Archivo por meses: abril 2011

La Lima subterránea: la ciudad de los muertos


(peruestilo.pe)

La Lima virreinal no es solo la ciudad de los templos barrocos, de los monasterios o de las casonas con balcones de cajón; hay también una Lima oculta, subterránea y poco conocida. Es la ciudad de los muertos, de los cementerios y de los pasajes o galerías por debajo de las pistas o veredas por las que hoy transitamos. Es una urbe casi desconocida, a la que la arqueología no le ha prestado mucha atención. Sin embargo, en los últimos años, parte de esa Lima sumergida está siendo descubierta. A veces por casualidad, debido a obras de carácter urbano, o por la curiosidad de arqueólogos e historiadores.

Vayamos, primero, a una información que apareció en un periódico local hace casi 80 años: “Hilario Cano tuvo un día la ocurrencia de bajar a un hoyo en medio del patio de la actual bomba, al que nadie del regimiento había entrado. Perdió el miedo y bajó, hallando una galería, cuyos muros y el piso eran de ladrillos grandes, teniendo el conjunto de un aspecto tétrico. Caminó por dicha galería hasta notar que el piso iba en declive y luego volvía a tomar su nivel inicial. Pero, como sintiera una racha de aire fuerte y nada podía ver debido a la oscuridad, se asustó y corrió hacia la salida, poniendo en conocimiento de su primer comandante lo que había observado. Cuando pasaron los minutos, Cano tuvo una hemorragia nasal que lo envió al hospital por un rato” (El Comercio, 19 de Julio de 1934).

Estas historias de galerías subterráneas en nuestra ciudad son muy antiguas. Al parecer, existen muchas construcciones bajo tierra, ya sea por motivos religiosos, militares o de defensa. En suma, según el imaginario popular, el centro de Lima está conectado por túneles o pasajes subterráneos, similares a los que construyeron los mineros para la famosa operación de rescate “Chavín de Huántar”.

Durante los años virreinales, alguien llamó a Lima “la ciudad convento”, no solo por la gran devoción de los limeños sino por la gran cantidad de iglesias, conventos y monasterios que albergaba la Ciudad de los Reyes. Cada congregación edificaba su templo, de allí la gran cantidad de iglesias que vemos hoy en la parte antigua de nuestra capital. Para algunos, aunque hoy varias de las construcciones religiosas de la colonia han sido reemplazadas por edificios o derruidas para abrir plazas o avenidas, es posible que todo lo que estaba debajo, todavía siga allí. Y no estamos hablando solo de los cementerios en las iglesias, las famosas catacumbas, como las de San Francisco, los Huérfanos o Santa Ana, sino por otro tipo de construcciones.

Cuenta Ricardo Palma en su tradición La casa de Pilatos que, en 1635, “un cierto mozo truhán que llevaba alcoholizados los aposentos de la cabeza” entró a la casona referida como la casa de Pilatos (hoy sede del Tribunal Constitucional) y sintió el murmullo de gente, confiando encontrar alguna jarana. “Vio sentado a uno de los hombres más acaudalados de la ciudad, el portugués Don Manuel Bautista Pérez, y hasta cien compatriotas de este escuchando con reverente silencio el discurso que les dirigía Pérez.Había un crucifijo tamaño natural. Cuando terminó el discurso, todos le dieron un ramalazo al Cristo crucificado. Pérez, como Pilatos, autorizaba con su impasible presencia el escarnecedor castigo. El espía no quiso ver más profanaciones, escapó como pudo y fue con el chisme a la Inquisición, que pocas horas después echó zarpa encima a más de cien judíos portugueses”, relata Palma. Cuenta la tradición que esta mansión (propiedad de la familia Esquivel y Jarava) tuvo un pasaje subterráneo que alcanzaba las 6 cuadras de longitud y se comunicaba con la iglesia de San Pedro, que pertenecía a los jesuitas.

Pero no todas las galerías bajo tierra se hacían por factores religiosos. Estaban también los pasajes que comunicaban un lugar con otro, como los caminos que unían tanto las casas coloniales (con el respectivo acuerdo entre los propietarios) como Palacio de Gobierno donde existe un pasaje que tenía como único fin las comunicaciones. Estos caminos subsisten en nuestro suelo, pero, al no haber mucha arqueología colonial, el tema pasa desapercibido. También está el tema de la seguridad. Muchos de estos túneles eran, y siguen siendo, considerados secretos militares. Muchos son clasificados como comunicaciones cerradas, oficiales. También existe el mito de la existencia de tesoros bajo el suelo del centro de Lima: como en la Colonia no había bancos, tanto la población civil como las órdenes religiosas, que vivían en constante alerta por algún ataque de los piratas, decidió depositar sus riquezas bajo tierra y ocultar su fortuna. No son pocas las historias de los que, con la esperanza de encontrar fortuna, se han pusieron a excavar en el centro de nuestra capital.

En suma, existe la curiosidad de saber, por ejemplo, que si caminamos por la Plaza San Martín o la Plaza de Armas, existen caminos paralelos varios metros abajo. Si los hay, la gran mayoría de estos continúan siendo secretos, por motivos de seguridad.

LIMA, CIUDAD DE LOS MUERTOS.- En la Lima colonial, según la ideología del barroco, la mayoría de sus habitantes pensaba que las procesiones y los entierros en o cerca de de las iglesias eran un momento clave en el cual las almas eran liberadas del Purgatorio. A otro nivel, más socio-económico, según Adam Warren, los comerciantes y los hacendados veían en el elaborado rito barroco de los cortejos fúnebres, en su ubicación privilegiada dentro de las iglesias y en las capellanías representaciones simbólicas de su posición dentro del orden de la sociedad colonial. Por ello, desde la segunda mitad del siglo XVI, se excavaron bóvedas de sepulcros bajo el pavimento de casi todas las iglesias limeñas. Algunas de estas tumbas pertenecían a los patronos o benefactores de las capillas, pero la mayor parte de las criptas, como lo anota el padre Antonio San Cristóbal, eran colectivas, ya sea de comunidades, cofradías o hermandades.

Sin embargo, a partir de la década de 1770, médicos, filósofos y funcionarios públicos, tributarios de las nuevas ideas de la Ilustración, buscaron reformar este sistema de entierros para prevenir las enfermedades. Esta campaña de reforma alcanzó gran resonancia debido, además, a una serie de epidemias que afectaron Lima a finales del siglo XVIII. Los expertos sostenían que la reforma en los cementerios y la separación de los vivos de los muertos solucionarían los graves problemas de salud que afectaban a la capital del Virreinato. Decían que la gran causa de las epidemias eran los aires pestilentes que emanaban de los cuerpos en descomposición enterrados en las iglesias, de los cadáveres que eran llevados en las elaboradas procesiones fúnebres y de los desperdicios estancados en las calles angostas y en las viejas acequias, todo lo cual quedaba atrapado en los cielos nublados de la ciudad. En efecto, el clima húmedo de Lima, su ubicación geográfica al pie de los andes, sus barrios hacinados y las prácticas funerarias de su población causaban y diseminaban las enfermedades. En tal sentido, la apertura del Cementerio General, en 1808, en las afueras de Lima, buscó eliminar aquellos ritos y costumbres “impropias” y “extravagantes”. Además, como dice Warren, buscó reemplazar las manifestaciones externas y públicas de piedad por otras de carácter interna y contemplativa. Como es natural, los limeños se negaron a aceptar estas nuevas nociones de piedad y pasarán muchos años, a lo largo del XIX, para que se generalice la aceptación de los entierros en los nuevos cementerios.

Las catacumbas de San Francisco.- Son las más famosas y visitadas por limeños y turistas. A diferencia de las demás, conforman un vasto laberinto unificado de salones, capillas, departamentos, corredores y osarios. La construcción o el diseño de estas catacumbas fueron paralelos al avance de la iglesia. Hasta 1650, las bóvedas sepulcrales fueron como las de las otras iglesias, es decir, eran independientes e incomunicadas; estaban localizadas bajo las naves laterales, ocupadas entonces por capillas cerradas, propiedad de patrones y cofradías. Por ejemplo, la poderosa Cofradía de los vascos, bajo la advocación de Nuestra Señora de Aránzazu, compró dos capillas en la iglesia franciscana; otras capillas eran propiedad de la cofradía de los Reyes de los morenos o de la cofradía de La Concepción.

Cuando se inició la construcción de la nueva iglesia, en 1656, se reestructuraron todas las bóvedas sepulcrales. Como anota el padre San Cristóbal: “Para abrir los cimientos de los grandes pilares de la iglesia, excavaron todo el sector central del crucero y de la nave central. Allí fabricaron el ancho sector plano sobre pilares bajo el centro del crucero y de la nave central. Pero, además, aprovecharon la ocasión de comunicarlas entre sí y con las nuevas, abriendo puertas y pasadizos en los muros primitivos. Es muy difícil identificar actualmente los lugares por donde se rompieron los muros para interconectar todos los enterramientos particulares con los nuevos”. Como vemos, las nuevas obras “desprivatizaron” los enterramientos. Con el establecimiento de la planta basilical, obra del alarife Manuel de Escobar, los propietarios de las capillas perdieron el dominio sobre tales sectores, que se abrieron al tránsito público. Cabe destacar que después de culminada la nueva iglesia, en 1672, no se abrieron nuevas bóvedas sepulcrales. Además, no hubiera sido posible, ya que el subsuelo de San Francisco quedó totalmente ocupado por el sistema de gran laberinto unificado que integró los enterramientos anteriores a 1656 y los que se conformaron durante la construcción del nuevo templo.

Hoy las catacumbas son un Museo. Se calcula que hay unas 25 mil personas enterradas allí. En 1947, sus galerías y pasajes, que estaban tapiados fueron abiertas para efectuar trabajos de excavación, limpieza e instalaciones de luz. Tres años después, en 1950, las catacumbas quedaron abiertas al público. Solo nos quedaría lamentar que esta verdadera “ciudad de los muertos” no estuviera abierta en los tiempos de don Ricardo Palma pues, de hecho, algunas de sus tradiciones se habrían alimentado de sus historias y hoy tendríamos una leyenda más poética sobre este museo, casi único en América.

