El 4 de mayo de 1949, hace hoy 60 años, cambió la historia del fútbol. No hablamos sólo del calcio, que se hundió en su noche más negra, sino de cualquier fútbol imaginable: ese 4 de mayo, a las 17.03, terminó un relato y comenzó otro. Si el trimotor Fiat que transportaba al mejor equipo del planeta, el Gran Torino, no se hubiera estrellado contra los cimientos de la basílica de Superga, a apenas 20 kilómetros de casa, es muy probable que no hubieran existido ni el maracanazo del Mundial de 1950 ni la posterior hegemonía brasileña. Tal vez Italia habría sido la primera selección tricampeona, con tres títulos consecutivos. Tal vez el Juventus de Turín sería hoy una institución menor, peleando en las divisiones inferiores. Tal vez desconociéramos la palabra catenaccio y el calcio simbolizara el fútbol ofensivo. Tal vez.
El Gran Torino nunca fue llamado Torino a secas. El principal club de Turín (la familia Agnelli no había adquirido aún el Juventus) proponía algo más que un fútbol maravillosamente ofensivo: encarnó, junto a los ciclistas Coppi y Bartali, el fin de la pesadilla del fascismo y la guerra. El presidente, Ferruccio Novo, ex jugador y ex entrenador, empezó a construir una formación legendaria en 1942, en plena guerra, con el fichaje de las dos estrellas del Venecia, Mazzola y Loik. Esa temporada, 1942-1943, ganó el scudetto. El campeonato, sin embargo, no se jugó la temporada siguiente. Italia se sumergió en una terrible mezcla de doble invasión (los aliados por el sur, los nazis por el norte), de guerra civil (fascistas contra partisanos) y de vacío de poder. No hubo competición hasta 1945. Para entonces, el Gran Torino ya era irresistible.
El equipo grana jugaba con una absoluta furia ofensiva. Había sido diseñado por el director técnico Ernst Ebstein, un húngaro de origen judío que, a causa de las leyes raciales, había tenido que trabajar en la clandestinidad y, pese a todo, acabó en un campo de concentración, del que pudo huir de forma casi milagrosa. Ebstein no quería defensas. De hecho, el Gran Torino jugaba con dos centrales muy técnicos, Ballarin y Maroso, y los cinco centrocampistas típicos del sistema inglés, dirigidos por Valentino Mazzola. Su leyenda se hizo sólida en la temporada 1947-1948 con 125 goles en 40 partidos. Hubo uno especialmente asombroso, contra el Roma. El equipo visitante, el Gran Torino, llegó al descanso perdiendo por 1-0. En el vestuario, los granas decidieron dar una lección a los romanos: volvieron al césped y marcaron siete tantos en 20 minutos. Ése era el Gran Torino de las cinco Ligas consecutivas.
Vittorio Pozzo, el seleccionador que ganó para Italia los Mundiales de 1934 y 1938 (con la inestimable ayuda de Mussolini y de los árbitros), había asesorado a Novo y Ebstein en su política de fichajes. Después de la guerra, montar una selección le resultó sencillo: ocho miembros del Gran Torino (Bacigalupo, Ballarin, Castigliano, Loik, Maroso, Mazzola, Menti y Rigamonti) eran titulares indiscutibles; en ocasiones, como en su victoria contra la mítica Hungría, la nazionale azzurra alineaba a diez jugadores granas. Italia se perfilaba como la gran favorita para el Mundial de 1950, en Brasil.
El 3 de mayo de 1949, el Gran Torino viajó a Lisboa para disputar un partido amistoso contra el Benfica. Mazzola, el gran capitán grana, había exigido participar en la despedida de su amigo Francisco Ferreira, capitán del equipo lisboeta y de la selección portuguesa. Tras el encuentro, concluido con victoria del Benfica por 4-3, la expedición embarcó en un avión rumbo a Barcelona. En Italia se habían quedado el presidente Novo, acatarrado, y un chavalín húngaro inmensamente triste porque el Gran Torino, tras varios partidos de prueba, había rechazado su fichaje. El chaval se llamaba Laszlo Kubala. Desde Barcelona, el Gran Torino siguió su viaje hacia Turín. El avión estaba a menos de cinco kilómetros del aeropuerto cuando, entre una espesa niebla, se estrelló contra la basílica de Superga, donde la familia real italiana enterraba a sus difuntos. Los 31 ocupantes del trimotor murieron en el acto.
Los funerales por el mejor equipo que ha visto Italia y uno de los mejores que ha visto el mundo congregaron a un millón de personas en Turín. En ese momento, a falta de cuatro jornadas, el Gran Torino llevaba cuatro puntos de ventaja al Inter. Los demás equipos decidieron alinear a los juveniles, como se vio obligado a hacer el Torino, el resto de la temporada. Ése fue el scudetto póstumo.
Sabemos lo que ocurrió después. Gianni Agnelli, el fundador de la Fiat, había comprado el Juventus en 1947 y aprovechó el inmenso vacío abierto en Superga para crear un equipo campeón. La temporada siguiente, la que había de convertirse en Vecchia Signora ganó el scudetto y empezó a forjar su propia historia. Ya era otro fútbol. El seleccionador Pozzo tuvo que viajar al Mundial de Brasil (en barco) con una alineación de circunstancias y un sistema ultradefensivo, que caracterizó al calcio en las décadas siguientes.
La historia de la tragedia tuvo un hermoso corolario en 1960. Sandrino Mazzola, el hijo de Valentino, que tenía seis años cuando murió el Gran Torino, acababa de fichar por el Inter. Era un chico de 18 años. Y le tocó enfrentarse al Real Madrid, campeón de Europa. Ganó el Madrid. Tras el partido, Puskas se acercó a Mazzola, le dio la mano y le dijo unas palabras: “Yo conocí a tu padre y jugué contra él. Creo que eres digno de ser su hijo”. Mazzola, como es lógico, se echó a llorar.
Adaptado de El País (04/05/09)
Imagen de la tragedia
Los funerales del equipo