El hecho de que niños, de muy corta edad, comiencen a aparecer en las revistas de principios del siglo XX es todo un cambio respecto a la mentalidad de los adultos frente a la infancia. En primer lugar, la paulatina disminución de la mortandad infantil, en los sectores altos y medios de la sociedad urbana, gracias a los avances de la medicina y la higiene, hace que se difunda una imagen idílica, feliz y optimista de la niñez. La sociedad quiere exhibir a sus niños bien vestidos, bien peinados, bien alimentados. Es todo un síntoma de que la infancia era merecedora de la atención de los adultos, fomentando la atención por el proceso de crecimiento y no solo por el resultado del mismo. La educación y la salud de los niños era parte del interés colectivo por el progreso, idea tan destacada por las elites de la época. De la mano del pensamiento de Rousseau, la crianza de los niños era un asunto prioritario de los padres. A las madres, en particular, se les invitaba a renunciar a los placeres mundanos para gozar de las alegrías que deparaba el cuidado de los hijos; y a los padres se les trataba de persuadir de que el jugar con los hijos pequeños y observar de cerca su desarrollo no atentaba contra su dignidad u hombría. Como sabemos, Rousseau partió de la idea de que los niños nacen buenos, con capacidad de razonar, y de que sus virtudes naturales solo necesitan ser desarrolladas.
También entre las clases medias y altas está el concepto del hogar como nido, el gran vivero de las virtudes. No aislar a los niños, como antes se hacía, en habitaciones apartadas sino dejar que padres e hijos formen un gran círculo compacto en los salones de la casa y en la cocina. Leer en voz alta, educar ellos mismos a los niños, dejarlos participar en las decisiones de la familia y fomentar el trabajo manual: se esperaba que los jóvenes así educados fueran buenas personas. La política de los padres es lograr que su hijo piense que el hogar es el lugar más feliz del mundo; imbuirles este precioso sentimiento es uno de los regalos más valiosos que el padre puede hacer. Una infancia feliz es la mejor preparación posible para la realidad y las penalidades del resto de la vida.
La imagen corresponde a la familia Ugarte (Cuzco, 1921) y pertenece al fotógrafo Martín Chambi.