Contaba el historiador Jorge Basadre, en sus conversaciones con Pablo Macera, que Nicolás de Piérola, ya anciano, recibía en su casa de la calle El Milagro a jóvenes para hablar sobre el país y su trayectoria política. Le había llegado la versión que el viejo caudillo decía que, cuando le preguntaban por qué no se defendía de los ataques que recibía por su actuación durante la guerra con Chile, prefería guardar silencio, que como peruano no quería verse en la obligación de exponer temas muy vergonzosos o desagradables.
Creo, como historiador, que ya es tiempo de hacer una reparadora autocrítica de lo que le sucedió al Perú en la coyuntura de la década de 1870, que culminó con la debacle de la pomposamente llamada Guerra del Pacífico, que no fue nada más que una guerra por el salitre. La historia oficial, aquella historia “patria”, quiso maquillar los hechos victimizando al Perú, presa de un histórico expansionismo chileno, y cuya dignidad solo pudo salvarse con la inmolación de sus héroes, motivo de orgullo nacional. Toda esta trama se tejió intencionalmente, tratando de ocultar o pasar por alto, en la medida de lo posible, a los responsables de esta debacle, a pesar de las denuncias de Manuel Gonzáles Prada o de las mismas Memorias de Cáceres, en las que se reseña cómo algunos peruanos colaboraron en el repase a los campesinos heridos que peleaban junto al caudillo de la Campaña de la Breña.
La vergüenza nacional por la derrota y la posterior frustración o impotencia frente al tema del plebiscito de Tacna y Arica hicieron que el recuerdo de los héroes sea mayúsculo y que los mismos historiadores, en sus relatos de la guerra, se cuidaran, en la medida de lo posible, de que no saltara la pus en sus textos. Esta versión se instaló no solo en el ámbito académico sino también en el discurso del espacio público y, obviamente, en los textos escolares. Y así hemos vivido, casi hasta hoy.
Todo ejercicio de autocrítica debe empezar por dejar de cargar la responsabilidad al otro. Empezar, por ejemplo, en reconocer públicamente, y no en cerrados círculos académicos, los terribles errores geopolíticos que cometió la clase política peruana de 1870, como fueron la nacionalización del salitre o la firma del innecesario (y torpe) tratado secreto con Bolivia llevadas a cabo por el gobierno de Manuel Pardo; se trató de medidas de exclusiva responsabilidad nuestra, pues nadie nos empujó a tamaño despropósito, y sus consecuencias fueron nefastas. Le dimos a Chile los pretextos perfectos para que estallara la crisis en 1879, y no solo respecto al Tratado sino que los sureños entendieron que Hilarión Daza, luego de decretar el impuesto de los 10 centavos, declarara también la nacionalización de su salitre “empujado” por el Perú. En su momento, como reconoce el mismo Basadre, los salitreros peruanos advirtieron, sin éxito, a Pardo sobre la inconveniencia de su política frente al salitre.
Otro tema que no se aborda con objetividad es el tema de la defensa. Es cierto que Pardo anuló los contratos para la construcción de un par de blindados que había ordenado Balta en astilleros ingleses, debido a una adquisición similar que había efectuado Chile. También es cierto que Pardo redujo considerablemente los gastos de defensa debido a la crisis fiscal. Pero lo que no se dice es que el “expansionista” Chile hizo lo mismo, debido a la recesión económica que afectó a toda la región, en parte, por la crisis de la bolsa de Londres, en 1873. Allá también se redujo el gasto en defensa, se disminuyó el número de movilizables y el gobierno dio órdenes a sus representantes en Europa de poner a la venta al menos uno de los blindados que había mandado construir; todo eso está documentado. Recordemos que la versión peruana insiste en que uno de los factores de la derrota en la campaña naval fue la diferencia que marcaron los blindados Cochrane y Blanco Encalada frente a las naves peruanas, incluidos, por supuesto, los casi inservibles monitores Manco Cápac y Atahualpa, adquiridos irregularmente por el personaje que nos convoca esta noche, como bien lo reseña el autor del libro.
