“En Rusia me conocen como el último romántico”. Sin él frente de la URSS, el Muro de Berlín no habría caído hace ahora 20 años. En su cabeza, además de su mancha, conserva la misma energía y determinación con las que cambió el mundo. Por GINNY DOUGARY (*)
Está cerca de los 80 años, pero todavía, cuando Mijaíl Gorbachov habla, la gente escucha lo que tiene que decir con suma atención. En especial -o quizás exclusivamente- fuera de su propio país. Entre ellos se incluye el 44º presidente de EEUU. El primer y último presidente de la antigua Unión Soviética me habla de su reunión con Barack Obama, celebrada hace muy poco. En ella, Gorbachov comentó: «Le felicito porque, dos meses después de las elecciones, su popularidad ha crecido y todavía sigue en ascenso». Obama le respondió: «Espere un poco, ya verá cómo baja». Estalló la sonora carcajada de Gorbachov. «Me cayó bien cuando me dijo eso», comenta el ex presidente de la URSS.
Es posible que Gorbachov sea el artículo de exportación que preferimos de los rusos, pero nuestro deseo de convertirlo en un tesoro internacional entrañable -¿acaso se puede considerar duro a un hombre que consiente que todo el mundo le llame por el apodo de Gorby?- quizás no se corresponda con la realidad. Habla como si estuviera pronunciando una serie de conferencias y no tolera las interrupciones, lo que significa que nuestra entrevista está salpicada de admoniciones impacientes como «todavía no he terminado» y «déjeme primero que le diga algo y ya le responderé después».
Resulta complicado saber si es Gorbachov o su intérprete el responsable de esas bruscas salidas esporádicas de tono. Le pregunto cuál es el momento del que se ha sentido más orgulloso y responde: «Orgullo no es un sentimiento que yo tenga». A continuación se enrolla en una disertación interminable, perorando sobre lo que parece la Historia completa del siglo XX. Se ha debido de notar mi sensación de desesperación (es posible que el haber enterrado la cara entre las manos le haya resultado revelador). Lo más frustrante del caso es que, de todos los personajes notables que he entrevistado, Gorbachov es el que más ha hecho por cambiar el mapa del mundo. Con tantas preguntas como tengo, resulta que apenas dispongo de una hora escasa para planteárselas.
Fracasa estrepitosamente el intento que hago de distraerle diciéndole que es un personaje de dimensión histórica. «¡No me confine en la Historia!», me corta. Felizmente, le hago sonreír. «Bueno, historia viva, quiero decir», le digo. «Vale, si es historia viva, se lo acepto», se calma. Más tarde comenta que «Chéjov, sabe usted, dice que hay que hablar brevemente, pero…». Trato de hacer un chiste en plan ruso: «Quizás es que usted es más de Tolstói». Pero no produce ningún efecto.
Lo que más llama la atención, al tratarse de una persona cuyo solo nombre es sinónimo de una intención de llevar a cabo un cambio trascendental en su propio país y que habla abiertamente (aunque no lo suficiente, según algunos) de lo que se está haciendo mal bajo el régimen de Medvedev y Putin, es lo mucho que le enfadan las críticas del exterior a Rusia.
«Los británicos, los norteamericanos… quieren que seamos como ellos -afirma-. Y ésa no debería ser una exigencia de nadie; nosotros nunca les hemos pedido a los demás que sean como nosotros. Debería haber competencia e intercambios entre diferentes países, aunque no cabe duda de que hay algunos valores universales, como son la libertad y la democracia. A nosotros todavía nos queda camino por recorrer hasta la total implantación de esos valores y podemos ser bastante críticos con nuestro país».
Sostiene que los rusos siguen sien do unos incomprendidos. «Mi primer libro como secretario general del Partido Comunista de la URSS se titulaba Perestroika: nuevas ideas para nuestro país y para el mundo y su primera frase era: “Queremos que nos comprendan”. Incluso ahora queremos que nos entiendan. Todavía hay algunas personas para las que Rusia es un problema, lo cual es un disparate».
