Notas sobre la clase alta peruana (3)

El gobierno militar del genral Juan Velasco fue explícito en declarar que había que destruir a la oligarquía. Una de las formas de hacerlo fue a través de la reforma agraria, la cual despojó de sus haciendas (y todo lo invertido en ellas) a los gamonales y terratenientes, integrantes del poder económico a través del dominio de la tierra. Lo mismo se hizo con los empresarios pesqueros cuando les confiscaron sus bolicheras, y a muchos industriales con el establecimiento de la “comunidad industrial”. Similar efecto tuvo las medidas confiscatorias sobre las cuentas bancarias en dólares, en valores y la apertura de las cajas fuertes de los bancos. Los militares quisieron destruir el poder económico de este grupo en un afán de romper el antiguo orden social, al que consideraban un rezago colonial y feudal.

Pero la clase alta no desapareció en el Perú sino que fue cambiando su composición. Entre 1970 y 2000, muchos dejaron de estar pero otros se plegaron a ella. Entre los llamados “nuevos ricos” estuvieron quienes procedían del imperio del comercio de subsistencias (como los comerciantes mayoristas de La Parada); los miembros de las Fuerzas Armadas enriquecidos por haber ingresado al desempeño de cargos importantes en las múltiples empresas estatales que se crearon o en las que se nacionalizaron en los 70; los políticos que lucraron del ejercicio del poder y se beneficiaron de algunas prebendas durante los 80 y 90; y no podríamos omitir el caso de muchos que hicieron dinero al vincularse a prácticas ilícitas como el contrabando y el narcotráfico. También se sumaron a este grupo, ahora heterogéneo, empresarios que, gracias a su trabajo honesto, acumularon fortuna en algunos rubros como la minería, la industria textil, los medios de comunicación o el negocio de la construcción. Ellos fueron los que generaron el mayor número de puestos de trabajo. No debemos olvidar, además, que muchas familias vinculadas al sector informal se convirtieron en prósperos empresarios.

Lo cierto es que este grupo treminó reuniendo a gente con mucho dinero que se caracterizó por tener grandes residencias en lugares o barrios exclusivos como Monterrico, Las Casuarinas, La Planicie o La Molina; casas de veraneo en los balnearios del sur, especialmente en las playas privadas; autos de lujo; hijos en colegios caros; servicio particular de seguridad; viajes constantes al exterior, especialmente a Miami, el nuevo punto de referencia de la alta burguesía latinoamericana; y cuentas bancarias en el extranjero. En suma, abundancia en todo aquello que se considera “signos exteriores de riquezas”. Esta nueva clase social quiso reemplazar a la antigua oligarquía, sin embargo, podría decirse que surgió una real plutocracia, pues se esgrimía como elemento de presunción social el dinero. Todo lo anterior no significó la desaparición absoluta de los antiguos integrantes de la oligarquía; hubo quienes salieron o “huyeron” del país y se establecieron en el extranjero (Ecuador, Venezuela o Estados Unidos), pero volvieron al término de la dictadura militar y reasumieron tímidamente su papel directivo en la sociedad, aunque ya con la competencia de los nuevos grupos, con los cuales debieron alternar. A su reingreso buscaron reinsertarse en algunos partidos políticos como Acción Popular, el Partido Popular Cristiano, el Movimiento Libertad o el fujimorismo.


Vista parcial del balneario de Asia, al sur de Lima, nuevo punto de encuentro de la alta burgesía peruana y del arribismo limeño. Para algunos, Asia o “eishia” es la venganza de la elite a la reforma agraria de Velasco.

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Comentarios

  1. MARIA LUISA VARILLAS ARQUIÑIGO escribió:

    Interesante el enfoque histórico que se da a la explicación sobre la ocupación de este espacio geográfico de la periferia sur de Lima Metropolitana.

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