Plazuela de la Buena Muerte


(blog Lima de Siempre)

Ubicada en los Barrios Altos, Juan Bromley calcula que esta plazuela se formó hacia 1745, cuando la congregación de San Camilo recibió la donación de un solar ubicado en la esquina de la antigua iglesia de la Buenamuerte y la calle de la Penitencia; de esta manera, los frailes (liderados por el cura Antonio Valverde y Bustamante) construyeron los nuevos templo y convento, inaugurados ese mismo año, con gran fiesta en la nueva plazuela. Actualmente, este espacio sigue siendo un lugar de distracción y tránsito de peatones, además de aquellos que van en busca de asistencia, tanto en la iglesia como en el Hospital de la Buena Muerte. La plazuela es cuadrangular, de 18 por 22 metros; tiene bancas de cemento, faroles de estilo republicano y piso de lajas. Como dato curioso, debajo de la plazuela hay una galería abovedada con criptas, la cual es accesible sólo desde el convento.

Esta plazuela también se hizo conocida porque aquí nació el conocido restaurante de pescados y mariscos la “Buena Muerte”, en la esquina de los Jirones Paruro y Ancash (hoy está en la cuadra 4 del jirón Paruro), propiedad del inmigrante japonés Minoru Kunigami. Según el testimonio recogido por Mariela Balbi, progresó económicamente y se mudó a los Barrios Altos, más precisamente a la plaza de la Buena Muerte, donde abrió una bodega que adentro tenía un salón. “No quería que se convirtiera en cantina, porque cerca estaba el Estado mayor del Ejército y al mediodía los oficiales venían a tomar su pisquito. Me pedían queso cortado y un día se me ocurrió hacer choritos y caldo de choros”. Poco apoco fue introduciendo todo tipo de platos a base de pescado y la gente quedó fascinada por lo singular de su propuesta culinaria. Ofrecía sashimi, e hizo que sus comensales aprendieran a comer cebiche medio crudo o, como él acertadamente lo denomina: “a la inglesa”. “Lo preparaba con ají monito de la selva, rojo y amarillo, luego salió el limo. También con su poquito de kion. Ajinomoto (glutamato) y ajo”. Todavía lo sirve con nabo, rabanito y pepinillo, “lo hago por el sabor y porque adorna bonito”. Lo cierto es que se hacía cola para entrar, el cebiche volaba y congregaba refinados paladares y aventureros del sabor. Era el restaurante de pescados y mariscos de la época y hasta hoy mantiene su calidad.

Mañana, plazuela de Santa Clara.

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