Las bóvedas de la iglesia de Los Huérfanos.- Ubicada entre la séptima cuadra del jirón Azángaro y la cuarta cuadra del jirón Apurímac (antiguas calles de Huérfanos y Chacarilla de San Bernardo), la historia de esta iglesia es casi desconocida para los limeños. Su nombre original fue Parroquia del Hospicio de Niños Huérfanos de Nuestra Señora de Atocha, pues se construyó al lado del primer centro de asistencia a la niñez desvalida en América del Sur. El templo fue levantado, en 1603, por Luis de Ojeda “El Pecador”, quien, según narra Ricardo Palma, recorría la ciudad cargando dos huérfanos en brazos en busca de compasión y limosnas para mantener el hogar de estos niños expósitos. Sin embargo, el terremoto de 1687 destruyó la iglesia. Costo mucho reconstruirla y, cuando estaba ya casi lista para su inauguración, otro terremoto, el de 1746, la destruyó nuevamente. Fue levantada nuevamente, en 20 años, bajo los cánones del rococó y del neoclásico, imperantes a finales del XVIII, y la novedad fue su planta de forma elíptica, única en la América del Sur hispana. Según Jorge Bernales Ballesteros, “A la iglesia se le puso bajo la advocación del Corazón de Jesús, y funcionó como Vice-Parroquia de la Catedral, pero su denominación fue refutada en 1790 por el Fiscal del Consejo de indias, pues estaba en contra de lo recomendado por la Sagrada Congregación de ritos de que no se diese adoración separada al Corazón de Jesús; el nombre prevaleció de forma oficial, aunque popularmente continuó siendo la iglesia de los huérfanos, nombre con el cual ha llegado hasta nuestros días”.

Sin embargo, lo que más nos interesa por nuestro tema es que la iglesia, al haber pertenecido a la Casa de los Huérfanos, el papa Paulo V le concedió el privilegio de poder enterrar a los párvulos en su recinto. Asimismo, como ocurría con los cementerios de las otras iglesias de Lima, diversas cofradías aportaron dinero para ser enterrados en este recinto, como Santísimo sacramento, Nuestra Señora de la Regla, Nuestro Amo Sacramentado, Bautismo de San Juan, Santa Catalina de Siena o Nuestra Señora de Amparo, entre otras. Como es de suponer, en sus bóvedas está enterrado Luis el Pecador, fundador de toda la obra.

Como anotan en su trabajo los arqueólogos e historiadores Antonio Coello y Richard Chuhue, actualmente, debajo de la iglesia, todavía puede verse la gran bóveda sepulcral, a la que se ingresa por una escalera que desciende desde la nave central del templo. Una vez que se accede a este nivel, se observa un gran recinto de planta rectangular, que se extiende por debajo de la nave central. Hacia el fondo de este ambiente, hay un muro enorme donde hay varios nichos, algunos sellados, en los que se puede leer claramente los nombres de las personas enterradas. También hay otros nichos que no se han conservado muy bien debido al tiempo y al saqueo de personas inescrupulosas en su afán de buscar tesoros coloniales que, además, han alterado el orden de las osamentas. De otro lado, al centro de esta área hay una enorme fosa que, según los sacerdotes, sería el osario de los niños huérfanos; otra versión, dada por el padre San Cristóbal, apunta a que tuvo un objetivo antisísmico: el hoyo captaría los movimientos telúricos creando, al interior del pozo, una caja de resonancia desde donde no saldrían las ondas expansivas de cualquier movimiento telúrico. Hacia el lado izquierdo, hay un muro central, donde también hay nichos y un par de pequeños ventiladores que dan al jirón Azángaro (para las personas que transitan por allí, pasan desapercibidos); las ventanas son rectangulares y están protegidas por barrotes de fierro. Es por aquí que ingresa la luz solar, pero muy escasa, lo que convierte al recinto en un lugar muy oscuro, lúgubre, casi tenebroso. El visitante necesita luz artificial para conocer estas catacumbas.

Las catacumbas de la parroquia de Santa Ana.- Los antecedentes de esta parroquia se remontan a 1553, cuando el arzobispo fray Jerónimo de Loayza fundó el Hospital de Santa Ana, solo para indios. Tuvo dos salas, una larga y grande para hombres, y otra aparte para las mujeres; estaban totalmente separadas. Después, el mismo Loayza, añadió dos salas más, con lo cual se formaron los cruceros. Según Jorge Bernales Ballesteros, las salas de los hombres estaban cubiertas con esteras; eran tan anchas que tenían, al medio, pilares para sostener las vigas. La iglesia, que estaba aislada, se convirtió en parroquia; se le hizo capilla mayor de bóveda y dos capillas más, una para Sagrario y otra para Bautisterio. Esta iglesia sirvió hasta muy entrado el siglo XVII, pues solo se le añadieron un campanario y portada nueva. La iglesia que vemos hoy ha experimentado muchas modificaciones, y presenta una fachada simple, de estilo neoclásico.

Respecto a nuestra investigación, recientes trabajos arqueológicos nos han revelado la existencia de varias criptas en esta parroquia. Se trata de muros de ladrillo sobre cimientos de cantos rodados y argamasa de calicanto, con gran cantidad de osamentas, asociadas a grumos de cal y ladrillo. En efecto, se trata de catacumbas, que habían estado con sus accesos bloqueados. Sabemos que, en octubre de 2008, hubo una incursión arqueológica. Según el informe, la cripta es grande, muy larga y oscura; con dirección hacia el altar, hay una pared tapiada. Se encontró muchos cadáveres, esqueletos enteros y huesos amontonados de gente del pueblo, básicamente indios y algunos negros y mestizos. Mide unos 30 metros para el lado de la puerta y unos 20 metros a la dirección del altar. Es un lugar frío, oscuro y maloliente. Hay varios ambientes; en uno de ellos, el número de cadáveres puede ser entre 1500 y 1800, todos en posición decúbito dorsal y en su posición original; incluso hay un niño de pocos meses de haber nacido. La cantidad de restos humanos es abundante y están esparcidos por todos los rincones de los ambientes. Al parecer, las criptas fueron clausuradas a finales del siglo XVIII. En suma, en el espacio que ocupa la iglesia de Santa Ana se realizaron enormes perforaciones para construir las estructuras de las criptas como era costumbre en la construcción de los templos. De acuerdo a los datos históricos y las evidencias halladas, en las excavaciones no se han hallado restos prehispánicos no obstante que este lugar estaba ligado a la gran huaca de Jerónimo de Silva.

El Real Hospital de San Andrés.- Fue el primer hospital de Lima, creado en 1538 (tres años después de la fundación de la ciudad), dedicado exclusivamente a los enfermos españoles. Sin embargo, su fama radica en que fue, probablemente, el lugar donde se enterraron a las momias de algunos incas del Tawantinsuyo, según testimonios no solo de cronistas del siglo XVI sino también por algunos historiadores, como Polo, Odriozola, Riva Agüero, Loredo y Rostworowski. Este hospital, del que queda su iglesia, el claustro mayor, el patio menor (también conocido como “Patio de locos” o “Loquería San Andrés”) y un par de salas originales fue dividido luego en dos partes: el hospitl propiamente dicho y el anfiteatro Anatómico, fundado por el virrey Gil de Taboada y Lemos en 1792. Recordemos que en este Anfiteatro se iniciaron los primeros estudios de anatomía hasta que, en 1811, por influencia del médico y científico Hipólito Unanue, se creó el Colegio de Medicina de San Fernando (luego llamado Colegio de la Independencia, aunque siempre dedicado a la formación de galenos). El Colegio de San Fernando seguiría funcionando junto al Hospital de San Andrés, pero, mientras el hospital languidecía (viejo y descuidado, cerró en 1821, cuando sus enfermos pasan al Hospital de San Bartolomé; reabrió en 1835), el Colegio de la Independencia se convertiría en la Facultad de Medicina de Lima, entre 1855 y 1856; por sus aulas pasarían Casimiro Ulloa, Cayetano Heredia y Daniel A. Carrión, entre otros.

¿A qué viene esta historia? Resulta que, el año 2005, un equipo de excavación, dirigido por los arqueólogos Brian Bauer y Antonio Coello, incursionó en el antiguo Hospital de San Andrés. Concretamente, las obras se realizaron al interior de una bóveda de cañón corrido, completamente enterrada, en la que se encontraron huesos humanos, como extremidades y cráneos con cortes o perforaciones que, seguramente, sirvieron para las clases de medicina en el siglo XIX. La pregunta es ¿cómo llegaron estas osamentas? Se sabe que en el siglo XIX la Facultad de Medicina pidió permiso especial a la Beneficencia Pública para que los estudiantes pudieran ingresar al Cementerio General (hoy “Matías maestro”) para extraer de la fosa común cuerpos de personas que no eran reclamadas por sus familiares para darles sepultura deseada. Estos cuerpos, luego de ser estudiados, eran seccionados, fraccionados y hasta pintados para diferenciarlos; a otros se les aplicaba metales a manera de grapas para luego ser armados y exhibidos como un cuerpo entero.

La bóveda que excavó este grupo de investigación colinda por el Oeste con el claustro mayor de San Andrés y hacia el Norte con la cuadra 7 del jirón Huallaga. Cuando ingresaron los arqueólogos, era un patio donde se guardaban autos decomisados por la Comisaría de San Andrés. Los huesos humanos correspondían a hombres, de condición muy pobre, de escasos recursos, sin familiares que los reclamen (como los cuerpos que hasta hoy usan los estudiantes de Medicina). En suma, los huesos estuvieron dedicados a las investigaciones teórico-prácticas realizadas en el antiguo Hospital de San Andrés y que, luego de ser estudiados, fueron arrojados a esta bóveda, convirtiéndola en un gran osario.

