Su juicio demuestra que en Estados Unidos es casi imposible ganar una demanda por libelo
Francisco G. Basterra Washington 26 ENE 1985
El ministro israelí Ariel Sharon ganó las dos primeras batallas y consiguió poner de rodillas al poderoso semanario Time, pero finalmente ha perdido la guerra contra una de las instituciones del establishment norteamericano. La gran Prensa lanzó ayer un suspiro de alivio al saber que el político israelí no conseguía la condena de Time por libelo, que le hubiera costado a la revista 50 millones de dólares -unos 8.500 millones de pesetas-, pero al mismo tiempo tendrá que revisar sus procedimientos de edición y control de sus artículos.
El juicio ha demostrado que la protección para la libertad de expresión es muy amplia en Estados Unidos y que es prácticamente imposible que un personaje público pueda ganar un caso de libelo contra la Prensa. Los medios de comunicación de masas son más impopulares que nunca, y sólo un 33% de los norteamericanos confía en los periódicos, frente a un 51% que lo hacía en 1970. Algunos periodistas criticaron ayer que Time ha actuado imprudentemente y con demasiada arrogancia.Las dos partes litigantes, que se han gastado unos tres millones de dólares -unos 510 millones de pesetas- en la batalla jurídica de más de dos meses de duración, clamaron victoria. Ariel Sharon, de 56 años, que a veces se ha creído que es el rey de Israel, como afirman sus seguidores políticos, dice que ha conseguido lo que quería: “demostrar que Time mintió”. Es posible que este juicio le sirva para rehacer su carrera política en su país, hundida tras su participación en la invasión de Líbano, y el reconocimiento por una comisión investigadora de su responsabilidad indirecta en las matanzas de los campamentos palestinos.
Para Time el artículo era “sustancialmente cierto”, y Sharon sólo intentó ganar ante un tribunal norteamericano el honor que había perdido previamente en su país. “Si Sharon hubiera ganado su querella”, explica, la revista, “la Prensa se lo hubiera tenido que pensar dos veces antes de publicar críticas contra cualquier poderoso político extranjero, cuyo Gobierno es capaz de controlar el acceso a las pruebas”. Time se quejó durante el proceso de la imposibilidad de demostrar sus afirmaciones por la negativa israelí a que pudiera acceder a documentos oficiales.
Un jurado compuesto por cuatro mujeres y dos hombres ha necesitado 12 días de deliberaciornes para concluir en su veredicto final, que Time no cometió libelo contra el ex ministro israelí de Defensa, Ariel Sharon, “porque no publicó una declaración falsa y difamatoria sobre él a sabiendas que era falsa o imprudentemente”. El jurado reconoció, sin embargo, en dos veredictos anteriores que la revista difamó a Sharon por afirmar que había sugerido que las milicias cristianas tomaran la revancha contra los palestinos por la muerte de su líder, Bachir Gemayel, y que publicó un dato falso. Un día después de esta supuesta conversación, las milicias cristianas entraron en los campos de Sabra y Chatila y mataron a sangre fría a al menos 700 civiles.
El jurado, en contra de lo habitual, añadió una declaración a su veredicto final en la que denuncia que el corresponsal de Time en Jerusalén, David Haley, autor de la historia, “actuó negligente y descuidadamente en la búsqueda y verificación de la información controvertida”.
A pesar de la decisión final no todo está claro en la historia de Time. Su hombre en Jerusalén, un israelí, es un periodista conocido por su animosidad personal contra Sharon y la revista lo tuvo una temporada a prueba en 1979 después de que no se consiguiera confirmar una crónica que envió sobre la salud de Menájem Beguin. Haley no ofreció muchas seguridades en el juicio sobre la historia controvertida que había conseguido por fuentes indirectas. El artículo utilizó la fórmula periodística de Time ha podido saber”, usada cuando se quiere decir que es una exclusiva.
Publicaciones del tipo Time utilizan un complejo sistema de producción de sus materiales que este proceso ha puesto en tela de juicio. Las informaciones que envían los corresponsales o reporteros sobre el terreno son comprobadas y reescritas en la redacción central que les da una forma final. En alguna medida, periodistas que no han conseguido la, información interpretan finalmente los datos básicos.
Para que Sharon hubiera ganado, el proceso, sus abogados tendrían que haber probado que Time actuó con “verdadera mala voluntad” al publicar la historia, que sabía que era falsa o tenía serias dudas sobre su veracidad. Este término de actual malice, un concepto bastante subjetivo y que los jurados tienen muchas dificultades para establecer en los casos de libelo, es la principal defensa de la libertad de expresión de la Prensa de EE UU.
El juez Sofer, que ha presidido este caso, recordó a los miembros del jurado que el tribunal no condenaría a la publicación por tomar partido previo, aversión contra una personalidad, negligencia o incluso error en los hechos, sino que es necesario probar el alusivo concepto de la “auténtica intención maliciosa”.
Este término fue establecido hace 20 años en una famosa sentencia del Tribunal Supremo Federal en el caso Sullivan contra el The New York Times, que trató de equilibrar la doctrina de la más amplia protección a la libertad de expresión cuando la Prensa escribe sobre personalidades públicas, amparada en la Constitución, con un mínimo de protección a las personas.
Debate libre
“El debate sobre los asuntos públicos debe ser desinhibido, robusto y muy abierto, y puede incluir ataques vehementes, cáusticos y a veces desagradablemente duros contra el Gobierno o funcionarios públicos”, afirmaba la citada sentencia. “Las declaraciones equivocadas”, continuaba el Tribunal Supremo, “son inevitables en un debate libre y deben ser protegidas si se quiere que la libertad de expresión tenga el espacio vital que necesita para sobrevivir”.
Basándose en esta doctrina, Time intentó conseguir una inmunidad total al escribir sobre Sharon por entender que al ser una figura pública de gran poder tiene medios para acudir a la opinión pública y defenderse de eventuales difamaciones. Pero el juez Sofaer respondió que no hay nada en la primera enmienda constitucional que conceda a la Prensa una absoluta libertad para publicar rumores como si fueran hechos confirmados, pese a que el periodista supiera que eran falsos.
La negativa de conceder a la Prensa una inmunidad absoluta se basa en que el valor constitucional de la libre expresión no impide en todos los casos la protección por el Estado de la reputación de sus ciudadanos.
FUENTE: LA VANGUARDIA
sábado, 26 de enero de 1985
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