Archivo por meses: octubre 2009

UNA LARGA CONTRACAMPAÑA

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Sinesio López Jiménez

Los petroaudios son una mina inagotable de sorpresas. Las hay para todos los gustos y colores. Corrupción a todo dar y a todo nivel. Espionaje industrial. Amores, despechos y desvelos corruptos. Chuponeos a los enemigos políticos. Redes mediáticas envueltas en cuestiones turbias. Es de esperar que todo lo que se refiere a la corrupción y al chuponeo a los políticos salga a la luz. Ningún asunto del Estado (salvo la seguridad nacional) puede ser ajeno a los ciudadanos. Que se sepa toda la verdad. El poder judicial no debe ocultarla bajo el pretexto del secreto de la competencia jurisdiccional. El parlamento tiene derecho a compartir toda la información del caso para someterla al debate público y a las correspondientes investigaciones y acusaciones políticas y penales, si el caso lo amerita. Los medios tienen el deber de informar con veracidad y los ciudadanos el derecho a ser informados.

El chuponeo a los adversarios políticos en los procesos electorales significa que éstos no fueron limpios, ni competitivos, ni, por ende, legítimos. Eso sucedió en 1995, en el 2000 y en el 2006. En esta última fecha, García habría pedido al capitán de navío (r) Ponce Feijóo: “Ud. ayúdeme con el comandante que yo me encargo de la gorda” (Gorriti, Petroaudios. Políticos, espías y periodistas detrás del escándalo, p.88). La colaboración de Ponce fue premiada con el ascenso a contralmirante. La ofensiva contra Humala, iniciada y orquestada por García y acompañada por los poderes fácticos y los partidos de derecha, es una larga contracampaña. Ella comprende tres etapas, con objetivos y estrategias precisas en cada una de ellas. La primera etapa comprende la campaña electoral (2005) y las dos vueltas de las elecciones (2006). El objetivo político de esta etapa es ambiguo: García funge de reformador del modelo neoliberal en la primera vuelta (buscando desbarrancar a Lourdes Flores como candidata de los ricos) y luego como defensor del mismo en la segunda vuelta (presentándose él mismo, frente a Humala, como el candidato del cambio responsable y como el mal menor). La estrategia consistió en presentar al líder nacionalista como un pelele de Chávez, financiado por él y como un político improvisado.

El objetivo de la segunda etapa fue cercarlo, aislarlo y liquidarlo políticamente presentándolo como un político antisistema (antineoliberal y antidemócrata). El Apra impulsó la fractura de la UPP y fomentó el transfuguismo ofreciendo a los upepistas diverso tipo de prebendas. La tarea fue fácil, dada la discutible calidad de la composición parlamentaria de la UPP. García acusó a Humala de desestabilizador y de estar asociado a la ultraizquierda y al comunismo. Detrás de cada movimiento de protesta veía obsesivamente a Humala. La derecha y los poderes fácticos, especialmente algunos medios, participaron activamente en la demolición de Ollanta y de su entorno. Se contrataron sicarios mediáticos que, luego de perpetrar sus asesinatos morales, tienen el cuajo de pretender impunidad. Las huestes humalistas y Humala mismo, con su conducta y sus relaciones nada recomendables, ofrecieron flancos débiles.

La tercera etapa, que comenzó temprano (2009), busca defender el modelo neoliberal en crisis y derrotar a Humala en las elecciones del 2010 y del 2011 a como dé lugar siguiendo la estrategia anterior de demolición y añadiendo algunos elementos nuevos: fomentar otras candidaturas para fragmentar el espacio electoral de centro-izquierda, inflar a Keiko Fujimori, impedir alianzas electorales que permitan al humalismo ser una alternativa de gobierno, hurgar en la vida privada y laboral de la familia de Humala y de su entorno. La eliminación del sufragio universal (voto facultativo) forma parte de esta estrategia. Se presenta como liberal lo que es exclusión. En nombre de la libertad se quiere impedir la participación de los pobres.
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CAUDILLOS Y PODERES FACTICOS

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Sinesio López Jiménez

La crisis de los partidos en 1990 desplazó el poder político a los caudillos y a los poderes fácticos. Más allá de algunos cambios circunstanciales, la lógica política actual sigue esa misma ruta. García, Fujimori y Toledo siguen gravitando en la escena política actual. Fujimori opera por interpósita persona. A ellos se sumó Humala en el 2006. Castañeda es un caso extraño. Me resulta difícil imaginarlo como caudillo. Los caudillos no sólo hacen cosas. También hablan. La acción y la palabra caracterizan a la política desde tiempos inmemoriales. La política basada sólo en los hechos tiene un tufillo dictatorial (el odriísmo por ejemplo), pero la afincada sólo en las palabras tiene el rancio sabor de la demagogia. A diferencia de los partidos cuyo poder se basa en la organización, el poder de los caudillos reposa, por un lado, en una combinación audaz, arriesgada, ambiciosa y creíble de hechos y palabras y, por otra, en el respaldo que reciben de los ciudadanos. Los caudillos actuales tienen, además, dosis variables de carisma. Unos son más carismáticos que otros, pero todos creen que pueden sacar al Perú del desierto y llevarlo a la tierra prometida.

