Ribeyro, al pie del acantilado
Su historia empieza en 1913, cuando fallece Adrián Bielich, dueño de la Hacienda Santa Cruz. Sus hijos se reparten las tierras y comienzan los primeros trazos de lo que sería la futura urbanización. Un año antes se abría el Camino de la Magdalena, hoy avenida del Ejército. Luego, en la década de 1930, una familia negra, descendiente de peones que trabajaban en la hacienda, dejan la chacra que tenían en lo que ahora es la esquina de Mendiburu y José de la Torre Ugarte y compran otros terrenos cercanos, los cuales, poco a poco, van vendiendo, y se empiezan a construir quintas y corralones que terminarían siendo viviendas de obreros y artesanos, contrastando con los ranchos de los migrantes europeos y algunas familias de clase media miraflorina. En todo este proceso de urbanización se derrumban varias huacas, para construir calles como 8 de Octubre o Manuel Tovar.
El doctor Eduardo Portocarrero, historiador del barrio, que llegó con su familia desde Arequipa en 1937, recuerda: “En el año 37 aquí no había agua potable. El ex presidente Leguía tenía cinco propiedades en las primeras cuadras de la avenida del Ejército. Mi padre gestionó para que de ahí podamos hacer una conexión hasta nuestra casa. Los ranchos tenían pozos y quien no tenía pozos compraba la lata de agua por 5 centavos”. Otro vecino antiguo, el profesor Alfredo Fernández, que vivió desde 1946 en la avenida General Córdova, recuerda que esta arteria tenía, por aquellos años, un camino de tierra por la que pasaba un canal, que ahora está sepultado por el asfalto.
Lo cierto es que en Santa Cruz el proceso de urbanización fue lento, en comparación con otras zonas de Miraflores, como San Antonio o el centro del distrito, y la zona era a considerada un “barrio obrero” y de gente humilde, sin oficio conocido y hasta peligrosa: “Los basureros inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos sin plumas” (Julio Ramón Ribeyro). Así empieza uno de los cuentos más emblemáticos y crudos de la literatura peruana. Por ello es que caminando por las calles de Santa Cruz, uno se imagina de dónde salían esos “gallinazos sin plumas” que recogían basura de la calle o de la playa para darle de comer al cerdo de su abuelo. El relato de Ribeyro nos demuestra que Santa Cruz era la otra cara de Miraflores, no el barrio pituco de “hijitos de papá” que narró Vargas Llosa, sino la zona de quintas viejas, callejones, laberintos y corralones que sirvió de inspiración al autor de La palabra del mudo, su vecino más destacado, para crear esos personajes condenados al fracaso, que deambulaban por sus calles, una suerte de gueto entre San Isidro y Miraflores.
Los límites “naturales” de Santa Cruz abarcan desde el último óvalo de Pardo, siguiendo toda la avenida de El Ejército hasta el cuartel San Martín. Su longitud la marcan tres avenidas paralelas (Ejército, La Mar y Mendiburu) con una serie de callecitas viejas que las cruzan. Cuando uno llega a la avenida Córdova, se nota una frontera irónica: edificios muy modernos y otros por construir frente a quintas tugurizadas; asimismo, la avenida del Ejército marca otro contraste con los modernos edificios con vista al mar. Un estudio realizado por Cecilia Montenegro arrojaba que, hasta el año 1991, existían 41 quintas, 80 corralones y 20 callejones, con más de 10 mil personas hacinadas; muchas no tenían agua potable ni desagüe. La delincuencia, producto natural de la necesidad, era uno de los rasgos negativos, junto con el progresivo deterioro de la zona, que contrastaba notablemente con la renovación del resto de Miraflores. Incluso, hasta 1996, en un acantilado existía un pueblo joven de pescadores llamado “El Chaparral”. La Municipalidad los reubicó y los mandó a Ventanilla y en su lugar se construyó el parque “María Reiche”. Otro rasgo que lo distingue como “barrio bravo” son sus pintas o grafittis de algunas barras como “Santa Cruz Grone”, “Miraflores Extascis” o “Los Falcos”. La avenida La Mar, por su lado, siempre se caracterizó por estar llena de talleres de carros. En algunas esquinas, se ubicaban vendedoras de salchipapas, arroz chaufa con alita o papa rellena.
Sin embargo, desde que hace medio siglo Ribeyro retratara a Santa Cruz en sus cuentos, en los últimos diez años el barrio ha cambiado. Muchos callejones han sido demolidos para dar paso a edificios más modernos, mientras que algunas de las quintas han sido remodeladas. En algunas cuadras es común encontrar un edificio “clasemediero” al costado de una casa en ruinas. Restaurantes finos se han ido instalando en la avenida La Mar y doña Grimanesa Vargas con sus anticuchos se ha trasladado desde su tradicional esquina de Enrique Palacios a la tercera cuadra de la calle 8 de Octubre.
Santa Cruz no tiene museos centros comerciales ni galerías de arte, pero su principal atractivo turístico es el boom de restaurantes gourmets en La Mar. Otro aspecto que puede alterar su antiguo perfil es la venta del Cuartel San Martín y el proyecto de crear allí un lujoso hotel (adaptado de Fernando Pinzás, “Miraflores bravo” en diario La Primera, 23 de octubre de 2010). Sigue leyendo →