Archivo por meses: marzo 2011

Historia del agua potable en Lima


Un aguador en la Lima del 900

Como sabemos, la principal fuente de agua para el consumo de los 8 millones de limeños es el río Rímac . El Rímac, durante los meses de invierno (ausencia de lluvias en la sierra central) recibe parte importante de su agua de fuentes de la vertiente oriental que son desviadas para dirigirlas a nuestra ciudad, que de otra manera se verterían en el río Amazonas y se perderían luego en el Océano Atlántico. Para que el agua del Rímac llegue hasta las plantas de tratamiento de La Atarjea, hace un largo recorrido de 125 kilómetros, descendiendo 5,000 metros desde las alturas de los Andes. Lima, en resumen, recibe aguas superficiales de fuentes fluviales y, un porcentaje menor, de aguas subterráneas. Esta cantidad debería bastar para abastecer a toda su población; sin embargo, el mal uso y las pérdidas que se producen en los hogares y en el sistema de distribución conllevan a que esta situación no se produzca.

El siglo XVI: los primeros años.- Luego de la fundación española de Lima, sus pobladores recogían y bebían agua directamente de las orillas del Rímac o de sus bocatomas, como el Huatica, el Maranga o Surco. Recién, en 1552, el Cabildo vio la forma de traer agua limpia desde los manantiales de La Atarjea. La idea era buscar fuentes más sanas de agua; además, en 1556 se creó el Juzgado Privativo de Aguas, encargado de de atender la distribución del vital líquido en las acequias y pilas de la ciudad.

Fue durante el gobierno del virrey Conde de Nieva que ser decidió aprovechar los manantiales o puquios de La Atarjea , lugar pantanoso situado a 6 kilómetros de la plaza de armas, al pie de lo cerros Santa Rosa y Quiroz. La inversión fue de 20 mil pesos para las excavaciones y tendido de cañerías de arcilla. Los trabajos se iniciaron en 1563, con la construcción del primer acueducto desde La Atarjea a la antigua pila de la Plaza de Armas y las de algunos conventos, como el de San Francisco. La obra se financió con la Contribución de la Sisa (“sisa”: impuesto o estanco).

El momento cumbre llegó el domingo 21 de diciembre de 1578, durante el gobierno del virrey Francisco de Toledo, cuando, con saludos de arcabucería, se inauguró la llegada de agua a la pila de la Plaza de Armas. Cuentan los documentos que hubo fiesta popular, presidida por el Virrey, música, baile y corridas de toros en la misma plaza; el alcalde de entonces, Juan de cadalso Salazar, derramó puñados de monedas de plata desde las ventanas del Cabildo. Los gastos en las celebraciones ascendieron a 100 pesos de plata.

Un sorprendente descubrimiento arqueológico.- En agosto de 1996, un grupo de arqueólogos de las universidades San Marcos y Villareal, que realizaban excavaciones en la Plaza de Armas, encontró la primera tubería de agua, la que comenzó a construir el Conde de Nieva (1561-64). Este sistema de agua tenía una longitud aproximada de 12 kilómetros. Su recorrido se iniciaba en La Atarjea (donde, según dice, iba a bañarse La Perricholi). El sistema recorría la galería Tambo real, seguía por el antiguo Camino real, cruzaba Riva-Agüero, continuaba por la Puerta de Maravillas, Anchieta y el jirón Junín hasta dirigirse a la pileta de la Plaza de armas.

Según Manuel Valencia Carpio (Historia del abastecimiento de agua potable de Lima, 1535-1996), en La Atarjea se construyó un depósito que recibía las aguas del manantial, conocido como “Caja Real”; Antonio Raimondi lo llamó “Caja de Agua”. Se trataba de un edificio que encerraba entre paredes los manantiales donde se iniciaba un canal o acueducto de ladrillo y cal, abovedado, que en la ciudad se transformaba en una matriz principal formada por tubos de barro cocido, que terminaba en la pila de la Plaza Mayor. Luego, cuando creció la población, se construyó otro reservorio, llamado “Caja de santo Tomás”. De él salía una tubería hasta la Plaza de Armas que luego se prolongó hasta el convento de Santo Domingo; luego se construyeron otras dos que abastecían el convento de La Encarnación y la pileta de la plazuela de San Sebastián.

¿Cómo era la tubería de la época? Eran conductos de barro cocido, interiormente vidriados y envueltos en una masa de ladrillo cilíndrica para resistir la presión del agua; el diámetro de los tubos era de 28 a 30 centímetros. De estas matrices salían ramales, con tubos de menor diámetro (14 a 15 centímetros).

El agua en la Lima virreinal e inicios de la República.– Como vemos, los limeños se abastecían del agua a través de las pilas y pilones. En 1613, según Juan Bromley, había 5 pilas públicas que abastecían 9 edificios religiosos, y locales estatales y 22 autoridades y vecinos notables; estos recibían una “paja de agua” o “media paja”.

a. “paja de agua”.- Caudal que pasaba por un orificio del tamaño de un amoneda americana de un peso (unos 4,545 litros por día); la salida de agua era continua.
b. “media paja”.- Caudal que pasaba por un “tubo” de medio peso. La conexión se hacía por medio de boquillas llamdas “bitoques”.

Esta red de distribución funcionó hasta la década de 1850, cuando el número de pilas y pilones llegaba a 27, y abastecían los puntos más importantes de Lima: el Cercado, el convento de Betlemitas (Barbones), Viterbo, San Francisco, santo Domingo, san Sebastián, Belén, Santa Teresa, Santa Catalina, Abajo el Puente, la Alameda de los Descalzos, Malambo y Las Nazarenas. Un dato importante es que los conventos y monasterios estaban obligados a surtir de agua al vecindario.

De La Atarjea, el agua venía por el acueducto colonial, a través de numerosas chacras y huertas, pasaba casi por la puerta del Cementerio General y entraba a Lima por la Puerta de Maravillas, en cuyas inmediaciones se había construido un reservorio, la “Caja de Santo Tomás”. Según los datos que tenemos, en 1855, a Lima ingresaban 10’300,000 litros de agua al día.

Los aguadores.- La distribución del agua era complementada por los aguadores, quienes llevaban, con sus acémilas, el agua a domicilio en cántaros de barro. Por ejemplo, algunas familias acomodadas de Lima contrataban a estos aguadores, por lo general negros libertos, para que les trajeran el agua de Piedra Liza (en Abajo el Puente), considerada más limpia que la del Rímac o la del acueducto de La Atarjea. Estos negros, que habían formado su gremio, cobraban medio real de plata por cada viaje. Un “viaje de agua” consistía en dos pipas o cántaros. Se anunciaban con el tintineo de una campanilla que sonaba a cada paso de sus asnos.

El patrón del gremio de aguadores era San Benito de Nursia (fundador del monacato occidental, el 11 de julio), y lo festejaban en la iglesia de San Francisco. Era un día de jolgorio. Par entrar al gremio, el futuro aguador debía pagar cuatro pesos al Alcalde para que vaya a los fondos de la Asociación; además, semanalmente, debía abonar un real de plata.

Por mandato del Cabildo, los aguadores debían regar, los sábados por la tarde, la Plaza de Armas y las plazas de San Francisco, Santo Domingo, La Merced y San Agustín. También estaban obligados, dos veces al mes, a matar los perros callejeros. La escena era muy cruel: los ultimaban usando un garrote reforzado con plomo. Los perros que no pagaban licencia (2 pesos anuales al Cabildo) y no llevaban el collar reglamentario, quedaban tendidos en las calles, sobre charcos de sangre, a la espera, siempre tardía, de los recogedores de cadáveres .

Cuentan que usaban el lenguaje más soez de la época. Además, portaban las noticias de sensación; recogían de una casa la novedad del día y la regaban por la ciudad a través de la servidumbre de su clientela. Por último, cuando llegaron los tiempos republicanos, el gremio de aguadores fue muy influyente en la vida política. Los candidatos que lograban el apoyo del gremio tenían asegurado el triunfo en las elecciones que se llevaban a cabo en las parroquias de Lima. Hasta 1890, por ejemplo, eran una fuerza de asalto de las mesas de sufragio.

El siglo XIX: hacia las tuberías de fierro fundido.- Durante los primeros años de la república, los limeños siguieron haciendo uso de la primitiva red de distribución de agua, de las pilas y pilones públicos, del servicio de los “aguadores” y de algunos pozos excavados dentro de los límites de la ciudad. Un hecho importante ocurrió en 1834 cuando, a través de un contrato suscrito con el gobierno de Orbegoso, el inglés Thomas Gill reemplazó las antiguas tuberías de arcilla por otras de fierro, en el tramo entre la Caja de Santo Tomás y la pila de la Plaza Mayor. Sin embargo, el empleo de estas tuberías recién se intensificaría en la segunda de este siglo.

