A diferencia del Perú o México, la antigua región del Río de la Plata, a pesar de su nombre, carecía de metales preciosos. Por ello, la actual Argentina fue un lugar desatendido dentro del Imperio español en América. Se trataba de un enorme territorio, de más de 2 millones y medio de kilómetros cuadrados, con una magra población que rondaba las 400 mil personas. Los indios eran escasos y nómadas; por ello, los criollos no dispusieron de abundante mano de obra como en los Andes centrales o en Mesoamérica. El mayor recurso era la tierra, una de las más ricas del mundo. Otra ventaja era la ubicación de Buenos Aires, frente al Atlántico, que podía convertirse en un gran puerto si se realizaba el dragado necesario. De todas maneras, hasta antes de las Reformas Borbónicas, el pequeño puerto sirvió para canalizar el rentable tráfico de contrabando al resto de Sudamérica. El centro más importante, en términos económicos, era el noroeste del territorio (Salta y Tucumán) por sus vínculos comerciales con el Alto Perú.
Cuando se creó el Virreinato, en 1776, Buenos Aires cobró importancia y el poder se trasladó desde el noroeste hacia la costa meridional. El puerto creció en términos demográficos (de los casi 14 mil habitantes que tenía en 1750 pasó a poco más de 40 mil en 1810) y se convirtió en la entrada de artículos europeos que competían directamente con la producción del noroeste. Hasta antes de 1776, la colonia estaba mal vigilada y la fidelidad a España no se apoyaba militarmente sino en los hábitos de inercia y obediencia, pero las Reformas de Carlos III “despertaron” al Río de la Plata y sus habitantes se sintieron contradictoriamente estimulados y coactados por las reformas y los controles imperiales.
Las guerras de independencia dieron un fuerte golpe a la economía del Virreinato, aunque sin los estragos que sufrieron México y Perú. Nació en la elite local un sentimiento antiespañol desde los años de la amenaza británica y produjo lo que se convertiría en una suerte de mito de valentía militar cuando San Martín derrotó a las últimas fuerzas realistas . Hacia 1820 ya se había consolidado la Independencia y los terratenientes dominaban el país.
Económicamente, la independencia supuso el enriquecimiento de Buenos Aires que se benefició del libre comercio. Se robusteció la economía porteña de intermediarios y se fue arruinando la de las provincias internas que sufriría las condiciones del descenso del precio de sus productos (textiles, azúcar y vinos), a la par de la subida de los artículos importados (manufacturas). En 1816 inició sus tareas el Congreso reunido en Tucumán. Se intentaba construir la integración nacional con una capital distinta de la porteña (donde seguía residiendo el ejecutivo), definir la constitución del nuevo estado y formalizar su independencia. En realidad todo se movía a impulsos de la política bonaerense, pues no sólo era de dicha ciudad la mayor parte de los diputados, sino que los representantes de las otras provincias eran también porteños, aunque residentes en aquéllas. La nueva nación soberana se llamaría Provincias Unidas de Sudamérica, por lo que seguía la idea de integrar los territorios independizados de América del Sur. Lo que originó problemas fue la forma de gobierno .
Los años que siguieron a la Independencia fueron testigos de una dura batalla entre los rioplatenses por el modelo económico y político del nuevo país. Allí estaban los “unitarios”, los liberales, quienes postulaban nacionalizar Buenos Aires, su ciudad, y despojarla de su autonomía y convertirla en la base desde la cual se redujeran las barreras provinciales al comercio para abrir todo el país al comercio mundial. Los “federalistas”, que eran los del interior, también querían nacionalizar el puerto de Buenos Aires para repartir su recaudación aduanera entre todas las provincias, que eran menos prósperas; por ello, batallaban para mantener la autonomía de las provincias e imponer aranceles internos a fin de proteger las industrias locales. Un tercer grupo, también “federalista”, era distinto. Sus miembros eran de la provincia de Buenos Aires y se oponían a la nacionalización de la ciudad portuaria porque significaba la pérdida del monopolio provincial sobre sus ingresos aduaneros. Eran partidarios del libre comercio pero, en realidad, deseaban que todo continuara igual .