Breve historia del oro y del dinero papel

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Breve historia del oro y del dinero papel
Madrid, 6 de diciembre 2010 (Por: Humberto Zambon)

Adam Smith creía que el cambio de mercancías era inherente a la naturaleza humana. No es así; existieron muchas sociedades cuyos productos del trabajo humano se distribuían sin necesidad de intercambio o mercado, como ocurrió en algunas civilizaciones precolombinas o en la Europa feudal, en la alta edad media. Pero inclusive en esas sociedades existía la posibilidad de un intercambio con otros grupos sociales, en forma esporádica o permanente.

Unidad de cuenta
El problema que se plantea en estos casos es cómo valorar relativamente dos productos diferentes a intercambiar; fíjense que si se trata de un universo de tres productos necesitamos conocer 3 relaciones de intercambio; si fueran 4 productos son las 6 relaciones y si fueran 5 se requieren 10 pares de valores; la cantidad de valores relativos crece mucho más rápido que el número de productos factibles de cambio.

Así, se puede verificar que la cantidad necesaria a conocer es igual al número de productos (n) multiplicado por ese número menos uno (n-1) y el resultado dividido por 2, de forma tal que si se trata de un total de 100 productos necesitamos conocer 100×99/2 igual a 4.950 relaciones de intercambio. Una enormidad.

Por eso surgió la idea de tomar uno de los productos como unidad de medida del valor de todos, de forma tal que habiendo 100 productos distintos necesitamos saber solamente 99 valores. Este fue el nacimiento de la moneda en su primera función: la de servir como unidad de cuenta o de valor de todas las mercancías.

El producto que se eligió dependió de cada pueblo y estaba relacionado con la actividad habitual del mismo; se utilizaron, por ejemplo, los granos de café en América Central o, en el caso de los primitivos habitantes de la zona romana, que pastaban rebaños, eligieron el “pecu”, ganado, de donde heredamos –vía el Latín- varias palabras referidas al dinero, como peculio o pecuniario.

Reserva de valor
A la primera función, la de común denominador de valores, pronto se agregó otra, la de intermediario en el intercambio: el trueque, que se simboliza como M-M (mercadería contra mercadería), se desdobló en un cambio de mercadería por dinero y, luego, con el dinero se obtenía el bien buscado, M-D-M, lo que facilitó enormemente a la actividad.
El metal precioso, oro o plata, es el producto ideal para esta función: tiene poco peso en relación a su valor, puede dividirse sin sufrir alteraciones y no es perecedero, ya que se mantiene inalterable en el tiempo. Esta última cualidad permitió sumar una nueva función al dinero: la de depositario de valor, ya que es un medio de intercambio que permite ser conservado para compras y pagos futuros.

Para facilitar el comercio, los reyes decidieron acuñar discos que garantizaban una cierta cantidad de metal precioso. Nació así la moneda propiamente dicha, que en el reverso tenía la imagen del rey que garantizaba el valor y en el anverso la cantidad de metal y el lugar de acuñación.

Pero hecha la ley, hecha la trampa: inmediatamente aparecieron quienes se dedicaban a limar prolijamente los bordes de las monedas, por lo que a esos discos se agregaron estrías en los bordes que impidieran el trabajo. Como tradición, muchísimas monedas lo mantienen en la actualidad.

Otro fraude común, esta vez en manos del rey, fue poner menos metal precioso en la aleación (se llama “ley”) de la moneda que el indicado en la misma. Esto fue habitual en el Siglo III y IV, durante la decadencia romana. Un emperador, Séptimo Severo, famoso por este manejo, le dijo a sus hijos en el lecho de muerte: “Enriqueced a los soldados y podéis burlaros de los demás”, consejo seguido escrupulosamente por muchos gobiernos americanos en el siglo pasado.

Bancos y papel
La incomodidad y el riesgo de transportar metal precioso llevaron a que se depositara el mismo en entidades especializadas y la gente se movilizara con los recibos correspondientes. Fue el nacimiento de la moneda de papel, sin valor intrínseco en sí, pero que valía por lo que representaba: el oro o la plata depositada. Era un símbolo del metal.

Al principio como excepción, pero luego cada vez con mayor asiduidad, por razones especiales se suspendió la convertibilidad del billete en metal y viceversa. En este caso el billete –que se denomina papel moneda- deja de ser el símbolo del valor metálico y circula exclusivamente por orden legal; mantiene su valor adquisitivo por la confianza del público en que seguirá siendo aceptado por ese valor. En la actualidad, y en el mundo, ya no existe dinero de papel convertible en metal.

El fin del patrón oro
En el plano internacional y hasta comienzos del siglo pasado rigió el patrón oro. Al finalizar la segunda guerra mundial en 1944, se reunió una conferencia internacional (Bretton Woods) para ordenar el sistema monetario. Keynes propuso crear un Banco Internacional que efectuara las compensaciones originadas en el comercio mundial mediante una moneda de cuenta, el Bancor. Estados Unidos se opuso y, como prácticamente todo el oro estaba depositado en ese país, que también era el único acreedor importante de las demás potencias, se logró que el dólar se convirtiera en la moneda internacional. El dólar, a su vez, tenía una convertibilidad declarada con el oro.

La masa de dólares emitidos y circulando en todo el mundo creció de tal forma que si sus poseedores hubieran reclamado su convertibilidad en oro, Estados Unidos no hubiera podido satisfacerlos y se hubiera declarado en “default”. Por eso, en 1971, declaró unilateralmente la inconvertibilidad del dólar.

Durante los años ’90 el peso argentino era convertible en dólares. Venía a ser una especie de símbolo del dólar. Pero, por su parte, el dólar era un símbolo de nada, por lo que –por carácter transitivo- el peso también venía a ser símbolo de nada.

Volviendo a Estados Unidos, el dólar inconvertible continuó siendo la moneda internacional por excelencia. El hecho de ser el país emisor de una moneda aceptada por todo el mundo es un privilegio enorme. Es lo que le permitió a EEUU tener dos déficits paralelos muy grandes, el fiscal y el externo, y seguir siendo la principal potencia mundial. Y asimismo duplicar su base monetaria a raíz de la crisis de año 2008 sin que el Fondo Monetario Internacional siquiera proteste.

Fuente: Humberto Zambon

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