En los años de la bonanza del guano, en 1855, el Estado contrató con Manuel M. Basagoitia el tendido de tuberías de fierro a domicilio. Al poco tiempo, se unirían a él otros inversionistas como Alejandro Prentice, Vicente Oyague, José Sevilla, entre otros, y juntos establecerían la Empresa del Agua, que en 1864 obtuvo el privilegio exclusivo de explotar el suministro de agua por 50 años. La Empresa construyó, en 1872, un nuevo reservorio de agua en los terrenos de la hacienda Ansieta, por el cementerio, cerca de la fábrica de pólvora y la huerta La Menacho. El uso de este reservorio significó la baja de las antiguas cajas de Maravillas, de Santa Clara y de Santo Tomás.

Además, se realizaron varios trabajos de ampliación en La Atarjea: se construyeron nuevas galerías subterráneas para captar la mayor cantidad de agua por filtración, se cavaron nuevas pozas y un nuevo reservorio de forma redonda, de 30 metros de diámetro por 10 metros de profundidad. También se instalaron algunas bombas para impulsar mejor el agua. Como consecuencia de estos trabajos, La Atarjea dejó de ser una zona pantanosa.

Respecto a las tuberías de fierro, la Empresa del Agua instaló, entre 1857 y 1893 unos 73 kilómetros de tuberías. En este último año, los 115 mil habitantes de la ciudad de Lima disponían de 36’296,256 litros de agua cada día. Aun así, el suministro se consideraba insuficiente por las autoridades y el público usuario, que se quejaba también por el mal servicio de la Empresa. Cabe mencionar que las zonas más alejadas de la ciudad como Magdalena, Miraflores o Barranco no estaban incluidas en la red de distribución de agua que abastecía a la ciudad de Lima.

En el Callao, los chalacos se abastecían de un estanque construido de cal y ladrillo en el puquio de Chivato (cerca de la Legua). De ese estanque, salía una cañería de fierro que avanzaba por el Camino Real (actual avenida Colonial) y llegaba al puerto por la calle Lima (hoy avenida Sáenz Peña), hasta concluir frente al castillo del Real Felipe y en el muelle marítimo.

“Agua potable” para los limeños, 1900-1930.- En 1913, un año antes de finalizar el período de 50 años concedidos, el gobierno rescindió el contrato y compró la Empresa del Agua. Para administrar el servicio, se organizó el Consejo Superior de Agua de Lima, que se transformó luego en la Junta Municipal de Agua y finalmente en la Junta del Agua de Lima.

Sin embargo, hasta estas alturas de nuestra historia, no hemos empleado el término “agua potable”, pues el agua consumida por los limeños, hasta 1917, no lo era. El agua proveniente de La Atarjea era producto de filtraciones, buena parte de la cual tenía su origen en acequias de regadío (como las del “río” Surco), y desde su captación, hasta su destino final, no tenía ningún tipo de tratamiento que la hiciera apta para el consumo humano. Para colmo de males, entre la población ni siquiera se había generalizado la costumbre hogareña de “hervir agua”.

Bajo la administración municipal del servicio de agua, lo más trascendental fue que, después de casi 400 años, la población de Lima por fin pudo usar y beber agua realmente potable. En mayo de 1917, gracias al impulso y gestiones del alcalde Luis Miró Quesada en materia de sanidad, se instaló en la Caja de Aforos, a la entrada de La Atarjea, una “Planta de Clorinación”, la primera de su género en el Perú. De esta manera, el agua llegaba purificada al reservorio de Ansieta antes de su distribución en la capital. Al poco tiempo también se comenzó a aplicar alúmina al agua para eliminar su turbidez.

El suministro de agua pasó de 35 millones de litros cada día, en 1915, a 45 millones de litros en 1919, gracias a varios trabajos de ampliación. Sin embargo, seguía siendo una cantidad insuficiente. En 1920, a raíz de la promulgación de la ley Nº 4126 o Ley de Saneamiento, el gobierno de Leguía contrató con la empresa norteamericana The Foundation Company la realización de un amplio programa de obras de saneamiento en 32 poblaciones de la república, hasta por un total de 50 millones de dólares.

Lima, por obvias razones, fue una de las poblaciones incluidas en este programa, acaso con carácter prioritario. The Foundation obtuvo, además, la administración de su servicio de agua potable. Esta empresa cumplió con sus objetivos hasta fines del año 1929 cuando, debido a la crisis internacional, el gobierno peruano no pudo proveer más los fondos estipulados en el contrato. Las obras se paralizaron y, en 1930, la Dirección de Obras Públicas del Ministerio de Fomento asumió el control del servicio de agua en la capital. Pero durante los 9 años que The Foundation estuvo a cargo del servicio, se realizaron importantes trabajos en La Atarjea, por ejemplo:

1. Se construyeron 2,339 metros de galerías a una profundidad media de 15 metros.
2. Se construyó un canal de concreto de más de un kilómetro de longitud para conducir las aguas del “río” Surco desde La Encalada (Monterrico) hasta La Atarjea. Así se eliminó el uso del canal Cuatro Riegos.
3. Se cambió el 70% de las redes antiguas y se amplió la red existente.
4. Se construyeron cuatro tanques en forma de V de 8 metros de ancho por 35 de largo y 8,5 de profundidad. Solo tres de estos tanques podían proporcionar 68 millones de litros de agua al día; además, podían eliminar el 75% de los materiales gruesos arrastrados.

Las innovaciones tecnológicas, 1930-1955.- En 1930 se creó la Superintendencia de Agua Potable de Lima, que dependía del ministerio de fomento y Obras Públicas. De esta manera, se empezó a incrementar y mejorar el servicio de agua potable en Lima, una ciudad que, al final de este periodo, llegó al millón de habitantes, producto, básicamente, de la migración interna.

Según el libro de Manuel Valencia, en los años 40, se realizaron las siguientes obras:

1. Construcción de 4 desarenadores
2. Ampliación del canal Santa Rosa
3. Construcción del Laboratorio de Santa Rosa
4. Construcción de floculadotes de pantalla de flujo vertical
5. Revestimiento de las pozas de sedimentación fina del 1 al 5
6. Construcción de las pozas de sedimentación del 6 al 10
7. Construcción de la estructura de medición de aforos
8. Construcción de los reservorios 3 y 4 de La Menacho
9. Se mejoraron as oficinas de administración de La Atarjea

La era del concreto armado llegó en 1955 cuando se ordenó la construcción de poco más de 3 mil metros lineales de tuberías de concreto (reforzado centrifugado de 28 pulgadas de diámetro) entre La Menacho (La Atarjea) y el cruce de las avenidas 28 de Julio y Aviación; luego se instalaron 500 metros lineales (con tuberías de 21 pulgadas) desde 28 de Julio hasta el cruce con Parinacochas. Asimismo, entre 1955 y 1957, se prolongó la tubería matriz, instalada entre 28 de Julio y Aviación, en un recorrido de 4 mil metros que se empalmó con la tubería (de 21 pulgadas) de la avenida República de Panamá, en su cruce con la calle Los Jazmines; de allí, derivó otra tubería (de 16 pulgadas) por las avenidas Javier Prado y Pershing hasta la Brasil.

Finalmente, en 1955, el gobierno del general Odría firmó un contrato con la empresa francesa Degrémont para ejecutar, en 11 meses, el diseño, la construcción y el equipamiento de la Primera Planta de Tratamiento de Agua Potable de La Atarjea, con un volumen de 5 metros cúbicos por segundo, la de mayor capacidad del mundo en esos años. La moderna Planta, que abastecería de agua potable a la Gran Lima, fue inaugurada el 23 de julio de 1956 con gran pompa por los funcionarios del Ministerio de Fomento. Era, qué duda cabe, un hecho trascendental en la historia de los servicios público en la capital peruana.

Las empresas públicas: COSAL (1962-69).- En 1962, el presidente Manuel Prado creó la Corporación de Saneamiento de Lima (COSAL), con la finalidad de proyectar, construir, ampliar y explotar los servicios de agua potable y desagüe en Lima metropolitana y, eventualmente, en sus zonas aledañas. Asimismo, se declaró “de necesidad pública y utilidad pública” el suelo y subsuelo de los terrenos de propiedad privada y las fuentes de agua. Por lo tanto, se facultó a COSAL solicitar expropiaciones y la constitución de servidumbre, así como el derecho preferencial al aprovechamiento de las aguas para los servicios a su cargo. Durante los años sesenta, entre otras obras emprendidas por la COSAL, podríamos citar:

a. Se perforaron pozos que luego serían conectados a las redes en el Jirón Arica, y abastecer a los distritos de San miguel, Lince, Rímac, avenida Hipólito Unanue, Bosque de san Isidro y Viterbo.
b. Fue ampliada la Planta de Tratamiento de la Atarjea de 5 a 7.5 metros cúbicos por segundo, a través de la construcción de nuevas unidades de clarificación y un embalse regulador de captación que le permitía descartar las aguas particularmente turbias del río Rímac producto de los deslizamientos de tierra.