¿Podría ser usted más concreto? «Permítame darle algunos datos, porque a lo mejor piensa usted que esto no son más que palabras. En tiempos de Boris Yeltsin, cuando abandonó la vía evolutiva hacia las reformas y optó por aplicar los métodos de los cowboys; es decir, aquella terapia de choque que arruinó la economía del país… Por ella, muchas personas perdieron sus trabajos y muchos se quedaron sin cobrar sus sueldos durante meses; durante años, en algunos casos. En aquella época, vimos cómo venían a Rusia delegaciones de visitantes y todas, sin excepción, aplaudían a Yeltsin. Yo veía todo aquello y pensaba “¡Pero bueno! ¿Cómo es posible?”. Al final, llegué a la conclusión de que, en aquel momento, todo era una especie de maniobra política de aquellos a los que en realidad les venía bien que Rusia estuviera por los suelos».
«¡Y nadie puede poner a Rusia de rodillas -acompaña sus palabras con un puñetazo en la mesa- y tenerla así, porque al final se levantará! Pues ése fue el tipo de actitud de Oc cidente hacia Rusia en los años 90 y lo que hizo que cambiara la actitud de muchos rusos. La euforia hacia Europa y EEUU desapareció cuando los rusos vieron cuál era su actitud y así se arruinó la confianza que existía. En mi opinión, esto ha sido lo más importante».
Es apropiado contar que, a finales de 1992, viajé por toda Rusia con un empresario británico que había perdido su imperio empresarial en circunstancias muy controvertidas y que estaba tratando de recuperar sus millones en la nueva frontera. Una de las reuniones de negocios a las que asistí tuvo lugar en el antiguo pabellón de caza de Brezhnev y, en el libro de visitas, había unas frases garabateadas con una letra infantil, quizás la de un hombre borracho, dedicadas al anfitrión: «Muchas gracias. Eres un gran hombre. Éste soy yo. Yeltsin. Noviembre de 1991» (el año en que lo eligieron presidente).
LA CAÍDA DE YELTSIN.- En 1993, un año después de mi viaje, Yeltsin sufrió un proceso de destitución como consecuencia de la ruptura de las relaciones entre el presidente y el parlamento. A lo largo de 10 días se desencadenó un gran conflicto durante el cual, en las calles de Moscú, se registraron los más feroces enfrentamientos desde 1917. En la Nochevieja de 1999, Yeltsin presentó su dimisión por sorpresa y anunció que Putin sería su sucesor. En un principio, Gorbachov dio su apoyo a Putin y, aparentemente, se lo sigue prestando (respaldó la actuación de Rusia con Georgia durante el año pasado, por ejemplo), pero, aún así, suelta críticas descarnadas sobre determinados temas. En el año 2005, el diario Pravda informó acerca de sus comentarios sobre una polémica reforma que puso en pie de guerra a los pensionistas (la abolición de derechos adquiridos a prestaciones sociales durante la época comunista).
«Los legisladores no pensaron en las personas cuando estaban debatiendo la ley -explica-. Las organizaciones públicas, la ciencia… lo han dejado todo de lado. En mi opinión, ese trato a las personas mayores no puede sino despertar indignación».
No obstante, en 2007, apoyó a Putin como presidente en las elecciones al Parlamento. «Es un hecho que, dentro de Rusia, Putin cuenta con el apoyo hasta del 80% de la población (cuando Gorbachov presentó por última vez su candidatura a presidente, en 1996, obtuvo apenas el 0,5% de los votos emitidos). Para mí, ése es el argumento más convincente, puesto que yo vivo en Rusia. Ha llevado la estabilidad al país. No todo el mundo habría sido capaz de sacarlo adelante con la herencia que dejó Boris Yeltsin». En ese mismo año, Gorbachov denunció -haciendo una cáustica reprimenda pública- que el partido Rusia Unida, el de Putin, era «el de los burócratas, la peor versión del Partido Comunista de la Unión Soviética».
