las polvorientas calles de la capital.

En medio de este dramático panorama de repudio al militarismo, Cáceres no tuvo más remedio que renunciar para evitar más violencia y entregó el poder a una Junta de Gobierno. La Junta estuvo presidida por Manuel Candamo y debía convocar elecciones limpias. Cáceres toma el camino del exilio y Piérola, con una popularidad poyo pocas veces vista en la política peruana, triunfaría y sentaría las bases de la recuperación nacional para el período 1895-1899.

Los aprestos en Cieneguilla
.- Fue en este valle cercano a la Capital donde Piérola estableció su cuartel general, el “centro de operaciones de su Estado Mayor”. Para llegar a la ofensiva final, formó el “Ejército Nacional”, cuyo entrenamiento estuvo a cargo del militar alemán Carlos Paulli, quien cumplió la complicada tarea de organizar a los rebeldes como ejército regular. Se dice que disponía de 2 mil hombres. Asimismo, por espacio de varios meses, El Califa emprendió, astutamente una “guerra de nervios” para excitar el espíritu de la población a su favor y, de otro lado, desmoralizar y fatigar a las fuerzas de Cáceres.

En efecto, en Lima la agitación era enorme: idas y venidas de tropas, formación de trincheras y de zanjas y rumores falsos o “bolas”. Asimismo, pasquines incendiarios, a veces infames, regaban noticias, disparaban insultos y “mantenían un estado de quietud en todos y esperanzas en la mayoría”. Por ejemplo, un pasquín titulado Si te pica… ráscate, no solo ofendía a Cáceres sino a toda tu familia. Otro volante anónimo, escrito con mucha ironía, por momentos insultante y grotesco, llevaba el título de El esqueleto del Tuerto, en clara alusión a la deficiencia ocular del viejo Héroe de la Breña; otro menos violentos fueron La mano oculta y El boletín del pueblo. Con otro tono, en algunos versos se anunciaba la llegada de Piéola y la algarabía que ello podía generar:

“Preparad lindas limeñas
las coronas de laurel
que ya viene Nicolás
y los patriotas con él”

Otras letrillas, un poco más “audaces”, decían:

“Si yo muero bocabajo,
Le encargo a usted mis hijitos
Y también a mi mujer.
¡Viva Piérola, carajo!”

Se cuenta que en febrero de 1895, en una de las tantas discusiones que mantuvo en Cieneguilla con el estratega alemán Carlos Pauli, Piérola le comentó: “Yo no veo sino una dificultad: entrar a las calles de Lima. Pero lo conseguiremos, y una vez en ellas el triunfo será nuestro, Nos ayudará todo el pueblo, no lo dude usted coronel Pauli”.

De esta manera, con aquella convicción, los pierolistas se dividieron en tres grandes frentes que, de acuerdo a la estrategia trazada, actuarían simultáneamente:

a. Norte.- Al mando del coronel Pauli e Isaías de Piérola, compuesto por 800 hombres, cuyo objetivo era tomar la Portada de Guía y la carretera del Dos de Mayo.
b. Este.- Al mando del coronel Domingo Parra, integrado por 700 hombres, cuya misión era apoderarse de la Pólvora, el Agustino y la puerta de Maravillas.
c. Centro.- Al mando de Nicolás de Piérola y Augusto Durand, formado por 1700 montoneros, cuya consigna era atacar El Pino y las puertas de Barbones y Cocharcas.