Las empresas públicas: ESAL (1969-81).- En 1969, el gobierno revolucionario del general Velasco creó la Empresa de Saneamiento de Lima (ESAL), “como organismo público descentralizado del Sector Vivienda, encargado de los servicios de agua y desagüe de Lima y de las poblaciones aledañas que se incorporasen”; en este sentido, en 1971, la Provincia constitucional del Callao se incorporó al sistema de distribución del agua potable bajo la administración de ESAL. Durante la vigencia de SEDAPAL, la obra más importante consistió en rediseñar la Planta de Tratamiento de la Atarjea y ampliarla de 7.5 a 10 metros cúbicos por segundo. Finalmente, en 1981, el gobierno de Belaunde creó el Servicio de Agua Potable y Alcantarillado de Lima (SEDAPAL), organismo que opera hasta nuestros días.

PARA TENER EN CUENTA

1. Lima, después de El Cairo, es la ciudad más grande del mundo ubicada en medio del desierto, por lo que las aguas del Rímac tienen un altísimo valor y debemos darles los mejores cuidados.
2. Lamentablemente, lo que se ha venido haciendo en las últimas décadas es todo lo contrario: agredimos al río, está muy descuidado y, si esto persiste, nuestra calidad de vida se verá seriamente afectada.
3. Hay que recordar que las aguas del Rímac son nuestro alimento.
4. Las aguas del Rímac son sometidas a un proceso de potabilización en La Atarjea, a través de procesos físicos, químicos y biológicos muy complejos. Así, el agua deteriorada que llega a La Atarjea es transformada en potable, es decir, apta para el consumo humano, de acuerdo a rigurosos estándares internacionales.
5. Desde hace muchos años, las aguas naturales del Rímac no satisfacen las necesidades de la población limeña durante el estiaje. Por ello, se utilizan las aguas de la cuenca alta del río Mantaro, que son transvasadas mediante el túnel Trasandino. Pero hay que recordar que, aún así, no son suficientes para atender las demandas de los más de 8 millones de limeños.
6. Desde que en la década de 1920, la Foundation Company reconstruyó el sistema de galerías filtrantes, La Atarjea se ha convertido en un lugar estratégico de alta seguridad. Aquí se encuentran dos modernas plantas de tratamiento de agua potable (construidas entre 1955 y 1994) en un área de 315 hectáreas y a una altura de 135 metros sobre el nivel del mar.

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La ciudad sagrada de Caral


(caralblogspot.com)

Caral se ha convertido en uno de los sucesos arqueológicos más importantes no solo del Perú sino de la América andina. Extendida en una zona casi desértica, en el valle de Supe, a poco menos de 200 kilómetros al norte de la capital del Perú, esta ciudadela prehispánica empezó a ser construida hace unos 5 mil años, según las investigaciones que se realizaron en la zona durante los últimos años de la década de 1990.

Los hallazgos en Caral están obligando a replantear la historia del Perú antiguo. Si hasta hace poco se consideraba que en los tiempos de la cultura Chavín, hace 3 mil 500 años, fue que se dieron las bases para la aparición de la primera civilización compleja en los Andes centrales, ahora, con las evidencias de Caral, los arqueólogos estarían “retrocediendo” esa percepción a un milenio, es decir, entre los 3.000 y 1.800 años antes de Cristo, en el periodo denominado Arcaico Tardío.

¿Cómo se está tejiendo esta historia? Lo estudiosos de Caral afirman que esta ciudadela fue el centro de la cultura Supe, una sociedad teocrática que construyó una veintena de asentamientos urbanos en el valle del río del mismo nombre, a la altura de su desembocadura en el Oceáno Pacífico. Desde Caral, que tuvo una ocupación de mil años, se habrían desarrollado formas de vida civilizada gracias al aprovechamiento de la experiencia lograda hasta ese momento en los Andes peruanos: producción de alimentos según las exigencias de los diversos pisos ecológicos; estructuras de parentesco (el ayllu) que garantizaban el trabajo colectivo, como el ayni y la minca; una economía de intercambio sin moneda; y el desarrollo de diversos cultos que llevarían a la organización de un estado dirigido por castas sacerdotales.

El visitante que llega a Caral puede observar una ciudadela extendida sobre un área de 66 hectáreas con dos grandes zonas bien definidas, una central y otra periférica. En la primera, también llamada “nuclear”, muestra, en su parte alta, siete edificios piramidales, dos plazas circulares hundidas, dos espacios públicos de gran capacidad colectiva, residencias de sacerdotales y los barrios para artesanos y sirvientes. En la zona baja, se advierten edificios de menor formato, como un anfiteatro, un altar circular y diversas viviendas. En la zona periférica o “marginal”, también presenta residencias, pero distribuidas en forma de archipiélago, colindantes con el valle.

Es lógico que a lo largo de sus mil años de ocupación, la ciudadela de Caral, construida con barro y piedras, experimentó diversas transformaciones y, en sus tiempos de apogeo, albergó a 3 mil habitantes. Los arqueólogos también han identificado algunos entierros de carácter ritual y sostienen que esta Ciudad sagrada habría sido concebida como un calendario. En este sentido, cada pirámide habría sido construida en honor a una deidad respondería a una posición astral, lo que demuestra el peso de la cosmovisión religiosa de los hombres de ese tiempo. Asimismo, en la zona sureste de la ciudadela, en un terreno desértico, se ha encontrado lo que sería un laboratorio u observatorio astronómico, compuesto por líneas que establecen horizontes y diversos geoglifos.

Por su lado, la veintena de centros administrativos, satélites de Caral, repartidos en unos 40 kilómetros cuadrados a lo largo del valle de Supe, si bien varían en tamaño, todos ellos presentan edificios piramidales, plazas circulares hundidas y diversos conjuntos residenciales, tanto para la elite como para los artesanos. En otras palabras: comparten el mismo patrón de diseño, estilo y construcción de la Ciudad Sagrada, lo que demostraría la presencia de un estado bien articulado.

En suma, por su complejidad y antigüedad, la Cultura Caral vendría a ser una de las primeras del planeta, equiparable con las ya conocidas del Viejo Mundo, como Mesopotamia, Egipto, India y China. Sin embargo, a diferencia de aquellas, que basaron su grandeza en el intercambio de conocimientos con otros pueblos, Caral, como parte de la Civilización Andina, logró un temprano desarrollo en completo aislamiento, además de adelantarse, en más de 1000 años, a las primeras culturas de Mesoamérica.

¿Cómo se llega a Caral? La Ciudad Sagrada se encuentra en el distrito de Supe, provincia de Barranca, a 184 kilómetros al norte de la ciudad Lima. El tiempo estimado de viaje, en bus o en auto, por la Carretera Panamericana es de 3 horas. Un poco antes de la ciudad de Supe, un letrero anuncia el ingreso a Ámbar, por cuya vía se debe avanzar 23 kilómetros hasta encontrar la señal para el desvío hacia el complejo arqueológico. El clima es agradable durante todo el año. El horario de atención es de lunes a domingo, desde las 9 de la mañana hasta las 4 de la tarde. Se puede ir de forma particular, con alguna agencia de viajes o aprovechando el programa “Viajes Educativos” Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe/INC, en el que se podrá enterar de los avances en la investigación y conservación de la Ciudad Sagrada. Además, el complejo cuenta con un centro de información, un restaurante, un escenario para actividades y tiendas de artesanías y recuerdos.

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Recuerdos de Ancón (2)


Casa de Ricardo Palma (foto: Daniela de Orbegoso)

El Museo de Sitio.- Sabemos que Ancón es una de las zonas arqueológicas más importantes de la costa peruana y hace más de un siglo comenzaron las excavaciones. En 1870, por ejemplo, fueron descubiertas las tumbas de una gran necrópolis cuando se realizaban los trabajos de construcción del ferrocarril. En los años posteriores, se llegó a la conclusión que en el área existían restos de tres épocas bien definidas. Una muy antigua con influencia Chavín; luego, una intermedia con elementos de la Cultura Huaura; finalmente, otra más reciente dominada por las culturas Chancay e Inca. En 1959, Jorge C. Muelle halló restos precerámicos debajo de las capas chavinoides y remontó la prehistoria de Ancón al Segundo Milenio a.C.

