Plazuela de San Francisco


Una imagen de la plazuela en el siglo XVII

Esta tradicional plazuela, casi de las dimensiones de una plaza, está debidamente documentada. Ya el padre Bernabé Cobo, quien llegó a Lima en 1598, escribió que la iglesia de San Francisco era muy grande, con un cementerio y una plazuela adelante. También tenemos noticias que, en 1602, el guardián del convento de los franciscanos, fray Benito de Huertas, pidió licencia al Cabildo para ampliar el cementerio y así convertir la placeta en un lugar más vistoso para la ciudad. Sin embargo, las peticiones de los franciscanos tropezaron con las protestas del capitán Juan de Vargas y Venegas (casado con Elvira de Ribera y Alconchel, hija del primer alcalde de Lima, Nicolás de Ribera) quien, según Juan Bromley, “manifestó que la plazuela fue hecha a costa de la hacienda de su abuelo y del padre de dicho capitán. Agregó que en ella se solían hacer fiestas, juegos de cañas u de toros y que por caridad se les permitió a los religiosos franciscanos que tomaran parte de la plazuela para formar el cementerio; y que con lo que se pretendía ejecutar desaparecería la plaza con perjuicio público”. Al final, se impusieron los intereses de los franciscanos y el cabido cedió. Más adelante, en 1670, la plazuela, que ya contaba con su pila al centro, fue empedrada para mejorar su limpieza y el ornato de aquel sector de la ciudad. También sabemos que este lugar sirvió para presenciar los autos sacramentales escenificados en el atrio de la iglesia; aquí funcionó, finalmente, no solo un mercado de abastos sino también el más importante mercado de venta de esclavos negros durante el Virreinato (los vendedores de esclavos levantaban un tabladillo para “exhibir” a los negros bozales o ladinos). Es la única plaza o plazuela de la ciudad que tiene tres iglesias: San Francisco, la Soledad y el Milagro. Últimamente, la Pontificia Universidad Católica exhibió “El gran teatro del mundo, de Calderón de la Barca, en el atrio de San Francisco”.

Según los recuerdos de Pedro Benvenuto, La vida de la plazuela es animada y alegre. Temprano la despiertan el toque monacal de los maitines y los militares sones de la diana cuartelera. Más tarde, después del matinal saludo a la bandera, van llegando las carretas que tienen aquí sentada su estación… Casi ningún hombre escapa a su observación picante, ninguna moza a su requiebro… A eso de las nueve desfila por aquí el cortejo de los presos de las comisarías de los barrios altos, que van ala diaria calificación del Intendente. Ante las miradas de las devotas que salen de misa y de los carreteros que aguardan marchantes, pasan los presos entre dos filas de celadores… Asiduas concurrentes de la plazuela son también muchas viudas que acuden ala casa de préstamo de García en al calle del Milagro. Infaltable es la cotidiana presencia de una tal misia Panchita, que vive entre la Plaza de Armas y la peña, donde quien no cae, resbala… Por cierto que a toda hora pasan militares del cercano cuartel del Callejón de San Francisco, frailes del convento, clérigos del Seminario y señoras asiladas del Hospicio… Con el crepúsculo llega la calma. Idas las carretas, cerradas las tiendas de muebles, concluidas las novenas u otras distribuciones, cuando las hay, la plazuela entra en completa paz. El postrer reducto del movimiento y de la bulla es la pulpería de los esposos Corvetto, cuyo saloncito se llena de alegres parroquianos.


Otra imagen de la plazuela en el siglo XIX

Mañana, la plazuela de Santo Domingo

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