La víspera de la toma de Lima (sábado 16 de marzo).- Supuestamente este plan, meticulosamente elaborado, debía tomar Lima en forma sincronizada y aprovechar el factor sorpresa, facilitado por la oscuridad de la madrugada del domingo 17. Sin embargo, Jorge Basadre hace referencia, según versión de Modesto Basadre, que en Palacio de Gobierno se sabía con certeza del ataque de Piérola el mismo sábado: “El 16 de marzo de 1895, a las siete de la tarde, fui, como muchas veces lo hacía, al Club Nacional. Al poco rato en la librería, me dijo el doctor Villaraán, actual vocal de la Corte Suprema (1904): Esta noche Piérola viene a atacar Lima. ¿Cómo lo sabe usted?, le pregunté.-Vengo de Palacio, allí me lo han asegurado.-Tantas veces han asegurado lo mismo y no se ha realizado, le contesté. A las diez de la noche fui a casa y como de costumbre me acosté. Serían las cuatro de la mañana del día 17 de marzo cuando me desperté a consecuencia de oír varios tiros de rifle, que se hicieron cerca de mi casa, nº 102 de la calle Ortiz. Por de pronto, no hice caso; pero viendo que seguían y con mayor intensidad, me vestí, bajé ala puerta de la calle y abrí el postigo, hice levantar ala familia y nos bajamos todos a una ventana de reja de la casa… y me paré en la puerta de calle, oyendo tiros en todas direcciones. Sobre lima se extendía una densa niebla: de mi casa no se podúa discernir la torre de la iglesia inmediata de La Merced. A eso de las seis de la mañana distinguí un grupo a caballo que, desembocando en la calle de Belaochaga, se dirigía ala plazoleta de las Nazarenas. Allí se amontonaron algunos más, a caballo y a pie; y como a las 6 y media emprendieron marcha hacia la Plazuela del Teatro, colindante casi con mi casa. Al pasar el grupo de jinetes delante de mí, pasó su caballo el que venía adelante; era el señor Piérola. Me dirigí saludarlo y me dijo que iba a establecer su cuartel general en dicha plazoleta del teatro. Todo esto tuvo lugar en medio de muchísimos balazos que cruzaban en todas direcciones. Acababa de pasar el señor Piérola con su comitiva que no pasaría de sesenta hombres, cuando una pobre mujer con dos criaturas como de cuatro y cinco años se llegó a la puerta del callejón que existía y existe aún al frente del nº 102. Su marido se había ido a unir al señor Piérola en Lurín y creía poder verlo entre los que invadían la ciudad. Una bala hirió y mató a la mujer. Cayó sobre la vereda. Las criaturas se quedaron paradas al lado del cadáver de la madre… no conocían aún la Muerte”.

En efecto, decidido el ataque, a pesar de contar con tropas muy heterogéneas, irregulares, carentes de una buena instrucción militar y con armamento muy improvisado, el sábado 16 de marzo, a las 3 de la tarde, Piérola y sus montoneros dejaron Cieneguilla e iniciaron su mítica marcha hacia el centro histórico de Lima. A 6 millas de la Capital, El califa y sus hombres decidieron acampar para dar tiempo a los compañeros de los otros frentes avanzar para cumplir sus objetivos. Según Jorge Dulanto, “Con su vestido blanco, botones dorados, botas granaderas de hule negro y gorro marino, Piérola a la cabeza de su infantería, enrumbó hacia la Portada de Cocharcas; su caballería y la de Oré rompieron el fuego contra las fuerzas de Cáceres en El Pino y en San Borja”.

El domingo 17 de marzo.- Tal como lo recogió Modesto Basadre, en medio de una densa niebla y de un grueso tiroteo, los rebeldes ingresaron a la ciudad, tal como se había planificado, en las primeras horas del domingo 17. A las 8 de la mañana rompieron fuegos contra el antiguo “Palacio de Pizarro” en el que, según datos del mismo Cáceres, en una entrevista que dio meses después en Montevideo, solo había 200 hombres de un cuerpo de línea, 50 de escolta y una ametralladora. En aquella célebre entrevista, hecha en la capital uruguaya por un corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, el 27 de abril de 1895, se trataron dos puntos: los combates en Lima del mes de marzo y la situación del Perú. Según Cáceres, la revolución de Piérola había contado con la “manifiesta cooperación de Chile, Bolivia y Ecuador”.

Lo cierto es que a partir de la mañana del domingo 17 y durante 48 horas, se sucedieron en distintas partes de la antigua “capital de los virreyes” un sangriento combate entre las fuerzas de Cáceres y los rebeldes pierolistas. Los primeros defendían sus posiciones y los otros, trataban de ganarlas. Según distintas versiones, algunos de los coroneles de Cáceres se negaron a combatir y varios batallones tuvieron que batirse valientemente. Estos trascendidos tuvieron que ser luego desmentidos por el Héroe de la Breña en la mencionada entrevista: “Hasta el último momento me han dado pruebas de su lealtad que nunca olvidaré. Casi todos los jefes pertenecían a esa guarnición de soldados que formé cuando en la guerra nacional resistí, en los límites de las humanas fuerzas contra la invasión chilena”.