Por ello, en 1967, se creó el patronato del museo de sitio de Ancón, a iniciativa del arquitecto y periodista Alejandro Miró Quesada Garland y del ingeniero Horacio Alberti Nicolini, con la finalidad de crear un espacio destinado a exhibir los objetos prehispánicos de las diferentes sociedades que se desarrollaron en los alrededores de Ancón. Así, el 13 de febrero de 1993 se inauguró la sala de exposición permanente en cooperación con el Museo de Arte de Lima. Su colección exhibe piezas cerámicas, textiles y fardos funerarios hallados durante más de 100 años de trabajo arqueológico en la zona; algunos dioramas e infografías ilustran al visitante sobre la forma de vida de los antiguos pobladores de Ancón. Se trata del único atractivo turístico cultural del balneario; genera un ingreso anual de unos 10 mil nuevos soles y brinda trabajo a 7 personas. Está ubicado en Prolongación Jorge Chávez s/n (Ancón), abierto de lunes a domingos en horario corrido de 9 a.m. a 7:00 p.m. (teléfono 552-1162; correo electrónico museodeancon@hotmail.com).

Las playas de Ancón.- Son cinco:

1. Playa Miramar.- Se accede a ella luego de descender la Loma de Ancón y, tras atravesar las playas del sector naval, que se encuentran restringidas al público, se llega a esta playa plana, pequeña, con un mar tranquilo y algo ventosa.
2. Playa San Francisco.- Es pequeña, con algo de pendiente y arena en las partes altas. Tiene dos sectores, “San Francisco Chico” y “San Francisco Grande” (ubicada más al sur). Más hacia el sur, destaca por el roquedo de los acantilados que nacen del llamado cerro La Cruz.
3. Playa Las Conchitas.- A partir de esta playa empieza la verdadera ensenada de Ancón. Su arena es más gruesa y su orilla tiene una pendiente inclinada. Hacia el sur, presenta un perfil litoral en forma de “J” que calma las corrientes marinas superficiales del lugar. Su malecón es muy concurrido por los bañistas.
4. Playa Hermosa.- Está en el corazón del balneario; su orilla es plana y su mar muy calmado.
5. Playa Los Calatos.- Tiene un mar movido, muchas piedras y en su zona se levanta un faro.

Las anconetas.- Son la atracción del Malecón, preludio de los taxi-cholos que comenzaron a aparecer en los alrededores de los mercados de Lima. A mediados de la década de los noventa ya circulaban, decoradas, por el malecón de Ancón, paseando a la gente, especialmente a los niños que disfrutan enormemente de este medio de transporte.

Los clubes.- En primer lugar, tenemos el Yacht Club de Ancón (fundado el 1 de marzo de 1950), institución privada destinada a la práctica y fomento amateur de deportes acuáticos como laser, optimist, sunfish, J/24, caza submarina, entre otros. Además de tener su propio muelle, cuenta también con comedor, restaurante, bar, sauna, gimnasio, peluquería, cancha de squash y cancha de tenis; además, brinda empleo permanente a 37 personas y temporal, durante el verano, a 30 más. Aparte, genera ingresos importantes a través de una gran cantidad de servicios contratados localmente (por ejemplo, pagos por estacionamiento de yates), que le generan un ingreso de casi 3 millones de nuevos soles al año. También tenemos el Casino de Ancón (calle Grau 102), el Club de la FAP y el Club de la Marina de Guerra. Los clubes militares no participan en el turismo público, pero reciben a las familias de los militares y generan puestos de trabajo adicionales en verano.

Iglesia de San Pedro de Ancón.- Cuenta la leyenda que, en la década de 1870, cuando Ancón se perfilaba como balneario de moda, el presidente Balta mandó construir en Europa una iglesia armable de estructuras de hierro; el encargo lo recibió nada menos que Gustave Eiffel. La iglesia llegó, pero cuentan que hubo dificultades para traerla hasta Ancón y terminó en Arica, hoy en territorio chileno. Se construyó otra, en 1875, en la calle Balta, pero se destruyó víctima del feroz terremoto de 1940. La actual iglesia, de estilo neo barroco, fue construida en 1945, durante la gestión del alcalde Pedro Mújica Álvarez Calderon. Se construyó en memoria de Pedro Telmo Larragaña, primer alcalde de Ancon, y de su esposa, Rosa Loyola de Larragaña, y en recuerdo de Maria Mújica de Echenique, benefactora de este templo. La inauguración fue el 25 de marzo de 1945, siendo Presidente de la Republica Manuel Prado y Arzobispo de Lima Monseñor Pedro Pascual Farfán y párroco Jorge Castillo. Los padrinos fueron el Presidente de la Republica y la señora Mariana Balbi de Mujica. La Junta de la Edificación estuvo integrada por las señoras María Garland de Miro Quezada, Martha Vargas de Ayulo, Ana de Magnani, Elisa Montero de Menchaca, Susana del Valle de Puente, Rosa Bentin de Tudela y Catalina de Cassinelli.

La casa de Ricardo Palma.- Nuestro gran tradicionalista fue, durante el gobierno de Balta, diputado y, debido a su cargo, recibió del gobierno un terreno en Ancon. El 20 de Octubre de 1870, recibió el lote 128, ubicado en las esquinas de las actuales calles Dos de Mayo y Carrión, hoy propiedad de la familia Diego Roselló. El terreno mide 16 metros de frente y 17 metros de fondo, un área de 272 metros cuadrados. La obra de carpintería se inició el 11 de septiembre de 1870 a cargo de los maestros de obra José Mejia y Toribio Visquerra y concluyó el 31 de diciembre; el sistema de gasfitería fueron comprados a Hart y Hermanos, negocio establecido en la primera cuadra del jirón Huallaga, en Lima. Además, Palma encargó los muebles a Nueva York, a un costo de 815 dólares; cuentan que eran iguales a los que tenía el presidente Balta en su rancho. El tradicionalista pasó dos veranos en Ancón y vendió su rancho a Jorge Tezanos Pinto en 1875, que era Ministro Plenipotenciario de El Salvador. Luego, la propiedad pasó por diversos dueños hasta que, en 1903, lo compra José Falcone. Actualmente, el rancho está restaurado gracias a sus nuevos propietarios, la familia Roselló.

Turismo marítimo e islas de Ancón.- Una actividad muy desarrollada es el alquiler de “pedalones” y de kayaks en la playa, así como salidas marinas en botes pesqueros artesanales a motor y a remo; hay unas 50 personas que trabajan en este sector. A través de este sector, el visitante no solo puede recorrer la hermosa bahía de Ancón sino visitar las famosas islas, un verdadero oasis de vida natural. Las islas se ubican frente a Punta Mulatos, y destaca la llamada Isla Grande, ubicada a la entrada de la bahía. Es un arco de islas y promontorios que llegan a sumar 13 islas e islotes. Si bien a todo el conjunto se le llama Grupo Pescadores, en realidad está formado por los siguientes bloques:

a. “El Solitario”, formado por los islotes El Solitario, La Viuda, Dos Hermanas, Pata de Cabra, Mal Nombre y Lobos.
b. “Las Huacas”, dos millas hacia el oeste del conjunto anterior, y comprende dos islotes medianos y tres pequeños.
c. “Islas Grandes”, a dos millas y media hacia el oeste del grupo anterior, formado por las islas Gallinazo, Grande y Torbadero.

Estas islas e islotes son el hábitat temporal o permanente de diversas aves marinas, como gaviota peruana (Larus belcheri), guanay (Phalacrocorax bougainvillii), chuita (Phalacrocorax gaimardi), zarcillo (Larosterna inca), camanay (Sula nebouxii), piquero (Sula variegata), pelicano (Pelecanus thagus), y mamíferos marinos como el lobo chusco (Otaria byronia). Asimismo, desde el Fenómeno del Niño de los años 1997 y 1998 habitan también pequeñas poblaciones del pingüino de Humboldt.

Ancón hoy.- El balneario, a pesar de los años y del relativo “abandono” que ha sufrido por parte de la elite limeña que ya apostó por el “Sur”, aún conserva su tradicional encanto. En su malecón se mezclan edificios modernos con bellas casonas del siglo XIX y principios del XX. Según el Censo de 2007, la población del distrito de Ancón es de casi 35 mil habitantes; de este total, la población económicamente activa es del 53%. Las actividades principales de su gente son los servicios (61.15%), la producción (15.12%) y el comercio (14.14%). Entre las actividades productivas, destaca la pesca artesanal. Se calcula en casi 400 el número de pescadores artesanales afiliados a la Asociación de Pescadores Artesanales de Ancón; a estos se suman otras 400 personas que trabajan como apoyo en el muelle artesanal, llegando a un total de cerca de 800 puestos de trabajo a tiempo completo.

