Los nombres de las calles de Lima (1)


Plaza de Armas de Lima hacia 1868

A finales de la década de 1850, el polígrafo limeño, Manuel Atanasio Fuentes, presentó a la Municipalidad un proyecto para reemplazar la vigente nomenclatura de calles. Proponía suprimir las designaciones individuales que tenían las cuadras, dando un mismo nombre a cada serie continuada. Las nuevas denominaciones debían corresponder a “personajes y acontecimientos memorables de nuestra historia”. También sugería que la numeración de las puertas debía ser de números pares en una vereda y los impares en la opuesta. Fuentes decía que la detallada nominación por cuadra sobrecargaba la memoria de los limeños y dificultaba la retención de los nombres; también sostenía que muchos de los nombres existentes eran impropios para una ciudad que aspiraba a la prestancia.

Aunque el proyecto de Fuentes no tuvo el respaldo inmediato de las autoridades ediles, el tema quedó en el debate público. Fue así que, en 1861, la Municipalidad de Lima decidió, por fin, establecer un sistema más “racional” que terminara con la maraña de nombres, que si bien fueron aceptados y consagrados en 1786, ya no era compatible con la expansión urbana que se promovía ni con el perfil que exigía una ciudad moderna.

El problema es que en la ciudad se había arraigado una modalidad quizá única entre las ciudades de América Latina: cada tramo, de esquina a esquina, y no de toda la extensión de la carrera, tenía un nombre específico. Según Aurelio Miro Quesada, de ahí surgió el limeñismo de “cuadra” para señalar esa fracción de la arteria. Por ejemplo, lo que en 1861 pasó a llamarse Jirón de la Unión, estaba segmentado en 10 cuadras, cada una con su propio nombre: Palacio, Portal de Escribanos, Mercaderes, Espaderos, La Merced, Baquíjano, Boza, San Juan de Dios, Belén y Juan Simón.

En suma, hasta 1861, cada calle llevaba el nombre que la arbitrariedad popular había sancionado y, haciendo un esfuerzo de síntesis, podía obedecer a determinados “criterios”:
a. Por el edificio más importante de la “cuadra” (iglesia, convento, local de alguna oficina pública)
b. Por el nombre del título nobiliario o del apellido del vecino más importante avecindado
c. Por la ubicación de algún gremio (Plateros de San Pedro, Plateros de San Agustín, Espaderos, Petateros, Guitarreros…)
d. Por alguna originalidad (Peña Horadada, Mascarón, Acequia Alta, Acequia de Islas, Molino Quebrado…)
e. Por algún suceso insólito ocurrido (Milagro, Quemado, Gigante, Huevo, Ya parió…)

Es de suponer que, a falta de una norma ya fijada, estos nombres podían variar cuando los tiempos cambiaban o, en todo caso, arraigarse por el peso de la costumbre. Por todo ello, el Municipio de la ciudad dispuso establecer un nuevo sistema en el que se llamó Jirón a todo lo largo de la arteria. Los que discurrían de Norte a Sur llevarían el nombre de provincias del Perú y los de este a Oeste con el de los departamentos, combinados de tal manera que el Jirón con nombre de provincia se cruzase en alguna intersección con el de su correspondiente departamento. El eje divisor pasó a llamarse Jirón de la Unión, a partir del cual, a uno y otro flanco, arrancaban la numeración de los jirones. Lógicamente, este sistema solo pudo aplicarse al interior del “damero de Pizarro”, abarcado por la muralla colonial hasta 1868.

Esta reforma tuvo sus detractores. Uno de ellos fue Ricardo Palma, quien, en su relato sobre Mogollón, airadamente protestó: hasta que vino un prosaico municipio a desbautizarla, convirtiendo con la nueva nomenclatura en batiburrillo el plano de la ciudad y haciendo guerra sin cuartel a los recuerdos poéticos de un pueblo que en cada piedra y en cada nombre esconde una historia, un drama, una tradición”. El tradicionalista, en La faltriquera del diablo, profetizó el fracaso de la medida: “A pesar de que oficialmente se ha querido desbautizarlas, ningún limeño hace caso de nombres nuevos, y a fe que razón les sobra. De mí sé decir que jamás empleo la moderna nomenclatura: primero, porque el pasado merece algún respeto, y a nada conduce abolir nombres que despiertan recuerdos históricos; y segundo, porque tales prescripciones de al autoridad son papel mojado y no alcanzarán sino con el transcurso de los siglos a hacer olvidar lo que entró en nuestra memoria junto con la cartilla.

En efecto, habría que destacar que este cambio de la nomenclatura de las calles no tuvo el impacto esperado entre los limeños. Por ejemplo, el viajero y médico alemán Ernst Middendorf, que anduvo por Lima a mediados de la década de 1880, dijo lo siguiente respecto a la reforma municipal: No obstante, en esta oportunidad se mostró el poder de la costumbre, pues pese a que los nuevos nombres de las calles eran colocados en todas las esquinas, no encontraron ninguna acogida en el pueblo, y hoy después de 25 años todos usan la antigua denominación.

Nota.- Las entregas de los siguientes días solo darán cuenta de los nombres de algunas calles de Lima, apelando a nuestra arbitrariedad; hemos escogido cuadras con nombres exóticos o curiosos. Cabe resaltar, por último, que una gran fuente de información es el minucioso estudio que realizara hace ya algunos años Juan Bromley (Las viejas calles de Lima), y que hemos utilizado en este pequeño estudio.

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Comentarios

  1. Lucas Nina escribió:

    quisiera saber si el cambio de nombres de la ciudad de lima se oficializo con algun documento o norma legal de la epoca

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