Ollanta Humala es un caso especial. Surgió de un poder fáctico (las FF.AA) y se lanzó contra todos los poderes fácticos. Esta es quizás la razón por la cual éstos buscaron destruirlo desde que apareció en el escenario, pero no han logrado su objetivo hasta ahora. Su poder radica en la combinación audaz de un acto insurreccional con un nacionalismo radical. Esta combinación asusta obviamente a los poderes fácticos que se encargan de socializar el miedo. Pero esa combinación atrae también a vastos sectores sociales desposeídos o a sectores anti-neoliberales. Es probable, sin embargo, que algunos poderes fácticos, desplegando un juego audaz, busquen domesticarlo porque saben que el nacionalismo, como sostienen Quijano y Wallerstein en sendas entrevistas en la flamante revista del Colegio de Sociólogos, es radical mientras está en la oposición, pero se vuelve conservador cuando llega al gobierno.

El caso de García es también especial en las actuales circunstancias. El mismo se ha encargado de señalar, ante sus amigos banqueros, el papel que le toca desempeñar. El no puede competir ni ganar el poder en esta coyuntura, pero puede impedir que otros, particularmente los que él considera anti-sistemas, ganen. Mi hipótesis es que García comanda una coalición con los poderes fácticos y los partidos de derecha para destruir a Ollanta Humala como candidato y como político. En esa función ha diseñado una estrategia de cerco y aniquilamiento político del candidato nacionalista cuyas características analizaré en otro artículo. Esa misma coalición se encarga de escoger el candidato favorito de la derecha en un clima probable de tensiones y negociaciones. Al parecer, ese es un punto central de su actual agenda política.

El peso político de los poderes fácticos se basa en el control de ciertos recursos claves de la política: dinero, fuerza, comunicación, fe, etc. Ha cambiado parcialmente a lo largo de las dos últimas décadas, pero sigue siendo decisivo. La crisis económica internacional ha debilitado a los organismos financieros internacionales; la corrupción de la cúpula en los tiempos de Fujimori, obligó al repliegue de las FF.AA. En ese contexto el poder de los medios es casi avasallador, sobre todo en los tiempos neoliberales que favorecen su alianza estrecha con el mundo empresarial. Los caudillos disputan el apoyo de los poderes fácticos para ser candidatos y consolidar su poder. Y los poderes fácticos necesitan, a su vez, al caudillo para hacerse presentes en la política y, una vez que triunfa, para canalizar sus intereses y su dominio a través de las instituciones del Estado.
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LOS DOS PERU DE SIEMPRE

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Sinesio López Jiménez

Jaime de Althaus confunde su biografía con la historia del Perú. Cree que la historia del capitalismo en el país comienza con él (y con Fujimori). Piensa que el modelo neoliberal es la única revolución capitalista y que las anteriores formas de desarrollo capitalista (el modelo oligárquico-exportador y la industrialización sustitutiva de importaciones) no eran tales sino que eran economías rentistas. De Althaus ve sólo las rupturas, pero es ciego ante las continuidades del pasado. Ciertamente hubo un cambio en la estructura de la propiedad, en el establecimiento de una economía de mercado y en el descentramiento del estado, pero hubo también continuidades importantes : “El nuevo modelo se construyó sobre la estructura estatal anterior, es decir, las inversiones vinieron principalmente atraídas por las privatizaciones de las empresas estatales que estaban ubicadas en los sectores primarios (minas, agricultura) y de servicios (energía bancos, telecomunicaciones, hoteles, etc.), este fue un cambio en la propiedad y la gestión y continuidad en los sectores” (Gonzales de Olarte, 2008).

Como el modelo oligárquico-exportador, el neoliberalismo peruano es también un capitalismo inducido por la demanda externa de materias primas de China, de Europa y de Estados Unidos. Sus impulsos vienen de afuera y su dinámica y su crisis dependen de afuera. Por esa razón Efraín Gonzales de Olarte caracteriza al neoliberalismo peruano como un modelo primario exportador y de servicios (Peser). Junto a las minas y a los servicios se ha desarrollado, es cierto, un sector industrial articulado a la agro-exportación y a los servicios. Salvo este último sector, el neoliberalismo despliega una producción basada en una alta intensidad de capital y en poca absorción de mano de obra. Su eslabonamiento a otros sectores de la economía es muy débil, lo que reduce su efecto multiplicador en la producción y en el mercado. Además, el neoliberalismo ha fragmentado el mundo del trabajo y ha destruido su capacidad de acción colectiva diferenciando a los trabajadores en planilla de los contratados, los services, etc. En el sector minero, por ejemplo, sólo el 30% está en planillas y el 70% es mano de obra volátil y sin derechos: no tienen seguro, ni vacaciones, ni jubilación.