Entonces, ¿por qué no condenó con más energía a Putin dos años antes? ¿Sería, quizás, por miedo a lo que podría ocurrirle a él o a su familia? «¿Por qué iba a tener miedo? -se pregunta a su vez-. No. Lo que puedo decir es que entiendo lo difíciles que se le pueden poner las cosas al presidente, porque yo también he tenido ese cargo. Me sentía en su lugar, metido en su piel y, en consecuencia, entiendo mejor la situación. Ésa es la razón por la que he apoyado a Putin y todavía lo sigo haciendo. Por otra parte, en determinados temas me pronuncio con la más absoluta libertad y de manera directa. Por ejemplo, llevo ya un tiempo reclamando que es necesario que se cambie el sistema electoral. También llevo bastante tiempo diciendo que se ha hablado mucho de combatir la corrupción pero que no se está dando ninguna batalla real contra ella».
Lo más curioso de todas sus prolijas peroratas es que Gorbachov no aprovecha la oportunidad para hacer propaganda de su propio partido, el Partido Demócrata Independiente de Rusia, fundado en el mes de septiembre de 2008 por él y su multimillonario amigo Alexander Lebedev (quien acaba de adquirir el diario vespertino Evening Standard de Londres).
Entre los dos rusos son dueños de un 49% del periódico Novaya Gazeta, el diario independiente (léase anti-Putin) en el que trabajaba la fallecida Anna Politkovskaya, una de los cuatro periodistas de investigación de la publicación que han sido asesinados (Lebedev ha ofrecido más de 700.000 euros a quien ofrezca información que lleve a la condena de sus asesinos).
LOS OLIGARCAS.- Gorbachov no se olvida de la crisis. Ataca lo que llama «el entramado de los triunfadores… la enfermedad de las clases gobernantes, especialmente los beneficiarios del sistema anterior, que yo creo que son los principales responsables de la crisis económica global». En la cumbre de París, que marcó el final de la Guerra Fría, «dijimos que Europa debería volver a poner el énfasis en cuestiones tales como la lucha contra la pobreza y el medio ambiente. Señalamos que la sociedad no debería estar basada en un consumo desaforado. Ya sabe, todos esos yates de los ricos de los que los mares y las bahías están atestados…».
¿Se refiere a los oligarcas? «Naturalmente -dice entre risas-. Se han llegado a hacer tan ricos porque han transgredido ciertas normas de moralidad y ciertos valores. No se han parado ante nada y ésa es la razón por la que muchos de ellos se encuentran actualmente en la cárcel». Su amigo Lebedev, ex espía de la KGB que se enamoró de Londres cuando fue destinado a la embajada rusa, donde trabajó como agente secreto hasta 1992, es tan rico y lo suficientemente influyente como para ser calificado de oligarca. Compró el Banco de la Reserva Nacional, que ha llegado a ser uno de los bancos más grandes de Rusia y su empresa es propietaria de la tercera parte de las líneas aéreas Aeroflot. Su fortuna estaba valorada (antes de la crisis actual) en más de 2.200 de millones de euros y él mismo sostiene que, en estos momentos, ronda los 1.800 millones de euros.
Gorbachov no deja de disparar, enfadado, contra sus compatriotas, los oligarcas rusos: «No leen libros, no van a exposiciones y creen que la única forma de impresionar a los demás es comprarse un yate» (algo que él, que se siente orgulloso de decirlo, nunca ha tenido).
Cada año, los Lebedev patrocinan una gala de recaudación de fondos con una lista de invitados que sin ninguna duda son first-class. La primera fiesta se celebró en Inglaterra, en Althorp House, la mansión familiar del conde Spencer, el hermano de Lady Di. La de este año ha sido en la propia residencia de Lebedev, Stud House (donde Lord Byron vivió en otra época), en terrenos del palacio de Hampton Court.
