Notas sobre las mentalidades durante la República Aristocrática, 1895-1919

Durante estos años, las elites miraban a Europa en la vida cotidiana, especialmente hacia París. Lima, por ejemplo, empezaba a transformarse y las avenidas principales, La Colmena y el Paseo Colón, terminaron irradiando una fisonomía francesa que era signo y norte de un modo de existir. De otro lado, el auge de la riqueza generada por la exportación del caucho y el mito del “imperio” pionero de Carlos Fermín Fitzcarrald, que acababa de morir, estaban en su cúspide.

La cultura de la República Aristocrática, entonces, estaba totalmente europeizada o, en otras palabras, afrancesada. En este sentido, la llegada del cinematógrafo, con sus imágenes, trasladaba imágenes del Viejo Mundo a las mentes urbanas, limeñas y de otras ciudades de la costa. Esas imágenes en movimiento hacían posible que la gente pudiera saber cómo eran los países europeos o los Estados Unidos. Podían ver cómo se vestían sus gentes, cómo calzaban, cómo caminaban, qué tipo de sombrero llevaban, cómo eran sus bares o restaurantes y es bastante probable que fue de esta forma como la elite asimiló costumbres y comportamientos. El cinematógrafo, en síntesis, cumplió, una eficaz función -como ahora podrían ser los noticieros y los documentales de televisión- de vehículo de transmisión de estas influencias foráneas, más modernas o “civilizadas”.

El Perú de esa época estaba viviendo lo que Europa había vivido entre los siglos XVIII y XIX. Existía un retraso de los comportamientos sociales respecto de Europa, a pesar de que nuestro orden político, una República “democrática”, era un sistema muy moderno. En otras palabras: las costumbres de las personas, la forma de pensar o la vida cotidiana más bien pertenecían a una sociedad de antiguo régimen. Pero frente a estos esquemas tradicionales, llegaban el cinematógrafo, el automóvil, el teléfono, el aeroplano o las vacunas que fueron lo que la computadora, un producto de punta de la tecnología moderna, representa para el momento actual. Todos estos “avances” o inventos se incorporan aquí como algo postizo, como ocurrió con los ferrocarriles que construyó Henry Meiggs en el siglo XIX.

De otro lado, las élites ejercían sobre los demás grupos de la sociedad una suerte de tolerancia paternalista fruto de la educación y la moral de su tiempo. Asistían a las procesiones, a las corridas de toros, a los paseos por las lomas de Amancaes, a ciertos espectáculos deportivos y también al cine. Eran actitudes típicas de principios de siglo donde los grupos superiores se entremezclaban con el pueblo para obtener legitimidad y consenso.

La moral por esos años era sumamente tradicional. Una moral machista, donde el espacio público (la calle o la política) estaba reservado para los hombres; el espacio privado (la casa), en cambio, era el reino de la mujer. La mujer era una especie de “objeto sagrado” que se conservaba al interior de las paredes del hogar y representaba la virtud y la moral de una familia. Sin embargo, poco a poco, la llegada de las imágenes a través del cine o las revistas introdujeron nuevos comportamientos. Las nuevas actitudes amorosas, por ejemplo, que los peruanos pudieron ver en el cinematógrafo afectaron profundamente las relaciones entre hombres y mujeres. Si hasta 1900 las mujeres llevaban vestidos muy largos y los hombres trajes muy pesados, poco a poco la gente se va a despojar de todo lo que es indumentaria inútil, inadecuada para establecer una mejor relación el tipo de clima de la costa. Se inicia una especie de racionalización de la vida cotidiana, es decir, la gente quiere comportarse de manera más práctica.

LA “belle epoque”.- Nacida en Europa, fue una expresión nostálgica, retrospectiva. Los europeos echan de menos la época anterior a los horrores de la Primera Guerra Mundial. Evoca el período entre 1890 y 1914 de una Europa próspera que todavía conserva la paz. Y la época es “bella” porque la civilización del Viejo Mundo es todavía la más refinada e influyente del planeta. Un tiempo donde los aristócratas vacacionaban y buscaban placer en Niza o Biarritz. La burguesía, por su lado, vive en sus edificios señoriales de las grandes ciudades; compra los primeros automóviles, descubre los baños de mar y la emoción en los casinos. Fue también la época de los pintores vanguardistas que encarnan la creación lúdica. A las muchedumbres urbanas, por último, la sociedad le propone los primeros ocios de masas (como la práctica del deporte). Sin embargo, esta época no fue “bella” para todos. Cientos de barcos repletos de inmigrantes seguían la ruta hacia el gran sueño americano. Eran personas a quienes la “prosperidad” les negaba un lugar. Los menos afortunados, los que se quedaron, tuvieron que sobrevivir en medio de las hambrunas campesinas de la Europa oriental o trabajar, como topos, en los centros mineros. El Perú, especialmente Lima, vivió, a su manera, la belle epoque. Fue una locura, sobre todo entre los jóvenes de la élite y la clase media quienes sentían inconformidad ante esa sociedad aburrida y sin emociones. Por ello los automóviles, los cafés, una vida nocturna más prolongada -desde que se instaló la luz eléctrica-, y los nuevos vicios como los fumadores de opio en el barrio chino, le dieron a la Capital una nueva vida.


Frontis del famodo “Palais Concert” de Lima

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