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Nuevo libro: ‘La independencias iberoamericanas en su laberinto’

Manuel Chust (ed.) Las independencias iberoamericanas en su laberinto,
Publicaciones de la Universitat de Valencia, Valencia, 2010.

El laberinto de las Independencias Iberoamericanas es una obra diferente a las diversas que se han publicado acerca de las independencias Iberoamericanas en estos años conmemorativos de los Bicentenarios. Destacados historiadores e historiadoras de ambos continentes reflexionan sobre cuestiones generales que han preocupado a la historiografía especializada en los últimos treinta años. Reflexiones que polemizan, contrastan, reafirman o proponen planteamientos alternativos y diferentes para intentar encontrar salidas, en forma de respuestas, al laberinto de las Independencias Iberoamericanas. Propósito del editor fue ofrecer un estudio amplio, plural, diverso, en el que cupiesen la mayor parte de las escuelas e interpretaciones historiográficas y ponerlas en discusión, en debate calmado, científico y reflexivo. Por ello se ha reunido, para contrastar sus respuestas, a un variado grupo que representa diferentes generaciones, diferentes formaciones intelectuales, de diferentes países, tanto de Europa como de Iberoamérica o de los Estados Unidos y, por tanto, de ópticas diversas, tantas como las interpretaciones poliédricas que ofrece el laberinto de las Independencias Iberoamericanas.

Los autores que participan en este estudio son Óscar Almario, Juan Andreo, Nidia R. Areces, Xiomara Avendaño Rojas,Enrique Ayala, Beatriz Bragoni, David Bushnell, Eduardo Cavieres, Carlos Contreras, Tulio Halperin Donghi, John Elliott, Josep Fontana, Ivana Frasquet, Ana Frega, Patricia Galeana, Jorge Gelman, Alberto Gil Novales, Brian Hamnett,Véronique Hébrard, Sajid A. Herrera, Marta Irurozqui, Miquel Izard, John Lynch, Armando Martínez Garnica, Sara E. Mata, Juan Marchena, Carlos Marichal, Federica Morelli, Alfonso Múnera, Víctor Peralta, João Paulo G. Pimenta, Mónica Quijada, Ana Ribeiro, Jaime E. Rodríguez, Julio Sánchez Gómez, María Luisa Soux, Tomás Straka, Clément Thibaud, Eric Van Young, Geneviève Verdo, Michael Zeuske.

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II CONCURSO NACIONAL HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 2021

BASES DEL II CONCURSO NACIONAL HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ 2021

FUNDAMENTACIÓN
Al acercarse la celebración del bicentenario de la Independencia del Perú y de varios países de América se hace necesario retomar el estudio de este proceso como un acontecimiento no solo nacional, sino continental y, aún más, como iberoamericano, dado que las transformaciones que se produjeron afectaron tanto a la península como al Nuevo Mundo. Al tomar conciencia de la importancia que tiene el hecho de la independencia en la formación o consolidación de la identidad nacional, y las deficiencias de la enseñanza de la Historia Patria a nivel escolar, se ha considerado que una manera de revertir esta situación y lograr interesar al profesor de Educación Primaria en el conocimiento y difusión de esta materia es incentivando su interés por la investigación en estos temas. Esta convocatoria para docentes de Educación Primaria es el segundo paso, ya que en primer concurso, en el año 2010, se convocó a los docentes de Educación Secundaria, constituyéndose un precedente y estímulo a la investigación de nuestra historia nacional, regional y local. Para posteriores concursos se convocarán a los estudiantes de Educación Secundaria y de otros niveles tanto de alumnos como de profesores, de tal manera que para el 2021 el conocimiento del tema de la independencia haya alcanzado, para la mayoría de la población, su verdadero significado en la determinación nacional y de nuestro porvenir.

OBJETIVOS:
-Interesar al docente de Educación Primaria en la profundización del estudio de la Independencia del Perú como base de nuestra identidad y aspiraciones nacionales.
-Incentivar al docente de Educación Primaria en el estudio de la historia regional y local como parte del proceso nacional e iberoamericano, para una mejor comprensión del tema y de la historia nacional.
-Desarrollar en el docente de Educación Primaria su capacidad para la investigación histórica.
-Compilar a través de los trabajos que se presentan información acerca de la bibliografía y fuentes existentes en las provincias, con miras a una publicación al respecto.
-Convertir al docente en el agente difusor, a través de sus alumnos, de una mejor comprensión del tema de la Independencia.

PARTICIPANTES:
Docentes titulados, con formación en educación para el nivel de primaria, en actual ejercicio, en instituciones educativas públicas y privadas del ámbito nacional.

PRESENTACIÓN DE LOS TRABAJOS:
Trabajos individuales, originales e inéditos, de investigación histórica sobre temas vinculados a la Independencia de nuestro país, que no hayan participado en concursos anteriores.
El tema general del concurso es la Independencia del Perú, pero para efectos de la investigación deberá circunscribirse a aspectos específicos.
Estos son algunos de los temas que podrían ser objeto de la investigación:

-El pensamiento de la independencia.
-Los primeros intentos revolucionarios locales.
-Francisco de Zela y la revolución de 1811.
-La literatura revolucionaria.
-Los sermones en las Iglesias a favor o en contra de la independencia.
-El campesino en la lucha emancipadora.
-Actitudes realistas locales.
-La independencia en el arte.
-Las montoneras.
-La presencia femenina en la independencia.
-La participación extranjera en la independencia antes de la intervención de San Martín y Bolívar.
-Las rutas de la independencia.
-Pensamiento educativo e independencia.
-Perú hacia el 2021: Política y Estado.

Extensión mínima 20 páginas; extensión máxima de 30 páginas, papel bond A4, 25 a 27 líneas por página, letra tahoma #12, tres copias en papel y una versión digital en CD.
Deben seguirse las normas internacionales para los trabajos de investigación en la forma de presentar las fuentes bibliográficas, orales, hemerográficas y digitales; así como las notas a pie de página y las citas textuales en el documento final.
Es obligatoria la consulta bibliográfica y documental. Es optativa la consulta informática.
Los trabajos serán firmados con pseudónimos. En sobre aparte irán los datos del autor: título del trabajo de investigación, nombre completo, dirección, teléfonos (fijo y celular), institución de la que egresó, especialidad, dirección y teléfono centro de trabajo y correo electrónico personal.
Los trabajos de investigación serán recibidos personalmente o por correo postal (no correo electrónico), por mesa de partes del Ministerio de Educación del Perú, en la siguiente dirección: Av. De la Poesía 155 – San Borja – Lima (Costado de la Biblioteca Nacional). Horario de atención de Lunes a Viernes de 8:30 a.m a 5:00 p.m. (horario corrido).
Los trabajos no se recepcionarán fuera del plazo máximo establecido.

JURADO EVALUADOR:
El Jurado Evaluador será designado por las instituciones organizadoras y estará integrado por personas de probada idoneidad y trayectoria profesional.
El Jurado será responsable de la evaluación técnico-profesional e imparcial de los trabajos de investigación, presentados en concordancia con lo establecido en las bases. Sus fallos serán inapelables, debiéndose registrar las calificaciones en e l Acta de Resultados, la que será incluida en el informa final.
En caso que, a juicio del Jurado Evaluador, los trabajos de investigación presentados no se ajusten a los criterios de evaluación establecidos en las bases, se declarará desierto.
Los resultados se publicarán en la página web del Ministerio de Educación www.minedu.gob.pe, Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación www.oeiperu.org y el Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú www.ira.pucp.edu.pe en la fecha indicada en el cronograma.
Los docentes ganadores para ser premiados presentarán su título profesional, en original o copia legalizada, de la institución superior de la que egresaron.

CRONOGRAMA DEL CONCURSO:
Convocatoria: 18 de marzo al 31 de mayo 2011
Recepción de los trabajos de investigación: 01 al 10 de junio de 2011
Evaluación de los trabajos de investigación por el jurado evaluador: 13 al 23 de junio de 2011
Publicación del cuadro de resultados: 24 de junio de 2011
Ceremonia de premiación: 11 de julio de 2011

PREMIACIÓN:
Los premios y estímulos consisitirán en:

1er. Puesto: S/.2000.00 (dos mil nuevos soles), Chaski, Diploma y una biblioteca personal.

2do. Puesto: S/.1000.00 (mil nuevos soles), Chaski, Diploma y una biblioteca personal.

3er. Puesto: S/.700.00 (setecientos nuevos soles), Chaski, Diploma y una biblioteca personal.

4to. Puesto: S/.500.00 (quinientos nuevos soles), Chaski, Diploma y una biblioteca personal.

Cualquier aspecto no considerado en las Bases del II CONCURSO NACIONAL “HACIA EL BICENTENARIO DE LA INDEPENDECIA DEL PERÚ 2021” será resuelto por los organizadores.
Para resolver las consultas sobre el concurso agradeceremos comunicarse con la especialista Lorena Gaona a los siguientes teléfonos 615-5800, 615-5830 anexos 26214 – 21154 y 21157 o al correo electrónico lgaona@minedu.gob.pe

ORGANIZADORES:

Ministerio de Educación
Dirección de Promoción Escolar, Cultura y Deporte
Teléfonos: 615-5800 / 615-5830 anexos 26214 – 21154 y 21157
www.minedu.gob.pe

Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación
www.oeiperu.org

Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Per
www.ira.pucp.edu.pe

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Las islas del Callao

Es el conjunto de islas e islotes que se encuentra al frente de las bahías de Miraflores y el Callao. Las islas son dos, San Lorenzo y El Frontón; los islotes son tres, Palominos, Cabinzas y La Horadada.