Luego de un colosal esfuerzo, Piérola logró adueñarse de la plazuela del Teatro, donde fijó su cuartel de operaciones. El silbar de los rifles, el tronar de los cañones y el repicar de los campanarios tomados por los rebeldes –dice José Gálvez en su crónica- llenaron de ruidos siniestros en la apacible Lima de finales del XIX. En los hogares reinaban la piedad, el temor y la angustia. Sin embargo, se asume que, desde un principio, la población limeña apoyó y peleó a favor de Piérola. Las casas se convirtieron en las trincheras de la Coalición Nacional, pues desde techos y ventanas “un fuego incesante caía sobre los defensores del Gobierno, ocasionándoles desastrosas bajas”.

Sin duda alguna, lo más dantesco de la situación fue el número de muertos producto de lo encarnizado del combate: eran más de 2500 las víctimas regadas por las calles. El comercio, las tiendas y las más humildes pulperías estuvieron cerrados esos truculentos días. Asimismo, los servicios locales estaban suspendidos. De otro lado, en el Callao no había ninguna nave del Gobierno pues el sábado habían salido el Constitución para Salaverry y la Lima para Pisco. Pero el domingo por la tarde, un contingente de milicias navales enrumbó para Lima en una actitud beligerante contra Piérola.
Cuenta una tradición limeña que los rebeldes hacían repicar las campanas de las iglesias que ocupaban. De este modo, los viejos limeños reconocían, por los matices de sus toques, el desarrollo de la lucha.

Los cadáveres, la amenaza de epidemia y la intervención diplomática.- De esta manera, la situación se agravó cuando, al segundo día de la contienda, a medida que las bajas de ambos bandos aumentaban. Como dijimos, las calles estaban llenas de cadáveres, de moribundos y de heridos. Cuentan que en los cementerios de las parroquias se agrupaban, en enormes pilas, cadáveres de oficiales, soldados y civiles, en “maloliente y macabra confusión”.

El olor pestilente y la putrefacción de los cadáveres, el temor a que se desate una epidemia por “enterrarlos apresuradamente sin identificarlos siquiera”, la carencia de medios para socorrer a los heridos y lo inútil de la contienda obligaron al Cuerpo Diplomático acreditado en Lima, presidido por su Decano, el Nuncio Apostólico, monseñor José Macchi, presionar para poner fin a la lucha.

Así, en un memorable oficio del 18 de marzo, el Delegado Apostólico, se dirigió al presidente Cáceres “interpretando los sentimientos ya de humanidad, ya de afecto profundo que el Cuerpo Diplomático profesa a esta nobilísima Nación”, para solicitarle “en vista siquiera de la mucha sangre peruana que se está derramando, procurase cuanto estuviere de su parte para que concluyese el conflicto que tanto estrago de vidas e intereses estaba ocasionando”. En tono suplicatorio pero firme, agregó: “si es tan solo a su persona a la que se hostiliza y no al principio de autoridad, que V.E. representa, más fácil será a V.E. oír en estos supremos momentos la voz de su patria que por órgano de las naciones hermanas implora tregua y paz”.

Dicen que Cáceres en un comienzo se resistió a entrar en conversaciones con los revolucionarios, pero ante la insistencia del monseñor Macchi, quien le encaró su impopularidad, tuvo que acceder al pedido de tregua. Esta versión es refutada por Cáceres en la ya citada entrevista de Montevideo: “Le respondí a Macchi que por mi parte no había inconveniente en conceder la tregua, aunque dada mi posición esa concesión me favorecería muy poco”.

Por su parte Piérola, establecido ahora en el hotel Universo, aceptó la suspensión momentánea del combate a través de un decreto del 19 de marzo, firmado en su condición de “Delegado Nacional”. A las 2 de la tarde de ese día, el representante papal y otros miembros del Cuerpo Diplomático entregaron a la imprenta de El Comercio el texto de la “Tregua”, cuyo objetivo era enterrar a los muertos y asistir a los heridos. Pero al cabo de 24 horas y en vista de que el tiempo no había sido suficiente para enterrar a todos los muertos, el Cuerpo Diplomático solicitó una prórroga del armisticio, hasta el jueves 21 a las 2 de la tarde. En realidad, esta medida tenía como propósito acabar de una vez por todas con la situación. No se equivocaron. El miércoles 20, a las 8 de la mañana, se reunieron en la Delegación Apostólica los señores Luis Felipe Villarán y Enrique Bustamante, representantes del Gobierno y la Coalición respectivamente, para negociar sobre el asunto. Ese mismo día, el Cuerpo Diplomático anunció la firma de un tratado de paz en el que el general Cáceres anunciaba su dimisión al cargo. Una Junta de Gobierno se encargaría de convocar nuevas elecciones.

