Cuando dicto en mi Universidad la Guerra del Pacífico me detengo, sobre todo, en las causas del conflicto. Insisto en ello para que mis alumnos comprendan por qué Perú, Bolivia y Chile llegaron al enfrentamiento. Asimismo, insisto en no ver el tema sólo desde el punto de vista peruano. Analizamos la bibliografía de los tres países para tener una perspectiva más amplia, menos subjetiva y, por lo tanto, menos acusatoria. En lugar de insistir tanto en la agresión o el expansionismo del enemigo, piedra angular de nuestra visión de la guerra, tratamos de ver los errores de los gobiernos de entonces que bien pudieron evitar un conflicto tan dramático con una pérdida territorial que hasta hoy duele en Bolivia y el Perú. Me doy cuenta, por ejemplo, que sabemos poco de la historia de Chile; por ello, en primer lugar, quisiera centrarme en 2 puntos:
I. Entender la lógica del expansionismo chileno en el siglo XIX
II. Revisar algunos temas que afectaron directamente el estallido del conflicto: el Tratado de Alianza Secreta, El Tratado de 1874 y la política del Perú frente al salitre de Tarapacá y el contexto histórico en el que se firmó el Tratado de 1929.
Chile nació como país independiente sin mayores contratiempos. Es cierto que en la década de 1820 tuvo un relativo desorden político pero ya en 1833, quince años de conseguida la separación de España, su clase política diseñaba, de la mano de Diego Portales, un sistema de gobierno y las bases de un estado nacional. Mientras los demás países de la región aprobaban constituciones provisionales y se sumían en la anarquía, la Constitución chilena de 1833 reflejaba fielmente el escenario social y lo perpetuaba. Consagró el presidencialismo y el centralismo; además, le dio a la oligarquía conservadora el control del país por lo menos en los próximos 30 años.
Todo esto se vio favorecido, de un lado, por el perfil del territorio. Era un país estrecho, compacto y manejable. Se extendía desde la zona minera del Copiapó hasta el río Bío-Bío en el sur, más allá del cual los indios araucanos, unos 200 mil, preservaban tenazmente su identidad e independencia. La mayoría de los chilenos, un millón al momento de la independencia, vivía en la región del valle central al sur de Santiago (productor de fruta y cereal). Había unificación étnica, clave de la estabilidad social: una minoría blanca y una mayoría mestiza; el número de negros y mulatos era muy reducido, y los indios vivían excluidos al sur. Esto hacía que la sociedad chilena estuviera compuesta por una reducida elite criolla terrateniente y de una masa de trabajadores agrícolas y mineros. También había comerciantes, empresarios mineros y profesionales liberales que, en su mayoría, también recurrían a la posesión de tierras como símbolo de prestigio social. En este escenario, a pesar de una evidente conciencia racial, no había conflicto social.
Por ello, mucho se ha hablado del carácter atípico de la política chilena. También se ha hablado, a nivel de la política internacional, de la vocación “aislacionista” del país y su poca voluntad a la integración. El historiador y diplomático chileno, Mario Barros, sostiene que, al analizar el epistolario de Portales, se podría sostener, por un lado, que –para el Ministro- jamás Chile debe imponer sus sistema de gobierno a otras naciones. Del otro, no debe entrometerse en los problemas internos de otras naciones, aunque se la llame; debe plantear su política dentro de sus fronteras y teniendo en cuenta inmediata tan solo el provecho de Chile.
Este fenómeno “excepcional” se debió, en síntesis, a 3 razones:
a. La ausencia de una verdadera nobleza y la temprana formación de una burguesía surgida a partir de los años treinta con la bonanza exportadora
b. El aislamiento colonial, una geografía compacta y un resentimiento colectivo contra Lima. Desde inicios del siglo XIX, entonces, ya existía en germen una suerte de “raza chilena” que, una vez independiente, inventó expresiones políticas muy suyas.
c. La existencia de una clase política que, habiéndose formado en los primeros 20 años de vida republicana, llegó a controlar los resortes del poder y, aprovechando de ello, se dedicó a auto-reproducirse. El resto de países de la región, desprovistos de esta clase dirigente, tardaron en construir, mantener y consolidar sus respectivos estados.
Lo anterior sería el lado “brillante” de la experiencia chilena. Su lado “oscuro” sería la gestión estatal respecto a la periferia territorial y social. Respecto a la primera, a diferencia de otros países de la región, donde su crecimiento se dirigió a territorios relativamente vacíos, en Chile la expansión se orientó hacia espacios ya poblados. El espacio del sur era suyo (la Araucanía), mientras que los del norte pertenecieron al Perú y a Bolivia.
