Archivo por meses: diciembre 2009

Notas sobre algunos ‘limeñismos’


Emblemática caricatura del presidente Castilla inaugurando el alumbrado a gas en Lima

Muchos visitantes que llegan a Lima se sorprenden con nuestro vocabulario cotidiano. Aquí algunos ejemplos:

a. Guachimán, huachimán o wachimán.- Apelativo generalizado para referirnos a los vigilantes particulares que inundan Lima y otras ciudades del interior. Todos sabemos que el origen de este limeñismo, que data de la década de 1970, proviene del término norteamericano watch-man, que significa vigilante. En Lima fue usado por primera vez en las propiedades de la desaparecida Cerro de Pasco Corporation y aplicada a los vigilantes que cuidaban o controlaban el acceso a sus locales.

b. Waipe.- Cuando Henry Meiggs construyó los ferrocarriles en el siglo XIX, trajo un grupo de ingenieros ingleses, quienes observaron que los operarios peruanos eran un tanto descuidados porque dejaban, con frecuencia, manchas de aceite sobre el piso. Al no manejar bien el castellano, estos ingenieros ordenaban en inglés Wipe it off; es decir, que limpien las manchas utilizando los hilos que usaban los obreros. De allí se generalizó el nombre “waipe”.

c. Sarita.- Este popular sombrero de paja, usado hasta los años 30 del siglo XX, tomó su nombre de la diva francesa Sara Bernardt, quien llegó a Lima a inicios del 900 llena con este tipo de sombreros. De este modo, los limeños empezaron a decirle al sombrero de paja “sara”, que luego derivó en su diminutivo “sarita”.

d. Shower.- Esta palabra proviene del inglés y significa, como sabemos, “lluvia”. De allí se aplica a la “lluvia de regalos” que espera recibir la agasajada cuando se casa o espera su bebé.

e. Gasfitero.- Todos sabemos que cuando no había alumbrado eléctrico en Lima, se usaba el gas como combustible, que era suministrado por cañerías de plomo a lo largo de toda la ciudad; unos medidores se instalaban en la casa de los usuarios para controlar el consumo. Como a veces había problemas con el suministro, en los países donde había mucha influencia de los ingleses, se llamaba al técnico, llamado gass-fitter. Esa palabra se castellanizó y se convirtió en “gasfitero” y ha subsistido hasta hoy, a pesar de la desaparición del gas de alumbrado. Es más, se ha hecho extensivo para referirnos al “plomero”, el que arregla las cañerías del suministro de agua en las casas.
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Iglesia Nuestra Señora de la Cabeza (Rímac)

Equivocadamente, a este templo de techo plano (caso único en Lima) se le conoce por “Las cabezas” cuando, en realidad, debería ser de “La Cabeza”, en singular. ¿De dónde viene el culto a esta Virgen? Cuenta le tradición que, en España, un pastor encontró en el Cerro de Cabeza, en la Sierra Morena (Castilla), una imagen de la Virgen semienterrada (posiblemente con el objeto de evitar su destrucción cuando la invasión de los moros). La noticia del hallazgo se extendió por la zona y se le bautizó como “Virgen de la Cabeza”. Cuando llegaron los conquistadores al Perú, muchos eran de esa zona y trajeron su culto. Por ello, en 1624, Diego de la Cueva y Juan López de Mestanza, construyeron un pequeño templo a esta Virgen (en el lugar que hoy ocupa la iglesia) que reemplazó a una ermita dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles. También cuenta la tradición que, el 9 de marzo de 1634, el río Rímac se desbordó, se llevó varias casas y amenazó con destruir el Templo. Así surgió la figura de Martín de Porres quien, enterado de lo que acontecía, subió a la parte alta del convento de Santo Domingo y, alertado por la furia del Rímac, corrió hasta Abajo el Puente, lanzó tres piedras en nombre de la Santísima Trinidad y las aguas del “río hablador” comenzaron a tranquilizarse. Así se salvaron los vecinos rimenses y se salvó la iglesia de la “Virgen de las Cabezas”. Sigue leyendo

Nuevo libro: Historia del distrito de San Ramón en su Centenario (1908-2008)