El neoliberalismo es un modelo de desarrollo centrado en la costa, en Lima y en muy pocos oasis de otras regiones: “En 1940 Lima tenía 645 mil habitantes y representaba el 10% de la población del Perú. Hoy en día concentra unas 8 millones de personas, es decir, 30% de la población y alrededor de la mitad del PBI. El ingreso familiar per capita equivale a 3.7 veces el de Ayacucho. El problema es doble. Por un lado, estas brechas de ingreso son muy grandes y, por el otro, el diferencial no tiende a cerrarse” (Economía y Sociedad, 72, septiembre 2009). La costa crece, se desarrolla, se diversifica, distribuye empleos e ingresos, reduce la pobreza, pero la sierra y la selva permanecen estancadas. La costa está articulada por el mercado mientras la sierra y la selva buscan integrarse a través de la demanda de nación y de más Estado. Mientras la pobreza se ha reducido de 36.1% en 2004 a 25.7% en 2007 en la costa, ella sólo se ha reducido de 64.7% al 60.1% en la sierra en el mismo período (Francke, 2009). La desigualdad, en cambio, sigue victoriosa. Pese a que el Perú ha tenido en estos últimos 7 años altas tasas de crecimiento, el alto nivel de desigualdad casi no se ha movido.

El neoliberalismo es asimismo poco distributivo. Pese a que el crecimiento del PBI y la rentabilidad promedio de las empresas han crecido significativamente los sueldos y salarios no han mejorado. La participación del trabajo en el PBI ha bajado de 25% en el 2002 a 21.9% en el 2007. La distribución del ingreso presenta cifras de escándalo: El sueldo promedio del sector A es 20 veces más que el salario promedio del sector E. (Campodónico. 2009).

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EL PARAISO DE JAIME

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Sinesio López Jiménez

Para que nuestra discusión no sea un diálogo de sordos, Jaime, pongámosle un cierto orden. De ese modo podemos entendernos nosotros mismos y nos pueden entender nuestros lectores (si los tenemos). Creo que es necesario, por un lado, diferenciar la política de la economía, reconociendo la lógica de cada una de ellas. La política se define y adquiere sustancia propia en la lucha por el poder del Estado (el monopolio de la ley y de la coerción) para crear un orden legítimo. La economía capitalista se caracteriza, en cambio, por la búsqueda de creación de la riqueza a través de la inversión, la producción, la acumulación y la distribución. Pero diferenciar no es separar sosteniendo que una nada tiene que ver con la otra. La diferenciación permite establecer una mejor relación entre ellas. No hay economía capitalista sin política ni política sin economía. No basta la racionalidad del mercado para que este se imponga. Necesita la racionalidad del poder. En palabras del joven Hegel (refiriéndose a la relación entre la libertad y el Estado), no basta el poder de la razón: se requiere también la razón del poder. Eso hace que la libertad se desarrolle dentro de la ley. Sugiero, por otro lado, establecer la relación de la economía con la política en tres momentos del modelo neoliberal: la instauración, la consolidación (o funcionamiento para quitarle todo sentido teleológico) y la crisis.

Jaime de Althaus sostiene que el modelo económico es tan racional que no necesita de la política (menos aún de la fuerza) para instalarse ni para funcionar. El neoliberalismo es un modelo descentralizado (las provincias crecen más que Lima), diversificado (crece en diversos sectores), reductor de las brechas regionales y sociales (disminuye la pobreza), eslabonado (con articulaciones entre diversos sectores de la economía, incluidas la minería y la agricultura), generador de mucho valor agregado y de trabajo, tecnológicamente innovador, estimulador del desarrollo de una nueva industria desprotegida y exportadora, democratizador del crédito y estable (sin inflación). Todo esto se ha logrado gracias a que se desmontó la anterior economía mercantilista del populismo y en su lugar se ha instaurado una economía autorregulada del mercado. Sostiene asimismo que estos cambios económicos han dado lugar a la emergencia de nuevos sectores empresariales, de clase medias emergentes, de una nueva clase trabajadora con derechos (en las antiguas cooperativas agrarias) y de menos pobres. A de Althaus le parece irracional oponerse a este modelo. Es increíble, exclama, que haya gente que se oponga. Supone que, por ser racional, el modelo debe ser consensual, olvidando que el supuesto consenso (inexistente por cierto) es también un tipo de política.

