Hoy seguimos con el convento de los mercedarios del Cuzco. La ante-portería es de piedra, con cuatro arcos ciegos y bóveda con nervaduras góticas; la portería tiene dos arcos escarzanos y entre ellos, a la diestra, el arco que sale al Claustro Mayor.
El Claustro Mayor es tallaado. Lo han llamado sinfonía de piedra y lo señalan el mejor claustro de América. Sus lienzos tienen pilastras almohadilladas y las columnas lucen todas escamadas, modalidad que no vuelve a repetirse en el Perú y que tiene por doble cuna al Renacimiento italiano y al gótico isabelino español. Empezar a describir este claustro es cosa de no acabar. Mejor es contemplarlo directamente y reflexionar sobre la perfección de su obra. Data de 1663, debió sus planos a Diego Martínez de Oviedo y su ejecución a los alarifes Alonso Casas y Francisco Monya, realizando su labrado el indio Gregorio Quispe, quien lo hizo con piedras de la cantera de Chitapampa.
El claustro muestra en su techo vigas de color leonado cargadas de vegetales y centradas por una piña; entre viga y viga hay viguetas y viguillas que conforman casetones vacíos. El techo de la galería es alta , a su vez, tiene artesones cuadrados con un florón dorado al centro.
Los corredores del claustro bajo que representan grandes lienzos de la Vida de San Pedro Nolasco, atribuidos a Ignacio Chacón, exhiben regular pincel y recogen mucho pensamiento medieval. Debajo de la escalera de poniente está la celda del padre Francisco Salamanca (Oruro 1660-Cusco 1737), que pintó el interior de ella con decoración colorida, graciosa e ingenua, prefiriendo los matices rojo, añil, verde y amarillo. A la entrada de la celda pintó el Cordero Pascual sobre el Libro de los Siete Sellos y a dos ángeles que le quieren ceñir con una corona de espinas y otra de oro. En el pequeño compartimiento de la derecha hizo la Adoración de los Magos, la Huida a Egipto, la Presentación al Templo, los Pastores junto a la hoguera y, en el arco, alegorías y floreros. En el más diminuto pasaje central retrató a la Virgen de la Merced y a dos santos penitentes actuando de cimentación todos los cautivos redimidos por la Virgen. En el compartimiento de la izquierda aparecen la Muerte, el Juicio, el Purgatorio y el Infierno. Los respiraderos que dan a la calle también representan follajes y florones. Es trabajo agradable, a más de artístico.
La escalera de levante, al revés de la del poniente, empieza en simple y luego se bifurca, descubriéndose en su descanso el Epílogo Mercedario, obra de Basilio Pacheco, donde se recoje la figura de todos los personajes insignes de la Orden. Los personajes abarcan frailes y monjas, mártires y teólogos; santos y santas, recogiéndose así a más de cincuenta y logrando un conjunto armonioso presidido, en lo alto, por la Virgen de la Merced. Es pintura rica en azules y blancos, se manifiesta notable y cumple un papel primordial en esta parte del convento.
La sala capitular es grande, con arcos de piedra y bóveda de nervaduras góticas. El altar es barroco -de tres calles, sólo la del centro de dos cuerpos- y está advocado a la Virgen Redentora de Cautivos. El doble portón de ingreso es viejísimo, con labras romboidales. La sala capitular posee doce bancas fraileras y muchos lienzos antiguos. El Claustro Menor está más atrás. Tiene seis arcos por lado y en la galería alta doble número de arquillos. Sólo el lienzo del norte conserva cuatro arcos de piedra en perfecto estado, pero ha perdido sus artesones y vigas labradas.