El turismo de playa se restringe a los meses de verano, cuando la población aumenta a alrededor de 45 mil personas. Este incremento temporal tiene efectos positivos para todos, creando puestos de trabajo e ingresos para los negocios existentes. Los atractivos turísticos son el conjunto de islas e islotes, con aves guaneras; su área monumental republicana; la iglesia de San Pedro; la casa de Ricardo Palma y la casa donde algunos creen que se firmó el Tratado de Ancón (ojo, esta información no es segura; se trata de la casona conocida como “Rancho Grande”); y el Malecón y su Plaza Central

Sin embargo, el pueblo de Ancón se enfrenta hoy a una decisión histórica que determinará su destino para siempre y cambiará su estructura económica y social de forma irrecuperable. La empresa Santa Sofía Puertos S.A., del Grupo Romero, tiene proyectada la construcción un Puerto industrial para la descarga de contenedores y graneles en la Bahía de Ancón, hasta ahora una caleta pesquera milenaria y balneario histórico. La población se encuentra dividida respecto a la conveniencia de este proyecto. Por ello, instituciones privadas como Apancón, con el Yacht Club de Ancón, lideran una cruzada para revalorar Ancón, su gente y su historia: promover la tradicional pesca artesanal, rescatar los valiosos ranchos anconeros, remodelar el malecón, preservar sus tranquilas aguas; en síntesis, rescatar la vocación natural de pesca y de recreo que tiene esta bahía de casi 4 kilómetros, antes que siga los pasos de otras como la de Chimbote.
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Recuerdos de Ancón (1)


(foto: Daniela de Orbegoso)

Para llegar a Ancón es preciso tomar el tren en una estación de Lima. Nuestras primeras millas a través de los suburbios y haciendas, o plantaciones de caña de azúcar, nos llevan a una estación llamada Las Infantas. Luego, después del riachuelo de Chillón, pasamos por otra estación, Puerto de las Piedras, junto a ciertas viejas ruinas de adobe a través de un Gólgota de calaveras y otros huesos para llegar a la pequeña villa de madera de Ancón… La pequeña bahía, abierta al mar, pero protegida de los vientos del sur, de fácil y seguro acceso… estas playas son realmente las mejores de las vecindades de Lima

(Carlos Neuhaus Rizo Patrón, “Navegando entre el Perú y Ancón”).

Si bien la hermosa bahía de Ancón, a 43 kilómetros al norte de Lima, fue habitada por pescadores desde antes de los tiempos de Chavín, hace 4 mil años, solo nos ocuparemos de su historia como puerto y balneario. Al parecer, Ancón proviene del vocablo lancón, descrito por los cronistas como “pueblo de pescadores”; en lengua aymara significa “piedras gordas y arqueadas”, mientras que en la lengua kauki-chaupi quiere decor “mitad”. Durante los tiempos del Virreinato, el lugar fue conocido como “pueblo de pescadores de Lancón”.

Debido a sus condiciones naturales, este lugar se empleó como puerto alternativo al Callao, tanto en situaciones normales como de emergencia. Por ejemplo, durante la Expedición de San Martín, la Escuadra Libertadora ancló en sus muelles, así como la mayoría de embarcaciones con productos importados, en su mayoría ingleses, que fueron introducidos en el mercado limeño tras la declaración de la Independencia. Asimismo, en los barcos estacionados en Ancón, el libertador San Martín guardó gran parte de lo recaudado para financiar la guerra contra los realistas. Lamentablemente, Lord Cochrane, impago junto a sus colaboradores, huyó con ese dinero. Asimismo, desde su muelle, San Martín se retiró del Perú el 20 de septiembre de 1822, tras instalar el Primer Congreso Peruano.

Como puerto de urgencias también fue usado durante la Guerra del Pacífico. Por ello, su población sufrió al bombardeo del blindado chileno Blanco encalada el 23 de septiembre de 1880. Otro episodio de aquel dramático conflicto se vivió en este balneario cuando se firmó el Tratado de Ancón, el 20 de octubre de 1883, en el que el Perú se rindió ante Chile y perdió definitivamente Tarapacá y permitió la ocupación de Tacna y Arica por 10 años.

El nacimiento de un balneario.- Antes de la Guerra del Pacífico, fue el presidente José Balta quién le dio categoría de balneario cuando, el 19 de abril de 1870, puso la “primera piedra”, ante la presencia del Cónsul inglés; luego, importó del extranjero casas de madera que se levantaron en lotes previamente señalados. Balta tuvo su “rancho” y los demás espacios se repartieron, principalmente, entre los militares y funcionarios más cercanos al Presidente. Luego, ya durante el gobierno del presidente Manuel Pardo, el 29 de octubre de 1874, se creó el distrito. El primer alcalde “oficial” fue el señor Pedro Telmo Larrañaga, quien sustituyó a uno “interino”, el señor Daniel del Risco.

El apogeo de Ancón.- Luego de la derrota contra Chile, el balneario, poco a poco, renació. Su apogeo duró entre 1900 y la década de 1960; sin duda alguna, fue el balneario más exclusivo de Lima. Personajes como Ricardo Palma, Melitón Porras y Andrés A. Cáceres tuvieron casa o pasaron sus veranos aquí. En efecto, presidentes de la República, políticos y empresarios tuvieron aquí sus residencias de verano. Su Casino fue el lugar de reunión de las familias más encumbradas de Lima y, alguna vez, fue visitado por magnates como Aristóteles Onassis, actores de cine como John Wayne o escritores famosos como Ernest Hemingway; a su vez, rockeros como Mick Jagger y Keith Richards de la banda The Rolling Stones, pasaron unos días en Ancón. Su mar, especialmente tranquilo y sin olas, no solo atrajo a los bañistas sino fue el marco perfecto para desarrollar toda clase de deportes o aficiones náuticos, desde el esquí acuático y la motonáutica a la navegación con embarcaciones de todo tipo, especialmente los yates que acoderaban en el muelle del Yatch Club.

El ferrocarril Lima-Ancón.- El proyecto se remonta a 1867 y fue planeado hasta Huacho. Empezó a funcionar a inicios de 1870, durante el gobierno del presidente Balta, con el tramo Lima-Ancón de 42 kilómetros y trocha ancha de 1.435 metros; fue obra de Waldo Graña. A finales de 1870, se inauguró el tramo Ancón-Chancay, siguiendo el trazo de Pasamayo. Era básicamente un tren de carga y el servicio de pasajeros se reducía al clásico tren dominguero, que demoraba unos 45 minutos desde la estación, ubicada en la margen derecha del Rímac, entre las calles Tajamar y Cabezas, hoy Virú, a la que se llegaba pasando un puente llamado “La Palma” desde el jirón Rufino Torrico. La línea seguía casi el trazo de la actual autopista a Ancón y llegaba hasta la punta del muelle.

Durante la guerra con Chile, el enemigo destruyó la sección Ancón-Chancay, por lo que el tramo Lima-Ancón, que no fue afectado quedó, a partir de 1890, a cargo de la Peruvian Corporation y estaba unido al Ferrocarril Central mediante un puente, cuyos restos aún se ven, sobre el río Rímac, que lo conectaba con la estación de Desamparados. Durante la gestión del alcalde Enrique Ayulo Pardo (1949-1953) se concluyeron los arreglos con la empresa de Ferrocarril para levantarse los rieles de la Plaza Talleri (1952), cuando se terminó la autopista que financió Ayulo Pardo. El servicio de trenes y vagones para pasajeros se suspendió el 05 de Julio de 1958, durante la administración del alcalde Jorge Ferrand. Tengamos presente que la Plaza Talleri o Parque Central de Ancón, lleva este nombre en homenaje a Francisco Talleri, Alcalde de Ancon (1894-1905). El histórico ferrocarril dejó de funcionar en 1964, cuando la Peruvian Corporation suspendió definitivamente el tráfico. Hoy quedan también algunos pilares del puente sobre el río Chillón, un túnel que pasa por debajo de la autopista a Ancón, la estación en este balneario, algunos terraplenes, además de los referidos pilares sobre el Rímac.

El Festival de la Canción de Ancón.- En 1968, durante la administración del alcalde Carlos Boza Barducci, empezó este festival de música (para muchos, el “Viña del Mar” peruano), organizado por Sono Radio, el Museo de Sitio de Ancón y el diario El Comercio. Fue animado durante cuatro años, hasta 1971, por el recordado Pablo de Madalengoitia (ese año Panamericana lo televisó por primera vez. Allí brilló una debutante: Gabriela (menos conocida como Gaby Valdivia). El segundo lugar, tras Gabriela, fue para el posterior himno del festival: la nuevaolera “Ancón, Ancón”. Alguna vez Ancón presentó dos intérpretes por cada canción. Era una forma de dejar en claro que se trataba de un festival de la canción, no un concurso de voces. En 1969, triunfó Daniel Camino con su tema inspirado en Cien Años de Soledad, “Macondo”: el más exitoso que haya dado ese evento, pues terminó grabándose en varios idiomas y países. El Festival de Ancón regresaría por todo lo alto en 1974, durante el gobierno del alcalde Genaro Miranda Costa, año en que triunfó Joe Danova (“Guarda esta rosa mi amor”), para luego volverse a ir. En 1978, por ejemplo, un desconocido Ricardo Montaner debutó en el festival. El festival siguió celebrándose esporádicamente hasta su desaparición en 1984. Se desarrollaba en la antigua estación del tren, es decir, en el local de ENAFER.

