Por Dora Dávila Mendoza
(Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello)
La primera conquista imaginaria de lo que luego sería denominado como Venezuela fue desde la palabra. A partir del momento en que la urgencia foránea por nombrar y definir se unió a la religión y a la ley, el ignoto espacio de lo que sería Venezuela comenzó a ser reconocido desde la mirada europea. Esta necesidad de domesticar lo desconocido y salvaje se instituyó como un acontecimiento primario que le daría cuerpo a los posteriores discursos sobre la formación de la nacionalidad.
La toponimia indígena da evidencia de que el espacio que se conocerá como Venezuela ya estaba nombrado antes de la llegada de los europeos. Voces como Acarigua, Coro, Cumaná, Guanare o Caracas, entre otras, fueron el producto de nombres dados por oleadas de población de diferentes grupos indígenas pertenecientes a las familias lingüísticas arawak, chibcha y caribe, que habitaban zonas de la región oriental, occidental y centro costera, respectivamente. Si bien estos espacios ya reconocidos y nombrados por los vernáculos serían los puntos de partida para que los recién llegados comenzaran una nueva reconquista, sus nombres no aparecerán en el primer mapa donde se escribirá, por primera vez, el nombre de Venezuela. Considerada la primera representación cartográfica de lo que constituirá el occidente costero del futuro territorio venezolano, su autor, Juan de la Cosa, 1500, se valdría del relato de los indígenas para representar lo visto por él. Pero en su mapa destacarán sólo las denominaciones hispanas. A partir del nombre recién inaugurado, se instaurará en el añejo espacio un nuevo sentido de pertenencia que influirá notablemente en la mentalidad de los primeros pobladores de la provincia orgullosos de su herencia hispana. Este comportamiento dominante se hará continuo y será el origen de una silente y despreciativa actitud hacia la herencia indígena que no tendrá punto de comparación con el privilegio que significaba tener en la sangre herencia hispana blanca y europea. Estas dicotómicas visiones se verán reforzadas en las narrativas (provinciales y nacionales) siguientes y dando cuerpo a una idea selecta de nacionalidad.
Patricios sin mestizos ni negros.- En el temprano siglo XIX venezolano, la relación entre escritura y color fue estrecha. En 1810, Andrés Bello, a partir de su texto, Breve Resumen de la Historia de Venezuela, procuraba mostrar un equilibrio entre lo que había sido la historia de la entidad con su pasado colonial y la que, ahora, en 1810, era. Para la mayoría de estos letrados, la escritura de la empresa española en la América no constituyó únicamente el conocimiento erudito del pasado colonial y sus antecedentes, sino la necesidad de explicar qué lugar ocupaban como sujetos históricos identificados por la pertenencia territorial. En relación a Bello, y su Resumen, era imperioso explicar los antecedentes de su pasado y señalar la diferencia entre un ellos y un nosotros.
¿Quiénes eran ese nosotros, se pregunta Carrera Damas al interrogar la Historia de la conquista y población de la provincia de Venezuela, (Madrid, 1723) de José de Oviedo y Baños, obra utilizada por Bello en la elaboración de su Resumen de la Historia de Venezuela en 1810? En Oviedo y Baños y su obra, apunta Carrera Damas, no se dio esa correlación entre acontecer histórico y conciencia histórica. Al igual que en Oviedo y Baños, nosotros eran, para Bello, los primitivos conquistadores y pobladores del territorio, -de lo cual diferenciaba a la resistencia indígena al llamarlos “bárbaros y gandules”- con quienes la identificación era un hecho; como buen criollo, Bello se identificaba con la metrópoli, sin interés alguno por diferenciarse de ella. En su Resumen de la Historia de Venezuela hubo una clara diferenciación entre un ellos y un nosotros; la intención estaba en diferenciarse y en fortalecer la memoria dejada por los conquistadores y situarse como heredero de la misma. Antes del período que denomina de regeneración civil de Venezuela a fines del siglo XVII, la explicación de cómo los españoles tuvieron que luchar contra las tribus bárbaras para lograr asentar su memoria, es un hecho a la larga de su discurso histórico. Para él la obstinación de estos indígenas indómitos de 1572 que no se dejaban civilizar era la causa de los perjuicios que frenaron el progreso material y social a la población constituida, exclusivamente, por esos españoles conquistadores y las familias que se habían asentado en esa zona del territorio.
La República justificada.- Después de la independencia, las primeras historias de Venezuela van a recoger una memoria colectiva patria y van a concentrarse en la justificación de la guerra y del movimiento emancipador. Estos elementos constituyeron el espíritu colectivo de los letrados, patricios y criollos que ya dominaban desde el saber y que ahora debatían qué lugar tendrían en la nueva Venezuela como república. Tenían conciencia que por su naturaleza criolla estaban destinados a ser los nuevos patricios de la nación. Así, en la escritura del período temprano de las contiendas bélicas, estos letrados justificaron su transformación convirtiéndose en la cabeza de los poderes autónomos dentro de una nueva institución de poder a la que ahora pertenecían como protagonistas. Desde su interpretación de lo nacional se convirtieron en los constructores de un nuevo saber a partir de las nociones de patria y nación. En este período comenzará la construcción del pasado nacional venezolano a partir de la herencia patria dejada por la gesta emancipadora y lo que era el territorio durante el período colonial, el de la república y, ahora, el de la nueva nación independiente de Colombia. Definir los estadios de la nacionalidad bajo la noción de patriotismo como religión de Estado fue la clave en este proceso ideológico para la escritura de la nueva historia nacional.
Como parte de la necesidad por recuperar memorias y generar modos de interpretación, así nacía la idea patriótica de una nacionalidad contenida en las primeras historias de lo que sería la historia de Venezuela y la demarcación de su territorio como parte de una identidad. Estas intenciones de estimular desde las narrativas del pasado la identidad y el nacionalismo para la recuperación de la memoria colectiva, continuaron a lo largo del siglo XIX. A mediados de ese siglo, a la luz de las disputas territoriales entre la nueva república de Colombia y la nueva República de Venezuela, unidas en 1819 y separadas violentamente en 1830, recrudeció un nuevo debate a propósito de dividir la pertenencia espacial y la identidad de lo que debía entenderse como nacional (El País, España).