Es preciso decir que, durante esos días, vecinos de Lima dieron dinero para pagar sepultureros. El 22 de marzo, la Municipalidad ofreció mil soles “a quien dejase la ciudad limpia de polvo y paja”.

Las pérdidas humanas y materiales.- Los sucesos del 17 y 18 de marzo no solo dejaron el trágico saldo de varios centenares de muertos y heridos, sino también cuantiosas pérdidas materiales en el orden económico, además de muchos desmanes cometidos por ambos bandos:

a. El Club de la Unión fue saqueado; se estimó sus pérdidas en 30 mil soles.
b. Diversas pulperías, centros comerciales y propiedades particulares no solo fueron saqueados sino también destruidos.
c. Los faroles del alumbrado público y los focos de luz eléctrica corrieron semejante suerte.
d. Los alambres telegráficos fueron cortados y abandonados en plena vía pública.
e. Una bala de cañón dirigida por las tropas de Cáceres contra las huestes pierolistas dañó gravemente la única torre que le quedaba a la iglesia de San Agustín (la otra fue derribada por el terremoto de 1746).
f. Los rebeldes incendiaron la casa del coronel Pedro Muñiz, saquearon la del general Justiniano Borgoño y pretendieron hacer lo mismo con la del general Cáceres, como revela él en la entrevista, pero fue salvada gracias a la intervención de las autoridades.

Pero en medio de estos deplorables sucesos hubo gestos de entrega y caridad. La Sociedad Peruana de la Cruz Roja, presidida por el capitán de navío Francisco Sanz, actuó en forma destacada y mereció el reconocimiento de la población y de la Municipalidad que le dio una medalla de oro por su participación; asimismo, la actuación de la Guardia Urbana y las diversas Compañías de Bomberos en socorrer a la ciudadanía. Por su lado, diversas órdenes religiosas, estuvieron ala altura de su deber. Los médicos y practicantes de la Facultad de Medicina cumplieron cabalmente su misión. Las damas y varones de diferente condición contribuyeron de acuerdo a sus posibilidades y en forma permanente. Todo esto amenguó la negrura de la lucha fraticida.

La labor de la Sociedad Peruana de Cruz Roja.- Establecida en 1879, jugó un papel importante en esta guerra civil. Como dijimos, presidida por el capitán Francisco Sanz, organizó un servicio de ambulancias, en colaboración con las compañías de bomberos Cosmopolita y Garibaldo de Chorrillos. Se establecieron tres lugares para atender a los heridos:

a. La huerta de de Francisco Estéban Valverde, en la calle Huaylas (barrio del Cercado)
b. El colegio patrocinado por la señorita Isabel Gonzáles Prada, donde acudieron 150 heridos (atendidos por varias señoras y señoritas y los sacerdotes descalzos)
c. El antiguo Conventillo de Monserrat, donde actuó una comisión de señoras al mando de Me4rcedes Vigil de Rospigliosi

Es lógico imaginarse que, durante los combates, la Cruz Roja hubo de transportar heridos en medio de las balas; así, dos miembros de las ambulancias fueron muertos. Los locales para atender a los heridos sobrepasaron su capacidad. Por ello, se tuvo que habilitar otros locales como la Escuela Pardo en la calle Malambo y la casa de José Vicente Oyague en la calle Boza (atendidos por un grupo de señoras al mando de Celia P. del Río). Asimismo, los médicos trabajaron día y noche: salvaron vidas, realizaron amputaciones y inmunizaron los casos de gangrena. Cuentan que los combatientes no disparaban al ver la bandera de la Cruz Roja. Finalmente, colectas y donativos ayudaron a que la Cruz Roja pudiera hacer su misión.

La labor de Juana Alarco de Dammert.- Nacida en Lima el 27 de mayo de 1842, esposa de un comerciante alemán, fundó la sociedad “Auxiliadora” para asistir a los heridos y a los presos. Sus ambulancias tuvieron el apoyo del presidente Cáceres. Se sabe que la “Auxiliadora” instaló una ambulancia en la Plaza del Teatro (que contó con 50 camas y atendió a 227 heridos), en el local de la Bomba Francia y remitió ayuda en medicina, colchones, camas, víveres y otros artículos a la Cruz Roja. Luego de la guerra civil, Juan Larco fundó la Sociedad Auxiliadora de la Infancia, a la que dedicó el resto de su vida.

