Al igual que San Martín, el curso de los acontecimientos en la América española hizo que Bolívar oriente su pensamiento a posiciones cada vez más autoritarias y pesimistas con respecto al carácter de los americanos. En efecto, alarmado por la anarquía desatada por las guerras de independencia, intentó frenar el desorden mediante una serie de proyectos y constituciones autoritarias, es decir, a una nueva versión de Despotismo Ilustrado.
Ya en 1815, en su conocida “Carta de Jamaica”, había confesado: los acontecimientos de la Tierra Firme nos han probado que las instituciones perfectamente representativas no son adecuadas a nuestro carácter, costumbres y luces actuales. Más tarde, en el Congreso de Angostura, celebrado en 1819, declaraba: La libertad indefinida, la democracia absoluta son los escollos adonde han ido a estrellarse todas las esperanzas republicanas… Que el poder legislativo se desprenda de las atribuciones que corresponden al ejecutivo. Así mostraba Bolívar su desilusión.
Desde muy temprano, se dio cuenta de que las ilusiones democráticas y republicanas eran incompatibles con la realidad americana. En la América española no había homogeneidad de razas, y la violencia y el analfabetismo latían entre los grupos populares. Para Bolívar, era necesaria esta apreciación realista de la sociedad para, a partir de allí, diseñar un programa de gobierno capaz de elevar las condiciones de vida: abolir la servidumbre de los indios y la esclavitud de los negros, fomentar la instrucción pública, y repartir la tierra entre los soldados y los indios alentando la propiedad privada y el libre comercio. La duda y el pesimismo de Bolívar fue si las clases altas iban a tolerar estos cambios y ver afectado su dominio tradicional.
Pero en el fondo, también desconfiaba de los indios y la gente de color. En 1826, al ver la anarquía desatada en su natal Venezuela, escribió: No hablaremos de los demócratas y de los fanáticos; tampoco diremos nada de los colores, porque al entrar en el hondo abismo de estas cuestiones, el genio de la razón iría a sepultarse en él como en la mansión de la muerte… Un inmenso volcán está en nuestros pies… ¿Quién contendrá a las clases oprimidas? La esclavitud romperá el yugo; cada color querrá el dominio.
Es por estas razones que Bolívar diseñó un proyecto autoritario para los países que había independizado. La llamada Federación de los Andes debía unir en un gran estado a la entonces Gran Colombia, Perú y la recién creada Bolivia. El proyecto, sin embargo, era más bien modesto, pues la idea original contemplaba la unidad política de toda América Latina. Pues bien, esta “Federación de los Andes” debía ser regida por una Constitución Vitalicia. En ella, el poder ejecutivo no sólo era fuerte y vitalicio, sino que además el presidente vitalicio -que no iba ser otro que el propio Bolívar- tenía la autoridad de elegir a su sucesor. Bolívar redactó: esta suprema Autoridad debe ser perpetua para evitar las elecciones, que producen el grande azote de las repúblicas, la anarquía.
Plaza Bolívar en Lima (1910)
Dotado de una gran inteligencia y de una personalidad avasalladora, Bolívar vino al Perú con muchas de estas ideas. Su presencia aquí fue muy polémica. A diferencia de San Martín, lo primordial para él era ganar la guerra contra los realistas. Esa fue su primera preocupación, luego vendrían los proyectos políticos. Por ello, no se detuvo ante nadie ni ante nada. Persiguió a sus opositores, especialmente a algunos miembros de la aristocracia peruana -como Riva-Agüero y Torre Tagle- quienes no toleraban su autoritarismo ni su idea de integrar al Perú a la Federación de los Andes.
La etapa bolivariana fue definitivamente el momento más dramático de nuestra guerra por la independencia. El Perú, ya desgastado económicamente, tuvo que seguir financiando esta empresa. Los cupos o contribuciones de guerra exigidos por ambos bandos, ya sea en dinero o en “productos” (alimentos, joyas, esclavos), aumentaron a niveles intolerables.
Quizá un último aspecto que destacar en Bolívar sea su apreciación realista de la guerra con España. A diferencia de San Martín, él no vino aquí con esa actitud romántica de tratar de convencer o ganar una “guerra de opinión”. No rehuyó el combate y, desde el comienzo, se preparó para la batalla final. Por ello, fue polémico y ocasionó reacciones encontradas. Parte de esto se podría comprender teniendo en cuenta que Bolívar venía de una realidad muy distinta a la nuestra. Venezuela no era tan compleja como el Perú. Por otro lado, su estilo intenso y avasallador contrastaban con el temperamento de los peruanos, más reservado y poco comunicativo.