Y entre otros temas, los peruanos parecemos no querer enterarnos, por ejemplo, que, debido a que no había gobierno, durante los dos días que transcurrieron entre la derrota en Miraflores y el ingreso de las tropas chilenas a Lima no sólo hubo desmanes con asaltos a negocios e incendios a locales de chinos, acusados injustamente de la derrota, sino también un primer saqueo de edificios públicos, incluida nuestra sufrida Biblioteca Nacional. Tampoco queremos reconocer que, según diversos documentos, durante la ocupación de Lima, se desató un mercado negro de tráfico objetos de arte, en el que precisamente no participaban generales o soldados chilenos. Dicho de manera más clara: no todo el patrimonio cultural, incluido el bibliográfico, que desapareció durante la guerra se fue a Chile, y gente como Ricardo Palma lo sabía.
El libro que nos convoca esta noche va en esta dirección de la autocrítica y debemos felicitar al autor por la copiosa reunión documental que apoya al texto. Creo que es uno de los aspectos más relevantes del libro. Podemos estar de acuerdo o no con algunas de sus conclusiones o interpretaciones, pero no podemos regatear el hecho de que éstas se basan en una paciente recolección empírica, no solo en archivos peruanos y chilenos, sino también de británicos y norteamericanos. Eso ya es un logro. Víctor Andrés se ha convertido en un congresista del siglo XIX, pues ha utilizado todas sus habilidades fiscalizadoras como parlamentario de nuestros tiempos a rastrear la fortuna privada de un personaje que, siendo Presidente, abandonó el país en su hora más crítica. Esta inaceptable deserción es otro de los temas centrales del libro.
Un punto que quisiera destacar, y que lo he tratado en tiempos de la guerra de la Independencia, es el comportamiento de los “actores sociales”, ya sea de manera individual o colectiva, durante un conflicto. En el caso de la guerra con Chile, se trata de un tiempo relativamente largo, pues el conflicto duró más de lo esperado, en parte porque el Perú no quiso firmar la derrota luego de la campaña del sur: fueron 5 años agobiantes, si tenemos en cuenta que el ejército chileno recién abandonó el Perú en 1884, para sostener el gobierno de Iglesias y garantizar el cumplimiento del Tratado de Ancón.
Cuando estalla un conflicto, el comportamiento de los actores sociales es muy complejo, y las motivaciones de sus acciones no solo obedecen a principios políticos o ideológicos, en este caso nacionales o “patriotas”, sino también procuran, en lo posible, salvar su patrimonio, ver la seguridad de su familia. No todos están dispuestos a inmolarse, como lo demuestran tantos conflictos en la historia contemporánea, incluso en esta época romántica y nacionalista del siglo XIX. Al momento de defender sus intereses, aunque sea muy poco el patrimonio, el nacionalismo pasa a un segundo plano.
Para el señor Prado la guerra fue la peor de las noticias, como él mismo reconoció. Tenía muchos intereses en Chile, como documenta detalladamente el libro que presentamos. Cabe recordar que hasta 1879, con el país de la región con el que teníamos más relaciones y contactos de todo tipo era con Chile; y no solo Prado tenía negocios allá sino, por ejemplo, muchos salitreros peruanos, como Guillermo Billinghurst, quien también ha merecido recientes estudios muy bien documentados. Esta es una interesante línea de investigación, pues también varios empresarios chilenos, con intereses en el Perú, se vieron afectados.
Respecto al señor Prado, ya sabemos qué escogió, como otros también lo hicieron. Hubiera preferido declara la neutralidad del Perú frente al problema entre Chile y Bolivia, pero el tratado secreto y el fanatismo nacionalista que algunos se encargaron de exacerbar en 1879 lo empujaron a la guerra. Él, como pocos, sabían que el país no estaba preparado, por ello allí están sus telegramas ordenando a nuestros representantes en Europa la compra urgente de armamento, mientras hacía tiempo enviando a José Antonio de Lavalle a una misión que sabía no tenía ninguna posibilidad de éxito. Si leemos atentamente las Memorias de Lavalle, nos daremos cuenta cómo Prado casi no le dio crédito a lo que podía lograr su Embajador Plenipotenciario en su viaje a Santiago. La versión chilena que afirma que la Misión Lavalle era una estrategia para ganar tiempo, lamentablemente, es cierta. La deserción de Prado también se explica porque temía por su vida, por la creciente amenaza del movimiento insurrecto de Piérola.