San Lorenzo.- Es la isla más grande del litoral peruano; mide casi 8 kilómetros de longitud y, en su parte más alta, alcanza los 404 metros. Aunque no tiene agua dulce, la humedad de la condensación nocturna permite el crecimiento de algunas plantas. Es la defensa natural de la costa del Callao contra las mareas. Sin embargo, la isla nunca tuvo ocupación humana permanente por la ausencia de fuentes de agua dulce. Fue visitada constantemente por habitantes del Perú prehispánico, quienes la usaron como lugar de pesca y cementerio. En efecto, las investigaciones comprueban que fue lugar de habitación temporal de pescadores nativos; en su zona sur existe un cementerio, con aproximadamente tres mil tumbas y, según el historiador Carlos Romero, existió también un templo de adoración a la Luna.

Relatos virreinales cuentan que, en 1544, sirvió de prisión al depuesto virrey Blasco Núñez de Vela y se sabe también que fue utilizada como cantera en la que trabajaban esclavos para obtener la piedra que se usaba en las construcciones limeñas. Otros relatos hablan que sirvió, por un tiempo, como depósito para delincuentes indios y negros, que luego debían purgar sus condenas en las minas de Huancavelica. El 13 de febrero de 1579, el corsario más famoso de la historia, sir Francis Drake, penetró al Callao doblando el extremo norte de la isla de San Lorenzo. Aprovechando la oscuridad, Drake se abasteció de vino y frutas que sustrajo de uno de los trece barcos que estaban fondeados y, además, cargó en el suyo 1,500 barras de plata y 200 mil pesos en moneda, que encontró en otro. Cuando el virrey Toledo organizó escuadrones de hombres armados para combatirlo, Drake ya se encontraba lejos, contando alegremente su botín. Durante el siglo XVII, los holandeses Joris van Spielbergen (Jorge de Spilberg, en español) y Jacobo L’Hermite causaron también pánico en el Callao. La escuadra de L’Hermite fue la más grande que haya atacado al Callao. Se componía de once navíos con 294 cañones y 1637 hombres. El pirata holandés llegó al Callao en mayo de 1624 y permaneció en el puerto hasta por más de un mes. Durante el asedio, muchos piratas murieron víctimas del escorbuto, enfermedad que habían contraído mientras navegaban hasta nuestras costas. Entre los enfermos se encontraba el mismo L´Hermite, quien murió en su buque y fue enterrado junto a 600 de sus hombres en la Isla San Lorenzo. Por ello, al norte de la isla yacen los restos de 600 holandeses que, al mando del famoso pirata Jacobo L´Hermite, en 1624 bloquearon el puerto del Callao y mantuvieron su flota invasora durante cinco meses, lanzando su artillería contra la ciudad, pero muriendo en el intento de saquear Lima y alrededores.

Iniciada la República, el sabio Charles Darwin hizo trabajos científicos en San Lorenzo (1835). Luego, en 1866, la escuadra española se retiró a San Lorenzo, durante ocho días, tras ser derrotada en el Combate del Dos de Mayo; el general hispano casto Méndez Núñez atendió aquí la curación de las heridas que recibió durante la contienda y supervisó la reparación de sus naves antes de su retorno a la Península. Desde 1872, un súbdito inglés, Josiah Harris (más conocido como el Coronel Harris), ocupó la isla. En la caleta Paraíso estableció una Fundición y Factoría de tubos de cañerías a vapor, con sus respectivos talleres de carpintería, herrería y ensogue de metales. Trajo desarmada, desde Boston, una lujosa casa de dos pisos. Lamentablemente, durante la guerra del Pacífico (1881-1883), San Lorenzo estuvo bajo el control del ejército chileno, que le sirvió de apostadero naval, factoría y campo de concentración. Los invasores destrozaron e incendiaron las pocas viviendas que existían en la isla, especialmente las instalaciones construidas por Harris. Luego de la guerra, según testimonios de la época, en 1890, unas 30 personas vivían en San Lorenzo, entre picapedreros, pescadores y empleados de la Casa y Factoría Harris; la mayoría eran inmigrantes (ingleses, franceses, italianos, suecos, y chinos). Cabe destacar que, formalmente, fue incorporada al territorio del Callao por ley dictada el 18 de noviembre de 1899.

A inicios del siglo XX, la Marina de Guerra inició su presencia en la isla con el establecimiento, en 1908, de un depósito para explosivos. Paralelamente, Carlos I. Lissón, como profesor de Geología y Petrografía, hizo incursiones e informes científicos de la isla. Asimismo, el arqueólogo alemán Max Uhle excavó en el cementerio prehispánico, en el extremo sur de la isla (Caleta de la Cruz) y halló objetos de metal y fardos funerarios que corresponderían a finales del Intermedio y Horizonte Tardío (900-1,532 d.C.). Cabe destacar que, en 1913, cuando el gobierno de Guillermo Billinghurst se interesó en realizar obras de expansión portuaria en el Callo, hubo el proyecto del ingeniero holandés J. Kraus de unir La Punta con San Lorenzo, a través de un puente, y construir un dique seco en la caleta Gaviotas. Afortunadamente, para la protección del ecosistema de la isla, el proyecto de Kraus no se ejecutó.

Cuando llegó el “Oncenio”, se habilitó, como prisión política, el Sanatorio Militar y la estación Cuarentenaria, construidos durante el primer gobierno de Leguía (1908-12), ubicadas en la caleta Sanitaria. Los adversarios del régimen eran enviados presos a San Lorenzo. En 1926, se inauguró, en la caleta Paraíso, la Base Naval de la Marina. En 1930, tras su caída, el presidente Leguía fue recluido aquí por unos días (luego sería trasladado al Panóptico). Años más tarde, en 1932, ocurrió otro acontecimiento polémico en la isla. A raíz de un motín de la marinería de los cruceros Almirante Grau y Coronel Bolognesi, y luego de un proceso sumario, ocho marineros fueron fusilados en el antiguo cementerio republicano, en la caleta Panteón. A inicios de la década de 1990, la Base Naval de isla sirvió de cárcel temporal a los recientemente capturados líderes de los grupos terroristas Sendero Luminoso y MRTA mientras se construían cárceles de máxima seguridad para recibirlos. Por último, en febrero de 2010, el Instituto Nacional de Cultura declaró como “Patrimonio Cultural de la Nación” a veinte monumentos arqueológicos existentes en la isla

La fauna silvestre en San Lorenzo.- La isla alberga en su territorio una gran variedad de especies de flora y fauna, marina y terrestre; lamentablemente, su fauna silvestre se encuentra amenazada. Entre las especies que aún podemos encontrar en San Lorenzo tenemos:

1. Pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldti)
2. Pelícano peruano o Alcatraz (Pelicanus thagus)
3. Guanay (Phalacrocorax bougainvillii)
4. Chuita (Phalacrocorax gaimardi)
5. Piquero común o peruano (Sula variegata)
6. Nutria marina o gato marino (Lutra felina o Lontra felina).
7. Lobo fino o de dos pelos (Arctocephalus australis).
8. Lobo chusco o de un pelo (Otaria flavescens o byronia).
9. Zarcillo (Larosterna inca).
10. Piquero camanay o de pata azul (Sula nebouxii).
11. Rayador negro (Rynchops niger)
12. Gaviota dominicana (Larus dominicus).
13. Cuervo de mar (Phalacrocorax brasilianus u olivaceus).
14. Halcón peregrino (Falco peregrinus)
15. Ostrero negro (Haematopus ater).
16. Ostrero común americano (Haematopus palliatus).

Según el arqueólogo José Antonio Hudtwalcker, la Ley Nº 28793 (octubre 2004) establece se declare de interés nacional la protección, conservación y repoblamiento de las islas, rocas y puntas guaneras del país. El Decreto Supremo Nº 024-2009 (diciembre 2009) crea la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras; incluye 33 unidades territoriales (22 islas e islotes y 11 puntas guaneras). Específicamente, de la zona del Callao, solo se incluyó en este “sistema” a Cabinzas y Palominos. Inexplicablemente, San Lorenzo y El Frontón fueron excluidas. Hay que tener en cuenta que la conservación de las islas, islotes y puntas guaneras ayudará al desarrollo sostenible de la pesquería peruana, recuperando los recursos agotados y manteniendo oportunidades de trabajo a largo plazo para miles de pescadores artesanales peruanos. Por ello, el DS Nº 024-2009 debió incluir en su listado a todo el grupo de las islas del Callao (conformado por las islas San Lorenzo, El Frontón, Cabinzas, Palominos y la Roca Horada).

El Frontón.- Se encuentra al sureste de San Lorenzo, separada por un estrecho canal (es una prolongación natural a ésta y probablemente estuvo unida a ella en tiempos remotos); los pescadores del Callao también la llamaban “El Muerto”. Muy parecida a San Lorenzo, aunque de dimensiones más pequeñas (un kilómetro cuadrado), tiene pequeñas caletas donde, por muchos años, se embarcó el guano recolectado en sus terrazas. Sin embargo, de todas las caletas, la única abordable es la “Colonia Penal”, que mira hacia el Callao. Su nombre deriva de la colonia penal del Frontón, inaugurada en 1918 durante el gobierno de José Pardo y Barreda; los trabajos de construcción estuvieron a cargo del coronel Teobaldo González. En sus primeros años funcionaron canteras, donde los presos se encargaban de fabricar adoquines para pavimentar las calles de Lima. Con el tiempo, se convirtió también en “cárcel política”; por ejemplo, el ex-presidente Fernando Belaúnde Terry fue encerrado aquí durante 12 días (mayo de 1959) cuando se disponía a inaugurar en Arequipa una convención de su partido en contra del segundo gobierno de Manuel Prado Ugarteche (otros presos políticos fueron Pedro Beltrán y Sebastián Salazar Bondy). Sin embargo, el suceso por el que más se conoce esta isla es el motín ocurrido el 18 de junio de 1986, durante el primer gobierno de Alan García Pérez, de parte de los reclusos pertenecientes al movimiento terrorista Sendero Luminoso. De la historia carcelaria de la isla, han quedado los siguientes testimonios: Julio Garrido Malaver (El Frontón, 1966); Julián Petrovick (La isla y los trabajos, 1944); y Jesús Ángel García (Una isla que se metió a la ciudad, 1977).

