Hoy 14 de abril: 250 años de la muerte de Handel

Londres tiene tantos secretos como recodos y callejuelas. Uno de los mejor guardados se esconde aquí. En esta casita de ladrillo del barrio exclusivo de Mayfair. Aquí, en el número 25 de Brook Street, vivió y trabajó durante más de tres décadas George Frideric Handel (1685-1759). Y aquí murió tal día como hoy hace 250 años.


Máscara funeraria de Handel

Londres celebra este año el aniversario de su músico más ilustre. Un alemán que llegó aquí con 38 años, abrazó sin reparos la nacionalidad británica y ganó fama y honores entre la aristocracia. La celebración es caótica y desmesurada. En los últimos días se han sucedido conciertos y conmemoraciones.

El Barbican programó a finales de marzo, por ejemplo, el oratorio ‘La Resurrezione’, interpretado con gusto y delicadeza por Concert d’Astree de Emmanuelle Haim. La Royal Opera House estrenó hace unos días un nuevo montaje de Acis y Galatea, donde brillan la voz de Danielle de Niese y un puñado de bailarines del Royal Ballet. Pinceladas de un año Handel que se completará con la creación de una base de datos con sus conciertos, la transmisión en la radio clásica de la BBC de todas sus óperas y el estreno mundial de un oratorio que retoma la historia del inacabado ‘Jephtha’, que Handel interrumpió debido a su incipiente ceguera.

Y sin embargo el asunto central de la efemérides se libra aquí, entre los muros que Handel habitó durante 32 años. La casa acoge hasta octubre una exposición que aborda la trastienda humana del compositor, ensombrecida casi siempre por la brillantez de su música. “No es fácil desentrañar a Handel”, confiesa el comisario de la exposición, el afamado director de orquesta Christopher Hogwood. “Era una persona muy suya y difícil de descifrar. Dejó pocas cartas, pocas caricaturas y pocos escritos. En el siglo XIX aparecieron muchas anécdotas sobre él pero muchas están embellecidas y otras son completamente falsas. Por eso hemos tenido cuidado de que lo que aquí se cuenta sea más o menos la verdad”.

Una verdad en ocasiones chusca y casi siempre tocada por la desmesura. Como la vida del propio Handel, un hombre capaz de jurar en siete idiomas, de comer en proporciones pantagruélicas y de beber grandes cantidades de vino y de cerveza.

Según la exposición, había dos Handel. Uno era irritable, misógino y sinvergüenza. El otro, generoso, franco, sociable y cosmopolita. A la luz de lo que se sabe de su vida, es difícil discernir cuál de los dos era el real. Probablemente ambos convivían entre estos muros de Brook Street, donde el compositor recaló buscando una zona recién urbanizada que no estuviera demasiado lejos del bullicio de los teatros.

Handel no se casó. Lo que ha desatado en los últimos años rumores sobre una posible homosexualidad de la que nadie ha encontrado hasta ahora pruebas fiables. Sí se sabe que estuvo a punto de pasar por la vicaría en dos ocasiones. Las dos se torció el asunto por cuestiones que poco tenían que ver con el amor o los afectos.

En Londres, Handel frecuentaba la amistad de familias de cierta alcurnia como los Harris o los Granville. Y llegó a amasar una suma respetable de dinero que guardaba en en efectivo o en acciones en las arcas del Banco de Inglaterra y que moldeaba con insólito talento de especulador.

En lo político, el compositor supo sobrevivir sin significarse en un entorno convulso, marcado por las luchas entre liberales y “tories”. Handel fue desde muy pronto una especie de tesoro nacional y eso lo elevó por encima de las rencillas, haciendo de él una figura pública y respetada. En 1727 ganó la ciudadanía británica y siempre vivió como un londinense más. Iba a misa a la iglesia del barrio, daba conciertos a beneficio de un hospital para huérfanos y componía para la Casa Real.

En la exposición hay objetos que harán las delicias de los mitómanos. Por ejemplo, la máscara funeraria que el escultor Roubiliac le hizo antes de morir o la partitura de ‘Jephtha’ en la que el genio anotó el 3 de febrero de 1751: “Incapaz de continuar debido a un debilitamiento de la visión en mi ojo izquierdo”. No fue su última obra: aún se las arregló para revisar y componer algunas piezas menores con la ayuda de su amanuense personal. Sin embargo, ese día marcó en cierto modo el inicio de su decadencia.

Murió el 14 de abril de 1759 en su dormitorio del segundo piso. En esta cama cortita pero majestuosa, con dosel rojo y sábanas de lino, donde pasó a solas tantas noches de su vida. Cabe decir como curiosidad que los periódicos se hicieron eco del óbito un día antes de tiempo. El 13 de abril todos dijeron que había fallecido. Erraron el tiro por unas horas y hubo de desmentirles con una carta James Smyth, perfumista de Bond Street, que dijo haber visto con vida al maestro.

Handel falleció tal día como hoy. A la mañana siguiente. Ocho días después de supervisar la interpretación de su ‘Mesías’ en Covent Garden. Durante el día de hoy, su casa (www.handelhouse.org) permanecerá abierta de forma gratuita y en sus estancias se interpretará música del maestro. Sonarán los violines y los clavicémbalos para conmemorar el óbito del mejor músico londinense de todos los tiempos.

Adaptado de El Mundo de España (14/04/09)


Lecho de muerte de Handel

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