Lo encontré allí pero no me quedé a cenar (una mesa costaba más de 17.000 euros al cambio). Días después se pudo leer en la prensa del corazón cómo se desarrolló la fiesta. J. K. Rowling y Peter Kay movían el esqueleto mientras el DJ Mark Ronson pinchaba. Unos cosacos bailaban como Run DMC (grupo de hip-hop de Nueva York de los años ochenta).
En cuanto a los detalles más comentados, estaba que, entre los objetos que se sacaron a subasta, destacaba la maleta de Louis Vuitton «anunciada por Gorbachov» en la famosa campaña de publicidad que protagonizó frente al muro de Berlín. El que fuera máximo dirigente de la Unión Soviética es impermeable a las insinuaciones de que quizás los anuncios hayan denostado su legado. Recuerda que también ha aparecido en un anuncio de Pizza Hut (la cadena de comida rápida) porque su fundación necesitaba dinero y, aclara, que no le importaría hacer más trabajos en esa misma línea.
La gran sorpresa de la noche, en la fiesta de su amigo multimillonario, fue que Gorbachov subiera al escenario para interpretar una canción que él le cantaba a su mujer en vida y que dedicó a Raisa en el décimo aniversario de su muerte. En la sala de conferencias de un lujoso pero discreto hotel del West End de Londres (escenario de la entrevista), le pregunto a Gorbachov si le resulta más llevadero afrontar la pérdida de su mujer con el paso de los años. «Bueno, el tiempo hace su labor, por supuesto… Pero, así y todo, eso ha sido lo más difícil, lo más duro que me ha pasado en mi vida, sobre todo porque la muerte de Raisa fue de todo punto inesperada», reconoce.
LA PREMONICIÓN DE RAISA.- «Cuando desaparece una mujer a la que se ha amado tanto, su pérdida es irreemplazable. Ahora bien, no estoy completamente solo. Todavía me quedan una hija y dos nietas, y ahora una bisnieta, Sasha, así que…», confiesa. Quizás sea esa idea de que ahora es todo un paterfamilias lo que le hace soltar una escandalosa carcajada.
¿No habría querido Raisa que se hubiera vuelto a casar? Cuenta una historia que no tiene mucho que ver con la pregunta, pero que, no obstante, no carece de encanto. «A ella le encantaba ese chistecito que hay sobre las diferentes edades de las mujeres. Ya sabe usted, primero está la niña, luego la muchacha, luego la joven, luego la mujer joven, y la mujer joven, y la mujer joven… y así hasta que muere de mayor. De modo que, cuando decía que no quería llegar a vieja, yo le decía: “Nunca serás una vieja”. ¡Era tan animada, tenía un carácter tan alegre! Había en su naturaleza algo de princesa, una princesa de campo». Larga pausa a continuación.
«A veces es mejor hablar sin pensar -añade-. Por supuesto, lo ocurrido ha sido irreparable. Tengo un cierto sentimiento de culpa con ella». ¿Le persigue su recuerdo? «Todavía hay algo de esa sensación… Vivimos toda aquella situación dramática de la perestroika y de nuestra vida en aquella época… Fue algo que al final no fue capaz de soportar. Era una persona muy vulnerable», explica. Cuando le transmito mi sorpresa ante lo que dice, se corrige a sí mismo: «Ella era fuerte, pero tuvo que aguantar mucho». El golpe de 1991, cuando los partidarios de la línea dura confinaron a Gorbachov y su familia bajo arresto domiciliario en su casa de vacaciones en Crimea, debió de ser terriblemente traumático, como también los acontecimientos que desembocaron en su dimisión forzada en pleno día de Navidad, a la que siguió la disolución formal de la Unión Soviética al día siguiente.
«Me dijo que no quería morir y luego añadió “¿Sabes? De nosotros dos sería mejor que yo me muriera primero”. Luego añadió: “Deberías casarte”. Le dije entonces que cómo podía decirme aquellas cosas», cuenta. Más risas. Sigue: «¿Qué es lo que tienes en la cabeza?, le pregunté y ella me respondió que “bueno, no era más que una manera de hablar”. Cuando lo recuerdo, tengo la sensación de que quizás tuviera una premonición». Es curioso que, siendo ateo, crea en la idea de alma. «Sólo el 7% de los seres humanos ha sido objeto de estudio por la ciencia. En mi opinión, ha quedado comprobado que hay un alma, aunque eso es algo que la ciencia todavía no entiende», comenta quien está convencido de que «los ideales del comunismo son similares a los del cristianismo».