Hoy presentamos El Expediente Prado pero, para ser justos, otros “expedientes” también debieran ser estudiados y publicados, y tener así una visión más amplia del conflicto que estalló en 1879. Me refiero, por ejemplo, al “Expediente Piérola”, otro de los personajes claves del periodo y que ha pasado en la memoria colectiva relativamente bien, en parte porque hizo un medianamente aceptable gobierno entre 1895 y 1899. Sin embargo, como bien lo ha documentado el trabajo de Alfonso Quiróz, en su libro Historia de la corrupción en el Perú, publicado el año pasado, la actuación del conspirador arequipeño fue más que lamentable, y no solo por su errática estrategia en la defensa de Lima y su rocambolesco gobierno en las alturas ayacuchanas.
Prado huyó, pero Piérola, durante su dictadura, siguió comprando armas y municiones muy costosas y en ocasiones defectuosas a Grace Brothers & Co., así como a otros proveedores. Gracias a estos negocios, se hizo muy amigo de M.P. Grace, como lo revela su correspondencia. Durante su gobierno, Piérola impuso decisiones financieras muy nocivas que aceleraron la debacle militar. Encontró, como anota Quiroz, excelentes oportunidades para malversar y saquear los fondos destinados a la defensa nacional Nunca presentó cuentas o registro oficial para justificar los retiros de dinero, entre 95 y 130 millones de soles en un año de dictadura. Una investigación oficial llevada a cabo en 1884 encontró que durante la guerra hubo irregularidades extremas en el manejo de los fondos, pero no hubo sanción alguna.
Piérola también huyó, pero su itinerario fue distinto. Primero lo hizo al interior, a la sierra ayacuchana, sometiendo a diversas aldeas y pueblos a expoliaciones para recuperar su caudal político. No le sirvió, por lo que tuvo que dejar el país en marzo de 1882. Se fue a París, gracias a los fondos y hospitalidad de su amigo Dreyfus, que le apoyaría en otra campaña para volver al poder cuando las condiciones así lo permitieran. Su amigo Grace también lo apoyó, con “préstamos” en reconocimiento por sus pasados servicios y con la expectativa de su regreso a la presidencia.
Esperando, entonces, la aparición de otros “expedientes”, saludamos el libro de Víctor Andrés, que merece una lectura detenida, sin tempranas conclusiones producto de una revisión apresurada. Hemos de tomarnos tiempo para digerir cuidadosamente su trabajo y analizarlo con seriedad, con sentido académico, sin apasionamientos nacionalistas, que nublan el entendimiento. Muchas gracias.
Nota.- Este texto fue leído por el autor de este blog el día de la presentación del libro de Víctor Andrés García Belaunde (Feria del Libro de Lima, 1 de agosto de 2014).
Excelente comentario. Como bien señalas es tiempo de hacer una autocrítica, pero no en un sentido general sino de cada unos de actores individuales y grupales.
Estimado Juan Luis:
Más esfuerzos similares para sincerar la historia del Perú deben ser difundidos en otros foros que no sean meramente académicos.
El gran reto de los historiadores es ‘traducir’ sus hallazgos en 2 frentes: los libros escolares y la capacitacion de profesores de CCSS en la secundaria. No desmerezco la labor de comunicación realizada por ti – y que es un gran aporte de difusion – pero el estudio concienzudo y persistente en la adolescencia y juventud es el que queda en la sensibilidad de una persona. Claro está que estos discursos deben ser explicados y analizados por profesores con probada calidad docente, sino el sentido de lo afirmado puede desdibujarse peligrosamente.
Ese ‘circulo virtuoso’ entre academia y escolaridad es la gran brecha que permitirá reconocernos a nosotros mismos como lo que somos a partir de nuestra realidad pasada, sin apasionamientos.
Felicito sinceramente tu comentario al libro, que leeré a la brevedad.
Saludos,
Sobre “El expediente Prado”
Discrepar para comprender
(Leopoldo Zea)
Queremos detenernos en uno de los tantos aspectos que V.A. García Belaunde desarrolla en su libro “El expediente Prado”. El “viaje de Prado”, para emplear una expresión aséptica para este acontecimiento histórico, no se puede comprender adecuadamente sin conocer el contexto político que en diciembre de 1879 va a terminar con la ausencia del Presidente.
