Publicado en Revista ideele, edición 212.
Junto con Keiko Fujimori, el “extremista” Ollanta Humala fue uno de los candidatos que más temores despertaba y resistencias generaba en la mayor parte del electorado, ya que era considerado un riesgo para la democracia y para la continuidad del crecimiento económico sustentado en el libre mercado. No obstante, paradojas de la política peruana, fue él quien se alzó con el triunfo electoral.
Para poder ganar las elecciones, entre la primera y la segunda vuelta Humala se desplazó desde el extremo izquierdo del espectro político, que a juicio de muchos era lo que amenazaba la estabilidad democrática y el crecimiento económico, hacia la centro-izquierda, espacio desde el cual, en teoría, se pueden hacer ajustes a la política económica, en aras de lograr una mayor inclusión social sin arriesgar la estabilidad económica ni amenazar la democracia política. Con tal fin, presentó un nuevo plan de gobierno y reforzó su equipo con técnicos provenientes de canteras liberales o socialdemócratas.
La nueva ubicación de Humala, sin embargo, no es por sí misma garantía suficiente para lograr la consolidación de un gobierno de centro-izquierda, inclusivo y democrático. Era y es de prever que su Gobierno se encontrará sometido a una doble presión, desde ambos lados del espectro social y político. Los sectores más a la izquierda intentarán que Humala retome su agenda radical, sobre todo cuando su Gobierno se enfrente a las crecientes demandas sociales que se han gestado en estos años, y que los anteriores gobiernos no han tenido capacidad de atender. Seguramente, no faltarán desde este lado acusaciones de “traición”, de que su Gobierno es “más de lo mismo”, de que “una vez más el pueblo ha sido engañado”; y no pocos conflictos sociales podrían generarse.
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