La “solución” al problema fue la guerra. La implantación del país se hizo mediante la fuerza. No en vano a los chilenos se les llamó “los prusianos de América Latina”. Mario Góngora, gran historiador chileno, recoge la imagen de Chile como “país de guerra”. La guerra fue el hilo conductor de la formación del estado-nación. En el siglo XIX, cada generación vivió una guerra: la Independencia, la lucha contra la Confederación, la Guerra del Pacífico y la ocupación de la Araucanía, culminada esta última en la década de 1890. Respecto a la periferia social, la victoria sobre los araucanos significó la expropiación de sus tierras y una política con dimensión cultural: un avance de la “civilización occidental” frente a la “barbarie indígena”. Cabe anotar que la anexión de los territorios peruanos y bolivianos también respondió a ese esquema mental: el triunfo chileno fue consecuencia de la superioridad de un país blanco-mestizo sobre países o zonas básicamente indígenas.
Respecto a los antecedentes del la guerra, quisiera formular algunos comentarios, en primer lugar, al polémico Tratado de Alianza Secreta con Bolivia. Según la opinión peruana, encabezada por Basadre, este tratado debió contar también con la participación de Argentina, pero diversos motivos fueron postergando su adhesión que, finalmente, nunca llegó…. esta alianza habría sido prácticamente invencible… si la alianza tripartita no se pudo concretar, se debió romper o abandonar la alianza bilateral con Bolivia. Al respecto, me permito hacer 4 ampliaciones:
1. Bolivia buscó la alianza con el Perú debido a la expedición, en 1871, del general Quintín Quevedo, un militar boliviano “melgarejista”, quien con otros adeptos comenzó a fraguar en Valparaíso un complot para derribar al presidente Agustín Morales. Bolivia acusó a Chile de apoyar a Quevedo. Chile, en este caso, se entrometía en los asuntos internos de Bolivia apoyando a un militar de las filas de Mariano Melgarejo quien, en 1866, había dado importantes concesiones territoriales y económicas a Chile en el Atacama.
2. Ante esa situación, y viendo la conveniencia de un tratado defensivo, el Perú debió buscar primero la alianza con Argentina. De no concretarse aquella, ya no aliarse con Bolivia, un país anárquico y sin presencia militar.
3. Respecto a la inclusión de Argentina al Tratado, es cierto que tenía un diferendo con Chile por la Patagonia y parecía un aliado natural de Perú y Bolivia. Pero, por otro lado, Argentina tenía un conflicto fronterizo con Brasil (lo que hubiera desencadenado una alianza chileno-brasileña) y una disputa nada menos que con Bolivia por unos territorios en Tarija.
4. En 2002, el historiador y diplomático brasileño, Luis Claudio Villafañe Gomes Santos publicó un importante libro titulado El Imperio y las repúblicas del Pacífico: las relaciones del Brasil con Chile, Bolivia, Perú y Colombia (1822-1889). El aporte del profesor Villafañe es que utilizó documentos hasta entonces no trabajados del Archivo Histórico del Palacio de Itamaraty. El libro demuestra cómo hacia la década de 1870, el Imperio del Brasil seguía de muy atento cualquier política de alianzas en la región que podía estar en contra suya. En octubre de 1873, el ministro de Brasil en Argentina, informó a su Cancillería de las sesiones secretas del parlamento argentino con el objeto de formar una alianza tripartita con Perú y Bolivia. Esa información también se la remitió al representante chileno en Buenos Aires quien inmediatamente informó a Santiago. Asimismo, el libro reseña la carta que le envió el ministro brasileño en Lima a nuestro canciller, José de la Riva-Agüero, expresándole su preocupación por la posible alianza tripartita. Como si esto fuera poco, el libro describe cómo en marzo de 1874, el ministro brasileño en Santiago confirmaba al gobierno chileno la existencia del Tratado Secreto entre Perú y Bolivia y que se quería extenderlo a Argentina. Por último, el profesor Villafañe describe cómo el gobierno imperial no se dejó seducir por la oferta chilena de una alianza militar y que sólo buscó evitar que Argentina se adhiriese al pacto peruano-boliviano.
5. Si en ninguna parte del texto aparecía la palabra Chile, entonces para qué hacerlo “Secreto”. Esa fue el arma que utilizó Chile para denunciar internacionalmente luego que entre Perú y Bolivia había un complot contra ellos.
Respecto al Tratado de 1874, llamado también Tratado de Sucre, en él se estableció el mismo límite que en el Tratado de 1866 (paralelo 24°) y se puso término al régimen de comunidad, es decir, a la intervención de funcionarios chilenos. Con este acuerdo, parecieron resueltos los problemas entre Bolivia y Chile, y el Perú, lejos de poner obstáculos para su celebración, se felicitó por ello.
