Sinesio López Jiménez
La condena judicial, la reforma de la política y la reconstrucción de la historia de los 90 no son suficientes para salir del pantano fujimorista. Es necesaria también una reforma intelectual y moral. Urge dejar atrás las formas elementales de pensar (es un decir) del fujimorismo, los sentidos comunes que predominaron en esa época (y que aún perduran) y la carencia total del sentido ético de la política. Los males del país (la violencia política, la exclusión, el racismo, la desigualdad) no fueron, sin embargo, un invento de Fujimori. Ellos lo precedieron pues forman parte de nuestras peores tradiciones políticas y culturales (criollas, andinas y mestizas). Constituyen el lado oscuro de la historia y la cultura peruanas que nos invade a todos. Fujimori encarnó ese lado oscuro de nuestras vidas sin los buenos modales y sin las mediaciones institucionales de la política en una década de crisis, de terror, de desconcierto y de miedos. En ese sentido, el fujimorismo es la forma política de la indecencia, del cinismo, la viveza criolla, la pendejada, el robo, las actitudes taimadas, la conducta solapa, el achoramiento, etc. ¿Significa todo esto que Fujimori es la expresión concentrada del mal?. No. En modo alguno. Nadie es totalmente malo ni totalmente bueno. Pero en Fujimori estaban cargadas las tintas hacia lo primero. Los defectos concentrados del fujimorismo no embellecen, sin embargo, al pasado pre-fujimorista ni a los partidos pre-existentes. La diferencia entre unos y otros es, me parece, de grados. No se trata, por eso, de volver al pasado sino de mirar al futuro.
La tarea es complicada, pero necesaria. Hay que amistar la política con la ética. Es una relación difícil, sobre todo en el mundo moderno. A diferencia del mundo clásico y medieval, la política moderna es un campo autónomo, diferente de la ética. Son esferas distintas que no se superponen sino que se diferencian. Cada una de ellas tiene sus propios fines y su propia lógica. Pero la diferenciación no es separación. La ética tiene que estar presente en la relación entre los medios y los fines de la política. No importa el modo como se defina la política en el mundo moderno (búsqueda del bien común, lucha por el poder, relación intensa amigo-enemigo, monopolio de la coerción), ella es diferente del bien y del mal. Si desde una perspectiva schmittiana, por ejemplo, la política se caracteriza por la definición precisa del enemigo, eso no significa que éste sea intrínsecamente malo. La fusión y la confusión de la ética con la política conducen a la enemistad absoluta, a una guerra sin reglas y a rematar a los rendidos. Si para conseguir un fin político, es necesario apelar a la violencia (como hacen permanentemente los estados y los insurgentes) la ética exige, sino dejar de usarla, al menos economizarla, como sostienen Sheldon Wolin e Isaiah Berlin hablando de la política de Maquiavelo. La defensa del valor de la vida se interpone entre los fines políticos (orden, paz o revolución, dependiendo del caso) y los medios violentos. Estos planteamientos fueron totalmente ajenos a la política antiterrorista de Fujimori. Su paseo macabro sobre los cadáveres de terroristas rendidos y cruelmente rematados ha quedado grabado en la memoria de todos.
El mismo vacío ético campea en la reforma económica neoliberal del fujimorismo y sus aliados. El objetivo era instalar un orden neoliberal a cualquier precio. La equidad y la justicia brillaron por su ausencia. Se superpuso prácticamente la estabilización con las reformas estructurales sin tomar en cuenta los costos sociales. La coalición fujimorista impuso un capitalismo salvaje con todas ventajas para los ricos y todas las desventuras para los trabajadores. El resultado: un capitalismo boyante y voraz sin derechos ni garantías para el trabajo. Se privilegió desmedidamente la inversión y la acumulación y se dejó de lado la distribución. Se impuso la autorregulación del mercado sin la autoprotección de la sociedad. El mercado fue (y es) un molino satánico que trituraba (y tritura) la vida de los trabajadores. Las políticas económicas fueron (y son) un banquete para los ricos y las políticas sociales, un reparto de migajas para los pobres. En el diseño y la aplicación de las políticas públicas no hubo ningún sentido de justicia y de equidad, sino de perversión: gobernar para los ricos con el apoyo de los pobres.
¿Qué se puede decir del manejo fujimorista de los asuntos públicos y de los bienes públicos?. La ausencia total de transparencia y de probidad constituyó la regla básica. El gobierno fue utilizado como la plataforma para el asalto al fisco y para apropiación descarada e ilícita (el robo) de los bienes públicos. Las privatizaciones, las concesiones y las licitaciones constituyeron la ocasión privilegiada para el atraco con alevosía y ventaja. Como todas las cosas ilícitas, el robo y los peculados se cometieron en la oscuridad del secreto y del silencio. El modus operandi fue la captura y la desnaturalización de todas las instituciones de control estatal, social y ciudadano. Este es el arte sofisticado de robar y encubrir.
Muy oportuna la cita de Carl Schmitt por cuanto hay un orbe o un espacio democrático que tenemos que mantener, cuidar y ampliar, y, estamos en guerra que la han reiniciado los fujimontesinistas y los enemigos del país, por ej. Aquellos que haciéndose pasar por peruanos, se enriquecen a costa del embrutecimiento de los peruanos, cuando quieren son democráticos y cuando quieren son aliados de la dictadura, son tan delincuentes que se hacen pagar millonadas por el mismo gobierno, sin embargo ahora llevan al canal a 2 ‘figurazas’ del fujimontesinismo para embrutecer, enlodar, enturbiar y perjudicar una democracia que para sus interese mercantilistas y antiperuanos les conviene que sea una democracia-mazamorra, una democracia-tongo, una democracia-gay, una democracia en suma pervertida. Carl Schmitt nos sirve de mucho habría que leer la famosa obra de este académico germano: ‘La Dictadura’. Lo dejo ahí.