Por un lado, la actitud un tanto esquizofrénica del Partido Civil frente al gobierno de M. I. Prado, que tan magistralmente lo ha estudiado Ulrich Mücke (Mücke, 2010, 210-239). Por otro lado, el accionar de Nicolás de Piérola en el sentido de intentar tomar el poder por la fuerza. Como bien señala Armas Asín, la actitud de don Nicolás de Piérola era de calculada paciencia, porque solo era cuestión de esperar la pronta caída del régimen de Prado: “Creyeron poder manejar, dominar, al rebelde, y luego incorporarlo a su sistema de alianzas públicas, pero al final (octubre) no se dejó. Fue un amargo despertar, pues quisieron escapar del copamiento civilista y terminaron primero entregados al mismo civilismo (28 al 31 de octubre) y luego quedándose solos” (Armas, 2010, p. 130)
El “viaje de Prado” (18 de diciembre de 1879) era el final de una serie de desencuentros entre los principales actores políticos peruanos, personas e instituciones, en un periodo tan convulso como puede ser el de una guerra internacional y con un enemigo en pleno avance victorioso. Fue el simple cumplimiento de una muerte anunciada para un régimen al cual se le había ido de las manos la conducción política del país. Como dice Mücke:
“Solo a finales de 1879, cuando el gobierno había perdido la mayoría de sus instrumentos de poder debido a la Guerra con Chile, uno de los levantamientos de Piérola, tuvo éxito”. (Mücke, U., 2010, p. 296).
Más allá de si la resolución legislativa del 9 de mayo de 1879 era o no legítimamente válida para autorizar a Prado a salir del país, que es un tema muy debatible, sin embargo las en las cruciales circunstancias, tanto bélicas como políticas y económicas, que atravesaba el Perú, no era oportuno dicho viaje porque se podían producir, que fue lo que acaeció, consecuencias nefastas para la dirección de la guerra y del propio país. Algo más, que refuerzan la inexplicable conducta del presidente Prado: sus más cercanos allegados y colaboradores le expresaron la inconveniente de dicho viaje. Su Ministro de Hacienda y Comercio, José María Químper, como su Vicepresidente, general Luis La Puerta, le hicieron saber lo totalmente inconveniente del viaje. Sin embargo, estos mismos allegados no vieron en dicho viaje una ilegalidad.
A pesar de todo lo anteriormente señalado, sin embargo consideramos un exceso la versión de esta decisión, verdaderamente sin pie ni cabeza, como de cobarde huida que V. A. García Belaunde comparte y que, no siendo nada nueva, él la matiza considerándola no solo una cobarde huida sino además una decisión propia de un persona súper egoísta que ponía por encima de los intereses de la nación, que él personifica en cuanto su Presidente, sus intereses personales, sus intereses económicos empresariales, los cuales estaban estrechamente vinculados con sus propiedades y negocios que poseía en Chile. ¿Cuál fue el motivo profundo de la irracional decisión de M.I. Prado?
Sabemos que no es cierto lo de la perturbación mental, sugerida en el editorial de El Comercio, publicado al día siguiente de la salida de Prado. Sin embargo, es innegable que Prado debió haberse visto sobrecargado de las responsabilidades que como Jefe de Estado asumía en la evolución de la guerra que él, como hemos visto, desde el principio la consideró perdida. De allí a tomar la decisión tan irracional que tomó solo debió existir un paso. Consideramos que solo queda como explicación su desesperación ante el avance arrollador chileno que lo obnubiló, que no escuchó las razones que le dieron por lo menos dos de sus más allegados políticos en el sentido de lo inconveniente del viaje que se proponía realizar. Prado, viéndolo con ojos benévolos, no estuvo a la altura que su puesto como Presidente del Perú, exigía de él. La triste realidad de la guerra lo obnubiló y tal vez pensó que podía repetir el éxito de su viaje de 1876. Craso error. Y por ello, imperdonable.
El haber escudriñado V. A. García Belaunde en una gran cantidad de archivos, nacionales y extranjeros, nos permite tener hoy, entre tantos otros aspectos que García Belaunde ha investigado, y que leemos en su libro, un mejor conocimiento sobre los negocios de M. I. Prado. El Expediente Prado es un libro para leer con sumo detenimiento y cuidado. Como señala Carmen McEvoy, quien prologa el libro, se puede discrepar con el tono de este libro, “claro ejemplo de la literatura de denuncia” (p. 14) pero no se puede desconocer que es un imprescindible, apasionante y apasionado libro sobre M. I. Prado y el imperio económico que él fundó.