Habría que añadir que mientras se arreglaban las disputas entre Chile y Bolivia, el Perú perdió interés en el Tratado Secreto porque había fallado la tercera pieza, Argentina, y por el hecho de que las relaciones entre Argentina y Bolivia quedaban deterioradas. En ese sentido, el Tratado de 1874 podría ser visto como un revés para la posición peruana, agregándose luego la llegada de los blindados chilenos, Cochrane y Blanco Encalada, que cambiaron la balanza del poder naval en el Pacífico sur.
Respecto a los blindados, que definitivamente inclinaban a favor de Chile la supremacía naval en el Pacífico, teniendo en cuenta que Bolivia, simplemente, carecía de escuadra, debemos decir lo siguiente: Chile los mandó construir en 1872 y no después del Tratado Secreto, como a veces se piensa. Es por ello que el gobierno de Balta conoció la noticia y mandó construir para el Perú dos blindados superiores, encargo que, finalmente, el siguiente gobierno, el de Manuel Pardo, canceló por la severa crisis económica que heredó y por la propia filosofía del Partido Civil de cortar el poder duradero de las fuerzas armadas en los asuntos políticos de la nación.
¿Por qué Chile mandó construir dos blindados? Hubo tres razones:
1. El Conflicto con España, entre 1865 y 1866, puso en evidencia la debilidad chilena en el mar, tanto que tuvieron que soportar el feroz bombardeo a Valparaíso por la escuadra española. Si Portales había reclamado para Chile la supremacía naval en el Pacífico, hasta por lo menos la década de 1860 los dirigentes de Santiago no habían cumplido con las demandas del Ministro.
2. Las tensas relaciones con Argentina por la Patagonia.
3. Las tensas relaciones con Bolivia por resolver el Tratado de 1866 que había quedado en suspenso con la caída de Melgarejo. Este era el tema más importante.
Sin embargo, cuando Bolivia y Chile llegan a un acuerdo en 1874 y el gobierno de La Paz se compromete a no elevar el impuesto al salitre por 25 años, el cuadro internacional se distendió. Tan confiado quedó el gobierno de Santiago con este arreglo que decidió la venta del Cochrane y del Blanco Encalada. El Cochrane fue enviado a Europa con ese objeto y para hacerle algunas modificaciones. En marzo de 1878 el ministro chileno en Francia, Alberto Blest Gana, aprovechando la guerra entre Rusia y Turquía, que amenazaba propagarse a otras naciones, ofreció los blindados a Gran Bretaña. Pero el almirantazgo británico ya había adquirido otras naves y no mostró interés. Blest Gana pensó ofrecer los blindados a Rusia o Turquía; pero las negociaciones tomarían mucho tiempo y pareció más prudente detener las gestiones y disponer el regreso del Cochrane. Sin embargo, el presidente Pinto insistió en al venta de esta nave. Además, ese mismo año, el presidente Pinto, debido a la crisis económica, se vio obligado a reducir los gastos militares, el contingente armado y hasta la policía. Este ánimo de desarme era tan evidentes que el mismo José Antonio de Lavalle lo reconoció en sus Memorias.
La Guerra del Pacífico es llamada, con justa razón, la “guerra del salitre”. Los tres países veían al salitre del desierto como una gran fuente de ingresos en un momento de gran presión financiera durante la década de 1870. En este contexto, hay que recordar que la explotación del nitrato, tanto en el Atacama boliviano como en el Tarapacá peruano, corría a cargo de empresas y de empresarios particulares, en su mayoría chilenos y británicos, sin la participación directa del Estado en ninguna de las dos zonas.
Ese contexto empezó a cambiar cuando en 1872 Manuel Pardo, ante la crisis económica, decidió nacionalizar el salitre y dejar fuera del negocio a los empresarios privados. Una comisión de salitreros, encabezada por Guillermo Billinghurst, viajó hasta Lima a reclamarle a Pardo por su decisión. Los salitreros le advirtieron a Pardo sobre los peligros de que el Estado maneje el recurso; le propuso, incluso, que el Estado aumente el impuesto para su explotación pero que mantenga el negocio en manos privadas. Pardo se negó y con esta decisión, cometía un grave error, como lo reconoce el propio Basadre. Empresarios peruanos, chilenos y británicos se vieron despojados y muchos de ellos tuvieron que retirarse al Atacama boliviano.
Pero en 1878 el presidente Hilarión Daza, ante la severa crisis financiera de su país, establece el famoso impuesto de los 10 centavos. Este impuesto violaba el Tratado de 1874 por lo que la Compañía de Salitre de Atacama se negó a pagar el impuesto. Daza decidió, entonces, nacionalizar el salitre. Los salitreros se veían nuevamente despojados del negocio al igual que 5 años antes en el Perú. Así entendemos por qué en Chile se pensó que Daza actuaba movido por el Perú quien quería apoderarse de todo el salitre de la zona. Esto, acompañado por la existencia de un Tratado Secreto, desencadenó la crisis de 1879 y la guerra.
Cobija, puerto boliviano (siglo XIX)