En un próximo artículo discutiré detenidamente lo que Guillermo Rochabrún ha llamado el núcleo racional de la argumentación de Jaime. Por ahora quiero decir al paso que me gustaría vivir en el paraíso que describe y concentrarme más bien en la relación economía y política sólo en el momento de la instauración del neoliberalismo. ¿Acaso el desmontaje de la economía rentista pre-1992 y la instauración de una economía de mercado hubiera sido posible sólo por la fuerza de la razón de ésta sin el requerimiento de ciertas condiciones políticas, entre ellas una aplastante correlación de fuerzas a su favor?. Para entendernos mejor, la pregunta clave que hay que formularse al respecto es: ¿Por qué Belaúnde y Ulloa, a diferencia de Fujimori y Boloña, no pudieron realizar (en el segundo gobierno) el proyecto neoliberal que compartían?. La respuesta es obvia. Los tigres (Belaúnde y Ulloa) no tuvieron las mismas condiciones políticas favorables con las que contaron los tigrillos (Fujimori y Boloña). Estos encontraron que el Perú era una pampa (sin opositores) en donde podían instalar incluso un capitalismo sin derechos (salvaje).

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LA DEVALUACION DEL CONGRESO

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Sinesio López Jiménez

Las vergonzosas denuncias contra los parlamentarios ponen en cuestión la calidad del Congreso y de los partidos políticos. Desde una perspectiva comparada es probable que el actual Congreso sea de menor calidad que los que ha tenido el Perú en el pasado. Eso tiene que ver, por un lado, con la poca calificación y profesionalización de las actuales élites políticas y, por otro, con la inexistencia de un sistema de partidos. Muchos de nuestros políticos viven de la política, pero no viven para ella. La política es para ellos, no una causa, sino un modo de vida (Weber). Este hecho implica que su reclutamiento procede, no de los estratos sociales altos, sino más bien de los más bajos. Este es un fenómeno estrechamente asociado a la extensión de la ciudadanía y del sufragio universal a las clases populares. Su procedencia social, a su vez, trae consigo la poca o nula formación universitaria de muchos de ellos o la poca solidez de los que la tienen, lo que, a su vez, dice mucho de la pobreza intelectual de nuestras universidades. A todo esto hay que añadir la actual configuración partidaria que combina partidos sin sistema y políticos sin partido y no llega a constituir un sistema de partidos (Cavarozzi). Esto explica, a su vez, la enorme volatilidad y la inestabilidad de la actual élite política.

La mejora de la calidad del parlamento y de los partidos pasa, no por la exclusión de sus integrantes menos calificados y de los sectores pobres y muy pobres que representan (como afirman los gritos que vienen de la caverna), sino más bien de un proceso general de igualación (hacia arriba) de los ciudadanos en los campos económico, social y político. Es irracional pretender una representación europea en un país (casi) africano. Pese a la poca calidad del parlamento y los partidos, estos son, sin embargo, más representativos que los del pasado. Expresan más el país que actualmente somos y tenemos. No es el parlamento plutocrático de la república aristocrática ni el mesocrático de las aperturas liberales (1930 y 1956) sino que es un parlamento popular que procede de las aperturas democráticas (1978-1980 y 2001). Esto explica la menor calidad y al mismo tiempo la mayor representatividad del Congreso actual. Este es más representativo que los del pasado, pero no es totalmente representativo. Hay sectores sociales (pobres y muy pobres de las áreas rurales) y regiones que no tienen una cabal representación. Esto obedece, sin embargo, más a un defecto del diseño electoral que a una falla de los partidos.

Pese a que es más representativo, el actual Congreso tiene menos poder y es menos importante que los anteriores. Más allá de la supuesta independencia de poderes, el parlamento no llega a ser un poder que sirva de contrapeso al Ejecutivo en un régimen exacerbadamente presidencialista. En los regímenes parlamentaristas y semi-presidencialistas, en cambio, el parlamento es importante porque a través de él se accede al gobierno. La creciente delegación de facultades legislativas al Ejecutivo presidencialista lo debilita aún más. Muchas de sus clásicas funciones (foro público, espacio de negociación, centro de la representación, mecanismo de competencia, lugar de formación de las élites políticas) se han perdido o se han debilitado seriamente. La creciente disminución de poder parlamentario tiene que ver con el debilitamiento general del Estado y con la pérdida de encanto de la política en una época neoliberal. En estos tiempos, la política ha sido oscurecida por la economía; el Estado, destronado por el mercado y los partidos políticos tienden a ser desplazados por los poderes fácticos (empresarios, militares, Iglesia, medios, organismo financieros internacionales). Todo ello acentúa la crisis del parlamento cuya suerte puede cambiar (junto con la de la política y la del Estado) con la crisis actual del capitalismo neoliberal.

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