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Nuevo libro: ‘La Iglesia contemporánea en el Perú (1900-1934): asambleas eclesiásticas y concilios provinciales’

Autores: Fernando Armas Asín y Josep-Ignasi Saranyana
Lima: Instituto Riva-Agüero, 2010. 218 p.
ISBN: 978-9972-832-45-1
Precio: S/. 35.00

El libro es una importante revisión sobre la acción de la Iglesia Peruana en las primeras décadas del siglo XX. El texto nos remite a los hechos e ideas desarrollados en reuniones episcopales, asambleas episcopales y concilios provinciales entre 1900 y 1934, lo cual nos permite ver el desarrollo que tuvo la doctrina y praxis de los sectores eclesiásticos. Asimismo, este trabajo nos muestra la rica relación que la Iglesia tuvo con el mundo político y social de su época, algo evidenciado en hechos como la fundación de la Universidad Católica en 1917, la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús de 1923, entre otros.

CONTENIDO

Presentación

Cap. 1. El Perú en el cambio de siglo
1. La Reconstrucción Nacional (1883-1895)
2. La República Aristocrática (1895-1919)
3. Positivismo y secularización social.

Cap. 2. Asambleas eclesiásticas en la primera década del siglo XX
1. El Concilio Plenario de América Latina de 1899 (= CPLA)
a) Preparación
b) Primeros pasos para la celebración
c) Desarrollo del Concilio
d) Decretos
2. Recepción del Plenario en las iglesias particulares de América Latina
3. Las reuniones episcopales de 1899
4. La Asamblea episcopal peruana de 1902
a) Convocatoria
b) Dificultades
c) Acuerdos
5. La Asamblea episcopal peruana de 1905

Cap. 3. El VII Concilio Provincial de Lima (1909 y 1912)
1. La Asamblea episcopal de 1909 (Concilio de 1909)
a) Preparación
b) Carácter conciliar de la Asamblea de 1909
c) Las actas de las sesiones del concilio de 1909
d) Las constituciones sinodales de 1909
2. La Asamblea episcopal de 1911
a) El plan de reforma de la Santa Sede
b) La carta de San Pío X y la reacción de los obispos
c) Los cinco puntos del plan de reforma
d) Las actas de la Asamblea de 1911
e) Conclusiones de la Asamblea de 1911
d) Reacción de Roma a los acuerdos
3. Fundación del Seminario Central
a) Los acuerdos relativos al Seminario Central
b) El plan de estudios y libros de texto
c) La sede
d) El Seminario Central en los años siguientes
e) La cuestión de la salubridad
4. El Concilio Provincial de 1912
a) Los preparativos
b) Celebración del Concilio Provincial
c) Constituciones sinodales de 1912 (edición de 1913)
d) El plan de estudios aprobado por la Santa Sede
e) La ausencia de Mons. Fidel Olivas Escudero
f) Los informes sobre los seminarios diocesanos del Perú
5. Sobre la condición conciliar de las asambleas episcopales de 1909 y 1912

Cap. 4. Del VII Concilio Provincial de 1912 al Codex Iuris Canonici de 1917
1. La Asamblea episcopal de 1915
a) Convocatoria
b) El memorial del Obispo de Huánuco
c) Otros memoriales
d) Acuerdos públicos de la Asamblea
e) Disposiciones particulares
f) Acuerdos reservados
2. La Asamblea episcopal de 1917
a) Creación de la Nunciatura en el Perú
b) Convocatoria y desarrollo de la Asamblea episcopal
c) Los cinco memoriales a la Asamblea
Informe del rector del Seminario Central
Informe de Mons. Lissón Chávez sobre los partidos políticos confesionales
Informe sobre el séptimo centenario de la Orden de la Merced
Informe de las Comisión sobre la Preservación de la Fe
Informe sobre la creación de la Universidad Católica
d) Acuerdos públicos de la Asamblea episcopal
e) Acuerdos reservados
f) La carta conjunta al presidente de la República
3. Un incidente sobre el fuero eclesiástico

Cap. 5. Contexto político-eclesiástico del VIII Concilio provincial de 1927
1. Cambio político en el Perú
2. El Oncenio de Leguía
3. La consagración del Perú al Sagrado Corazón (1923)
4. La Asamblea episcopal de 1923
5. El Patronato nacional y la renuncia del arzobispo de Lima
6. Esbozo biográfico de Mons. Emilio Lissón Chávez (1872-1961)

Cap. 6. El VIII Concilio Provincial de Lima de 1927
1. Instalación del Concilio
2. La marcha del concilio y algunos temas debatidos
a) Fidelidad a la tradición conciliar limeña
b) Repercusión de la guerra cristera
c) Los presbíteros indignos
d) La definibilidad de la Asunción de Santa María y la veneración de Santo Rosa
e) La cuestión económica y el Patronato nacional
f) Reverencia por la historia civil y eclesiástica del Perú
3. Los asuntos más debatidos en el aula conciliar
a) El influjo del protestantismo
b) La prensa católica
c) Relaciones de los obispos con los capítulos catedrales
d) El Santuario de Santa Rosa de Lima
e) Los católicos y la política
f) Matrimonio canónico y matrimonio civil
g) Iniciativas financieras
h) El estudio de Santo Tomás de Aquino
i) La vida común de los sacerdotes seculares
4. Un nuevo homenaje al presidente Leguía

Cap. 7. El largo itinerario hacia la aprobación del VIII Concilio
1. Tramitación de los decretos conciliares
a) Mons. Emilio Lissón envía a Roma los decretos conciliares
b) Las dos cartas de Mons. Lissón, de 1928
c) La Santa Sede pide más información sobre la “asociación de clérigos”
d) Fin del impasse y proceso de aprobación
e) Publicación impresa de los decretos
f) Discusión de la cronología de la aprobación de los decretos
2. Doctrina del VIII Concilio Peruano

Palabras Finales

Apéndices

1. Carta de de Pío X a los obispos del Perú (Roma, 13 de septiembre de 1910)
2. Plan detallado de la Congregación Consistorial para la reforma del clero y de los seminarios del Perú (Roma, 4 de septiembre de 1910)
3. Acuerdos de los obispos peruanos sobre el Seminario Central (Lima, 1 de marzo de 1911)
4. Estructura de la provincia eclesiástica de Lima desde 1546 a 1927

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La batalla de Lima (1895)

Hoy, 17 de enero, se cumple otro aniversario del más importante triunfo del civilismo frente al militarismo del siglo XIX. Durante los años del Segundo Militarismo, luego de la guerra con Chile, en marzo de 1894, se había formado la Coalición Nacional entre civilistas y demócratas en previsión a cualquier intento de fraude electoral para las elecciones de ese año; ambos grupos respaldaban la candidatura de Nicolás de Piérola, líder del Partido Demócrata. La idea era evitar un nuevo mandato del Héroe de la Breña, Andrés A. Cáceres, y poner fin al monopolio de los militares en el poder.

Como era de esperase, convocadas las elecciones, se presenta la candidatura del general Cáceres. La oposición, es decir, la Coalición Nacional, no participa y se organiza para poner punto final al militarismo. Cáceres asume su segundo mandato en agosto de 1894 pero ya no representa la reconciliación política que tanto se necesitaba. Al interior del país se empiezan a formar tropas de guerrilleros que no aceptan la legitimidad del nuevo gobierno por considerarlo producto de una serie de intrigas políticas y fraude electoral.

Esto hizo de Nicolás de Piérola, quien se encontraba exiliado en Chile, se embarcara en Iquique en el vapor “Pizarro” y tomara tierra cerca de Pisco. Desde ese momento, asumió el mando de la revolución que avanzó por Chincha, Cañete y Lurín hacia Lima. Mientras tanto, en el norte, se alzaban los hermanos Seminario y, en la sierra central, Augusto Durand, todos partidarios de “El Califa”, como llamaban a Piérola.

El 17 de marzo de 1795, los revolucionarios empezaron a entrar a Lima por la calle Malambito. Piérola lo hizo por el barrio de Cocharcas y Durand por el de Santa Ana, en lo que ahora llamamos los Barrios Altos. Finalmente, en la Plazuela del Teatro (frente al actual Teatro Segura), los pierolistas establecieron su cuartel general. La lucha fue sangrienta para controlar la Plaza de Armas y asaltar Palacio de Gobierno. Incluso tuvo que intervenir el Nuncio Apostólico, es decir el representante del Vaticano, para lograr que se enterraran los cientos de cadáveres que se encontraban en las polvorientas calles de la capital.