CONTENIDO

Prólogo
Dedicatoria
Introducción

PRIMERA PARTE: LOS ANTECEDENTES DE SAN RAMÓN

Capítulo 1: La Selva Central, de la Conquista al Virreinato
1.1 Las misiones y la ocupación de la selva central
1.2 Los franciscanos y el Cerro de la Sal
1.3 La fundación del Convento de Ocopa

Capítulo 2: La rebelión de Juan Santos Atahualpa
2.1 ¿Quién era Juan Santos Atahualpa?
2.2 El móvil de la rebelión
2.3 Un análisis moderno de la rebelión
2.4 Las misiones franciscanas luego de la rebelión

Capítulo 3: El siglo XIX y la nueva República
3.1 La selva central y el advenimiento de la república
3.2 La fundación del Fuerte San Ramón
3.3 ¿Cómo era el fuerte San Ramón en el siglo XIX?
3.4 La primera “conquista” de Chanchamayo
3.5 La visita del sabio Antonio Raimondi

Capítulo 4: Los proyectos de colonización en la selva central
4.1 La llegada de los primeros colonos europeos
4.2 Los primeros trabajadores chinos

SEGUNDA PARTE: EL DISTRITO DE SAN RAMÓN, 1908-2008

Capítulo 1: De la caña al café: el nuevo distrito de San Ramón
1.1 La hora del café
1.2 Los caminos de penetración a la selva central
1.3 ¿Cómo era San Ramón en el tránsito del siglo XIX al XX?
1.4 La fundación del distrito de San Ramón (1908)

Capítulo 2: Los primeros años del nuevo distrito, 1908-1927
2.1 La agenda de las primeras autoridades
2.2 La vida religiosa y el nacimiento de la parroquia de San Ramón
2.3 Inmigrantes asiáticos y otros aspectos de la vida social
2.4 El ordenamiento del distrito

Capítulo 3: Rumbo a la modernidad, 1927-1947
3.1 El ambiente nacional
3.2 La Base Aérea de San Ramón
3.3 El progreso de la ciudad

Capítulo 4: La consolidación del distrito, 1947-1977
4.1 El sismo de 1947
4.2 Los años del ochenio de Odría
4.3 Hacia los años sesenta
4.4 El aporte de los religiosos y el desarrollo de la educación
4.5 San Ramón durante el Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas
4.6 El desarrollo del deporte (el fútbol)

Capítulo 5: San Ramón contemporáneo, 1977-2008
5.1 Del fin del gobierno militar a la democracia del nuevo milenio
5.2 La creación de la nueva provincia de Chanchamayo (1977)
5.3 Los sanramoninos y el nuevo reordenamiento administrativo
5.4 El avance de San Ramón a fines del siglo XX
5.5 Rumbo al nuevo milenio
5.6 Seguridad, salud y educación

Bibliografía

ANEXOS

Cronología del distrito de San Ramón (1908-2008)
Relación de alcaldes del distrito de San Ramón
Los símbolos de San Ramón
La geografía, el clima y los atractivos turísticos de San Ramón
Reseña histórica de la hacienda y pueblo de Naranjal
El terremoto de 1847
Inauguración de la nueva torre de control de vuelos de la Base Aérea de San Ramón
El señor Celestino Camacho
Óscar Krumdieck, alcalde de San Ramón
José Paulett, alcalde de San Ramón
Capacitación de las campesinas de San Ramón
Apuntes biográficos del teniente Leonardo Alvariño Herr
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Golda Meir intentó evitar la emigración a Israel de judíos polacos minusválidos


Golda Meir, junto a Isaac Rabin (izq.) en 1969. | AP

Golda Meir propuso frenar la emigración a Israel de judíos polacos “enfermos y minusválidos” en 1958, cuando dirigía la diplomacia del país, según un documento secreto del Ministerio de Exteriores obtenido por un investigador. “En el Comité de Coordinación se ha elevado una propuesta para informar al Gobierno polaco de que queremos establecer una selección en la emigración judía a Israel porque no podemos seguir aceptando gente enferma y minusválida. Por favor, dame tu opinión sobre si esto puede explicarse a los polacos sin dañar la inmigración”, señala el texto citado por el diario Haaretz.