Cabinzas.- Conjunto de islotes ubicados detrás de San Lorenzo, hacia el lado de afuera; en algunos mapas ingleses del XIX se les llama “islas Wells”. Hasta la década de 1920, se extrajo abundante guano. Hoy siguen habitados por aves guaneras (pelícanos, guanayes, chuitas, piqueros y patillos); posee grutas y cavernas naturales. Son visitadas habitualmente por turistas que arriban en botes y yates; también son refugio natural de leones marinos.

Palominos: el Faro.- Se trata de cuatro islotes ubicados a casi 2,5 kilómetros al sur de San Lorenzo, también al lado de afuera. En el islote mayor se encuentra un faro, construido en 1897, que reemplazó al faro de Terry, que se ubicaba en San Lorenzo. Por su antigüedad y valor histórico, debería ser declarado patrimonio cultural. Existe la historia de un joven de 20 años, José Salvador Ureta, guardián de este faro, quien tuvo que nadar cuatro horas desde este islote al Callao para traer una embarcación y rescatar a su amigo, de apellido Sormani, quien sufrió una grave afección respiratoria. El hecho ocurrió en abril de 1906; su valerosa actuación, salvó la vida del amigo. En estos islotes todavía sea precian terrazas guaneras y la mayor población de lobos marinos en el departamento de Lima.

La Horadada.- Es un conjunto de rocas o peñas ubicadas a cuatro kilómetros al este de la cabecera de El Frontón. Sus rocas son una buena referencia par los navegantes, sobre todo cuando se está viniendo del sur con dirección al Callao. Se llama así porque se trató de un islote horadado cuyo hueco miraba a la playa de Magdalena del Mar, a unos 5 kilómetros y medio del litoral. Sin embargo, un sismo ocurrido el 20 de septiembre de 1898, desplomó el “puente” que formaba la bóveda del agujero y convirtió al islote en dos peñas (algo similar a lo que ocurrió con la formación rocosa llamada “La Catedral”, en Paracas, durante el terremoto de agosto de 2007).

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Nuevo libro: ‘Crisis y decadencia. El Virreinato del Perú en el siglo XVII’

CRISIS Y DECADENCIA. EL VIRREINATO DEL PERU EN EL SIGLO XVII
ANDRIEN, Kenneth J.
Año edición: 2011
Nro. Páginas: 288
Precio soles: S/. 35.00
Precio dólares: US$ 12.50

El siglo XVII fue una centuria de cambios y, por lo mismo, de crisis para la economía del virreinato del Perú. La minería dejaba de ser el único motor de la producción y el intercambio; comenzaba a compartir su papel con otros sectores, menos vinculados al mercado exterior y más conectados con las necesidades locales. En este contexto, sobrevino un programa de reforma fiscal desde Madrid, que se propuso aumentar la carga tributaria que pesaba sobre la colonia. La mitad del siglo XVII fue el escenario temporal de la batalla que libraron las autoridades metropolitanas, las virreinales y los empresarios coloniales por imponer los nuevos tributos, los primeros, y por esquivarlos, los últimos. Crisis y decadencia, el virreinato del Perú en el siglo XVII, da cuenta de esa historia; al hacerlo ilumina el proceso económico que vivía el Perú un siglo después de terminada la conquista española y ofrece datos valiosos sobre la producción, el co mercio y la recaudación tributaria. En definitiva, es un clásico de la historia económica del Perú.

Kenneth J. Andrien es profesor de la Universidad de Ohio, Estados Unidos, y un gran conocedor de la historia económica y política de los países andinos.

Contenido

PREFACIO A LA EDICIÓN EN CASTELLANO
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN

ECONOMÍA Y FINANZAS
1.La economía virreinal en transición
2.La política de la Real Hacienda y la crisis fiscal

EL SISTEMA DE HACIENDA Y LAS FUERZAS DE CAMBIO
3.La crisis y el sistema administrativo
4.La autoridad del rey y la venta de cargos fiscales

REFORMA, RESISTENCIA Y DECADENCIA IMPERIAL
5.El fracaso del arbitrismo, 1607-1664
6.La visita general, 1664-1690

CONCLUSIONES
APÉNDICES
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Barrios obreros y vivienda popular en Lima


Unidad Vecinal de Matute (La Victoria)

En LIma, hasta la década de 1930, los barrios obreros serían la solución de vivienda masiva para dar alojamiento a este sector de la población. Su origen sería diverso: planificado o no, así como en las modalidades de gestión (pública, cooperativa, privada, o simplemente ilegal).

a. En el caso de la iniciativa pública o cooperativa: los barrios tuvieron una edificación unifamiliar seriada y contaron, desde sus inicios, con los servicios domiciliarios básicos.
b. En el caso de la iniciativa privada: se forman a través de urbanizaciones o ‘parcelaciones’ que carecen de toda infraestructura urbana, y son gestionados por promotores privados. La edificación se lleva a cabo mediante iniciativa individual por parte de los compradores de los lotes. Este tipo de barrios son los que terminan adquiriendo una presencia abrumadora durante las primeras décadas del siglo XX y se pueden observar en algunas zonas de Rímac, Barrios Altos, La Victoria o Surquillo.
c. En el caso de origen espontáneo o no planificado: surgieron, a partir de la década de 1940, en las faldas de los cerros que bordean la ciudad o por la invasión de antiguos terrenos de cultivo. En el primer caso, están los emblemáticos ejemplos de los cerros San Cristóbal y El Agustino; en el segundo, la ocupación masiva de los terrenos que dieron origen a San Martín de Porres, en los años 50.

Los inicios de esta historia.- Una perspectiva amplia sobre el tema nos remontaría a las viejas rancherías de las haciendas coloniales y republicanas y a los campamentos de algunos complejos agroindustriales, como fue el caso de la company town de la hacienda Casa Grande (valle de Chicama) que diferenció los sectores de empleados, obreros y campesinos. En Lima, según el arquitecto Juan Günther, los “barrios obreros” fueron los primeros conjuntos de viviendas económicas que se construyeron y su origen estaría en las concesiones que se hicieron, a los comerciantes del guano, durante los gobiernos de Castilla y Balta, para formar los “callejones” y “casas de vecindad”. En este sentido, los “callejones” se remontaban al Virreinato, como vivienda para los esclavos de una “industria”: eran dos filas de cuartos a lo largo de un pasaje central. Se construían en forma perpendicular entre la “fábrica” (ubicada sobre un canal de irrigación para aprovechar su fuerza hidráulica) y la calle más cercana. Las “casas de vecindad”, por su lado, eran edificios de 2 a 4 pisos en que se ubicaban pequeños departamentos de 1 ó 2 habitaciones, a los que se accedía por callejones y balcones corridos utilizados para la construcción.

Pero fue entre 1874 y 1876 que el empresario ferrocarrilero Enrique Meiggs construyó 24 casas-tienda en una estrecha manzana de la calle Artesanos, al costado del cuartel de Santa Catalina, con el objetivo de beneficiar a obreros limeños; este fue el primer proyecto de viviendas económicas en Lima y así empezó el proceso de diferenciación social espacial en nuestra ciudad. Otro importante proyecto fue el realizado por los ingenieros Basurco y Cartry quienes, luego de una intensa investigación sobre las condiciones de la vivienda en Lima, proyectaron un conjunto de casas en las inmediaciones del Jardín Botánico.

Vitarte y el primer barrio obrero del Perú.- Muchos sabemos que, en la historia del movimiento obrero peruano, el nombre del de Vitarte tiene un significado especial. Recordemos que las jornadas más valientes de lucha por la defensa de la dignidad de los trabajadores y el fomento de una cultura obrera moderna, así como la puesta en práctica de una cultura cotidiana alternativa, tienen que ver con la actitud de estos trabajadores. ¿Cómo empezó esta historia? Según el historiador norteamericano Paul Gootenberg, después de que la fábrica de “Los Tres Amigos” cerrara, en agosto de 1852, sus maquinarias quedaron olvidadas en un almacén limeño durante casi dos décadas. En 1869, con casi ninguna esperanza de apoyo gubernamental, Carlos López Aldana (el anterior capataz) mudó los equipos río arriba para fundar la primera fábrica de algodón moderna del Perú en Vitarte; era 1871. Esta fábrica funcionó espectacularmente bien a pesar de estar basada en una tecnología que, para esos años, era anticuada. Esta fábrica, que fue reduciendo la cuenta peruana de telas importadas, fue la base del “renacimiento industrial” del país en la década de 1890. Pero Vitarte es también importante porque allí se construyó el primer barrio obrero urbano del Perú. Su aparición fue espontánea y allí se ubicaron las casas de los operarios que trabajaban en la fábrica. Este barrio fue declarado patrimonio cultural, pero no tanto por su importancia urbanística o arquitectónica sino por su significado social y político.

Uno de los asuntos que los trabajadores y sus líderes sindicales plantearon insistentemente ante los distintos gobiernos fue la escasez de vivienda adecuada para los obreros. Todos sabemos que Lima, a inicios del siglo XX, a pesar de que experimentó un gran desarrollo urbano, el déficit y la precariedad del alojamiento obrero fue una de los problemas sociales más apremiantes. Lima no estaba preparada para alojarlos y esto contribuyó a agudizar cada día los problemas de escasez de viviendas, hacinamiento e insalubridad que ya acusara la ciudad desde el siglo XIX, con consecuencias devastadoras, como las que generó la epidemia de peste bubónica entre 1903 y 1904.