Los Gorbachov se conocieron cuando eran compañeros de estudios en la Universidad Estatal de Moscú. Raisa estudiaba Filosofía; él, Derecho. La suya era una familia de campesinos que trabajaban la tierra en el pueblecito de Privolnoye, al sur de la república de Rusia. Ayudó a su padre a manejar una cosechadora y se jacta de ello en su curriculum vitae: «Estoy particularmente orgulloso de mi capacidad para detectar instantáneamente una avería mecánica en una cosechadora sólo por el ruido que emite».
Había entrado ya en la universidad cuando se dio de alta en el Partido Comunista y, rápidamente, empezó a ascender en sus filas. En 1985, fue elegido secretario general del Comité Central del partido, el puesto más alto, y puso en marcha entonces el proceso de democratización. Cuando habla de los primeros tiempos de su vida con su mujer, quedan claras dos cosas. Tanto lo excepcional que para él era Raisa, como la influencia que ella ejerció (lo que para mí constituía una novedad) en la conformación de la voluntad reformista de su marido.
EL FANTASMA DE STALIN.- Gorbachov afirma que aunque Stalin llevaba muerto muchísimo tiempo cuando él llegó al poder, «todavía persistía, en gran medida, el ambiente que Stalin había creado y eran muchos los que tenían miedo de dirigirse al Gobierno». Por eso, lo primero que se puso en marcha fue la glasnost (transparencia) y a continuación llegó la perestroika (reestructuración). «Lo expusimos sin ningún rodeo -recuerda-: “Nuestro pueblo es libre para decir lo que piensa, libre para escribir, libre para reunirse y debatir”. “Éste es un derecho del pueblo, ésta es la constitución y esto es lo que hay que hacer realidad”, eso dijimos».
«Lo que la glasnost supuso -explica- fue que toda la sociedad se pusiera en movimiento. A lo que yo aspiraba realmente era a conseguir que el pueblo sintiera que podía lograr lo que quisiera y que podían lograr que el Gobierno les atendiera; bueno, como consecuencia de las protestas (sobre contaminación), echamos el cierre a más de mil fábricas».
Lo que yo quiero que explique es qué fue lo que le hizo a él tan especial. ¿De dónde le vino esa inspiración, qué es lo que le infundió esa fortaleza de carácter para tomar las decisiones y ponerlas en práctica? Sin embargo, Gorbachov es incapaz de arrojar ninguna luz sobre eso salvo repetir que ya, desde que era un muchacho, siempre se comportó como un líder y que sus principales influencias fueron su abuelo materno (un veterano comunista que escapó de la muerte por los pelos en una de las purgas desencadenadas por Stalin tras ser acusado de trotskista), su padre y, por encima de todo, la literatura rusa.
En el mes de noviembre de hace 20 años, se vino abajo el muro de Berlín, el símbolo más potente del hundimiento del comunismo. Gorbachov siempre ha sostenido que su objetivo era reformar el régimen, no ser el instrumento de su caída. “Soy decididamente contrario a la ruptura de la Unión [Soviética] -dijo en su momento-. Personalmente, como político, he sido derrotado, pero la idea que expuse y el proyecto que saqué adelante han desempeñado un papel de primera magnitud en el mundo y en el país”.
Le pregunto a Gorbachov si considera que tenía un alma romántica. Se echa a reír otra vez, a carcajadas, algo que ha hecho mucho a lo largo de la entrevista. «Yo no he dicho eso, pero es una opinión que está muy extendida en Rusia, donde soy conocido como El Último Romántico. Me llaman idealista. Mi respuesta es que son los idealistas los que mueven el mundo».
(*) Entrevistadora de The Sunday Times