Considerado “máximo secreto”, el documento es una comunicación escrita por Meir al entonces embajador israelí en Varsovia, Katriel Katz, en abril de 1958. Su descubridor es Szymon Rudnicki, un historiador polaco en la Universidad de Varsovia que analiza con investigadores israelíes las relaciones entre ambos países en la época. Los judíos polacos que emigraron a Israel en los años 50 eran supervivientes del Holocausto y, por tanto, algunas de las enfermedades y discapacidades a las que aludía Meir podrían ser incluso consecuencia del genocidio. Rudnicki explicó a ‘Haaretz’ que ni los archivos oficiales de Israel ni los de Polonia contienen respuesta alguna del embajador a la demanda de Meir, quien posteriormente ocupó el cargo de primer ministro entre 1969 y 1974.

Oleadas migratorias.- El documento se enmarca históricamente en los años (1956-58) de la denominada “aliá [emigración judía a Israel] Gomulka”, que toma el nombre del entonces presidente polaco, Wladyslaw Gomulka. Ésta fue la segunda gran oleada migratoria del país europeo a Israel, tras una primera en la que Varsovia impidió abandonar el país a aquellos judíos con profesiones que consideraba fundamentales para su economía y sociedad, como médicos o ingenieros. “Desde 1956 los polacos no pusieron limitaciones y, desde luego, no enviaron intencionadamente personas minusválidas y ancianas a Israel. Ésa es una historia israelí, no polaca”, sentencia el investigador (El Mundo, 09/12/07).

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Las esculturas de la casa-molino de Santa Clara

En la plazuela del mismo nombre encontramos, ya muy deteriorado, el antiguo edificio conocido como el “Molino de Santa Clara”. ¿Cuándo se construyó? Su historia se remonta al mismo siglo XVI, década de 1540. El paso del río Huatica por allí hizo que se construyeran varios molinos, convirtiendo la zona en un barrio de fábricas de harina y venta de pan. El hospital de Santa Ana era propietario de este Molino y lo utilizaba para la fabricación del pan para sus enfermos. Pasó por varios propietarios hasta que, en el siglo XIX, fue propiedad de una familia de inmigrantes italianos. ¿Cómo empieza esta historia?

Resulta que en 1845 llegó al Perú el inmigrante italiano Luis Josué Rainuzzo (nacido en Santa Margarita, en la Liguria) quien, a diferencia de muchos de los inmigrantes de la época, trajo una fortuna que la invirtió y formó una empresa con su hermano Elías. En 1865, compró el antiguo Molino de Santa Clara, lo restauró y amplió sus instalaciones. Pero lo más importante fueron los detalles arquitectónicos que incorporó a la gran casona, importando gran parte de ellos de la ciudad de Florencia. En efecto, además, de revestir escalera, columnas y otros espacios del Molino con mármol de Carrara, la fachada fue adornada con 18 esculturas de mármol de buena factura (firmadas por el escultor florentino Casoni), y que hoy se encuentran diseminadas en diversos lugares de nuestra ciudad.

En la parte baja de la fachada estaban Miguel de Cervantes, Alejandro Volta, Andrea Doria, Rafael Sanzio, Dante Alighieri, Miguel Ángel, Nicolás Maquiavelo, Víctor Alfieri y Galileo Galiei; en la parte superior estaban Víctor Manuel, Marco Polo, Diógenes, Cavour, Cristóbal Colón y cuatro alegorías mitológicas. Sin embargo, cuando don Luis murió, las estatuas fueron bajadas y vendidas a Juan Levaggi quien, a su vez, las revendió a distintas personas e instituciones (públicas y privadas) de Lima.

Cabe destacar que, durante la guerra con Chile, el Molino sirvió de refugio a muchas familias durante la Ocupación de Lima, ya que sus propietarios izaron la bandera italiana para defenderse del invasor. Luego siguió pasando por varios propietarios hasta que, el 23 de enero de 1973, fue declarado monumento histórico. Hoy viven en su interior unas 20 familias de escasos recurso y, en un ambiente, funciona un taller de metal mecánica. Sus propietarios actuales son norteamericanos, herederos de la sucesión León de Vivero, familia de uno de los líderes históricos del partido aprista, y viven en Estados Unidos; sus nietos son los que tienen derecho de propiedad.