Otro libro obligado en la secundaria, así como, La ciudad y los perros, o El quijote de la Mancha, excelente libro para entender la composición e idiosincrasia de la sociedad cultural y política de aquella época, y compararla con la actual, igual pero mas maquillada y rejuvenecida con algunas "MEJORAS Y VARIANTES", ruego a Dios que sigan saliendo mas "EXPEDIENTES", no los dejen en el tintero, gracias V.A, Belaunde
M. I. Prado salió con permiso del congreso a tramitar personalmente la compra de barcos debido embargo impuesto por Inglaterra a la venta de armas al Perú. Inglaterra aludió neutralidad y detuvo dos barcos comprados por Perú en Alemania que llegaron a Inglaterra a cargar carbón y así permanecieron hasta después de la guerra. Sin embargo, Inglaterra si vendió barcos mercantes cargados de armas que luego fueron montados en Chile como barcos de guerra .Inglaterra incentivó el armamentismo chileno desde 10 años antes de la guerra y fue quien más se benefició con el salitre. No olviden que M. I. Prado perdió durante la guerra a tres de sus hijos Grocio, Justo y Leoncio Prado. La versión de que Prado se desertó y robó el dinero de los barcos fue la mentira que creó Piérola para justificar su golpe de estado. Piérola fue quien dividió el ejército colocando civiles partidario de él como coroneles que fueron completamente ineptos en el ejército. Hasta ahora no sé cuál será el parentesco entre Víctor Andrés García Belaunde y Agustín Belaunde, el traidor coronel que antes fue un civil impuesto por Piérola a cargo del batallón Cazadores de Piérola en Arica y que desertó días antes de la batalla cruzando entre las líneas enemigas sin ser detenido y al que años después Piérola nombró como diputado a pesar de sus antecedentes. Pueden partir buscando información en Wikipedia http://es.wikipedia.org/wik… http://es.wikipedia.org/wik…
Estimado señor Orrego, cierto es que habría que escribir varios expedientes aparte de El Expediente Prado. Necesitaríamos libros similares que analicen en profundidad el accionar de Piérola, Pardo, Balta, Iglesias, etc. Pero lo realmente resaltante en este libro es que V.A. García Belaunde demuestra documentariamente y de manera irrefutable que el gran actor de nuestra derrota con Chile fue M.I. Prado. La razón es obvia, en el peor momento para el Perú, y como consecuencia de su corrupto accionar se propuso hacerse de una gran fortuna, nos privó de monitores, armas y recursos que buena falta nos hicieron a la hora de enfrentarnos con el bien preparado enemigo del sur. Cierto es que la corrupción en nuestros gobiernos no son exclusividad de M.I. Prado, más bien se trata de un cáncer que nos llena de vergüenza, ya que la gran mayoría de los presidentes peruanos se forran en dinero, sin importarles un comino el “que dirán” que los acompañará por el resto de sus vidas. Así tenemos que no solo se hacen de fortunas, sino que obnubilados por el hambre de poder, vuelven a postular a la presidencia y por lo menos en un caso, hace muy poco, un presidente corrupto se ampara en la prescripción para volver al Perú y ganar la presidencia, por la lacra que es nuestra escasez de políticos creíbles y capaces. Volviendo al tema del libro, el desempeño de M.I. Prado no puede apañarse en modo alguno por la terrible incapacidad e irresponsabilidad de sus antecesores y sucesores en la presidencia de la República. El libro de Garcia Belaunde nos deja sin duda alguna que M.I. Prado le robó al Perú y nos llevó a la perdición al ni siquiera tener la habilidad suficiente de sacudirnos de la inútil “alianza secreta” con Bolivia, país que fue un actor prácticamente pasivo durante la desgraciada guerra. El inmenso poder del imperio Prado fue actor principal en acallar la culpa y el vergonzoso accionar de su fundador y por años se nos vendió el cuento del “viaje para comprar armas”. Para coronarnos como el pueblo inepto que somos elegimos (no una sino dos veces) como presidente de la Republica nada menos que al hijo del hombre que nos traicionó y huyó para su pura conveniencia personal y siguiendo su agudo cálculo económico."Un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla". Un libro muy valioso, del que puede extraerse muchas lecciones y que definitivamente debería estudiarse en los colegios.