En medio de este dramático panorama de repudio al militarismo, Cáceres no tuvo más remedio que renunciar para evitar más violencia y entregó el poder a una Junta de Gobierno. La Junta estuvo presidida por Manuel Candamo y debía convocar elecciones limpias. Cáceres toma el camino del exilio y Piérola, con una popularidad poyo pocas veces vista en la política peruana, triunfaría y sentaría las bases de la recuperación nacional para el período 1895-1899.

Los aprestos en Cieneguilla
.- Fue en este valle cercano a la Capital donde Piérola estableció su cuartel general, el “centro de operaciones de su Estado Mayor”. Para llegar a la ofensiva final, formó el “Ejército Nacional”, cuyo entrenamiento estuvo a cargo del militar alemán Carlos Paulli, quien cumplió la complicada tarea de organizar a los rebeldes como ejército regular. Se dice que disponía de 2 mil hombres. Asimismo, por espacio de varios meses, El Califa emprendió, astutamente una “guerra de nervios” para excitar el espíritu de la población a su favor y, de otro lado, desmoralizar y fatigar a las fuerzas de Cáceres.

En efecto, en Lima la agitación era enorme: idas y venidas de tropas, formación de trincheras y de zanjas y rumores falsos o “bolas”. Asimismo, pasquines incendiarios, a veces infames, regaban noticias, disparaban insultos y “mantenían un estado de quietud en todos y esperanzas en la mayoría”. Por ejemplo, un pasquín titulado Si te pica… ráscate, no solo ofendía a Cáceres sino a toda tu familia. Otro volante anónimo, escrito con mucha ironía, por momentos insultante y grotesco, llevaba el título de El esqueleto del Tuerto, en clara alusión a la deficiencia ocular del viejo Héroe de la Breña; otro menos violentos fueron La mano oculta y El boletín del pueblo. Con otro tono, en algunos versos se anunciaba la llegada de Piéola y la algarabía que ello podía generar:

“Preparad lindas limeñas
las coronas de laurel
que ya viene Nicolás
y los patriotas con él”

Otras letrillas, un poco más “audaces”, decían:

“Si yo muero bocabajo,
Le encargo a usted mis hijitos
Y también a mi mujer.
¡Viva Piérola, carajo!”

Se cuenta que en febrero de 1895, en una de las tantas discusiones que mantuvo en Cieneguilla con el estratega alemán Carlos Pauli, Piérola le comentó: “Yo no veo sino una dificultad: entrar a las calles de Lima. Pero lo conseguiremos, y una vez en ellas el triunfo será nuestro, Nos ayudará todo el pueblo, no lo dude usted coronel Pauli”.

De esta manera, con aquella convicción, los pierolistas se dividieron en tres grandes frentes que, de acuerdo a la estrategia trazada, actuarían simultáneamente:

a. Norte.- Al mando del coronel Pauli e Isaías de Piérola, compuesto por 800 hombres, cuyo objetivo era tomar la Portada de Guía y la carretera del Dos de Mayo.
b. Este.- Al mando del coronel Domingo Parra, integrado por 700 hombres, cuya misión era apoderarse de la Pólvora, el Agustino y la puerta de Maravillas.
c. Centro.- Al mando de Nicolás de Piérola y Augusto Durand, formado por 1700 montoneros, cuya consigna era atacar El Pino y las puertas de Barbones y Cocharcas.

La víspera de la toma de Lima (sábado 16 de marzo).- Supuestamente este plan, meticulosamente elaborado, debía tomar Lima en forma sincronizada y aprovechar el factor sorpresa, facilitado por la oscuridad de la madrugada del domingo 17. Sin embargo, Jorge Basadre hace referencia, según versión de Modesto Basadre, que en Palacio de Gobierno se sabía con certeza del ataque de Piérola el mismo sábado: “El 16 de marzo de 1895, a las siete de la tarde, fui, como muchas veces lo hacía, al Club Nacional. Al poco rato en la librería, me dijo el doctor Villaraán, actual vocal de la Corte Suprema (1904): Esta noche Piérola viene a atacar Lima. ¿Cómo lo sabe usted?, le pregunté.-Vengo de Palacio, allí me lo han asegurado.-Tantas veces han asegurado lo mismo y no se ha realizado, le contesté. A las diez de la noche fui a casa y como de costumbre me acosté. Serían las cuatro de la mañana del día 17 de marzo cuando me desperté a consecuencia de oír varios tiros de rifle, que se hicieron cerca de mi casa, nº 102 de la calle Ortiz. Por de pronto, no hice caso; pero viendo que seguían y con mayor intensidad, me vestí, bajé ala puerta de la calle y abrí el postigo, hice levantar ala familia y nos bajamos todos a una ventana de reja de la casa… y me paré en la puerta de calle, oyendo tiros en todas direcciones. Sobre lima se extendía una densa niebla: de mi casa no se podúa discernir la torre de la iglesia inmediata de La Merced. A eso de las seis de la mañana distinguí un grupo a caballo que, desembocando en la calle de Belaochaga, se dirigía ala plazoleta de las Nazarenas. Allí se amontonaron algunos más, a caballo y a pie; y como a las 6 y media emprendieron marcha hacia la Plazuela del Teatro, colindante casi con mi casa. Al pasar el grupo de jinetes delante de mí, pasó su caballo el que venía adelante; era el señor Piérola. Me dirigí saludarlo y me dijo que iba a establecer su cuartel general en dicha plazoleta del teatro. Todo esto tuvo lugar en medio de muchísimos balazos que cruzaban en todas direcciones. Acababa de pasar el señor Piérola con su comitiva que no pasaría de sesenta hombres, cuando una pobre mujer con dos criaturas como de cuatro y cinco años se llegó a la puerta del callejón que existía y existe aún al frente del nº 102. Su marido se había ido a unir al señor Piérola en Lurín y creía poder verlo entre los que invadían la ciudad. Una bala hirió y mató a la mujer. Cayó sobre la vereda. Las criaturas se quedaron paradas al lado del cadáver de la madre… no conocían aún la Muerte”.

En efecto, decidido el ataque, a pesar de contar con tropas muy heterogéneas, irregulares, carentes de una buena instrucción militar y con armamento muy improvisado, el sábado 16 de marzo, a las 3 de la tarde, Piérola y sus montoneros dejaron Cieneguilla e iniciaron su mítica marcha hacia el centro histórico de Lima. A 6 millas de la Capital, El califa y sus hombres decidieron acampar para dar tiempo a los compañeros de los otros frentes avanzar para cumplir sus objetivos. Según Jorge Dulanto, “Con su vestido blanco, botones dorados, botas granaderas de hule negro y gorro marino, Piérola a la cabeza de su infantería, enrumbó hacia la Portada de Cocharcas; su caballería y la de Oré rompieron el fuego contra las fuerzas de Cáceres en El Pino y en San Borja”.

El domingo 17 de marzo.- Tal como lo recogió Modesto Basadre, en medio de una densa niebla y de un grueso tiroteo, los rebeldes ingresaron a la ciudad, tal como se había planificado, en las primeras horas del domingo 17. A las 8 de la mañana rompieron fuegos contra el antiguo “Palacio de Pizarro” en el que, según datos del mismo Cáceres, en una entrevista que dio meses después en Montevideo, solo había 200 hombres de un cuerpo de línea, 50 de escolta y una ametralladora. En aquella célebre entrevista, hecha en la capital uruguaya por un corresponsal del diario La Nación de Buenos Aires, el 27 de abril de 1895, se trataron dos puntos: los combates en Lima del mes de marzo y la situación del Perú. Según Cáceres, la revolución de Piérola había contado con la “manifiesta cooperación de Chile, Bolivia y Ecuador”.

Lo cierto es que a partir de la mañana del domingo 17 y durante 48 horas, se sucedieron en distintas partes de la antigua “capital de los virreyes” un sangriento combate entre las fuerzas de Cáceres y los rebeldes pierolistas. Los primeros defendían sus posiciones y los otros, trataban de ganarlas. Según distintas versiones, algunos de los coroneles de Cáceres se negaron a combatir y varios batallones tuvieron que batirse valientemente. Estos trascendidos tuvieron que ser luego desmentidos por el Héroe de la Breña en la mencionada entrevista: “Hasta el último momento me han dado pruebas de su lealtad que nunca olvidaré. Casi todos los jefes pertenecían a esa guarnición de soldados que formé cuando en la guerra nacional resistí, en los límites de las humanas fuerzas contra la invasión chilena”.

Luego de un colosal esfuerzo, Piérola logró adueñarse de la plazuela del Teatro, donde fijó su cuartel de operaciones. El silbar de los rifles, el tronar de los cañones y el repicar de los campanarios tomados por los rebeldes –dice José Gálvez en su crónica- llenaron de ruidos siniestros en la apacible Lima de finales del XIX. En los hogares reinaban la piedad, el temor y la angustia. Sin embargo, se asume que, desde un principio, la población limeña apoyó y peleó a favor de Piérola. Las casas se convirtieron en las trincheras de la Coalición Nacional, pues desde techos y ventanas “un fuego incesante caía sobre los defensores del Gobierno, ocasionándoles desastrosas bajas”.