Estas circunstancias obligaron al Estado a proponer una serie de medidas sobre higiene y construcción de vivienda para mejorar las condiciones habitacionales de los sectores populares de la población. Asimismo, indujo al resto de la sociedad a cuestionarse acerca de los mecanismos más eficaces que permitiesen reorientar el desarrollo urbano y responder a las demandas de los trabajadores con la construcción de los llamados “barrios obreros”. Se trató de una denominación que comienza a ser acuñada, por contraposición a la de “barrios residenciales” (identificados con la residencia burguesa, como el Paseo Colón, primero, y Santa Beatriz, después) y con la que se asocia, de manera peyorativa, una serie de desarrollos urbanos periféricos y generalmente disgregados espacialmente con respecto a la Lima histórica (el “damero” no los puede absorber) y a los nuevas zonas residenciales. En estos “barrios” se comienza a alojar esta población pobre, integrada también por migrantes, compuesta por obreros de la construcción o de las primeras fábricas que se instalan en Lima, junto con artesanos y pequeños comerciantes.

De la República Aristocrática al “Oncenio” de Leguía.- A inicios del siglo XX, la condición de los obreros en Lima era muy precaria. Al encarecimiento de las subsistencias se sumaba la falta de vivienda. Una editorial de El Comercio (17 de febrero de 1906) comentaba, con preocupación, lo siguiente: Y en realidad, el problema de la habitación se hace cada día más grave para el pobre. De dos años a esta parte ha subido aquí en un 50 por ciento el precio de os arrendamientos, y hoy las viviendas más modestas y menos higiénicas se hallan casi fuera del alcance del obrero, que apenas puede satisfacer la urgente necesidad de encontrar techo, que cobije a él y a los suyos… No basta para la vida comer; se necesita, a la vez, un hogar, por pobre, por miserable que sea, donde satisfacer las exigencias primordiales de la familia y de la sociedad; y si es doloroso para el proletario que los artículos de consumo escapen en ocasiones a sus facultades económicas y le impongan sacrificios el día en que no baste su salario para procurarle el alimento a que está acostumbrado, tratándose de la casa, ni siquiera le queda este duro recurso de las privaciones voluntarias, porque no se puede dejar de habitarla si el jornal escasea. El arrendamiento corre siempre, exigente, implacable, sin sujetarse a los vaivenes del salario, como las otras necesidades que pueden restringirse en los momentos críticos, ya que, por fortuna se requiere bien poco para mantener las fuerzas y con ellas la vida… Lo cierto es que la reciente carestía de la habitación en Lima, exige ya que se adopte alguna medida, de las que son el resorte de los poderes públicos, para impedir a tiempo los graves inconvenientes que pudieran derivarse de tal estado de cosas; y el momento de intentarlo es éste, en que se procura remediar la ingrata situación del proletariado, motivada por el alza de subsistencias.

En medio de esta difícil situación, las sociedades de beneficencia impulsaron las llamadas “quintas de obreros” en varias ciudades. En Lima, las primeras fueron La Riva y Los Huérfanos, ambas en 1908 (luego, vendrían 22 más construidas en el Centro durante las décadas de 1920 y 1930. Pero, en realidad, fue hacia 1909, cuando el Estado participa en la edificación de viviendas populares, bajo el impulso de la Municipalidad de Lima. En efecto, el entonces alcalde, Guillermo Billinghurst, en su Memoria de 1910 alertaba sobre el tema: Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando el noventa por ciento de nuestro capital vivo no tenemos derecho a llamarnos pueblo culto. Antes que nada necesitamos higienizar la habitación del pueblo; hacer más alegre y sana la casa donde nacen y crecen los que trabajan en la paz y defienden la patria en la guerra.

Por ello, a pesar de los escasos recursos, Billinghurst inició en la zona de Santa Sofía, en La Victoria, un conjunto de viviendas, que paulatinamente se fue convirtiendo en un barrio obrero. El ejemplo fue seguido por la Beneficencia Publica de Lima que le encargó al destacado arquitecto Rafael Marquina la construcción de casas para obreros en los jirones Cusco y Miró Quesada, en Barrios Altos, en la avenida Pizarro en el Rímac y en el Jirón Junín del Cercado. Marquina combinó los estilos de los callejones y las quintas para la construcción de estas viviendas.

Cuando accedió a la presidencia de la República, Billinghurst, dedicó a la vivienda obrera un especial interés. Por ejemplo, en su mensaje a la nación del 28 de julio de 1913, declaraba: Uno de los problemas que más directamente atañen a las colectividades obreras es el que se refiere ala construcción, con material conveniente, de viviendas sanas, alegres y baratas para reemplazar, cuanto antes, las habitaciones insalubres, desprovistas de ventilación y sol, caras y de lúgubre aspecto en que actualmente se hacinan los desheredados de la fortuna; albergue que es causa directa o inmediata de la alta cifra de mortalidad en nuestras ciudades y especialmente en esta capital.

En este sentido, su gobierno compró en el populoso barrio de Malambo un amplio terreno bien ubicado, con mucha ventilación, luz, agua y desagüe, para construir un barrio obrero. La idea era construir unas 40 casas bajo un modelo que debía extenderse a otros proyectos similares:

1. El obrero que deseara comprar alguna vivienda debía ser aportante de la Caja de Ahorros y tener en depósito una cantidad igual al 15% del precio que debía pagar.
2. El comprador debía tener una familia formalmente constituida y comprometerse a ocupar con ella la casa adquirida y no darla en alquiler.
3. La transferencia a una tercera persona solo podía realizarse previa autorización del gobierno.
4. Solo el 15% del precio de la propiedad debía abonarse al contado.

Asimismo, una ley de 1913, dada por el gobierno de Billinghurst, autorizó al ejecutivo ceder al Municipio del Callao 4 lotes de terrenos en Chucuito y La Punta para que se construyeran casas para obreros. Lamentablemente, toda esta política a favor de los obreros se vio truncada por el golpe de 1914 que puso fin al régimen populista de Billinghurst.

Años más tarde, durante la “Patria” Nueva de Leguía se construyó, en 1925, el barrio de Empleados y Obreros del Callao de 1925, el primero concebido a escala urbana construido en la capital. Asimismo, el barrio obrero Leguía, ubicado en la Mar Brava (Parque Leguía), inaugurado el 3 de junio de 1927, con 72 casas, fue otro ejemplo por encarnar una serie de innovaciones desde el punto de vista tipológico en la historia urbanística del país.

Pero fue el barrio obrero del complejo del Frigorífico Nacional del Callao, inaugurado en 1928, el primer conjunto habitacional en registrar los atributos del llamado urbanismo moderno. Según Ludeña, es una especie de grado cero. En su momento fue la instalación más moderna de América Latina. Cabe destacar que, desde 1997, se produjo una campaña para declararlo patrimonio histórico (ver diarios La República, 6 y 8 de mayo de 1998, y El Comercio, 30 de abril y 6 de junio de 1998). Lamentablemente, la reacción fue contundente: nada justificaba que una fábrica y mucho menos un barrio obrero pudieran ser objeto de una declaración de patrimonio cultural y monumento sujeto de puesta en valor.

Los años 30: gobierno del general Benavides.- En 1933 se propuso una política sistemática para construir “barrios obreros” siguiendo las más modernas técnicas urbanísticas: viviendas amplias, de material noble, bien distribuidas, con jardines y comodidades tipo chalet, agrupadas en complejos urbanos dotados de campos deportivos, piscinas, diversos servicios y medios de recreación.

Para ser más precisos, estas “viviendas económicas” contaban con una cocina, una sala, de 2 a 4 habitaciones y jardines comunes. Se obtenían mediante sorteos entre los hombres casados, sin antecedentes penales, con trabajo estable y un mínimo de dos hijos. Como parte del contrato, los obreros debían aceptar que trabajadores del Ministerio Salud realizaran inspecciones periódicas a sus casas para asegurarse que los estándares de higiene de las viviendas se mantengan y que sus habitantes reciban atención médica cuando la necesiten. Los barrios que se construyeron fueron:

a. El Barrio Obrero Modelo del Frigorífico (Callao), inaugurado el 7 de marzo de 1936. Fue el primer barrio obrero “moderno” del país. Eran 118 casas construidas sobre un área de 36 mil metros cuadrados con sistema de agua propio por medio de un pozo artesiano. Tenía una escuela para 300 alumnos; un puesto de policía; un cine para 400 espectadores y una piscina de 8×18 metros; varios parques que sumaban 8 mil metros cuadrados; un centro cívico; y un mercado de abastos, con farmacia y consultorio médico incluidos.

b. El Barrio Obrero de La Victoria tenía 60 casas en un terreno situado en las inmediaciones de la Escuela de Artes y Oficios (Hoy Politécnico José Pardo), entre los jirones Andahuaylas, García Naranjo, 28 de Julio, Obreros y el antiguo callejón de la Huerta de Mendoza. Contaba con campos deportivos, piscina, agua potable y parques.

c. El Barrio Obrero del Rímac, con 44 casas en las tierras de la Huerta Samar, sobre la margen derecha del río Rímac, vecino de la Alameda de los Próceres, arteria principal de la nueva urbanización del Rímac. También tenía campos deportivos y pileta de natación, calzadas con alumbrado y jardines circundantes.

Respecto a los barrios obreros de los años 30, cabe destacar un par de puntos:

1. Todas estas obras fueron financiadas por la Junta de Pro Desocupados de Lima que, en 1931, se estrenó construyendo 48 pequeñas viviendas en terrenos que habían sido el Camal, cerca de la actual plaza Castilla. La Junta se dedicó a construir los “comedores populares”, los “barrios obreros”, mercados, hospitales, centros escolares, pavimentos, canalizaciones, caminos, puentes y las llamadas “colonias climáticas de Ancón” para que los hijos de los trabajadores pasaran sus “vacaciones útiles”. La mayor parte de estas obras fueron diseñadas por el ingeniero Enrique Rivero Tremouille en estilo “modernista”, de líneas verticales, y “buque”, con sus ventanas redondas en forma de 2ojo de buey”.
2. Alfredo Dammert, primer Decano del Colegio de Arquitectos, fue quien diseñó los barrios obreros del Rímac y La Victoria en esta década; luego, en los 40, lanzó la propuesta arquitectónica de las unidades vecinales, influidas por la corriente del Bauhaus.