De las 18 esculturas originales, hoy podemos ver 11 en distintos puntos de Lima: 4 en la Biblioteca Nacional (sede avenida Abancay), 4 en el Museo de Arte Italiano, 2 en los jardines del Museo Pedro de Osma y 1 en el atrio de la iglesia del Cercado, que luce muy deteriorada a diferencia de las anteriores. También se cuenta que las pequeñas estatuas de la plazuela del Cercado y la gran estatua que se encuentra en el hall del local de la Beneficencia Pública de Lima (jirón Carabaya) formaron parte de la colección que se encontraba al interior del Molino de Santa Clara.

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Demasiadas historias


París, 1919: Georges Clemenceau, Thomas Woodrow Wilson, Vittorio Emanuele Orlando y David Lloyd George

Cuando parecía que menguaba la actualidad de las fosas de la Guerra Civil los periódicos se llenan con la noticia del hallazgo de la momia de un rey no se sabe si aragonés o catalán del siglo XIV. Con vehemencia, aunque con cierto retraso, el partido socialista propone recompensar a los descendientes de los moriscos expulsados en 1609. Una asociación o fundación cultural reclama la anulación del consejo de guerra y de la condena a muerte de Miguel Hernández, quizás como primer paso para abolir también el dolor y la vergüenza de que se muriera en la cárcel. Cuanto más oscuro se vuelve el porvenir más ahínco ponen las diversas castas políticas españolas o ex españolas en agitar fantasmagorías del pasado, como si el pasado fuera una materia dúctil que cada uno pudiera manipular a su capricho, o como si fingir que es posible modificar lo que sucedió hace mucho tiempo sirviera para distraer a un público entontecido sobre la frivolidad y la incompetencia en el manejo de los asuntos que sí tendrían remedio.

“El pasado puede usarse para casi cualquier cosa que uno quiera hacer en el presente”, dice la historiadora Margaret MacMillan, que tiene escrito un libro deslumbrante sobre la Conferencia de Paz de Versalles en 1919 y otro sobre el viaje del presidente Nixon a China en 1972. Los dos están hechos con un rigor escrupuloso y con un pulso narrativo que vienen de la gran tradición de los historiadores anglosajones, y que le hacen a uno sumergirse en relatos tan ajenos entre sí con el mismo entusiasmo, descubriéndole la trama sólida de los hechos y además los matices de los retratos individuales y de las atmósferas. En los salones de Versalles, en los meses siguientes al final de la carnicería de la guerra europea, se dibujaron mapas que iban a marcar las vidas y las muertes de muchos millones de seres humanos a lo largo del siglo. En 1972, en un viaje a China que tuvo algo del tortuoso exotismo de las crónicas de Marco Polo, Richard Nixon y Henry Kissinger se encontraron con el viejo tirano ya casi embalsamado Mao Zedong, y sus reuniones y sus alianzas secretas determinaron el porvenir de la guerra fría. Desde su decrépita lejanía de emperador asiático Mao veía desdeñosamente a Kissinger como un hombre gesticulante y sudoroso al que le temblaba la voz cuando se dirigía a él. Mientras el hambre y las revoluciones asolaban una Europa en ruinas los representantes de las potencias vencedoras discutían en Versalles sobre las minucias de protocolo de una cena oficial. A MacMillan parece que no hay pormenor de los hechos históricos que no la seduzca ni personaje que no disfrute en retratar, pero su claridad expositiva es igual de poderosa, y le despierta a uno la curiosidad al mismo tiempo que le permite la estimulante satisfacción de comprender lo muy complicado: el laberinto europeo de 1919, el juego global de equilibrios entre la Unión Soviética y China y los Estados Unidos en 1972.