Sin duda alguna, lo más dantesco de la situación fue el número de muertos producto de lo encarnizado del combate: eran más de 2500 las víctimas regadas por las calles. El comercio, las tiendas y las más humildes pulperías estuvieron cerrados esos truculentos días. Asimismo, los servicios locales estaban suspendidos. De otro lado, en el Callao no había ninguna nave del Gobierno pues el sábado habían salido el Constitución para Salaverry y la Lima para Pisco. Pero el domingo por la tarde, un contingente de milicias navales enrumbó para Lima en una actitud beligerante contra Piérola.
Cuenta una tradición limeña que los rebeldes hacían repicar las campanas de las iglesias que ocupaban. De este modo, los viejos limeños reconocían, por los matices de sus toques, el desarrollo de la lucha.

Los cadáveres, la amenaza de epidemia y la intervención diplomática.- De esta manera, la situación se agravó cuando, al segundo día de la contienda, a medida que las bajas de ambos bandos aumentaban. Como dijimos, las calles estaban llenas de cadáveres, de moribundos y de heridos. Cuentan que en los cementerios de las parroquias se agrupaban, en enormes pilas, cadáveres de oficiales, soldados y civiles, en “maloliente y macabra confusión”.

El olor pestilente y la putrefacción de los cadáveres, el temor a que se desate una epidemia por “enterrarlos apresuradamente sin identificarlos siquiera”, la carencia de medios para socorrer a los heridos y lo inútil de la contienda obligaron al Cuerpo Diplomático acreditado en Lima, presidido por su Decano, el Nuncio Apostólico, monseñor José Macchi, presionar para poner fin a la lucha.

Así, en un memorable oficio del 18 de marzo, el Delegado Apostólico, se dirigió al presidente Cáceres “interpretando los sentimientos ya de humanidad, ya de afecto profundo que el Cuerpo Diplomático profesa a esta nobilísima Nación”, para solicitarle “en vista siquiera de la mucha sangre peruana que se está derramando, procurase cuanto estuviere de su parte para que concluyese el conflicto que tanto estrago de vidas e intereses estaba ocasionando”. En tono suplicatorio pero firme, agregó: “si es tan solo a su persona a la que se hostiliza y no al principio de autoridad, que V.E. representa, más fácil será a V.E. oír en estos supremos momentos la voz de su patria que por órgano de las naciones hermanas implora tregua y paz”.

Dicen que Cáceres en un comienzo se resistió a entrar en conversaciones con los revolucionarios, pero ante la insistencia del monseñor Macchi, quien le encaró su impopularidad, tuvo que acceder al pedido de tregua. Esta versión es refutada por Cáceres en la ya citada entrevista de Montevideo: “Le respondí a Macchi que por mi parte no había inconveniente en conceder la tregua, aunque dada mi posición esa concesión me favorecería muy poco”.

Por su parte Piérola, establecido ahora en el hotel Universo, aceptó la suspensión momentánea del combate a través de un decreto del 19 de marzo, firmado en su condición de “Delegado Nacional”. A las 2 de la tarde de ese día, el representante papal y otros miembros del Cuerpo Diplomático entregaron a la imprenta de El Comercio el texto de la “Tregua”, cuyo objetivo era enterrar a los muertos y asistir a los heridos. Pero al cabo de 24 horas y en vista de que el tiempo no había sido suficiente para enterrar a todos los muertos, el Cuerpo Diplomático solicitó una prórroga del armisticio, hasta el jueves 21 a las 2 de la tarde. En realidad, esta medida tenía como propósito acabar de una vez por todas con la situación. No se equivocaron. El miércoles 20, a las 8 de la mañana, se reunieron en la Delegación Apostólica los señores Luis Felipe Villarán y Enrique Bustamante, representantes del Gobierno y la Coalición respectivamente, para negociar sobre el asunto. Ese mismo día, el Cuerpo Diplomático anunció la firma de un tratado de paz en el que el general Cáceres anunciaba su dimisión al cargo. Una Junta de Gobierno se encargaría de convocar nuevas elecciones.

Es preciso decir que, durante esos días, vecinos de Lima dieron dinero para pagar sepultureros. El 22 de marzo, la Municipalidad ofreció mil soles “a quien dejase la ciudad limpia de polvo y paja”.

Las pérdidas humanas y materiales.- Los sucesos del 17 y 18 de marzo no solo dejaron el trágico saldo de varios centenares de muertos y heridos, sino también cuantiosas pérdidas materiales en el orden económico, además de muchos desmanes cometidos por ambos bandos:

a. El Club de la Unión fue saqueado; se estimó sus pérdidas en 30 mil soles.
b. Diversas pulperías, centros comerciales y propiedades particulares no solo fueron saqueados sino también destruidos.
c. Los faroles del alumbrado público y los focos de luz eléctrica corrieron semejante suerte.
d. Los alambres telegráficos fueron cortados y abandonados en plena vía pública.
e. Una bala de cañón dirigida por las tropas de Cáceres contra las huestes pierolistas dañó gravemente la única torre que le quedaba a la iglesia de San Agustín (la otra fue derribada por el terremoto de 1746).
f. Los rebeldes incendiaron la casa del coronel Pedro Muñiz, saquearon la del general Justiniano Borgoño y pretendieron hacer lo mismo con la del general Cáceres, como revela él en la entrevista, pero fue salvada gracias a la intervención de las autoridades.

Pero en medio de estos deplorables sucesos hubo gestos de entrega y caridad. La Sociedad Peruana de la Cruz Roja, presidida por el capitán de navío Francisco Sanz, actuó en forma destacada y mereció el reconocimiento de la población y de la Municipalidad que le dio una medalla de oro por su participación; asimismo, la actuación de la Guardia Urbana y las diversas Compañías de Bomberos en socorrer a la ciudadanía. Por su lado, diversas órdenes religiosas, estuvieron ala altura de su deber. Los médicos y practicantes de la Facultad de Medicina cumplieron cabalmente su misión. Las damas y varones de diferente condición contribuyeron de acuerdo a sus posibilidades y en forma permanente. Todo esto amenguó la negrura de la lucha fraticida.

La labor de la Sociedad Peruana de Cruz Roja.- Establecida en 1879, jugó un papel importante en esta guerra civil. Como dijimos, presidida por el capitán Francisco Sanz, organizó un servicio de ambulancias, en colaboración con las compañías de bomberos Cosmopolita y Garibaldo de Chorrillos. Se establecieron tres lugares para atender a los heridos:

a. La huerta de de Francisco Estéban Valverde, en la calle Huaylas (barrio del Cercado)
b. El colegio patrocinado por la señorita Isabel Gonzáles Prada, donde acudieron 150 heridos (atendidos por varias señoras y señoritas y los sacerdotes descalzos)
c. El antiguo Conventillo de Monserrat, donde actuó una comisión de señoras al mando de Me4rcedes Vigil de Rospigliosi

Es lógico imaginarse que, durante los combates, la Cruz Roja hubo de transportar heridos en medio de las balas; así, dos miembros de las ambulancias fueron muertos. Los locales para atender a los heridos sobrepasaron su capacidad. Por ello, se tuvo que habilitar otros locales como la Escuela Pardo en la calle Malambo y la casa de José Vicente Oyague en la calle Boza (atendidos por un grupo de señoras al mando de Celia P. del Río). Asimismo, los médicos trabajaron día y noche: salvaron vidas, realizaron amputaciones y inmunizaron los casos de gangrena. Cuentan que los combatientes no disparaban al ver la bandera de la Cruz Roja. Finalmente, colectas y donativos ayudaron a que la Cruz Roja pudiera hacer su misión.

La labor de Juana Alarco de Dammert.- Nacida en Lima el 27 de mayo de 1842, esposa de un comerciante alemán, fundó la sociedad “Auxiliadora” para asistir a los heridos y a los presos. Sus ambulancias tuvieron el apoyo del presidente Cáceres. Se sabe que la “Auxiliadora” instaló una ambulancia en la Plaza del Teatro (que contó con 50 camas y atendió a 227 heridos), en el local de la Bomba Francia y remitió ayuda en medicina, colchones, camas, víveres y otros artículos a la Cruz Roja. Luego de la guerra civil, Juan Larco fundó la Sociedad Auxiliadora de la Infancia, a la que dedicó el resto de su vida.

Canto al finalizar la guerra civil.- Culminada la feroz contienda, con un tono más “festivo”, un canto popular decía:

“Que bailen todos y viva la emoción,
No nos importa que venga la mañana,
Hemos vivido un rato de emoción”.

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