Los años 40 y las unidades vecinales.- En esta década, se dejó el concepto de “barrios obreros” a otro más complejo y totalizador, el de las “unidades vecinales”. Estas fueron concebidas como complejos habitacionales autónomos. Por ello, contaban con mercado, posta médica, comisaría, centro cívico o local comunal, oficina de correos, escuelas primarias para niños y niñas, cine-teatro, cancha de fútbol, piscina e iglesia; además tenían un sistema de circulación peatonal y vehicular propio.

En 1940, ya cuando gobernaba Manuel Prado, se inauguraron los barrios obreros N° 4 (374 viviendas) y N° 5 (146 viviendas) en la avenida Caquetá, iniciados por Benavides. Luego, según el arquitecto Juan Günther, la mayor parte de los profesionales que participaron en el diseño y la construcción de los barrios obreros de la década anterior formó parte de la Dirección de Vivienda del Ministerio de Fomento.

Esta oficina proyectó la Unidad Vecinal n° 3, construida en 1946 sobre el antiguo fundo Aramburú, en la avenida Colonial, a mitad de camino entre Lima y Callao. Este conjunto, con un total de 1,096 departamentos, contaba con todos los servicios urbanos para una población de 5,440 personas (teóricamente, tenía 2 árboles por persona). Las viviendas o departamentos eran de varios tipos: las había para solteros, matrimonios sin hijos, familias pequeñas y familias numerosas. Para estas últimas, estaban destinados los chalets de dos pisos, en los que había departamentos de hasta cuatro dormitorios. Pero la mayoría de viviendas se encontraban en los “blocks” de cuatro pisos, en los que los departamentos contaban con dos dormitorios. Cuentan los que vivieron allí que la iglesia, el cine, el mercado y los colegios hicieron que, en los primeros años, los residentes pasaran la mayor parte del tiempo en la Unidad Vecinal. La mayoría dejaba sus puertas abiertas y los vecinos se conocían por lo que toda una generación de niños se crío libremente en las calles de esta Unidad Vecinal, diseñada por un equipo de arquitectos conformado por Alfredo Danmert, Carlos Morales, Manuel Valega, Luis Dorich, Eugenio Montagne y Juan Benítez. Ese mismo año (1946), se creó la Corporación Nacional de Vivienda que usó esta Unidad Vecinal como modelo para diseñar otras 6, en beneficio de los obreros (como Mirones, Matute y Rímac), y 4 “agrupamientos urbanos”, destinados a empleados, para los próximos 15 años.

Los barrios obreros ¿patrimonio urbanístico? Como sabemos, con excepción del barrio obrero de Vitarte, ninguna de estas quintas o barrios obreros han sido declarados patrimonio urbanístico, así como tampoco toda la serie de locales que estuvieron destinados a la clase trabajadora de Lima (comedores populares, teatros o espacios de recreación de la época), que formaban parte de la vida cotidiana de los obreros.
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La avenida Leguía (hoy Arequipa)

La apertura de la avenida Leguía en 1921, llamada Arequipa desde 1930, ocupa uno de los capítulos más importantes en la historia de los cambios urbanos de Lima. Siempre en el centro de la polémica, ya sea por sus cambios arquitectónicos o por el terrible tránsito que debe soportar, ha sido –y es- uno de los paradigmas de los dramáticos cambios que ha sufrido nuestra ciudad, desde que rompió sus antiguos límites coloniales. Actualmente, la desidia e las autoridades y el mal gusto del sector privado han producido la imagen de abandono y deterioro de esta avenida que, en su momento, fue punto de referencia de los nuevos criterios urbanísticos y habitacionales a los que debía apuntar la Lima moderna.

Los antecedentes.- En 1921, a pesar de que 50 años antes ya se habían derrumbado sus murallas coloniales, Lima era todavía una ciudad pequeña. Se extendía sobre un área de poco más de mil hectáreas y albergaba a 170 mil habitantes. Durante los años de la República Aristocrática, la apertura de la avenida La Colmena y del Paseo Colón y la construcción de la Plaza Bolognesi habían sido de escasa utilidad, ya que los problemas de hacinamiento y escasez de vivienda continuaban. Como afirman Juan Bromley y Juan Barbagelata, “en estas condiciones los nuevos barrios no podían descongestionar la gran masa de población excedente, alojada en la parte antigua de Lima”. Además, los distritos del sur, como Miraflores y Barranco, experimentaban un crecimiento acelerado y necesitaban una nueva vía de comunicación con Lima, aparte del servicio del tranvía eléctrico que unía a Lima con Chorrillos. Miraflores, por ejemplo, contaba con más de 5 mil vecinos; Barranco, por su parte, ya rozaba los 10 mil habitantes.

De esto se desprende la importancia de construir una avenida para unir Lima con los distritos del sur. Ya en el gobierno de José Pardo y Barreda (1915-1919) se hizo el primer proyecto, preparado por el urbanista Augusto Benavides, y alentado por los municipios de Lima, Miraflores, Surco y Chorrillos. Así, en 1918, por resolución suprema, se aprobó el proyecto al declararlo de “utilidad pública”. La apertura de la nueva avenida debía hacerse a través de los fundos Lobatón, Surquillo, Barboncito, Chacarilla, San Isidro y Santa Beatriz. Sin embargo, las observaciones y la oposición de los dueños de las haciendas afectadas hicieron fracasar la concreción del proyecto.

La construcción de la avenida.- El proyecto recién pudo llevarse a cabo durante el gobierno de Augusto B. Leguía, que promovió la modificación de una serie de leyes que facilitaban los procesos de expropiación para fines urbanísticos. De esta manera, por ley N° 4108 de 1920, se autorizaba la expropiación de hasta 100 metros a cada lado del trazo de las avenidas interurbanas declaradas de utilidad pública (es necesario aclarar que sin este marco legal no hubieran sido posibles muchos de los proyectos urbanos del Oncenio). Todo estaba listo: la nueva legislación se aplicó para la construcción de la avenida Leguía. La concesión de la obra recayó en la empresa norteamericana The Foundation Company por resolución suprema del 11 de marzo de 1921; el monto de la inversión ascendió a 1’512,590 soles. El diseño original de la nueva avenida contemplaba un gran paseo central con franjas arboladas y pistas a los costados para ser utilizadas exclusivamente por vehículos de llantas neumáticas.

En resumen, la avenida Leguía tuvo una doble finalidad:

1. Unir el centro de Lima antigua con los nuevos “suburbios” del sur que estaban experimentando un rápido crecimiento urbano y demográfico, y que se habían convertido en lugar de residencia permanente de cientos de familias de los sectores más pudientes de la población.

2. Servir de modelo y símbolo para las obras de Leguía. Esto iba ligado a la representación del nuevo estilo de vida que se quiso impulsar: las nuevas residencias, de corte norteamericano, se ubicaban en un eje donde estaba el hipódromo, diversos clubes deportivos, parques y otros lugares de esparcimiento de la elite limeña.

Si embargo, toda la avenida no se construyó en 1921; se hizo por tramos y su apertura continuó hasta el final del Oncenio. Por ello, no tiene un trazo homogéneo en toda su longitud, especialmente a partir del bypass, donde presenta un paseo peatonal central y jardines a los costados. De otro lado, si en un primer momento, los dueños de los fundos se mostraron renuentes, pronto se dieron cuenta de que se verían favorecidos por el incremento del valor comercial de sus terrenos al abrirse las nuevas urbanizaciones.

Urbanización y nuevos barrios.- Como la nueva avenida debía ser un paradigma de urbanismo, el gobierno de Leguía promulgó la resolución Suprema de Ordenanzas sobre tráfico y Construcciones en la avenida Leguía (28 de mayo de 1921). En estas ordenanzas, la Foundation Company y la Dirección de Obras Públicas debían calificar y otorgar las licencias de construcción de los nuevos edificios. Entre otros aspectos, la normativa estipulaba el alineamiento de la fachada en línea paralela al trazo de la vía y a una distancia no menor de 5 metros del límite interior de la acera; asimismo, se debían dejar áreas con jardines hacia los límites laterales; los cercos exteriores debían tener diseño uniforme; por último, se añadían algunos detalles sobre la construcción de entradas de carruajes y sobre las aceras. Como el trayecto de la avenida debía tener solo uso residencial, se prohibía la utilización de los edificios con fines comerciales. Finalmente, después de la compra del terreno, el propietario tenía un plazo máximo de 2 años para construir; de lo contario, el terreno sin edificar revertía al Estado que pagaría el precio original de la adquisición.

La primera urbanización que se formó fue SANTA BEATRIZ, planificada sobre los terrenos del fundo del mismo nombre, en un área de 153.97 hectáreas, de las cuales 61.62 debían servir para vivienda, 20.5 en áreas verdes, 70,97 en circulaciones y 1.23 en equipamientos. Al final, resultaron 652 lotes con una densidad bruta de 21 habitantes por hectárea. Como vemos, en Santa Beatriz se emplearon las últimas técnicas sanitarias y de pavimentación, y con gran preocupación por la ornamentación. Incluso hasta hoy, nos sorprende por su gran cantidad de parques y jardines y por su estilo que se desprende del urbanismo norteamericano. Se nota, además, la intervención del Estado, que quería una urbanización obrera y de clase media, ya que, en un principio, fijó en precios muy bajos la venta de los terrenos y con grandes facilidades de pago; además, el gobierno invirtió cerca de 2 millones de soles en trabajos de agua, desagüe, pavimento, jardinería y alumbrado (por la venta de lotes, obtuvo casi 4 millones de soles). El estado también se reservó el derecho dea signar la localización de las embajadas de Argentina, España, Brasil y Venezuela.