Su último libro, Dangerous Games, trata de la Historia en sí: del modo en que se la usa y en que se abusa de ella, en que se la manipula para justificar una matanza o una guerra o el poder de un tirano, en que se la sustituye por leyendas urdidas para alimentar el narcisismo colectivo, para envejecer y ennoblecer un pasado que no tuvo nada de ejemplar ni de glorioso o que sencillamente no existió. “Usamos la Historia para entendernos a nosotros mismos y deberíamos usarla para entender a otros”, escribe MacMillan, pero el catálogo de desatinos que ella misma enumera le da a uno una idea más bien pesimista de la actitud humana hacia el conocimiento de la verdad. Los nacionalistas serbios viven obsesionados por una confusa derrota militar de 1389 que en los años noventa del siglo pasado servía para convertir a los verdugos en víctimas y para justificar la llamada limpieza étnica, la matanza de bosnios musulmanes cuya culpa se mantenía intacta desde que en el siglo XIV se pusieron de parte del imperio otomano. Organizaciones de veteranos de las fuerzas aéreas canadienses lograron que se clausurara una exposición en la que se ponía en duda la eficacia, por no hablar la legitimidad, de los bombardeos que arrasaban las ciudades alemanas en la Segunda Guerra Mundial sin más objetivo que aterrorizar a la población civil. En la Unión Soviética los libros de Historia se modificaban de un día para otro para ajustarlos a los cambios en la ortodoxia o a la caída en desgracia de los cortesanos del Kremlin. Hitler se veía a sí mismo como un heredero del emperador medieval Federico I Barbarroja. Stalin se medía con Iván el Terrible y con Pedro el Grande, y los relatos históricos se ajustaban adecuadamente al capricho de su megalomanía. A otra escala, George W. Bush quería modelar su figura pública sobre la de Winston Churchill, del mismo modo que identificaba a Sadam Husein con Hitler, y a los que ponían en duda la conveniencia de atacar Irak con los apaciguadores que en los años treinta creían posible un compromiso con la Alemania nazi. Los dictadores, dice MacMillan, aspiran al mismo tiempo a hacer tabla rasa del pasado y a inundar el porvenir de estatuas suyas y monumentos a su propia memoria. Como Robespierre, Pol Pot quiso que los años empezaran a contar desde cero; en la Revolución Cultural china, tan celebrada por los universitarios de Occidente, Mao alentó a sus guardias rojos a destruir cualquier edificio y cualquier libro que entorpeciera la amnesia necesaria para construir una humanidad radicalmente nueva.

Los partidarios de una historia confortable y terapéutica han inventado la moda de pedir perdón por abusos ocurridos hace siglos o de aliviarlos virtualmente cancelando sentencias injustas, como si estuviera en nuestra mano alterar el pasado, o como si sirviera de algo. El Vaticano pide perdón por haber condenado a Galileo, pero la evidencia de su antiguo oscurantismo no le sirve para adoptar ahora actitudes racionales sobre el control de la natalidad ni para desdecirse de la mentira de que los preservativos no impiden la transmisión del sida. Los inventores de patrias no se cansan de repetir la leyenda del pueblo ancestral que se ha mantenido idéntico desde los tiempos más remotos y a la vez es un modelo de modernidad y cosmopolitismo acogedor, que ha sufrido sin doblegarse la opresión de un poder forastero y enemigo, el cual tiene la culpa de todas sus desgracias, y además es grosero, atrasado, arrogante, en muchos casos español.

Este último rasgo, la censurable españolidad, lo apunto yo, no Margaret MacMillan, pero tengo la sospecha de que si pasara unas semanas en nuestro país sacaría materia suficiente para otro libro entero. Ella dice que el estudio riguroso de la historia es necesario para desbaratar las mentiras sobre ella que cuentan los políticos. El relato de lo que sabemos a ciencia cierta que pasó, la causalidad, la secuencia de los hechos, asegura MacMillan, tiene una fuerza que desbarata por sí sola el atractivo del engaño. Pero quizás hay un grado de efervescencia en los delirios colectivos sobre el pasado que vuelve indecible o inverosímil la verdad (Antonio Muñoz Molina, Babelia 05/12/09).

Margaret MacMillan: Dangerous Games. The Uses and Abuses of History. Modern Library, 2009. 208 páginas. Nixon and Mao. The Week That Changed the World. Random House, 2007. 432 páginas. París, 1919. Seis meses que cambiaron el mundo. Traducción de Jordi Beltrán. Tusquets, 2005. 696 páginas. 29 euros (www.margaretmacmillan.com).

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