Es esta iglesia toda de piedra en su exterior y su gracia la debe en mucho a sus dos espadañas de tres arquillos cada una, que hacen destacar la fachada al final de una larga calle. Interiormente presenta una cúpula achatada y bóveda de ladrillo, tiene una solas nave, coro bajo y coro alto, también un hermoso altar mayor. Es barroco, tallado y dorado, con frontal sagrario, gradillas y tabernáculo de plata, reposando sobre éste el Agnus Dei sobre el Libro de los Siete Sellos. El retablo tiene tres cuerpos y tres calles, es alto y bien trabajado, impactante en su presentación. Tiene en su parte baja dos tablas policromadas que representan a los profetas Elías y Eliseo, las cuales son muy antiguas, acaso anteriores al altar.
El púlpito muestra cátedra de cinco paneles entre columnas salomónicas pareadas, albergando sus hornacinillas pequeños santos en efigie y terminando ella inferiormente en juegos de follajería y un florón; el tímpano, que se corta por servir de puerta, tiene la efigie de un santo carmelitano; el tornavoz es labradísimo, con seis cresterías de dos pináculos cada una y, sobre la linterna, la imagen de San Angelo mártir, carnado y policromado.
Aparte de otros dos altares barrocos -el del Crucificado, junto al púlpito, y al frente el de San José – es notable la serie sobre la Vida de Santa Teresa de Jesús, lograda en quince lienzos con marcos dorados de bella factura. Su autor fué José Espinoza de los Monteros.
También es notable la reja del coro bajo, en el presbiterio, lado de la Epístola, defendido por seiscientas púas de hierro, mientras el coro alto sobre el sotacoro, sólo tiene celosías de inspiración mudéjar. De ambos coros salen los cánticos de las monjas durante las misas o exposiciones del Santísimo Sacramento.
El templo, por lo demás está anexo al monasterio, en cuya portería -que recuerda la de las Carmelitas de Avila- está el verso de Santa Teresa que dice:
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza.
Quien a Dios tiene
nada le falta.
Solo Dios basta.