Por su parte, MIRAFLORES venía convirtiéndose en el nuevo distrito residencial de la clase media limeña. Hasta 1910, era básicamente una zona agrícola, como la hacienda Surquillo, donde se empezaron a asentar viviendas en lo que es hoy la Plaza Marsano y los terrenos que están detrás de la demolida Casa Marsano (el escritor Ricardo Palma vivía en esta zona). En 1920, Miraflores tenía poco más de 5 mil habitantes; 10 años después, en 1930, su población se había casi quintuplicado. Todo fue cambio vertiginoso en la década de los 20, como lo señala Rafael Varón: “Mucho de los antiguo fue totalmente destruido por la actividad de la Urbanizadora Surquillo, en la arrasadora década de 1920. Se siguió un patrón ortogonal para la organización del espacio, destruyéndose todo aquello que se interpusiese en la cuadrícula de los planos. De esa manera, se mutiló repetidamente la huaca Juliana; numerosos paredones, acequias y pequeños bosques también desaparecieron ante el irracional avance de la urbanización”.

El caso de SAN ISIDRO fue distinto. Para su planificación, se buscó un modelo diferente de urbanización, más pintoresco y abierto, a cargo de Manuel Piqueras Cotolí, y que se nota en el diseño de la zona de El Olivar, ubicada en el antiguo bosque del mismo nombre. Como anota Elio Martuccelli: “En la zona de El olivar de San Isidro se ensayó un urbanismo de trazo libre, con lotes dispersos en medio de áreas verdes: una manera novedosa de plantear una urbanización, llena de luz, aire y distinción”. Por ello, san isidro se llenó de calles curvas y de lotes irregulares, donde se construyeron casas de tipo chalet, en medio de jardines y con estilos diversos (tudor, vasco, neocolonial, etc). Sin embargo, esta disposición urbana no se extendió por todo el distrito. La zona que atravesó la avenida Leguía, por ejemplo, sí respetó la trama cuadriculada. De esta manera, San Isidro se convirtió en residencia de la clase media alta, que “escapó” del centro antiguo de Lima.

El cambio de nombre.- Luego de la caída de Leguía, por el levantamiento de Arequipa, el cambio de nombre fue impulsado por Luis Alberto Eguiguren, quien alcanzó la propuesta al Consejo Provincial de Lima. Así, el 16 de septiembre de 1930, el cambio de nombre fue aprobado por aclamación. El nombre de “Arequipa se escogió precisamente por se la Ciudad Blanca el foco de la sublevación que derrocó al jefe de la Patria Nueva.

Los usos y el ambiente urbano.- A lo largo de sus casi 90 años de existencia, la avenida Arequipa ha pasado por distintas tipos de uso. Si en un principio fue un corredor residencial, con el típico chalet, pronto aparecieron las embajadas y algunos colegios mesocráticos, como el Raimondi y el Villa María. Luego hicieron su aparición edificios de diverso tipo arquitectónico, además de institutos, más colegios, locales comerciales, oficinas, bancos, hoteles y edificios multifamiliares. Últimamente, los restaurantes de comida rápida, las discotecas, los centros comerciales y los supermercados también forman parte del paisaje urbano de una avenida que ha perdido la fisonomía aristocrática que tuvo en sus primeras décadas.

a. Uso residencial.- Esta fue la vocación principal e inicial de la avenida, acompañado por las embajadas, instituciones culturales (Teatro Leguía) y centros educativos (colegio Raimondi y Villa María). Lo que predominaba era el chalet, el nuevo tipo de residencia que se impuso a partir de los años 20. Como refiere José García Bryce, “cuando a principios de siglo los ranchos de balnearios comenzaron a construirse no ya pegados uno al otro y a la calle, sino en medio de un jardín, se inició la transformación del rancho tradicional en la ‘villa o el ‘chalet’´, es decir en la casa suburbana moderna”. Fue en las zonas de san isidro y Miraflores donde se construyeron las residencias más lujosas de este tipo; las más “mesocráticas” estuvieron en Santa Beatriz. Sin embargo, como señala Eugenio Farro Guerra, “la residencia como uso principal de la avenida fue desplazada progresivamente por los usos comerciales, que causaron un nuevo éxodo de los habitantes de la zona hacia nuevas urbanizaciones”.

b. Los cambios de uso.- Los cambios más profundos se hicieron a partir de los años ochenta, cuando las residencias se convirtieron en academias, colegios, universidades, locales comerciales, discotecas y pequeñas clínicas o consultorios médicos. En la mayoría de los casos, los nuevos usos se asentaron sobre las edificaciones presentes, modificándolas o adaptándolas y, en algunos casos, se construyeron nuevos edificios para albergarlos. Estas nuevas instituciones modificaron la vida de la avenida porque generaron nuevos sistemas y dinámicas, usos del espacio y atrajeron nuevos usuarios, en su mayoría estudiantes y trabajadores de estos centros educativos. Aquí es necesario mencionar el tema de la prostitución, que forma parte de la memoria colectiva de los limeños que identificó a la avenida con la presencia de esta actividad. En realidad, se instaló en los años 70 y le otorgó a la avenida una imagen muy ligada al meretricio; la aparición de discotecas, bares y hostales fue una consecuencia de esta actividad. Finalmente, sobre estos cambios dramáticos, un informe de El Comercio, en 2006, señalaba lo siguiente: a lo largo de sus 52 cuadras, había 5 universidades, 9 colegios, 56 academias e institutos superiores, 20 centros médicos, 4 clínicas, 4 farmacias, 10 centros de idiomas, 13 locales de cabinas de Internet, 6 estaciones de gasolina y 2 centros comerciales.

Zonificación, adaptación, suplantación y demoliciones.- Como respuesta a las nuevas actividades que han invadido a la avenida, los municipios de los distritos implicados han ido aplicando cambios de zonificación muy diferenciados. En la zona de Lince, por ejemplo, predominan los locales comerciales mientras que en San Isidro o Miraflores aún podemos ver que predomina el uso residencial. De otro lado, en su mayoría, los nuevos usos han ocupado edificaciones existentes, transformándolas y adaptándolas a sus necesidades; en otros casos, has sustituido las edificaciones originales. Ejemplos de adaptación, que no afectaron el entorno o la arquitectura, son los locales de la Alianza Francesa, la Asociación Cultural Peruano-Británica y, en cierta medida, el ICPNA. Respecto a las demoliciones, éstas han sido numerosas por la presión inmobiliaria que, por necesidades demográficas, prefieren edificios de alta densidad o que, por presión del mercado, han construido centros comerciales o institutos. En el caso de las demoliciones, hubo dos que provocaron polémica: la de la Casa Marsano para dar paso a un a una galería de artículos informáticos, en lugar del hotel de lujo que se anunció, y la Casa Salcedo, que fue sede de la Orden de Malta (cuadra 46) y ahora es un supermercado.

Un ambiente urbano monumental.- A pesar de la degradación que sufrió la avenida en las últimas décadas, aún conserva varios inmuebles de cierta importancia. Por ello, el Instituto Nacional de Cultura la declaró “Ambiente Urbano Monumental” (2006). Según esta declaración, los tramos de la avenida que cuentan con protección son los que corresponden a la zona del Cercado, entre las cuadras 1 y 10, y el sector que corresponde a Miraflores, entre las cuadras 38 y 52. La salvaguarda no solo incluye a la avenida sino a los inmuebles ubicados en ella y al entorno cercano. Esta “monumentalización” ha sido muy criticada pues en la mayoría de los casos, en lugar de buscar la revalorización o buscar alternativas que vuelvan útil al monumento, los “congela”, es decir, limita cambios y modificaciones. Por ello, en 2007, se modificó la norma al tramo que corresponde a Miraflores. Afortunadamente, en los últimos años, se ha incrementado el interés de las empresas inmobiliarias por intervenir en inmuebles de valor monumental para ser utilizados nuevamente. Con eso, el hecho de “monumentalizar” no bloque, necesariamente, el desarrollo y ofrece alternativas a la inversión, tanto estatal como privada.

Recuerdos del presidente Leguía.- Actualmente existen en Lima 13 calles que llevan el nombre del líder de la Patria Nueva, todas ellas en barrios o distritos nuevos o “periféricos”, ninguna en la zona histórica o tradicional de la ciudad. Y es que cuando cayó Leguía, en agosto de 1930, sus enemigos se dedicaron a destruir todo lo que era “Leguía”; en fin, trataron de borrar su recuerdo. El caso más emblemático fue el de esta avenida, rebautizada como “Arequipa”, en honor a la ciudad donde se sublevó el coronel Luis M. Sánchez Cerro y que supuso el fin del Oncenio. Sin embargo, habría que hacer tres apuntes:

1. Sobre la puerta principal de la “Benemérita Sociedad Fundadores de la Independencia, Vencedores del 2 de Mayo de 1866 y Defensores Calificados de la Patria”, en la cuarta cuadra de la avenida, existe un mural que representa la solemne ceremonia en la que Leguía le entregó al Héroe de la Breña, don Andrés A. Cáceres, el Bastón de Mariscal, en 1920.

2. Sobre el proscenio del que fuera el antiguo Teatro Arequipa (luego regresó a su nombre original: Teatro Leguía) existen entrecruzadas dos letras: T.L., que recuerda su nombre primitivo.

3. En la cuadra 20 (a la altura del edificio “El Dorado”) existe un pequeño obelisco que fue construido con motivo de la inauguración de la avenida. Allí también, en 1930, fue borrada la leyenda recordatoria y, empleando un pequeño camión Ford, modelo “T” (al que ataron unas sogas), se arrancó el busto del Presidente, que miraba hacia Lima. Recién hacia la década de 1970 reapareció, primero, la leyenda, y, luego, el busto, casi desapercibido para la mayoría de limeños.

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