Canto al finalizar la guerra civil.- Culminada la feroz contienda, con un tono más “festivo”, un canto popular decía:

“Que bailen todos y viva la emoción,
No nos importa que venga la mañana,
Hemos vivido un rato de emoción”.

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Comentarios

  1. juan carlos torres ugarte escribió:

    cada vez que leo algo del pasado del peru me doy cuenta que es verdad que el enemigo de un peruano es otro peruano porque existe mucha envidia revanchismo y odio etnico en plena recuperacion despues de haber sangrado con motivo de la guerra con chile, solamente pensamos que podemos sacar de provecho por eso es que estamos como estamos no sabemos respetarnos somos facil de manipular y quien tiene la culpa nosotros mismo por no enseñar la verdadera historia para no cometer los mismos errores y seamos mejores peruanos

  2. Juan escribió:

    Hola, muy buen articulo, interesante y cautivante desde el principio, y sobre todo por el nivel de detalle que se expone. La historia tradicional del peru, mal escrita y en base a mitos, no nos cuenta este tipo de sucesos para que podamos analizarlos y sacar conclusiones.

    Sin embargo difiero en algo y es en Nicolas de Pierola (no recuerdo su verdadero nombre), que fue siempre un sujeto acomplejado, instigador, subversivo que no perseguia otra cosa que el poder en el peru. Fue una de las personas que mas ha dañado a nuestro pais y no me sorprenderia que esta revuelta la planeara realmente el desde su exilio en chile. Pierola durante su vida, hizo mil revueltas y revoluciones a cuanto gobierno tuvo delante, no olvidemos que incluso en una oportunidad secuestro al huascar!
    Cuando el presidente prado viaja durante la guerra con chile, a comprar armas, ojo, viajo con permiso del congreso y no se robo el dinero, como lo ha demostrado la historia. Pierola, le hace el golpe de estado. A quien en su sano juicio se le ocurre hacer un golpe de estad en pleno conflicto armado! mas aun siendo el presidente militar de profesion!
    Bueno hecho esto, recordemos que pierola, cuando toma el poder, destituyo, encarcelo o elimino (por no decir asesino) a muchos militares de profesion que no eran de su partido politico, colocando en altos cargos civiles y militares a sus mas cercanos allegados, amigos, familiares y hombres de "confianza". Pierola no quiso escuchar a los militares de carrera como Caceres, Ayarza, Silva, que le aconsejaban como establecer la defensa de lima, sino que simplemente hizo fantasias y fue el principal causante de los desastres de San Juan y Miraflores. En miraflores, muchos ex generales y demas oficiales de alta graduacion, que hubieran podido aportar con su experiencia y formacion a la defensa de lima, tuvieron que servir como simples soldados razos por haber sido destituidos de sus puestos por pierola y su celo politico. Por cierto, durante estas dos batallas, pierola no dio una sola orden y se limito a refugiarse en la hacienda Teves.
    Caceres, por el contrario, para mi, es el verdadero heroe de la guerra, mas aun que bolognesi y grau demostrando un amor al peru mil veces mayor que el de pierola. si bien su primer gobierno pudo tener errores, como todos los gobiernos los tienen, creo que si integridad como peruano es infinitamente superior a la de pierola.
    Adicionalmente, recordemos que pasada la guerra, el peru estaba en crisis total, y lo que se necesitaba en ese momento era una mano dura, que orientara la reconstruccion del pais. Pierola en efecto era un gran estadista pero como gobernante del pais, dejo a mi parecer mucho que desear, pues sus motivos fueron el poder y el protagonismo politico. Lamentablemente, como siempre, el pueblo peruano ha sido y es ignorante en su mayoria, y carente de toda memoria.
    Es por esa razon que no celebro el 17 de enero, y ojo, estoy de acuerdo con que el gobierno no debe ser llevado por el militarismo, pero tampoco creo que podamos estar tan orgullosos hoy de nuestros politicos civilistas o si? sino echemos una mirada a los partidos politicos, congresistas, alcaldes, regidores, y los diversos escandalos de robo, autoritarismo, corrupcion, fraudes, etc. etc. etc…..

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